Para el año en que ambos cumplirían quince, la vida se notaba diferente. Narel al fin había entrado al equipo de baloncesto, a pesar de que Helen quería que siguiera en el de handball, no logró convencerla. Aunque, luego de verla participar en un partido de pruebas, notó que era mejor dejarla en el equipo de baloncesto, aquella niña brillaba en la cancha. Ese mismo día Helen decidió apoyarla en todo lo que se relacionara con el baloncesto porque, en cierta manera, volvía a sentirse ella misma antes de ser madre, recordaba cómo brillaba ella en la cancha cada vez que salía a jugar handball. No era que se arrepintiera de tener a Elijah, todo lo contrario, ser madre fue lo mejor que le pudo pasar en la vida, pero quizás no había sido el tiempo adecuado para serlo.
Por otro
lado, Alexander comenzaba a formar su cuerpo de adolescente deportista, se
notaba en las camisas que usaba los músculos que empezaba a desarrollar y eso,
para su ego, llamaba la atención de las chicas. La única que lo ignoraba por
completo, en ese sentido, era Narel, para ella aquello era estúpido y sin
sentido. Pero Alexander no podía negar que cada vez que iban a la casa de campo
y Narel se la pasaba hablando de lo musculoso que estaba el hijo del capataz,
Jesse, a él le se lo comían los celos y prefería ya no invitarla. Para su
infortunio, ella siempre viajaba con Thomas y Helen, se estaba convirtiendo,
prácticamente, en la hija adoptiva de ellos. Y los cuatro, incluyendo a Elijah,
estaban desarrollando demasiado bien su rol, según los ojos de Alexander. Y era
que, cada vez que algo le pasaba a Narel, corría o con Thomas o con Helen,
dependiendo de la situación en la que se encontraba, y eso también le molestaba
porque ella prefería ir con ellos en lugar de con él.
—¿Cuándo le
dirás de tus sentimientos, Russ?
—Déjame en
paz, Ashley. —Alexander frunció el ceño al escucharla, sentada junto a él, en
las gradas.
—Es buena,
¿verdad?
—Es la
mejor. —Ambos miraban la cancha, Narel estaba en las prácticas de baloncesto.
Alexander siempre la acompañaba, porque ella iba a las prácticas de fútbol de
él, y Ashley iba a veces a mirar.
—Deberías
decirle, ella no notará lo que sientes nunca, es muy…
—Despistada.
—Sí, algo
así…
—Prefiero
que sea así a que sea como tú. —Ashley frunció el ceño y lo miró, pero el chico
no perdía detalle de lo que pasaba en la cancha.
—¿Qué
problema hay con ser como yo?
—Cambias de
novio como cambias de ropa, Ashley. No quiero que Nar tenga esas costumbres.
—Bien le
haría ser un poco parecida a mí. —Ashley notó cómo el ceño de Alexander se
fruncía por aquello—. Notaría lo que sientes por ella y no tendrías que estar
aquí, sufriendo, porque no le gustas.
—Ella no me
gusta.
—Ajá…
—Ambos miraron a la cancha, el pitido de finalización sonó—. Iré a lo que vine,
saludar al equipo masculino. —Alexander rodó los ojos, luego bajaron a las
gradas.
—Sigues
fallando por la derecha. —Alexander se acercó a Narel, que iba a los
camerinos—. Si sigues así nunca jugarás de titular.
—Déjame en
paz, Alex idiota. —Alexander sonrió y le sacó unos mechones de la cara, que se
le habían pegado.
—Te espero
en la otra cancha.
Alexander
la miró hasta que se metió a los camerinos, luego giró sobre los talones y se
fue a sus prácticas. La verdad es que no sabía si lo que decía Ashley era
cierto, lo que sí tenía claro era que no le gustaba ver a Narel con otros
chicos, a veces hasta le molestaba la cercanía que tenía con sus hermanos,
sobre todo con Garreth, pero lo que lo sacaba de sus casillas era que siempre
estuviera hablando de su primer amor, con quien dio su primer beso a los cinco
años, el chico de quien siempre estaría enamorada y que algún día, cuando él
decidiera dejar Brighton, estarían juntos para toda la vida. Si había algo que
realmente le molestaba, era escucharla hablar de aquello. Lo odiaba. Aunque no
al chico, porque lo conoció cuando fueron a Brighton y todos eran agradables,
sino que eso que ella decía de su primer amor. Odiaba que ella hablara de su
primer amor.
La voz de
Narel lo trajo a la realidad, estaba en la cancha, en las prácticas, distraído
pensando en su amiga y escucharla lo hizo levantar la cabeza, ella estaba junto
al entrenador y el señor no tenía buena cara, de seguro Narel lo estaba
molestando con alguna cosa. El entrenador había decidido no insistir más con
que ella se uniera al equipo de fútbol, no desde que aquella loca niña le
reventó dos neumáticos del auto porque suspendió a Alexander por un mes por
pelearse en las prácticas. A pesar de que nunca pudieron comprobar que había
sido ella, el entrenador estaba dispuesto a vender su alma asegurando que era
como él decía. Alexander sabía que a Narel le encantaba hacerlo enojar, pero el
entrenador también la usaba a ella, ya que no se perdía ninguna práctica ni
partido, entonces se aseguraba de que ella recordara jugadas importantes para
luego repetirlas o mejorarlas.
Y, luego de
terminar las prácticas, como siempre hacían, se fueron a comprar helado al
parque y después a sentarse bajo la sombra de un árbol, en un sitio baldío, que
habían descubierto luego de comenzar a pasar tiempo juntos cuando Narel llegó a
vivir a Londres. Se sentaron apoyados en el grueso tronco.
—¿Qué me
vas a regalar para mi cumpleaños? Te recuerdo que es mañana y cumplo quince.
—¿Por qué
tengo que decirte? —Lo miró frunciendo el ceño—. Sé muy bien que es mañana,
jamás lo olvidaría, y también sé cuántos cumples, nacimos el mismo año…
—Pero soy
mayor, así que me tienes que obedecer en todo —sentenció con una sonrisa
torcida.
—Sueña, Alexander.
Sueña con que algún día pase eso.
—Me
obedecerás, lo sé. —Le revolvió los rizos—. Ya verás que llegará un día en que
podré controlarte, mi poder de dios Shivá será superior al tuyo como Kali.
—Ajá y ese
día se acabará el mundo. —Él la miró boquiabierto, ella le sonrió ampliamente—.
Te regalaré una muñeca hinchable. —Se largó a reír de una manera estrepitosa, Alexander
frunció su ceño y luego sonrió.
—Mejor
regálame una de verdad, que me pueda responder a lo que le haga. —Dejó sus
manos en su nuca y se apoyó por completo en el tronco, esbozando una pequeña
sonrisa torcida.
—Como si
necesitaras que te regale una, cada chica que conoces es chica que se enamora
de ti. —Lo abrazó y escondió el rostro en el cuello de su amigo.
