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5 de octubre de 2024

[¿Y si no te hubieras ido?] Capítulo I: «Un pelotazo»

 La vida en Londres era rara y molesta… si es que se podía decir algo en aquel momento en que lo único que hacía era jugar con su balón de fútbol lanzándolo contra el cielo de su habitación, acostado y aburrido, sin detener el golpeteo que sabía haría enojar a Thomas, su hermano mayor. Tenía el ceño fruncido, estaba castigado por la pequeña broma de meterle polvo pica-pica en los bóxer a Thomas, logrando una pequeña inflamación y que no pudiera salir con su novia. Eso había sido bueno porque su hermano se lo merecía, es decir, ¿cómo podía pensar que era divertido tener que verlo besarse con su novia? Definitivamente Thomas se lo tenía más que merecido, lo malo fue que su madre no lo pensó de la misma manera y decidió castigarlos a ambos, dejándolos en casa mientras ella se iba el fin de semana a la casa de campo con los más pequeños. De esa manera los dos mayores pasarían tiempo de calidad juntos y aprenderían a respetarse y amarse. Para su madre no era posible que Thomas, de casi dieciocho años, discutiera de esa manera con Alexander, de doce años. Para ella lo único que pasaba por su cabeza era que debían llevarse bien y dejar las tonteras de bromas.

—Alexander, puedes dejar el estúpido balón quieto, por favor. —El mencionado miró a su hermano cuando abrió la puerta, pero lo ignoró y continuó con lo que hacía—. Alexander, estoy tratando de estudiar.

—Debiste pensar en eso antes de acusarme con mamá.

—Eres un… —Alexander observó a su hermano quedarse quieto al mirar por la ventana—. Parece que tendremos vecinos nuevos.

—Espero que hagan mucho ruido y no te dejen estudiar. —Thomas le lanzó un cojín que estaba en el suelo a la cara, el balón le cayó donde mismo el cojín, por suerte lo tenía en la cara y amortiguó el golpe.

—Prepararé el almuerzo como en media hora para que bajes. —Alexander no alcanzó a lanzarle el cojín de vuelta porque su hermano caminaba a la puerta.

—¿Qué vas a preparar? —Pero, como respuesta, solo obtuvo la puerta cerrada—. Estúpido Thomas, todo es por tu culpa.

Y el molesto ruido del balón chocando con el cielo continuó. Thomas decidió seguir estudiando en el piso de abajo, de todas maneras, se pondría a cocinar. Además, en su habitación, no lograba concentrarse debido a su hermano. Tenían suerte que ese fin de semana tampoco estaría su padre. No se dio cuenta cuando el golpeteo contra el cielo cesó, enfrascado en sus quehaceres y pensamientos, esperaba que la próxima vez su madre lo dejara solo en casa y no de niñero, aunque no estuviera precisamente al cuidado de su hermano, sino que castigado a causa de su hermano. El ceño aún se le fruncía cada vez que recordaba la razón del castigo. Hubiera preferido ser hijo único y, si en algún momento llegaba a tener familia, solo tendría un hijo, si es que le apetecía, la verdad era que a causa de su hermano ya ganas no tenía de dejar descendencia. El timbre de la puerta de entrada lo trajo de vuelta a la realidad, apagó la cocina, la comida ya estaba lista, y fue a ver quién buscaba. Con la esperanza de que no fuera alguno de los conocidos de su padre.

—No le compro galletas a las niñas scout —dijo sin siquiera preguntar al ver que quien tocaba era una niña, con sus pensamientos anteriores, no tenía ganas de saber nada de niños, intentó cerrar la puerta.

—¿Te parece que venda galletas? —Thomas observó bien a la niña, debía tener edad aproximada a Alexander, lo miraba con el ceño fruncido, tenía la frente roja y los rizos que le debieron colgar por allí, se le había pegado—. ¿Este balón es tuyo? —preguntó enseñándole lo que llevaba en las manos.

—No, es de mi hermano peque… —Thomas no terminó de hablar porque la niña le lanzó el balón al estómago.

—Londres es una asquerosidad. —Fue lo último que alcanzó a escuchar Thomas luego de que la niña diera la media vuelta y caminara fuera del jardín. Se quedó un rato pensativo hasta que escuchó unas risotadas tras él, cerró la puerta y frunció el ceño, tenía ganas de hacerse hijo único en ese preciso momento.

—Alex…

—Le hubieras visto la cara, Thomas. —El mayor miró a su hermano pequeño, prácticamente, rodar de la risa en el último peldaño de la escalera—. El balón golpeándole la cara…

—¿Golpeaste a una niña? —consultó arrastrando las letras y con notorio enojo, no quería que le extendieran el castigo por causa de su hermano.

—Yo no fui, fue el balón. —Thomas sintió ganas de romper aquella esfera en sus manos, pero se la lanzó en la cabeza a su hermano, este detuvo la risa.

—Alexander, si me llegan a extender el castigo por tu culpa, te juro que nunca en la vida podrás tener hijos.

—Si le hubieras visto la cara, también te reirías.

—Ven a almorzar —sentenció y caminó a la cocina, su hermano lo siguió—. Pero primero te lavas las manos.

—Pero si solo he estado en la casa. —Thomas se detuvo y miró a su hermano a los ojos, fijamente.

—Alexander.

—Bien, me iré a lavar. —El mayor suspiró, realmente ese hermano que tenía lo sacaba de sus casillas. Alexander se fue refunfuñando al baño—. No podrás tener hijos nunca en la vida —imitó a su hermano mayor con burla—. Como si quisiera hijos —continuó reclamando mientras se lavaba las manos y la cara—. Esa tonta niña no volverá a cantar nunca en la vida —sonrió con malicia pensando en cómo callaría a la nueva vecina si volvía a ocurrírsele cantar de la forma en que lo estaba haciendo—. Nunca en la vida.