—¿No te dan
celos? —inquirió sonrojado por la posición en que estaban, ya que recibía la
respiración de ella y le provocaba cosquillas.
—No tengo
por qué, nunca me dejarás, no puedes vivir sin mí. —Se levantó y lo besó en la
mejilla, se volvió a acomodar de la misma manera de antes. Él simplemente la
abrazó con fuerza.
—¿Qué te
hace estar tan segura? —consultó algo sorprendido.
—Tú, solo
tú.
—¿Por qué?
—susurró con una sonrisa temblorosa.
—Porque
siempre que estás con una chica y me ves, te vas a mi lado y la ignoras. Es
algo normal, solo conmigo puedes hacer travesuras sin que te den un castigo por
meses.
—Además que
prometí cuidarte y no dejar que te hagan algo.
—Claro,
claro —suspiró recordando aquella promesa que se había cumplido muy bien por
todo el tiempo que llevaban siendo amigos. A veces sentía que Alexander la
sobre protegía, pero ellos, los Russ, eran así. Narel pensaba que eso se debía
al problema de que nunca tuvieron un padre presente, aunque ella era la menos
indicada para hablar del tema.
Luego de
conversar un rato y planear lo que harían en las vacaciones en la casa de
campo, que ya estaban a la vuelta de la esquina. Alexander la dejó en la puerta
de su casa. Pero, a las doce de la noche ya se encontraba metida en su cama y
con el teléfono en las manos, le mandaría un mensaje a su mejor amigo por haber
cumplido los quince, quería ser la primera, pero también deseaba hacerlo
esperar y que se desesperara pensando que no lo saludaría. Aunque al final
terminó enviando el mensaje dos minutos luego de medianoche, el cual decía lo
siguiente: «Feliz cumple, idiota. Mañana te cantaré una canción. Quiero ser la
primera, te mando un montón de besos y sueña conmigo», el signo de guiño de un
ojo le seguía y algunas caras sonrientes. Recibió una contestación casi
inmediata: «¡Perdiste! Nick y Leah ya se me lanzaron encima, fuiste la tercera,
pero bueno, será para el próximo año. Y no, no soñaré contigo, sino que con
alguna linda y sexy actriz». Narel sonrió por aquello, dejó el teléfono sobre
la mesita de noche, apagó la luz y se durmió.
A la mañana
siguiente —y como el resto de los días—, Alexander pasó a recogerla a su casa.
Apenas lo vio se le lanzó a los brazos y lo llenó de besos en la cara, él
simplemente se dejó y la rodeó por la cintura, era su día y ella debía
complacerlo en todo, o por lo menos así pensaba aunque dudaba que su amiga lo
hiciera de la misma manera. El sábado sería el día que se lo celebrarían con
una fiesta en un local arrendado por su madre y Thomas, Garreth llegaría antes
del viernes y así todos sus hermanos estarían presentes. Además de Narel,
obviamente, sus compañeros de salón, los del fútbol, algunas personas del
edificio donde vivía y otros de su antigua casa. Entrecruzó los dedos y la
agarró con firmeza, por un día la tendría a su antojo, costara lo que costara,
ya lo había decidido.
Le dijo que
no le daría su regalo por sus quince hasta el sábado en la fiesta, a pesar de
todos los reclamos de Alexander para que se lo diera, se negó rotundamente y se
dedicó a molestarlo con aquello, a darle pequeñas pistas sin resolver, eso era
mejor que cualquier cosa, además que el lunes siguiente a la fiesta, se irían a
la casa de campo de los Russ a pasar unas semanas.
Aquel 11 de
junio acabó con un ceño fruncido por parte de él y una enorme sonrisa por parte
de ella. El resto de los días que quedaban se la pasó molestándolo con su
regalo, hasta el punto de que, llegado el sábado, lo primero que abrió Alexander
fue el presente de su amiga.
—Es…
¡Genial! Es decir, tenía las otras, pero esta… —Miró lo que tenía en sus manos
con ojos brillosos, era una camiseta de su equipo de fútbol favorito, a pesar de
que tuviera varias de todas las veces que las han cambiado, esta era especial y
no solo por ser un regalo de Narel.
—Es porque
dice «Alex Russ» en lugar del nombre de un tonto futbolista —sonrió al mirarlo,
él le regaló unos ojos reprobatorios—. Además, me encargué de que fuera tu
número favorito el que saliera y no cualquier otra cosa fea. El caballero hizo
como cinco y ninguna me gustó…
—¿Y te dejó
cambiarlas?
—Claro,
sería idiota si no lo hiciera, tiene un enorme cartel que dice: «si no estás
conforme, te devolvemos el dinero o te hacemos otra».
—De seguro
el pobre nunca imaginó que alguien como tú llegaría a reclamar tanto. —Comenzó
a burlarse mientras metía la camiseta dentro del paquete, luego la mostraría
junto al resto de los obsequios.
—Sabes que
no soy tan así, solo un poco… Pero como sea, quería que quedara bien, muy bien,
y no me quedó de otra más que sacar mi lado fastidioso que, en esos casos,
siempre suele estar escondido. —Alexander río por eso y la tomó de la mano para
acercarse a la pista de baile—. No quiero… —Se detuvo e intentó soltarse
ejerciendo fuerza con su cuerpo hacia atrás.
—No hagas
escándalos, es un pequeño baile. ¿O prefieres que lo haga con otra?
—Si
quieres, sabes que no me gusta. —Él rodó los ojos, fastidiado, y la jaló con
fuerza—. ¡Alexander!
—¡Es mi
cumpleaños! ¿No puedes hacer, aunque sea una vez, lo que yo quiera? —La miró
directo a los ojos al detenerse.
—Bien…
—farfulló y caminó de manera correcta junto a su amigo.
—Gracias
—dijo con los dientes apretados, posó sus manos en la cintura de Narel y ella
lo abrazó por el cuello—. Son lentos, con estos no me pisas ni te caes. —Lo
miró feo, su amigo sonrió y comenzó a darle unos giros al ritmo de la música.
El resto de
los invitados bailaban, reían, comían, hablaban y los más pequeños corrían de
un lado a otro. Ella le había manifestado su deseo por ir a jugar con los
pequeños, pero Alexander alegó que en su día harían lo que él quería y a su
amiga no le quedó más que acatar, todo por ser su cumpleaños, sino ya lo
hubiera mandado por un tubo.
La música
cambió y los lentos se acabaron, llegó el ritmo más movido y Narel comenzó a
dar saltos alrededor de su amigo, este intentaba seguirla bailando, pero cada
vez le resultaba más imposible debido a que no se quedaba quieta, movía la
cabeza, sus rizos iban de un lado a otro, chocaba con las personas y se hacía a
un lado para que no se dieran cuenta que fue ella quien los empujó, hasta que,
fastidiado, la agarró por la cintura y la detuvo.
—Te he
dicho que no sé bailar —reclamó inflando las mejillas.
—Lo sé, lo
sé, ¡pero ya basta! Creen que soy yo el que anda empujando. —La soltó un poco y
la alejó algunos centímetros, se quedó mirándola fijamente.
—Quieres
besarme y abrazarme. —Empezó a cantar con burla sin perder de vista esos ojos
celestes—, y apretujarme en tus brazos… —Alexander la volvió a acercar a su
cuerpo lentamente, ella lo miró confundida—. ¡No lo hagas! —gritó apretando sus
ojos, moviendo su cara a un lado y estrellando el puño en la nariz de su amigo.
—¡¡Maldición,
me la rompiste!!
Rápidamente
la soltó y avanzó al baño con grandes zancadas, Narel lo seguía de cerca,
corriendo a su lado y se coló al interior junto con él. Comenzó a limpiar la
sangre que le salía y ella lo ayudaba pasándole papel higiénico o algo que le
ayudara con la hemorragia, pero cada vez que él la miraba, recibía enojo de su
parte, sin importar todos los «lo siento» que le pronunció. Una vez que ya no
sangró más, volteó y ella retrocedió unos pasos frente aquellos ojos, pero él
fue más rápido y le tomó la mano para que no arrancara.
—¡¿Qué
creíste que te haría?! —preguntó colérico.
—Besarme…
—¡¿Me crees
tan estúpido como para hacer algo así?!
—Te estabas
acercando demasiado…
—¡¡No me
gustas y no te besaría ni en un millón de años!! —exclamó iracundo y luego se
arrepintió de sus palabras al pensar que le haría daño.
Mas no pasó
aquello, Narel lo abrazó con fuerza y enterró el rostro en el pecho de Alexander,
él comenzó a calmarse con lentitud, luego la aferró con sus brazos y le
acarició el cabello con suavidad.
—Lo siento
—susurró saliendo de su escondite, por unos momentos su amigo pensó que
lloraba, pero no era así—. No quería golpearte tan fuerte…
—Ya no
importa, si igual exageré. —La separó un poco y la besó en la frente—. He
recibido golpes peores y solo te quería molestar por la canción, no pensé… —Se
detuvo y tocó su adolorida nariz—. No pensé que reaccionarías así…
—Me
asustaste… No quiero dejar de ser tu amiga y si pasa algo de eso, no volveremos
a serlo si nos peleamos…
—¿Has
estado viendo mucha tele?
—Algo…
—No lo
hagas tanto. —La tomó de la cintura y salieron del baño.
Se
encontraron con Thomas en el camino e inmediatamente le preguntó qué le había
pasado, Narel enrojeció al instante, Alexander empezó a contarle lo sucedido,
su hermano mayor estalló en carcajadas, tanto que se aferró el estómago
aguantando el dolor. Los dos chicos lo miraron con el ceño fruncido, aparte de
la molestia que sentía en su nariz y el susto que se llevó ella, tenían que
aguantar las burlas de aquel. Dieron la media vuelta y lo dejaron solo.
—¿Te vas a
quedar a dormir conmigo? —inquirió mientras Narel le ponía un hielo en la
nariz.
—Si aún
quieres… después de esto…
—Sí quiero
—contestó interrumpiéndola—. Igual estás sola y es mejor que te quedes en casa,
conmigo…
—Pero no
traje pijama, es más, ni siquiera traje algo con qué abrigarme…
—Eso da
igual, si puedes dormir con mi camiseta. —Le quitó el hielo y la tomó de la
mano—. Ahora pagarás por lo que me hiciste…
—No es
justo, nada de venganzas, ya te dije que lo sentía. —Volvió a jalar con su
cuerpo haciendo presión hacia atrás.
—No me
interesa, te daré donde más te duele. —La soltó y con rapidez la abrazó por la
espalda empujándola a la pista—. Vamos a bailar.
—No quiero…
—Pero ya era tarde, Alexander la tenía firmemente agarrada y no la dejaría ir
por nada.
La fiesta
continuó, las felicitaciones ya habían acabado y pocos recordaban el motivo que
los juntaba allí, quizás hasta el mismo festejado —que se encontraba de brazos
cruzados y ceño fruncido mirando a Narel bailar con Nicholas— lo hubiera
olvidado de no ser por los regalos que de vez en cuando le sacaban una pequeña
sonrisa.
Lentamente
se empezaron a retirar, los más pequeños comenzaron a dormirse y los mayores
debían cargarlos. Los Russ fueron los últimos en irse a su hogar por ser
quienes organizaron todo. Por suerte los invitados no se quedaron hasta muy
tarde —apenas eran las dos de la madrugada cuando los rezagados se estaban
marchando—, ya que debían preparar todo para su partida a la casa de campo que
se había fijado para el lunes.
Tal y como
dijo Alexander, Narel se quedó a dormir con él, aunque su mamá lo obligó a
hacer una cama en el piso y pasarle la de él a su amiga, ella no reclamó y se
durmió casi al instante de apoyar la cabeza en la almohada, ignorando todos los
gruñidos de enfado de quien estaba en el suelo.
El lunes
llegó en un abrir y cerrar de ojos, y antes del mediodía tenían todo listo para
partir a la casa de campo donde estarían por dos semanas. Alexander había
planeado todo desde que a Narel le dieron permiso para ir con ellos, tenía las
cosas fríamente calculadas, las travesuras que harían, los lugares a donde
irían, las cosas que tendría que hacer ella por pagarle aquel golpe que recibió
para su cumpleaños y, quizás, podría entender qué le pasaba a su cabeza y
cuerpo cada vez que pensaba en su amiga. Eso lo venía fastidiando de hace unos
meses y comenzaba a hartarse de aquellos sueños en medio de la noche, lo malo
era cuando ella se quedaba a dormir con él, porque no era capaz de controlar sus
instintos. «Es la dura adolescencia y tú estás en la edad del pavo», recordó
que le dijo Thomas hace unos días cuando lo pilló observando a Narel fijamente,
no supo qué decir y sintió sus mejillas arder, su hermano mayor sonrió
burlescamente logrando que Alexander frunciera su ceño y le mostrara los puños.
Para su suerte, su amiga era demasiado despistada para notar esas cosas, además
que ni ganas tenía de tener novio.
Cada vez
que iban a la casa de campo con la madre de los muchachos, obligaba a Alexander
a dormir solo y mandaba a Narel con Leah, ella no tenía problema alguno con
eso, pero él siempre terminaba enojado. Luego de instalarse en la habitación de
siempre, salió a ver si el enojo de Alexander había pasado, iba silbando y
tarareando alguna canción cuando llegó hasta su recámara y como la puerta
estaba entreabierta, no llamó y entró. Su amigo estaba haciendo abdominales.
—Estás de
vacaciones, no deberías hacer eso…
—Tengo que
mantenerme en forma para ser un gran futbolista profesional y poder jugar en el
equipo de mis sueños…
—En el
Manchester —añadió emocionada con los ojos brillosos. Alexander suspiró.
—Bah, en el
Arsenal, no hay equipo mejor que ese. —La miró con una sonrisa de medio lado al
ver su mueca de fastidio.