 

* * * * *

 

Desde el momento de nacer, hacía ya once años, que sus padres no tenían residencia fija, siempre andaban de un lugar a otro y eso, al principio, no le molestaba, pero ya estaba empezando a fastidiarle. Londres. De todos los lugares del mundo habían llegado a Londres. El peor de todos los lugares, según su corta apreciación de la vida. Extrañaba Brighton, donde llegó con apenas tres meses de vida y donde estuvo por varios años de manera fija, salían por meses, pero siempre retornaban. Le gustaba estar allí con sus primos mayores y los amigos de estos. Pero de hace rato que había decidido que a ella nunca le salía nada bien, o por lo menos nada de lo que quería realmente y con todo el corazón, siempre pasaba algo que cambiaba toda su esperanza. Habían partido de Brighton de manera definitiva cuando tenía siete años, en aquel entonces cruzaron el océano y se instalaron en un pueblito de Canadá, alejado de la capital. Eso fue un cambio radical en su vida, sus padres nunca le prestaron mucha atención, había aprendido a leer de pequeña así que, cada vez que dejaban Brighton, se enfrascaba en lecturas o en estudios, le gustaba aprender. Cuando se fueron definitivamente de Inglaterra, lo primero que hizo fue conversar con el encargado del hotel en que se quedaron en Canadá —hasta encontrar un lugar fijo— por la biblioteca cercana, pero no fueron de mucha ayuda porque solo la veían como una pequeña niña que hablaba cosas sin sentido por la edad.

Pero, todo cambió cuando sus padres la enviaron al colegio en Canadá, con la idea fija de que se establecerían en aquel país, no podían permitir que ella dejara de estudiar. Allí conoció otro tipo de gente, un profesor al que le tomó mucho cariño porque él le prestaba libros interesantes. Aquella niña llamó la atención de quien impartía las clases y no dudó a invitarla a su casa, ya que ella iba en el mismo grado que dos de sus hijos y pensó que se llevaban bien, pero estaba equivocado. Aunque, con el paso de los meses, todos comenzaron a forjar una amistad duradera. Allí ella aprendió lo que era tener hermanos, padre, madre y hasta un abuelo, comprendió lo que realmente significa la palabra familia, ya que ella no tenía nada de eso con sus padres y no quiso irse de Canadá.

Aunque, dos años luego de haber llegado, sus padres tomaron sus maletas y regresaron a Brighton, en donde la dejaron a cargo de sus parientes y ellos se fueron a hacer negocios por Europa. La iban a buscar cada vez que viajaban a Canadá, porque a pesar de que no se quedaron allá, los negocios continuaban, e iban una o dos veces al año y se quedaban por tres o cuatro meses. Los meses más felices de su vida. Hasta que estuvo cercana a cumplir los doce años, que llegaron por ella y la hicieron empacar todo porque se mudarían a Londres. Ella obedeció sin rechistar, no podía hacer mucho por la edad, pero cada vez quedaba menos para ser mayor de edad, ser independiente e irse a Canadá definitivamente y para siempre. No quería vivir con sus padres. No quería vivir con los parientes en Brighton que la trataban mal, con los únicos que se llevaba bien era con sus dos primos mayores. No quería vivir en Londres. Solo unos años más y todo eso al fin se acabaría.

Aquel primer día de clases luego de la mudanza, se sorprendió de lo grande que era la institución, tenía de todo y quedaba al lado de una universidad, prácticamente era un todo en uno. Sonrió cuando puso un pie en el interior del recinto, con su uniforme de falda impecable, la corbata y la blusa. Si era tan grande como se veía, la biblioteca debería ser espectacular, y eso era lo único que le llamaba la atención. Al ser el primer día, sus padres la fueron a dejar, pero no les prestó mucha atención ni a ellos ni a lo que le decía el tutor, tenía más que claro que no estarían mucho tiempo en Londres, como siempre, por esa razón la habitación en la casa la había decorado, pero no en exceso, quizás en unas pocas semanas ya tendría que estar empacando todo de nuevo. Incluso ni siquiera tenía ganas de sacar la ropa de las maletas porque lo encontraba una pérdida de tiempo.

—Narel, puedes sentarte junto a Alexander.

No había prestado atención a nada de la presentación, tampoco sabía quién era el tal Alexander, pero una chica —tras el asiento libre— le indicaba efusivamente que allí era. Supuso que el chico que la miraba de manera extraña era Alexander, tenía algo familiar, pero al mismo tiempo sentía que no saldría nada bueno de él.

—¿Te llamas Narel? —La chica, sentada en el asiento de atrás, le habló con entusiasmo balanceándose en la silla—. Es un nombre raro y tu apellido también, Webb. Me gusta… —Narel la miró un poco sorprendida—-. Yo me llamo Ashley, Ashley Turner y el estúpido a tu lado es Alexander Russ, pero puedes ignorarlo porque es un estúpido…

—Déjame en paz, horrorosa. —Narel miró al chico, había algo en él que le llamaba la atención, además evitaba mirarla.

—Narel, si quieres podemos ser amigas. —La recién llegada volvió a mirarla, sabía que no debía entablar amistades porque se irían pronto, aun así el entusiasmo de la chica la convenció y le sonrió.

—-¿Puedes llevarme a la biblioteca? —Ashley la miró dudosa, Narel sintió sus mejillas enrojecer, había asumido que tenían biblioteca solo por lo grande que era el recinto, pero nadie se lo había asegurado—. Hay biblioteca aquí ¿verdad?

—Claro que sí, es solo que Ashley no conoce los lugares de estudio porque es una tonta. —Narel observó cuando Ashley le dio con el puño en la cabeza a Alexander, este intentó levantarse, pero el profesor lo detuvo y regañó a ambos por estar interrumpiendo la clase. Narel notó que en todo momento el chico no le había dirigido ni una mirada. Era un tipo raro.

—Vamos, Nar. Vamos a comer, es hora de almuerzo. —Ashley le tomó la mano y comenzó a jalarla fuera del salón, rápidamente se había adaptado a ella y hasta la llamaba con un diminutivo de su nombre.

—¿A dónde?

—Primero iremos con mi hermana, porque ella lleva el almuerzo de las dos, y luego a la cafetería porque me imagino que no trajiste nada. —Narel negó con la cabeza, Ashley le sonrió—. No te preocupes, ya te acostumbrarás a todo eso. Allí está mi hermana. ¡Helen! —Narel notó que una chica de unos dieciocho años volteaba a mirarlas, eran muy parecidas, ambas de cabellos color castaño oscuro y ojos color trigo, la diferencia más notoria, aparte de la edad, era que Helen llevaba el cabello largo, a la mitad de la espalda, y Ashley le pasaba apenas los hombros—. Mira, Helen. Es mi nueva amiga, ella viene de un país al otro lado del océano. ¿Puedes creerlo? Su nombre es Narel, ¿no es genial?

—Mi nombre es Helen. —La mayor se acercó a Narel y le extendió la mano—. Gusto en conocerte. ¿Vienes a almorzar con nosotros? Podemos compartir.