—Olvidaba
que te gustan las basuras… —Su amigo echó a reír, ya se había acostumbrado a
que con ella podía hablar libremente de fútbol—. ¿Ya viste la goleada que le
dio el Manchester en el último encuentro? ¡Claro que sí! Si me estuve burlando
por horas. ¿Y aun así dices que es el mejor equipo? Nah, a veces creo que, de
futbolista, ni las pelotas. —Alexander frunció su ceño al escucharla hablar
así, a veces olvidaba que era chica.
—Que estén
pasando por una mala temporada no significa que sean malos…
—Una mala
temporada de hace años —interrumpió sentándose en el piso.
—Bien,
bien, lo que digas. —Odiaba perder, pero sabía que si seguía ella sería capaz
de enumerarles todos y cada uno de los goles que el Manchester llevaba en la
temporada, con el único fin de dejarlo en ridículo.
—Algún día
tendré un novio futbolista que me pasee en sus lujosos autos últimos modelos…
—Y ese día
morirá un cristiano… —susurró bastante bajo.
—¿Qué
dijiste? —Arqueó una ceja al mirarlo.
—Nada,
nada, solo que recordé una canción y la tarareé. —Se hizo el loco para
despistarla.
—¿Qué
canción? —preguntó emocionada—. Cantemos los dos.
—No, ya se
me quitaron las ganas, además me haces perder la respiración y ya olvidé
cuantos abdominales llevo.
—Idiota…
verdad que los hombres no pueden hacer dos cosas a la vez…
—Y las
mujeres no pueden mantener la boca cerrada. —Sonrió con burla al pensar que la
ofendía.
—Es verdad,
yo soy el más claro ejemplo. —Alexander rodó los ojos—. ¿Quieres que te ayude?
—Vale,
afírmame las piernas con fuerza… Si es que tienes algo. —Se carcajeó cuando
ella se sentó sobre sus pies y le abrazó las piernas apretándoselas fuerte.
—Tú si
sabes que tengo fuerza, no por nada siempre te dejo morado o te rompo algo
cuando te golpeo. —Las carcajadas se detuvieron y él la miró con el ceño
fruncido.
—Y ahora
que me lo recuerdas… —Continuó con sus ejercicios—. Me debes la venganza por el
golpe en mi cumpleaños…
—Eh… pero
tú no eres vengativo… —dijo sonriéndole tiernamente para hacerlo cambiar de
parecer.
—Sí lo soy,
así que prepárate. —Le sonrió con sarcasmo y ella frunció su ceño.
—Mejor haz
tus abdominales —ordenó de mala gana y él continuó respirando para volver a
tomar el ritmo.
Alexander
se le quedó mirando fijamente a los ojos, Narel le sonreía mientras lo
vitoreaba cada vez que hacía uno, él simplemente rodaba los ojos frente a tal
escándalo, aunque no negaba que le gustaba que ella lo estuviera apoyando y,
más que cualquier cosa, que le hiciera compañía y lo consintiera cuando le daba
gana. Comenzó a cansarse cuando llegó a los doscientos y algo, dijo que
llegaría a los trescientos, pero no sabía cuántos contar de los que había hecho
antes.
—Ya estás
cansado —susurró al notar que cada vez tardaba más en llegar arriba.
—Bah.
—Sí lo
estás, se nota en como respiras y lo lento que te pusiste —aseguró sin perderlo
de vista—. ¿Sabes lo que se dicen las chicas cuando comienza a pasarles esto?
—Él negó con la cabeza—. Que te imagines que quien te afirma las piernas es el
amor de tu vida. —Alexander la miró algo asombrado, pero ella no se percató—.
Piensa que aquí está alguien que te guste, en lugar de mí, y así terminarás
rápido.
No le costó
mucho imaginar aquello, porque quien le afirmaba era la chica por la que su
corazón latía, aunque ella no lo supiera y quizás nunca se enteraría. No sé dio
ni cuenta cuando comenzó a llegar cada vez más arriba y con rapidez, sus ojos
se perdían en los de Narel, a la vez que la veía sonreír y esos labios lo
hipnotizaban, quería llegar a ellos y robarle un beso, pero cuando estuvo solo
a unos milímetros, su amiga gritó entusiasmada porque había llegado a su meta.
Alexander
se dejó caer tragando aire a grandes bocanadas, se sentía cansado y desanimado
al no poder besarla, Narel lo miró divertida y después frunció su ceño, él no
entendió por qué.
—Idiota,
así morirás.
—¿Qué?
—preguntó sin entender mientras la miraba ponerse de pie.
—Que
morirás. ¿Cuántas veces te han dicho que no te acuestes después de hacer
ejercicio? Morirás.
—Vale,
vale, me levantaré —dijo suspirando y sentándose. Enseguida Narel se le lanzó a
los brazos y lo rodeó por el cuello.
—No quiero
que mueras. —Alexander sonrió y la abrazó fuerte—. Quiero que me lleves a montar
a caballo y si mueres todos se pondrán tristes y volveremos a Londres, y no
quiero. —Él suspiró, todo iba demasiado bien como para que durara.
—Deja que
me dé una ducha…
—Nah, si
volverás a sudar de nuevo mientras juguemos. —Se puso de pie y comenzó a
jalarlo para que la imitara.
—Bien,
bien, haremos lo que tú quieras.
—Aunque…
—Volteó para mirarlo—. Puedes cambiarte la camiseta, esa está toda mojada…
—Lo que
digas —respondió con un suspiro y se quitó la prenda de vestir.
Narel se le
quedó mirando mientras Alexander buscaba qué ponerse, de la última vez que lo
había visto así sus músculos crecieron bastante, aunque lo veía casi seguido solo
en bóxer o traje de baño. Sintió que sus mejillas le ardían al momento en que
sus ojos se quedaron prendados en los pectorales de su mejor amigo.
—¿Qué me
ves? —preguntó divertido frente a ella.
—Eh… Nada.
—Le sonrió tímidamente y volteó.
—¿Te
gustan? —cuestionó al tomarle la mano y jalarla a él. Dejó que la palma de Narel
se posara en su pecho.
Ella se le
quedó mirando medio embobada y Alexander aprovechó aquello para abrazarla por
la cintura y mirarla divertido, Narel no quitó su mano, luego meneó la cabeza y
lo miró fijamente.
—Te estás
volviendo mucho músculo y nada de sesos.
—Y también
mucho más lindo y sexy, ya tengo quince y soy todo un hombre.
—Ajá. —Ella
rodó los ojos y él sonrió, la abrazó más fuerte y la atrajo más a su cuerpo.
—¡Nar! —Nicholas
entró sin siquiera golpear y Alexander la soltó rápidamente para ponerse la
camiseta—. Thomas nos llevará a ver los caballos y ¡podremos montarlos! ¡Vamos,
vamos que nos dejan! —La tomó de la mano y comenzó a jalarla, del otro lado
sintió el tirón de Alexander.
—¡Auch!
—gritó y ambos hermanos la soltaron—. No soy de plástico, ni de goma, un poco
más de cuidado conmigo no les vendría mal.
Aquel
viaje, quizás, solo se vio ennegrecido porque Narel se cayó del caballo cuando
competía contra Alexander. A pesar de que fue una caída leve, tanto Thomas como
Helen no la dejaron volver a montar y la mantuvieron quieta. Además, si quería
ir al campamento de todos los años con Alexander y Ashley, debía cuidarse.
Cuando el verano
acabó y las clases se retomaron, Narel seguía siendo la única de los tres que
aún no cumplía los quince años, a ella le tocaba casi al final de todo. Pero
eso no era impedimento para nada, esa nueva temporada de estudios tenían una
programación demasiado ocupada, según Alexander y Ashley, porque al fin los
dejarían participar de los bailes estudiantiles. A Narel, obviamente, eso no le
llamaba la atención, pero por los otros dos, a quienes consideraba sus mejores
amigos, participaría en un único y primer baile, después inventaría alguna
excusa para no ir. Aprovecharía que ese año sus tíos, con las pequeñas mellizas
que tenía de primas, se quedarían en Londres y diría que debía pasar tiempo con
ellas, aunque no fuera verdad, las usaría. Ella ya tenía todo fríamente
calculado en su mente.
Cuando se
llega a los quince años, la vida de todo chico cambia. O eso era lo que pensaba
Alexander, ya que, según él, desde que se casó Thomas, pasó a ser el hombre de
la casa, el encargado de sus hermanos pequeños. Pero solo era de palabra,
porque en realidad no hacía nada de aquello. Excepto, tal vez, que los llevaba
al establecimiento a estudiar. Eso sí, más se preocupaba Narel de Nicholas y Leah,
ya que Alexander se iba jugando con la pelota la mayor parte del tiempo.
—¿Entonces?
—preguntó impaciente.
—No
lo sé —contestó dubitativa—. Bien sabes que no soy buena para bailar.
—Pero
es el primero al que podemos asistir —reclamó haciendo un puchero.
—Lo
sé, pero…
—Nada
—interrumpió, casi con un grito—. Pasaré por ti a las siete, estés o no lista.
Te llevaré obligada si puedo.
Luego
de esa amenaza, se dirigió a su casa para preparase. Al fin podían asistir a su
primer baile sin tener que entrar sin permiso y eso lo emocionaba. No por el
baile en sí, sino que el hecho de sentirse grande, todo un hombre. Ella, en
cambio, la idea no le gustaba, nunca fue buena para la danza, poseía dos pies
izquierdos, pero si debía acompañar a Alexander lo haría, y más después de
aquellas palabras.
Pasados
unos minutos después de las siete, el chico tocó el timbre de la casa de su
amiga. Cuando la vio con un vestido, por primera vez uno no tan infantil,
sintió que sus mejillas se le coloraban. Sonrió, solo tenía unos hilitos de
mangas, de seguro le daría frío.
—Vamos
—dijo al llegar a su lado.
Ella
asintió con la cabeza y desparecieron por la puerta, dirigiéndose al mismo
lugar de todas las mañanas: el establecimiento educacional. Bailaron, rieron,
bebieron, comieron y se divirtieron hasta que acabó el baile, su primer baile.
—Cuando
sea nuestro último tiempo aquí —dijo mientras comenzaban a salir del gimnasio—,
nosotros nos llevaremos esas coronas —le guiñó un ojo.
—Está
bien —sonrió mostrando felicidad por lo bien que lo había pasado—, pero no
quiero esas flores. No me gustan, prefiero apreciarlas al natural.
—Mandaré
a decir que ese año no queremos flores como obsequio.
Ambos
rieron por aquellas cosas, como si fueran a ser tomados en cuenta para sus
exigencias. Al salir, el frío aire provocó que los brazos de ella se
entumieran, mientras que él se arropó en su chaqueta. Narel se abrazó a sí
misma al caminar. Alexander observó aquello.
—Te
iba a decir —mencionó con una risa— cuando te vi con ese vestido, en tu casa,
que te abrigaras porque haría frío. Pero no lo hice porque solo a ti se te
ocurre salir de esa manera cuando aún no hace tanto calor.
—Esto
lo trajo mi madre —protestó con dureza, en parte por el frío y porque Alexander
estaba hablando sin saber realmente lo que pasó—. Yo estaba lista con
pantalones… —Un estornudo no la dejó que terminara de hablar.
—Mejor
nos apuramos antes que enfermes.
—Lo
ideal sería que tú me prestaras tu chaqueta —reclamó apurando el paso, ya que
él comenzó a dar grandes zancadas.
—¿Por
qué tendría que hacer eso? —preguntó risueño—. Yo me preocupé de abrigarme, si
tú no lo hiciste, no es mi problema.
—Porque
es lo que hacen los chicos cuando su pareja de baile tiene frío.
—¿De
dónde sacas esas cosas? —consultó estallando en risas.
—De
la televisión —contestó con sabiduría—. De las películas de bailes y esas
cosas.
—¿Qué
haces tú mirando eso? —cuestionó sin poder ocultar las carcajadas, ella no era
de las románticas.
—A
veces no hay nada más que hacer —suspiró con resignación al ver su casa,
definitivamente Alexander era un caso especial y perdido.
Supuestamente
los quince años de una chica nunca se olvidan, y a ella le quedaba poco para
cumplirlos. Helen se había ofrecido a ayudarla en todo lo que fuera necesario,
pero a Narel no le gustaban los bailes, así que llegaron al acuerdo que solo
sería una reunión en el departamento con pastel y estarían los que ella
consideraba importantes. Thomas se encargó de avisarle a Ralph para que asistiera,
aunque este no pudo porque se encontraba en otra ciudad.
Pero
antes de eso, el colegio al que asistían preparó un baile junto a otro
establecimiento de la localidad, y era para ello que se preparaban esa noche. Alexander
pasó por Narel a las siete, como habían quedado, y se dirigieron al
establecimiento. Esta vez ella llevó una chaqueta que dejó en su casillero,
porque de Alexander y su caballerosidad se podía esperar cualquier cosa.
Estuvieron
bailando y divirtiéndose gran parte de la velada, hasta que ella tuvo que ir al
baño. Cuando volvió, no vio a su amigo donde lo había dejado. Comenzó a
buscarlo entre los que se encontraban, hasta que lo distinguió bailando con una
chica rubia y de buen ver. Decidió no interrumpir y fue por algo de beber.
Allí
estaba Ashley, quien le relató una pequeña discusión que tuvo con su novio,
minutos antes, y que ahora deseaba ir a su casa, se encontraba cansada del
baile. Narel intentó hacerla cambiar de parecer, pero por más que se lo
proponía no resultaba. El cansancio se hizo presente y dejó a su amiga que
hablara, hacía como que la tomaba en cuenta, pero en realidad su mente viajaba
lejos, a lo que sus ojos le mostraban: su mejor amigo bailando.