—No quiero molestar.

—No es molestia, vamos a almorzar. —Narel notó que Helen dejaba de mirarla y buscaba algo en rededor.

—¿Estás buscando a tu novio? —Narel miró a Ashley, que molestaba a su hermana—. El novio de Helen es muy guapo —dijo mirando a su nueva amiga—. Es todo un bombón.

—¡Ash! —Helen, aparte de darle un pequeño grito, la miró con gesto reprobatorio, pero lo único que logró fue que Ashley sonriera.

—A ella no le gusta que hable así, es una estirada.

—¿Quién es una estirada?

—Hola, Thomas. —Ashley saludó efusivamente al recién llegado, Narel solo lo miró, aquellos ojos celestes jamás los olvidaría, además era de los pocos ingleses que había conocido con cabello rojizo que no tenía la cara llena de pecas, llevaba de la mano a un niño pequeño que se le parecía mucho. Narel frunció el ceño, si ese era su pequeño hermano, significaba que era el dueño del balón.

—Hola, niña scout, no esperaba verte aquí. —Thomas le revolvió el cabello a Narel, sorprendiéndola. El niño que llevaba de la mano le sonrió—. Ella es nuestra nueva vecina, Nick.

—¿Vecina? —Thomas observó que tanto Helen como Ashley lo miraron, a pesar de que quien preguntó era su novia.

—Sí, llegaron este fin de semana.

—Tú…

—¿Vas a almorzar con nosotros? —Narel frunció el ceño porque Thomas no la dejaba hablar.

—¡Alex! —Narel notó que el niño que iba de la mano de Thomas lo soltaba y corría en dirección tras de ellas. Volteó a mirar y vio a su compañero de clases tomando en los brazos al más pequeño. Fue cuando se dio cuenta de lo que parecía ser conocido, tenía el mismo color de ojos que Thomas y el cabello un poco más claro, en realidad, los tres se parecían muchísimo.

—¿No puedes caminar solo? —refunfuñó Alexander cargando a Nicholas.

—No, para eso te tengo a ti. —El más pequeño abrazó a su hermano, que no hizo nada más. Este notó que la nueva estaba con ellos, pero como había hecho durante toda la clase, la ignoró.

Narel apretó los puños y continuó siendo jalada por Ashley a través del establecimiento, iba ensimismada en pensamientos de venganza. No se dio cuenta cuando terminaron sentados a la mesa, frente a ella estaban Ashley, Helen y Thomas y, junto a ella, Nicholas y Alexander. Agradeció a Helen por darle de comer, ya que sus padres solo le dieron dinero para que comprara algo, como venían haciendo, prácticamente, desde que nació. Aunque en Brighton quien se preocupaba de llevarle comida era el mejor amigo de su primo. Los extrañaba en esos momentos. Razón por la cual había aprendido a cocinar el año anterior. Por un lado, se sintió a gusto cuando notó que Helen y Thomas se preocupan de la comida de sus hermanos, a ella le hubiera encantado tener una familia así, pero era mejor no establecer lazos, no estaría mucho tiempo en Londres.

—Alex, ¿me ayudas con la carne? —Nicholas le preguntó a su hermano, junto a él.

—Hazlo solo, ya estás grande —respondió sin siquiera mirarlo y continuando con su comida.

—Alexander. —El tono de regaño por parte de Thomas, se hizo presente al instante.

—¿Y por qué no lo ayudas tú? —rechistó mirando con enojo a su hermano mayor.

—¿Así está bien o más pequeña? —Ambos hermanos dejaron de pelear y miraron a Narel, que atendía a Nicholas.

—Así está bien. —El niño sonreía mientras seguía comiendo.

—¿Cuántos años tienes?

—Siete recién cumplidos.

—Eres solo un bebé.

Thomas sonrió, Nicholas no era un niño que se abría con mucha gente, de echo apenas jugaba con los otros niños de su clase, pero con Narel parecía encantado. Además, les costaba hacerlo comer porque no le gustaban muchas cosas, y en ese momento estaba comiendo hasta lo que decía nunca lo haría. Thomas suspiró, seguía teniendo muchas ganas de ser hijo único.

—¿Me vas a dejar a mi salón? —Nicholas le preguntó a Narel, ella le sonrió.

—No sé dónde queda.

—Yo te digo. —El niño se puso de pie sobre la silla—. ¿Me llevas?

—Claro. —Narel miró a Ashley—. ¿Me acompañas, por favor? —La chica solo le sonrió asintiendo con la cabeza.

—Me voy a jugar. —Alexander se levantó y se preparó para marcharse.

—Alex… —Narel notó que Thomas era quien los mantenía a raya.

—Gracias, Helen. —Luego de eso, y sin esperar respuesta, Alexander se marchó.

—Gracias, Helen. Todo estuvo muy rico. —La mencionada solo la miró, no estaba acostumbrada a eso, pocas veces le agradecían sus comidas—. Vamos, Nicholas. —Los dos mayores miraron como los otros se marcharon, Thomas no perdió detalle de que su hermano pequeño llevaba de la mano a su nueva vecina.

—¿Estás castigado aún? —Thomas miró a su novia cuando le habló, asintió con la cabeza.

—Pero eso no quiere decir que no tendremos nuestra salida de lunes.

Sin perder más tiempo, la besó. Luego de eso arreglaron todo y se quedaron esperando que el timbre sonara para irse a sus salones.

Después de dejar a Nicholas en el salón que le correspondía, Ashley arrastró a Narel por todo el establecimiento hasta llegar a la cancha, le estuvo diciendo que, como casi todos los días, los chicos de su salón jugaban fútbol contra los del salón de junto, y todas las chicas se sentaban a vitorear en las gradas, además de conversar sobre quién jugaba mejor o quien era más guapo. Ashley le confesó que siempre Alexander terminaba ganando, a pesar de que ella, en particular, no le encontrara nada de guapo ni nada de bueno en el fútbol. Narel encontró eso un poco extraño, sabía por experiencia propia que malo en el fútbol no era, pero fue raro que dijera que no lo encontraba guapo y a su hermano sí, si eran iguales. Si no fuera por la diferencia de edad entre los tres, ella diría que eran trillizos, de todas maneras, no le prestó mucha atención, eso no era lo que quería hacer, le aburría dar vítores y ver fútbol, a ella le gustaba el tenis y el baloncesto, pero si tenía que elegir, prefería ir a leer.

Aburrida en las gradas y, sin que Ashley lo notara porque estaba enfrascada en las conversaciones con las otras chicas, se levantó y caminó hasta el patio de junto, allí había un balón de baloncesto, comenzó a lanzar al aro, algunas pasaban y otras se perdían. Desde ese lugar podía ver a la perfección el juego de fútbol que se llevaba a cabo, por la posición del sol entre las nubes, dedujo que ya debería estar por terminar para volver a los salones, tomó el balón entre sus manos y lo lanzó con todas sus fuerzas. Luego de eso, hubo un gran silencio.

—Ya estamos a mano, Russ —dijo con notoria burla luego que el balón comenzara a rebotar en el piso después de impactar de lleno en la cara de Alexander, una que se volvió roja al instante, como su cabello. Sintió el odio de aquella mirada celeste asesina, pero giró por sobre los talones y caminó, esperando encontrar el salón entre tanta vuelta. Su venganza por el pelotazo recibido cuando ordenaba su nueva habitación se había realizado, ya podía dormir tranquila.

El resto del día se tornó un poco largo, si bien continuó conversando con Ashley sobre trivialidades y cosas que podrían hacer tanto en el colegio como fuera, era incómodo estar cerca de Alexander que lucía cada vez más enojado. Pero debió pensar en eso antes de golpearla primero, ella no tenía la culpa, solo era venganza, así que no tenía nada de lo que arrepentirse. Cuando llegó la hora de salida, Ashley se despidió porque debía ir a casa de sus primas, en cambio Narel se quedó dando vueltas por el establecimiento, no podía irse sin que antes llegaran sus padres por ella, no conocía Londres y la habían llevado en auto, por lo tanto no ubicó las calles. No era lejos, eso lo tenía claro, pero no sabía que camino tomar. De entre tanto caminar por los alrededores conociendo, llegó a la cancha, allí un chico pateaba un balón a un arco vacío. Suspiró, pudo dar vuelta y seguir caminando, pero ya no había nada más que ver y comenzaban a cerrar por dentro. Dejó la mochila junto a la del chico y se acercó, al parecer él aún no notaba su presencia, con un rápido movimiento de pies, Narel le quitó el balón.

—¿Quieres practicar conmigo, idiota? —El chico frunció el ceño al mirarla.

—No creo que una boba como tú pueda patear un balón. —Alexander la vio sonreír de medio lado.

—Te la quité ¿o no? —Alexander sintió su cuerpo arder, ella se estaba burlando de él—. Si te la pude quitar yo, una boba como dices, un abuelo en caminador debe ser mejor que tú.

Quizás fue el enojo que comenzó a invadirlo o el simple hecho de que estaba aturdido aún por el golpe con el balón de baloncesto, él estaba acostumbrado a dar el golpe y no recibir nada a cambio, pero aquella niña le respondió y eso no se lo esperaba ni en un millón de años. Quizás fue la mezcla de todo lo que sentía en ese momento, pero le quitó el balón por entre los pies como si estuviera en el partido final del campeonato. Aunque la niña no se lo puso fácil. Ninguno de los dos supo por cuanto tiempo estuvieron jugando con el balón, un rato lo tenía uno y otro rato lo tenía el otro, unos aplausos lograron detener el juego.

—Alexander, ¿con quién juegas? —El chico miró al entrenador de fútbol sentado en las gradas, era quien aplaudía.

—Con nadie —respondió, tomó el balón y caminó donde el mayor.

—Niña, ¿no quieres ser parte del equipo? —Narel se limpió el sudor de la frente con el antebrazo y caminó en la misma dirección que Alexander.

—No —dijo sin siquiera pensarlo, Alexander la miró un poco asombrado—. No me gusta el fútbol, es aburrido.

—Pero… —El entrenador la miró caminar y tomar la mochila—. ¿No tienes pensado inscribirte en algún taller?

—No, la verdad es que no. —Narel había pensado en eso, pero cada vez que se inscribía en alguna actividad extraprogramática, tenía que dejarla porque se cambiaban de ciudad, así que decidió que no más—. Pero si tuviera que elegir, sería baloncesto.

—Está copado, ya no entra nadie más. —Narel miró al entrenador, Alexander también había tomado su mochila.

—Tenis de mesa.

—Ocupado igual, no hay espacio.

—¿Handball?

—Mira, niña, si quieres inscribirte en algo a esta altura del año, tendrás que convencer a algún capitán para que hablen con los entrenadores. —El entrenador sonrió de medio lado al verla fruncir el ceño, ya la tenía—. En cambio, quien te está ofreciendo ser parte del equipo de fútbol, es el mismo entrenador…

—Helen es la capitana de handball. —Narel miró a Alexander, que interrumpió al entrenador—. Habla con ella.

—¿De verdad?

—Sí. —Alexander la vio sonreír y algo sintió en su pecho, sin saber lo que era, pero al mismo tiempo le daba un poco de risa ver la cara roja de la chica y los rizos pegados, la verdad es que le llamaban la atención esos rizos, no veía chicas con el cabello así muy seguido, y ella lo tenía largo, castaño y despeinado, era como una cabeza de resortes. Además, algo había en esos ojos, a pesar de ser castaños y normales, Alexander notaba algo diferente al resto—. Te acompañaré a tu casa, supongo que no sabes llegar. —La niña negó con la cabeza y sintió su cara aún más roja.

—Bueno, pero ya vengo. —Alexander la vio correr a los bebederos, él también quería agua.

—No la quiero en el equipo, entrenador. —El señor lo miró fijamente.

—¿No quieres competencia? —Alexander fijó su vista con seriedad en el entrenador.

—No es eso. ¿No la vio jugar?

—Claro que sí, por eso la quiero en el equipo.

—Ella juega del modo callejero, no respeta reglas, si la mete al equipo femenino las demás chicas van a terminar lesionadas. —El entrenador comenzó a reír a carcajadas—. Es como un animalito que soltaron, creo que tendré mis piernas moradas por un tiempo.

—Vale, vale, pero no la dejes ir, creo que nos podría ser de ayuda. —El entrenador le sonrió a Alexander y se levantó—. Nos vemos mañana en el entrenamiento, recuerda que pronto comienza el campeonato.

—Eso no se me olvida.

—¡Alex! —Y allí estaba su hermano, al fin recordaba que debía ir a buscarlo—. Vamos a casa.

—Ya estoy lista. —Thomas miró a Narel llegar corriendo.