En
realidad, nunca se había detenido a pensar en que alguien nuevo llegaría a sus
vidas, tanto a la de ella como a la de él, y eso la descolocaba un poco. Alexander
siempre le daba preferencia frente a cualquier chica y ella en realidad no
conversaba mucho con chicos sin que Alexander estuviera presente, él muy pocas
veces la dejaba sola. Comenzó a sentir celos de que quisieran arrebatárselo o,
mejor dicho, de que todo lo que tenía desapareciera. Observó que, de un momento
a otro, ambos chicos salieron hacia el patio. Dejó a su amiga hablando sola y
los siguió, escabulléndose entre la gente y escondiéndose por los pilares del
establecimiento para que no la vieran.
Se
detuvieron cerca de la cancha, pero no se sentaron en las bancas. Notó a la
chica que se abrazaba a sí misma, se estaba volviendo frío, Narel también podía
sentirlo en sus brazos descubiertos. Fue cuando se dio cuenta que Alexander sí
poseía caballerosidad, ya que se sacó su chaqueta y la dejó sobre los hombros
de su acompañante.
Por
primera vez desde que lo conoció, sintió ganas de arrancar de él. Y así lo
hizo. Se dirigió a su casillero con rapidez, tomó la chaqueta, se la puso y
desapareció del baile y del establecimiento. Caminó hasta su hogar sin tener en
algo fijo que pensar, muchas ideas cruzaban su mente, pero nada en concreto.
Cuando
llegó a la esquina de su casa, vio a Ashley y a su novio reconciliándose. No
quiso interrumpirlos y pasó por la acera del frente, luego cruzó y entró a su
hogar a toda prisa, directo a su habitación, quizás una noche de sueño lograría
que su mente se despejara.
Al
salir de su ducha matutina, vio que su celular tenía la pantalla encendida. Lo
tomó y vio que Alexander la llamaba, recordando que lo dejó en silencio por si
acaso al chico se le ocurría molestarla en medio de la noche, como solía
hacerlo con frecuencia.
—¡Hola!
—saludó efusiva como siempre, tratando de ocultar la molestia que sentía desde
la noche anterior.
—¿Dónde
te metiste anoche? Te busqué por todos lados y no respondiste mis llamadas.
—Me
vine a casa —contestó con tranquilidad sentándose en su cama—. Cuando salí del
baño no te vi, te busqué y estabas con una chica, no quise interrumpir.
—Bueno…
ella… Como sea, no debiste irte sola —regañó a través del auricular—. En un
rato estoy allá, necesitamos hablar.
El
pitido de sin señal sonó luego de eso, dejando a Narel con la palabra en la
boca, sin poder contestar a lo dicho por su amigo.
Algunas
cosas deben ser así, están escritas para ello y no se sabe a ciencia cierta la
razón. Suele decirse que es para dar una enseñanza, otros simplemente lo llaman
destino. Pocas semanas después del baile, Alexander presentó a Marianne como su
novia a toda su familia. Ella ya lo sabía, aquel día después de haberlos visto
juntos, la llevó a que la conociera, como su mejor amiga, sería la primera en
ser presentada.
Al
principio las cosas continuaron como siempre, con peleas y diversiones. Quizás,
la única diferencia, era que el tiempo debía dividirse. Ella lo comprendió y no
tuvo problemas con ello, puso de su parte para que su amigo conociera eso que
le llaman amor. Pero, sin darse cuenta, comenzó a alejarse, los fines de
semana, que era típico que los pasaran juntos, casi no lo veía porque él salía
con su novia y ella se quedaba en el departamento de Thomas jugando con
Nicholas y Elijah. Se comenzó a conformar con tenerlo cerca todos los días en
el colegio.
—¿Qué harás
el sábado? —Se sentó en el penúltimo asiento.
—No lo sé.
—¿Sabes
hace cuántos sábados que no salimos? —preguntó observando fijamente el perfil
de su amiga, sentada junto a él en las gradas.
—No
—contestó con la mirada perdida al frente—. ¿Y tú? —Alexander negó con la
cabeza y dirigió sus ojos en la misma dirección que Narel—. Entonces no hay
problema, además… Ya da igual.
—¿Qué has
estado haciendo esos días? —inquirió sutilmente mirando sus pies.
—No mucho,
dormir hasta tarde, jugar PlayStation, hacer tareas, salir con las mellizas… Lo
de siempre…
—¡No es lo
de siempre! —gritó volviendo a mirarla—. ¡Ya no vienes a las prácticas!
—No es mi
culpa, duermo hasta tarde… Además, ya soy titular del equipo de baloncesto y
debo enfocarme en eso. —Alexander apretó sus puños sobre sus muslos.
—Salgamos
el sábado, así como antes…
—¿Tú y yo?
—Volteó para mirarlo fijo a los ojos mostrando asombro.
—Sí, tú y
yo…
—¿Solos los
dos?
—Sí, solos
los dos —respondió fastidiado—. ¿Quieres sí o no?
—Sí quiero.
—En ambos rostros se dibujó una enorme sonrisa—. ¿A dónde iremos? ¿Qué haremos?
¡Será tan genial! —Se le lanzó encima y lo abrazó con fuerza.
—Primero
vendrás a verme a la práctica, después iremos a comer por ahí y luego no lo sé,
ya veremos. ¿Te parece?
—¡Estoy de
acuerdo! —exclamó emocionada y luego lo llenó de besos en las mejillas, Alexander
simplemente sonrió.
El receso
acabó y partieron al salón, solo quedaban dos días para el sábado y Narel se
hacía ilusiones con que las cosas comenzarían a tomar el ritmo anterior, a
pesar de que su amigo tuviera novia. Estaba tan contenta que no paró de hablar
hasta el tan esperado día, aunque las cosas no fueron como esperaba. Alexander
pasó por ella cerca de las ocho de la mañana, bajó corriendo las escaleras
mientras se ponía una delgada chaqueta y se metía a los bolsillos el teléfono,
llaves y algo de dinero. Se dirigió a la cocina para asegurarse que la puerta
estaba bien cerrada y, al volver a la sala para salir, miró por la ventana y se
dio cuenta que a su amigo lo acompañaba Marianne. Apretó los puños y soltó un
largo y pesado suspiro, una gran sonrisa apareció al instante y abrió
encontrándose con ambos chicos a quienes saludó efusivamente. Muy equivocada
estaba, ya nada volvería a ser como antes.
—¿Sabes? —Alexander
la miró desconcertado cuando la vio detenerse frente a la puerta de su casa,
habían estado en completo silencio todo el camino y ahora ella hablaba con los
ojos cristalizados. Él negó con la cabeza—. Te quiero mucho… —Volteó e hizo el
intento de meterse a su hogar.
—Nar… —La
detuvo tomándole del brazo, pero no dijo más porque su amiga se lanzó a los
brazos escondiendo su rostro en el cuello.