—¿Ya son amigos?

—¡No! —respondieron al unísono, Thomas solo sonrió más.

—¿Y Nicholas? —preguntó Narel al no verlo junto al mayor.

—Él sale temprano, la secretaria de mamá lo viene a buscar y lo lleva a la oficina. —Alexander, luego de hablar, comenzó a caminar, estaba cansado y tener que esperar a Thomas, por ser parte del castigo, lo aburría. Estúpido castigo.

—Iremos a dejar a Helen primero. —Alexander frunció el ceño al escuchar a su hermano, pero continuó caminando.

—¿Dónde está Helen? —Thomas, que caminaba junto a Narel, la miró.

—Fue a buscar unas cosas a su casillero, la veremos en la entrada. ¿Te vas con nosotros?

—Creo que mis padres me olvidaron, no sé llegar aún y ustedes van a donde mismo, así me aprendo el camino y ya mañana me puedo venir e ir sola.

—Mañana puedes viajar con nosotros igual, le agradas a Nick. —Si Thomas caminara un poco más rápido, hubiera visto y escuchado a Alexander refunfuñar por aquello.

—¿Qué estás diciendo entre dientes, Alex?

—Nada. —Alexander ni siquiera miró a Helen, que le había preguntado aquello con burla.

—Helen. —La mencionada miró a la niña, tampoco se imaginó que viajaría con ellos—. ¿Eres la capitana del equipo de handball?

—Sí… del femenino y Thomas del masculino. ¿Por qué?

—¿Me ayudas a ingresar al equipo? —Narel trató de poner los ojos llorosos, como le había enseñado años atrás el mejor amigo de su primo—. Por favor…

—Bien, pediré que te evalúen, pero no prometo que te dejen.

—Sí, sí, con eso me basta. —Thomas y Helen la vieron saltar y acercarse a Alexander—. ¿Escuchaste, idiota? Entraré al equipo de handball.

—Solo si pasas la prueba. —Thomas, que caminaba tras ellos, notó que su hermano pasaba por atrás de la niña y se posicionaba de tal manera que ella no quedara a la orilla de calle.

—A mí nadie me dice que no.

—Siempre hay una primera vez para todo.

—No en eso para mí.

Thomas, que caminaba de la mano junto a Helen y, al igual que su hermano había hecho, no la dejaba caminar a orilla de calle. Sabía que su novia miraba lo mismo que él. Era raro que Alexander se preocupara por alguien más que no fuera él y estaba demostrando que sí tenía corazón. Quizás la llegada de aquella niña ayudaría al egoísmo de Alexander. Thomas sonrió, esperaba que eso fuera el inicio de algo que hiciera no tener ganas de asesinar a cada segundo a su hermano.

 

* * * * * *

 

De pronto y sin darse cuenta, los días comenzaron a ser normales. Narel se sorprendió un día guardando su maleta en una bodega de la casa. Pestañeó un par de veces para darse cuenta de que era real, que había vaciado toda su ropa y todas sus cosas en la habitación de Londres. Aún dudosa no dejó muy atrás la maleta, por si sus padres se aparecían con la noticia de que se irían de allí. Pero los meses comenzaron a pasar y no había rastros de mudanzas. Y, aunque no lo aceptara ni lo dijera en voz alta, no quería irse de Londres.

—Helen, Helen, Helen. —Si bien ya llevaban unos meses compartiendo, la mayor aún no se acostumbraba a esa efusividad por parte de la niña. Es decir, ella era inglesa, la frialdad en las venas, y la niña tenía en su sangre antecesores latinos, sangre cálida—. Te tengo un regalo, ven conmigo.

Thomas, que iba saliendo de su casa para encontrarse con su novia, la vio desaparecer frente a sus ojos siendo arrastrada a la casa vecina. Sabía que Narel estaba sola, que prácticamente ya llevaba una semana que sus padres no llegaban, y ese fin de semana era el que celebraban a las madres. Thomas imaginaba que la niña tenía ganas de compartir con quien le dio la vida, por eso había decidido invitarla al nuevo departamento que le entregaron y donde viviría con Helen. Entró a la casa sin golpear, la puerta estaba entreabierta, caminó a la cocina, ya que las risas venían de allí.

—Mira, Helen, yo lo hice y se ve lindo, y creo que sabe aún mejor. —Narel le señalaba un pastel, no muy grande, que estaba sobre la mesa. Helen miraba todo un poco aturdida, el pastel tenía escrito Feliz día, mamá—. Sé que aún es pronto, que es un nonato, pero… —Narel se silenció cuando Helen la abrazó y le respondió, Thomas, en el umbral de la puerta, observaba todo en silencio, Helen lloraba.

—Gracias.

Fue lo único que dijo, Narel se quedó quieta, ella no estaba acostumbrada a muestras de cariño y quizás era por eso por lo que, cuando entraba en confianza, era tan efusiva con las personas que quería. A pesar de su edad, ella sabía que tanto Thomas como Helen no la estaban pasando bien con la noticia de que serían padres. Helen tuvo que abandonar la capitanía de handball y, a pesar de que no podía jugar, se quedó ayudando al entrenador y de paso a Narel, que se estaba convirtiendo en buena jugadora. Pero no abandonaría los estudios porque ya quedaba poco para terminar, lo único que estaba pendiente de decidir era si seguiría estudios universitarios. Lo cierto era, que según Narel, Helen ya tenía cara de ser señora de la casa, aunque eso no se lo dijo, sino que solo lo conversó con Thomas y él le pidió que no le comentara nada de eso a su novia, por las hormonas podía reaccionar de muchas maneras y era mejor no hacerla enojar.

Y, por otro lado, estaba Thomas. Helen sabía que él se haría responsable por todo, que nada le faltaría ni al bebé ni a ella, por eso también se comprometieron antes de tiempo, ya que en un principio la idea era ver cómo funcionaba su relación luego de comenzar su vida de universitarios, a pesar de ya llevar más de tres años juntos, luego comprometerse y, si todo salía bien, casarse en varios años más, luego de que ambos tuvieran sus profesiones y trabajos. Pero la noticia del embarazo cambió toda la proyección. Thomas asumió su papel y le dijo que se casarían una vez que terminaran de estudiar y que estaba en disposición de ella decidir si estudiar en la universidad o no, que en eso él simplemente apoyaría cualquiera que fuera su decisión. Pero que no la dejaría sola, que eso ni se le podía pasar por la cabeza, él sí estudiaría y comenzaría a trabajar en la empresa de su madre, de esa manera se haría cargo de todo.

Y fue la razón por la que compró un departamento, algo provisorio hasta tener una casa, y ese día irían a verlo, porque se lo habían entregado el día anterior por la tarde, aprovecharían el fin de semana. Narel sabía que Thomas lo único que quería era salir de aquella casa, su padre se había enojado tanto con la noticia del embarazo que lo terminó golpeando por irresponsable. Narel tuvo la oportunidad de conocerlo un día en que fue a buscar a Alexander y Nicholas para jugar, pero aquel señor abrió la puerta y se la quedó mirando fijamente, luego le tomó el mentón y le preguntó el nombre. Narel no entendió por qué se había sorprendido cuando le dijo el apellido y que venía de Brighton, pero tampoco le dio mucha importancia. Solo le llamó la atención de que Thomas llegara y le tomara el brazo a su padre para que la soltara, luego se la llevó junto a Alexander y Nicholas a dar una vuelta al parque, cuando estuvieron solos le dijo que no se acercara a ese señor porque no estaba bien de la cabeza, le hizo prometer que nunca estaría sola con él. Narel obedeció, pero no se le olvidó que el padre de los muchachos le dijera que averiguara sobre su familia, por eso cada vez que podía buscaba información sobre eso.

—Bien, comeremos pastel en el departamento. —Tanto Helen como Narel miraron a Thomas, que se había acercado.

—¿Quién te dejó entrar, Thomas? Tú no estabas invitado.

—La puerta estaba…

—¿Ya nos vamos? Estamos aburridos de esperar. —Pero el mayor no pudo terminar de hablar, porque Alexander entró con Nicholas en los brazos—. ¿Y ese pastel? Pero si aún no es mamá…

—¿Te lo vas a comer, Helen? Te vas a poner aún más panzona… —Nicholas añadió, logrando un respingo en Thomas.

—Vamos, vamos, para que no se nos haga tarde. —Thomas tomó de los hombros a Alexander y lo jaló lejos de su novia, que tenía ojos de querer matarlos a los dos.

—No les hagas caso, Helen. Lo hice para ti y tu panzota.

Y, a pesar del esfuerzo de Thomas por mantener a su novia tranquila, no pudo con tanto. Lo bueno fue que se le pasó el enojo rápido y terminaron pasando un buen rato en el departamento, imaginando como lo decorarían y qué harían antes de ir a vivir allí.

Thomas notó que Alexander miraba por la ventana del departamento de manera triste, Narel jugaba con Nicholas en el suelo, ignorando al resto, según le había dicho, estaba entrenando al pequeño en luchas para que aprendiera a defenderse. Le dejó la mano en el hombro a su hermano menor cuando llegó a su lado.

—Siempre tengo ganas de asesinarte y ser hijo único…

—No sirve, son varios los que tienes que asesinar para eso. —Thomas miró a su hermano, a pesar de la broma, seguía con mirada triste.

—No voy a dejarte allá. —Alexander lo miró, entre confundido y expectante—. Ni a ti ni a Nick, los dos se vendrán a vivir aquí apenas yo salga de esa casa, saldremos los tres.

—¿De verdad?

—Yo no te mentiría con algo así. —Alexander abrazó a su hermano fuertemente, por la estatura alcanzaba a esconder la cara en el pecho, Thomas era alto, pero Alexander estaba creciendo rápido—. No te dejaría solo con él nunca, nunca en la vida.

Fue así como, dos semanas después de entregado el departamento, los tres hermanos salieron de aquella casa y se fueron a vivir bajo otro techo, se sentían libres al fin. Eso sí, Helen seguiría viviendo con sus padres hasta la boda, antes de eso, no tenía permiso porque aún no era mayor de edad. Narel, por otro lado, sintió que era tiempo de volver a sacar la maleta, ya no los tendría de vecinos y todo volvería a ser aburrido, esperaba que pronto sus padres le dijeran que debían partir. Londres nuevamente pasó a ser una asquerosidad.

 

* * * * * *

 

Aunque ya no estuvieran viviendo en la casa de sus padres, aún tenían cosas allá que iban a buscar de a poco, como aquel sábado por la mañana, en donde Alexander aprovechó de ir por su vecina para que hiciera algo productivo ayudándole a empacar y llevar. Su padre no estaría en todo el fin de semana, por eso fueron ese día. Dejó a Nicholas con Thomas, tenía ganas de ver a Narel un rato a solas, había algo raro en ella los últimos días, desde que se mudaron al departamento, y quería saber qué era. Quizás solo eran ideas de él, es decir, apenas llevaba como un año conociéndola y no podría asegurar que era todo un experto en Narel, pero había pequeñas cosas que notaba, como cuando reía y se le iluminan los ojos castaños, o cuando estaba feliz y brillaba como si fuera una estrella. Él sentía que era especial a pesar de que la mayor parte del tiempo estuvieran peleando, discutiendo o haciendo bromas.

Alexander nunca olvidaría aquel primer año desde su llegada, ella le enseñó a montar bicicleta y él a caballo cuando fueron a la casa de campo, ella le ayudaba en matemáticas y él a ser sociable, aunque a veces era difícil porque ella no solía llevarse bien con los de su edad, y la entendía hasta cierto punto. Para Narel, Ashley era su mejor amiga y Alexander su mejor amigo y no necesitaba más. Pero lo que más recordaba y que nunca olvidaría, eran todas las bromas que habían hecho en ese tiempo, a pesar de que su oreja casi fuera arrancada de su sitio a manos de Thomas como castigo. Su hermano mayor aprendió muy bien el camino a la dirección por todas las veces que lo llamaron porque ellos hicieron alguna cosa, pero la mejor de todas fue cuando hicieron explotar la mezcla fétida en química, aunque estuvieron castigados por un mes, fue un mes sin química. Narel fue feliz, a pesar de que una de las cosas que más le gustaran era estudiar, prefería todo antes de química y biología, razón por la que decidió hacer esa bomba fétida, sabía que Alexander era fácil de convencer, aunque sí estuvo un par de días enojado porque Thomas le jaló más fuerte de lo normal la oreja.

Aquel sábado Alexander golpeó y Narel abrió a los pocos minutos.

—Vine por ti —dijo apenas ella abrió un poco la puerta.

—Hoy no, hoy no tengo ganas. —Y, sin siquiera esperar respuesta, cerró la puerta.