—Pase lo
que pase y aunque tengas un millón de novias… —balbuceó entre sollozos, Alexander
la apretó con más fuerza—, y a pesar de que yo también pueda tener uno… —Su
amigo casi la dejó sin respiración—. Siempre serás lo más importante y no te
dejaré de lado… siempre serás el chico más importante para mí… —Lo soltó con
rapidez, y como pudo, para correr al interior de su casa sin mirar atrás.
Alexander
no alcanzó a hacer nada más, se quedó varios minutos mirando la puerta, aunque
sabía que no volvería a abrirse, por un lado, comprendió las palabras de su
amiga, él la había dejado de lado cuando empezó a salir con Marianne y cuando
salía con Narel, también iba con su novia. ¿Pero acaso ella no haría lo mismo
si tuviera novio? Apretó los puños frente a esa idea, a pesar de que él tenía a
Marianne, Narel seguía siendo una niña y nadie se la merecía, solo él, aunque
estuviera ocupado. Pateó el suelo con frustración al comenzar a caminar a su
casa, quizás su novia y su mejor amiga necesitaban más tiempo juntas… Sí, eso
haría, las llevaría a ambas por allí más seguido, así serían buenas amigas y no
tendría que dejar de lado a ninguna. A veces se asombraba por ser tan genio.
La
rutina de no verse como antes continuó, Narel se acostó en el sillón de la sala
y miró al cielo, pensando en todo lo sucedido en los últimos días. Después de
muchos años, volvió a sentir que Londres era una asquerosidad y era mejor
volver a sacar la maleta. Fue entonces que comprendió que el tiempo no se lo
daba porque quería que él pasara con su novia, sino que lo hacía porque le
molestaba verlo con ella, pero a la vez la chica le agradaba. Un sinfín de
emociones comenzó a llenar su cuerpo, y entendió lo que realmente le pasaba, a
ella le gustaba Alexander, pero eso era imposible, él era su mejor amigo y
tenía novia.
Apagó
la radio y se puso de pie, daría una vuelta por los alrededores de su casa, no
tenía ganas de estar sola en aquel lugar sin vida. Estaba por subir la escalera
cuando escuchó que golpeaban la puerta con fuerza. Giró y en unos cuantos
pasos, abrió.
—¿Qué
pasa? —preguntó al ver esos ojos hinchados.
Él
simplemente ingresó y la abrazó con fuerza, echándose a llorar sobre su hombro
y sin consuelo. Ella, como pudo cerró la puerta y lo apretó entre sus brazos
tanto como podía. Cosas simples pueden más que mil palabras. Cuando se
tranquilizó, subieron a la habitación y se acostaron en la cama.
—¿Recuerdas
que una vez te dije que yo le ganaría en todo a Thomas?
—Sí,
lo recuerdo muy bien —contestó abrazándolo.
—Creo
que… —Se detuvo y ella sintió una lágrima caer en su frente—. La embaracé. —Se
levantó y lo miró a los ojos—. ¡Puedes creerlo! ¡Apenas tengo quince años y
seré papá! —El llanto volvió a hacerse presente—. ¿Qué se supone que debo hacer
ahora? ¿Cómo debo comportarme? ¿Qué le digo a mi madre? —La tomó en sus brazos
y la abrazó como si no hubiera un mañana.
—¿Cuándo
lo supiste? —interrogó sin salir del asombro, nunca pensó que algo así pudiera
ocurrir.
—Esta
mañana —respondió entre sollozos—. Me mandó un mensaje a mi teléfono.
—¿Ya
fuiste a hablar con ella?
—No,
cuando me tranquilicé me vine directo a acá. —La separó un poco y la observó a
los ojos, ella no sonreía.
—Debes
ir con ella, imagino que la debe estar pasando mal.
—¿Y
qué le digo? ¿Qué hago? —La desesperación sonaba en el tono de su voz.
—Que
vas a estar con ella y con el bebé en todo momento, así como Thomas… —Narel lo
miró a los ojos y Alexander a ella.
—Pero…
es diferente… Thomas y Helen…
—Ellos
se aman… ¿No es solo la gente que se ama la que hace lo que hiciste? —Alexander
la miró sin responderle, ella seguía siendo demasiado inocente—. ¿Acaso tú…?
—No
lo sé, es decir… —Comenzó a mirar a cualquier lado, sin dejar su vista fija—.
Al principio pensaba que… —Posó sus ojos en ella y con determinación en su
mirada terminó de hablar—. Quiero tener al bebé, quiero que mi vida sea como la
de Helen y Thomas, quiero hacerlo posible.
—Entonces
no seas idiota y ve con ella —ordenó con una sonrisa—. Te ha de estar
esperando.
Eso
era lo que necesitaba, que su mejor amiga lo orientara. La abrazó con fuerza y
besó su frente como solía hacer desde que sobrepasó su estatura por casi una
cabeza y, tal como llegó, se fue. Narel sintió una lágrima rodar por su
mejilla, se dejó caer en la cama, si en algún momento creyó que podría tener
algo con Alexander, se había acabado en ese preciso momento, él sería siempre
su imposible. Lo que sí aprendió a hacer muy bien, fueron sonrisas falsas.
Cuentan
que un hijo puede cambiar por completo la vida de las personas, y eso fue lo
que Alexander aprendió a tan temprana edad. Tuvo que hacerse cargo del pequeño
cuando nació, de nombre Joshua, junto a la que había escogido como la compañera
de su vida y, además, seguir adelante con sus estudios, porque no se podía
permitir vivir de las sobras de la empresa que montaron entre todos los
hermanos, de la cual su madre también era partícipe, él debía tener un buen
futuro, por Marianne y por su hijo.
Para
Narel la situación fue algo extraña, se había dado cuenta de sus sentimientos
hacia su mejor amigo el mismo día en que él le confesaba que sería papá. Y
aquello también la había afectado, sus padres, que nunca estuvieron presentes,
decidieron cumplir con su rol y le dijeron que debía alejarse de Alexander, que
él no era una buena relación y podía arruinar su futuro en caso de que quisiera
seguir sus pasos. Narel aquello lo tomó como una declaración de guerra, prácticamente,
por parte de sus padres, y si ya poco y nada de afecto les tenía, desde ese
momento les tuvo mucho menos y los ignoró. Lamentablemente, lo que no pudo
evitar fue que la cambiaran de salón en el instituto y la separaran tanto de
Alexander como de Ashley.
A
pesar de todo, ella seguía apoyándolo en todo, le encantaba ir a jugar con el
pequeño y la relación con el resto de la familia Russ seguía como siempre. Mas,
algo en su interior le decía que debía alejarse por su bien, quizás sus padres
no estaban tan errados, y es que ella seguía sintiéndose atraída por su amigo.
Fue así que, varios meses después que cumplió dieciséis años, comenzó a
averiguar sobre becas en otras partes del país, debía buscar alguna universidad
en donde seguir, a pesar de que el complejo educacional al cual asistía ya poseía
una. Postuló a varias, pero no se decidía si alejarse o no.