—Espera. —Alexander la detuvo antes de que se cerrara por completo—. ¿Qué te pasa?

—Nada, solo no tengo ganas de salir. —Alexander entró y la vio, tenía ojeras como si hubiera estado llorando y vestía solo una camiseta del Manchester United F.C., odiaba ese club, pero era el favorito de ella. Además, tenía un número que no le gustaba.

—¿Estuviste llorando? —Narel lo miró, un poco sorprendida.

—No.

—¿Qué tienes?

—Estoy cansada y quiero dormir todo el día. No quiero ver a nadie hoy, Alex.

—Pero…

—Por favor.

—Bien, pero si te pasa algo me hablas, no importa la hora.

—Ajá.

Alexander sintió la puerta cerrarse tras de sí, luego de eso caminó desganado a la casa, debía terminar de empacar con rapidez ahora que no tendría a alguien ayudándolo. Cuando acabaron con todo lo que se llevarían ese día, comenzaron a meter las cajas al auto de Thomas, fue por eso por lo que Alexander pudo ver perfectamente bien cuando un chico, mayor que él y más alto también, entraba a la casa de Narel y salía con ella de la mano. Casi se le cae la caja que llevaba por el asombro, había sido rechazado por la que consideraba su amiga, eso era traición, no se lo perdonaría nunca, nunca en la vida. Frunció el ceño y terminó de cargar refunfuñando cada vez más, Thomas que lo miraba sin que Alexander lo notara, también se quedó mirando a aquel chico que se llevó a su vecina, algo había que lo hizo estar en alerta, interrogaría a Alexander una vez que estuvieran en el departamento, en ese momento lo que más quería hacer era salir de aquella casa. Pero no todo resulta como se pretende, Thomas lo supo cuando contestó el teléfono una vez que decidió sentarse junto a sus hermanos, que veían televisión, y comenzar con las preguntas. Helen estaba en la sala también, pero ya estaba próxima a dar a luz, así que se pasaba el tiempo ignorando a todos y esperando que el bebé saliera de una buena vez.

—Hola… Sí… ¿En qué hospital? —Alexander y Helen miraron a Thomas cuando dijo aquello—. Sí, voy por ella ahora. —Luego colgó y suspiró, miró a los que no perdían detalle de lo que él hacía—. Narel está en el hospital y me pidió ir a buscarla.

—¿Qué? —Helen se puso de pie, Alexander la siguió—. ¿Cómo que en el hospital? ¿Qué le pasó?

—Nada, nada. —Thomas se acercó a su novia y la tomó de los hombros para tranquilizarla—. No le pasó nada, pero no tengo más detalles, iré por ella.

—Pero…

—Yo voy contigo. —Alexander se interpuso entre su hermano y Helen—. Vamos, vamos.

—Voy por ella, quédate tranquila, no es nada grave.

Thomas le tomó la cara su novia y la besó rápidamente, luego salió tras su hermano que ya estaba llamando al ascensor. Helen y Nicholas se quedaron viendo televisión, el pequeño poco y nada entendió, pero ella sí estaba preocupada.

Alexander siguió por los pasillos del hospital a su hermano mayor, al parecer sabía exactamente a donde ir o, también podía ser, que no supiera nada y solo dieran vueltas. Pero en un giro vieron a Narel sentada en unos de los duros y toscos asientos de hospital, con las piernas sobre la silla y abrazándolas. El chico que vieron salir con ella estaba sentado a su lado, miraba hacia una puerta y le tenía un brazo pasado por sobre los hombros, Narel tenía su cara escondida en las rodillas.

—Narel, ya estoy aquí. —Alexander, tras Thomas, frunció el ceño al escuchar dejarlo de lado. Pero la mencionada no levantó la cabeza.

—¿Eres Thomas? —El chico sentado junto a ella se levantó, Alexander notó que ambos eran de la misma estatura. Thomas asintió como respuesta—. Soy Ralph Pratt —dijo extendiéndole la mano, Thomas se la estrechó, pero con algo de recelo—. Soy quien la cuida desde que tiene tres meses de vida. —Alexander dio un respingo frente a eso, Narel una vez le comentó que se casaría con un chico de Brighton que la cuidaba desde siempre. Lo miró de arriba abajo, ni siquiera era guapo, solo brillaba como el trigo—. Fui quien te llamó. —Ambos soltaron las manos.

—¿Qué es lo que sucede?

—Se está haciendo tarde y no la puedo ir a dejar a casa. —Thomas notó que Ralph volvía a mirar la puerta—. Me dijo que, si te llamaba, vendrías por ella y la llevarías. ¿Puedo confiar en ti?  —Alexander notó que ambos chicos hablaban, pero con seriedad, y cuando Ralph no estaba mirando la puerta, tenía los ojos clavados en su hermano fijamente.

—Sí, yo me hago cargo.

—Bien. —Ralph se paró frente a Narel y se acuclilló—. Enana, vete a casa como me dijiste, te estaré llamando si pasa algo. —Alexander, que seguía oculto por su hermano, miraba todo con atención. Narel levantó la mirada, Alexander sintió que algo se le apretó en el pecho, nunca la había visto llorar—. Te lo prometo. —Ralph la abrazó, incluso con las piernas flexionadas y le besó la cabeza. Luego le puso una gorra del Manchester que estaba en la silla de junto—. No dejes que nadie te vea llorar. —Le bajó la visera, Narel se puso de pie, Ralph igual—. Ella es importante para mí. —Ralph volvió a hablarle a Thomas—. Sé que no es tu responsabilidad, pero por favor, no dejes que nada malo le pase.

—No te preocupes, la voy a cuidar. —Thomas le tomó la mano a Narel, quien miraba al suelo, y comenzaron a caminar a la salida.

—Adiós, Alex. —Alexander volteó a mirar a Ralph, que se despedía de él a pesar de no haber hablado nada—. Creo que tú y yo nos volveremos a ver. —A Alexander no le gustó para nada aquella sonrisa torcida. Sin responderle, se apresuró en alcanzar a su hermano y a Narel.

—Espérenme aquí, iré por el auto. —Thomas soltó de la mano a Narel y miró a su hermano para que se hiciera cargo. Alexander solo frunció el ceño por tener que quedarse de niñero, pero cuando vio a Narel mirando al suelo y notó que unas lágrimas caían por sus mejillas, volvió a sentir que se le apretaba el pecho. En ese momento no entendió por qué, pero pasó sus dedos con suavidad para limpiarle el rostro.