Aunque,
la llegada de la segunda hija de Alexander, días antes que él cumpliera los
dieciocho años, le dio la fuerza que necesitaba para elegir el camino a seguir.
No le contó a nadie sobre sus planes y todo lo guardó en una pequeña caja
dentro de su armario.
Pero
hubo un pequeño problema antes de graduarse, y ese fue el accidente de Narel en
moto.
—¿Qué
haces aquí? —Ralph, que había terminado estudiando medicina y se encontraba
realizando una práctica en un hospital de Londres, entró a la habitación en
donde estaba Narel.
—Nada,
solo me caí —contestó y se tapó la cara por completo, de todos los médicos en
el mundo, tenía que ser él quien la viera.
—Dice
aquí que tuviste un accidente en moto. —Narel sintió a su amigo acercarse—.
¿Dónde están tus padres?
—No
lo sé, en el infierno tal vez.
—No
digas esas cosas.
—No
me molestes. —Ralph suspiró, no tenía derecho a estar molesta, no si había
tenido un accidente.
—¿Cuántos
días llevas aquí?
—No
lo sé, solo firma el tonto papel para irme.
—Déjame
verte.
—No
me gustan los hospitales.
—Quiero
ver tus heridas. —Ralph notó que Narel se escondió más entre las sábanas, él
tenía claro que estaba llorando—. ¿Qué fue lo que pasó?
—Me subí a
una moto prestada, perdí el control y me fui contra un árbol. No iba rápido,
bastante lento la verdad, por eso no me pasó nada. La moto cayó sobre mi pierna
y mano izquierda y quedé atrapada, y no me podía quitar el casco, no me dejaba
respirar.
—¿A eso le
llamas nada?
—¿Estoy
viva o no?
—Narel…
—Estoy viva
y es lo que importa, ahora si no vas a firmar el tonto papel, déjame sola.
—¿Dónde
está Alex?
—No lo sé,
no soy su madre.
—Él nunca
te deja sola.
—Ahora sí…
Él… Está enojado porque me dijo que no me subiera a la moto. Alexander corrió a
sacarme y luego a golpear al culpable… —Ralph lo sabía, la conocía desde que
tenía tres meses y sabía lo que ella sentía por su amigo, también tenía claro
que ella actuaba sin pensar muchas veces y que lo más probable es que se
subiera a esa moto para hacer enojar a Alexander, y al parecer lo había
conseguido más que bien—. No recuerdo bien, me desmayé mientras Alexander daba
golpes. Después desperté en el hospital y los médicos me dijeron que no podría
volver a jugar basket, fue lo peor de todo. —Ralph se sobresaltó al escuchar
aquello, no era por Alexander que estaba triste, era por el baloncesto—. Esto
es tan injusto, nunca nada me sale bien. —Ralph dejó su mano donde, supuso,
estaba la cabeza de Narel, ella se destapó y le mostró la cicatriz en la
pierna, que iba desde poco más arriba del talón hasta como diez centímetros
bajo la rodilla—. No podré saltar por eso.
—Dijiste
que no fue grave. Deja ver el brazo. —Él sabía, por haber leído el reporte, que
las heridas estaban en brazo y pierna—. Vaya, te salvaste por poco de no morir
desangrada. ¿Cómo es que esto no lo consideras grave?
—No fue
grave… solo… solo… —Ralph se quedó mirándola, ella había bajado la cabeza y
sollozaba—. Tenía que salir debajo de la moto, Alexander iba a matar al dueño
de la moto… Tenía que salir, Ralphie…
—¿Jalaste
tu cuerpo y te raspaste con la moto y el tubo de escape caliente…? —Él la vio
asentir, se pasó la mano por la cara, ella nunca aprendería—. Ya no me digas de
esa manera.
—Siempre
será mi Ralphie.
—Solo
quieres que te firme el papel.
—Eso es el
añadido.
—¿A qué
hora vienen tus padres?
—Ya te
dije…
—Tus padres
adoptivos. —Narel lo miró, eso era otra cosa.
—Helen fue
a comprar algo para comer con Elijah, Thomas tenía una reunión, yo creo que ya
deben volver.
—Bien, te
haré curaciones.
—¿Y firmas
el papel?
—Pediré que
te dejen aquí toda la vida, así estarás lejos de peligros.
—Ustedes
son todos iguales.
Ralph
sonrió al verla taparse, de nuevo, hasta la cabeza, aunque dejó la pierna y el
brazo lastimados para que le hiciera curaciones. Mientras estaba en eso, llegó
Helen con Elijah y entre los dos le dieron el regaño de su vida. Alexander, en
cambio, no le habló en meses, ni siquiera la fue a visitar al hospital. Pero
cuando se enteró de que definitivamente no podría volver a jugar su deporte
favorito, fue a verla y arreglaron las cosas.
Así fue
como Narel no pudo participar de ningún deporte en el último año de instituto y
no le quedó de más opción que ayudar al entrenador de Alexander en las
prácticas y juegos, algo que el entrenador recibía con una enorme sonrisa
dibujaba en el rostro, mientras en su interior tenía ganas de convertirse en
asesino. Su promoción no fue diferente a la de Thomas, quizás lo más notorio
fueron los tres pequeños nuevos miembros de la familia, por lo que sus ojos
brillaban cada vez que miraba a los asientos a Marianne con sus dos hijos.
Nunca imaginó que su vida se volvería tan feliz.
Cuando
todo acabó, y los amigos se reunieron para felicitarse y abrazarse, fue el
momento escogido por Narel para darle la noticia.
—¡Ahora
no estaremos en el mismo curso, pero seguiremos en la misma universidad!
—exclamó al abrazarla con fuerza, ella simplemente sonrió.
—Debo
contarte algo. —Lo alejó para mirarlo a los ojos—. Me gané una beca.
—¡Eso
es excelente! —gritó mostrando su felicidad—. Podrás ir… —Se detuvo al darse
cuenta lo que pasaba—. ¿Cuál es la beca?
—Me
tendré que ir —susurró y sintió una lágrima rodar por su mejilla—, al norte del
país, a Glasgow, por todo lo que dura la carrera.
—Pero…
¿aquí no puedes estudiar? —preguntó algo desconcertado, no quería que ella se
marchara tan lejos.
—Sí
puedo, pero esa universidad tiene más prestigio y… —Lo miró con determinación—.
Sabíamos que un día este momento llegaría, tú elegiste tu vida al lado de Marianne
y con esos niños maravillosos, pero ahora yo debo partir.
—Yo…
—musitó al abrazarla con fuerza, ella respondió de la misma manera—. ¿Cuándo?
—Al
finalizar el verano.
—Bien,
entonces prepárate porque será un verano inolvidable. —Una de aquellas sonrisas
que pocas veces se le veía, que era radiante como el sol, fue la que le regaló.
Ella
simplemente asintió y se abrazaron fuerte antes que los familiares llegaran a
felicitarlos.
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