—No sé qué te pasó, pero yo… yo voy a cuidarte toda la vida.

Narel lo miró, Alexander ni siquiera supo por qué le había dicho eso, pero verla con los ojos hinchados, rojos y llorosos, no le gustó y solo quería cuidarla para que eso no se repitiera. Ambos se miraron por un rato, luego la bocina del auto de Thomas los interrumpió. Se subieron al asiento de atrás, Alexander le tomó la mano, fue la primera vez que lo hacía y no quiso volver a soltarla. Thomas no le dijo nada, su hermano había cambiado desde que aquella niña llegó a su vida, el egoísmo de a poco lo iba dejando. Solo los miraba de vez en cuando por el retrovisor. No estaban lejos del departamento, pero al menos Narel ya no lloraba y conversaba con Alexander, también la visera de la gorra estaba hacia atrás. Luego, con más tranquilidad, le preguntaría qué fue lo que pasó y quien era aquel chico.

Aunque, a diferencia de lo esperado por Thomas, Narel corrió a los brazos de Helen apenas entraron al departamento. El mayor se quedó algo sorprendido, si bien se habían acostumbrado en esos meses a llevarla a todos lados y a aguantarla, sabía que Helen, con esa personalidad más fría y distante, le costaba un poco abrirse a la niña, pero cada vez que le pasaba algo, era a los brazos de Helen a donde corría, ninguno entendía por qué. Thomas y Alexander simplemente entraron y se sentaron junto a Nicholas, en el sillón, los tres miraban a Helen consolar a Narel que lloraba y balbuceaba algunas palabras que ellos no entendían. Cuando todo se calmó, Helen le dijo a Thomas que pidieran comida porque no tenía ganas de cocinar. Alexander, junto a sus hermanos, sonrió por lo bobo que era su hermano mayor al obedecer en todo a Helen. Él nunca sería así, preferiría morir antes de ser un esclavo de alguna mujer, cuando Thomas se levantó para pedir la comida y ayudar a Helen, Narel se sentó junto a Alexander, pero Nicholas aprovechó la ocasión y se le lanzó encima para que lo cargara y vieran televisión. Alexander frunció el ceño por tener hermanos tan estúpidos que caían rendidos frente a mujeres bobas. Se cruzó de brazos, definitivamente él nunca sería así.

Cuando Helen les avisó que la mesa estaba servida y que fueran a comer, Nicholas se puso de pie de un salto y corrió al comedor. Narel se levantó, seguida de Alexander, pero no caminó. Él solo suspiró, no entendía qué pasaba.

—¿Qué harías si le pasa algo a Nick? —preguntó mirando por donde el pequeño había corrido.

—No lo sé, celebrar mi libertad. —Alexander notó que Narel lo miró con los ojos llenos de lágrimas, otra vez volvía a apretársele el pecho.

—Ralph es quien me cuidó cuando estuve en Brighton. —Narel se pasó la mano por la cara para limpiarse una que otra gota que rodó de sus ojos—. Él… él tiene un hermano pequeño… de la edad de Nick… —Alexander la escuchó hablar entre sollozos mientras continuaba secándose la cara de a ratos—. Ahora… él ahora… ahora está en una sala mientras lo operan… tiene cáncer… —Alexander dio un respingo y pensó en Nicholas, se le llenaron los ojos de lágrimas imaginar que algo así podría pasarle a su hermano pequeño—. Está en nivel avanzado, pero con la operación pueden alargarle la vida por muchos años, muchos, muchos… —Narel miró a Alexander fijamente, ella notó que él lloraba—. Pero si no sale bien, él… él…

—Todo va a salir bien. —Alexander no dudó en abrazarla con fuerza, aquel día habían hecho muchas cosas por primera vez, como tomarse de la mano y abrazarse de esa manera—. Tienes que estar tranquila, el hermano de tu amigo vivirá muchos años, ya verás que así será.

Thomas se asomó a ver por qué ninguno de los dos iba al comedor y los vio abrazados, notó que ambos lloraban, aunque Alexander silenciosamente y Narel con sollozos. Imaginó que la niña le había contado lo que sucedía, él ya lo sabía porque Helen lo puso al tanto mientras preparaban la comida. A él le tocó consolar a su novia, ya que, al igual que Alexander, se había imaginado a Nicholas en aquel lugar. Thomas no podía negar que había sentido lo mismo y se le apretó el pecho con solo imaginarlo, pero tenía suerte y la realidad era otra, todos sus hermanos gozaban de buena salud, quizás no todo, pero sí en general.

Carraspeó para interrumpirlos con suavidad, ambos chicos lo miraron y, luego de limpiarse la cara a causa de las lágrimas, lo siguieron al comedor. Thomas le dejó la mano en el hombro a Narel y le sonrió cuando ella lo miró, de esa manera le mostró todo su apoyo y que estaría allí en caso de que lo necesitara.

Alexander no supo en qué momento, luego de cenar, Narel terminó durmiendo apoyada en el hombro de él. Y Nicholas, al otro lado, apoyado en su pecho. Sin poder moverse del sillón en el que estaban sentados viendo televisión, lo único que pudo hacer fue fruncir el ceño, ya que los brazos los tenía alrededor de cada uno de los que dormían plácidamente y no logró cruzarlos para mostrar su enfado.

—No puedo con ambos. —Thomas, que llegó a ver si necesitaban algo, lo miró y sonrió para no reír y despertar a los niños.

—Llevaré a Nick a su cama —dijo y se acercó para cargar al menor—. A Narel debí llevarla a casa, pero ustedes quisieron ver películas…

—¿Qué harás con ella? —preguntó descansado el brazo en el que su hermano estaba durmiendo.

—Préstale tu cama esta noche.

—¿Por qué la mía?

—Entonces ve a armar una de las otras. —Thomas vio como el ceño de su hermano se transformaba en una sola ceja, si había algo bueno, era hacerlo enojar. A todos les gustaba hacer enojar a Alexander porque era demasiado fácil.

—Bien, que se quede en la mía. —Thomas sonrió y caminó a la habitación de Nicholas para dejarlo acostado. Alexander sacó con suavidad a Narel de su hombro para que no despertara bruscamente, sabía que era como un animalito suelto y, a veces, le daban miedo sus reacciones.

—Déjame dormir otro rato, estúpido Alex. —El mencionado rodó los ojos, al menos no lo golpeó.

—Tienes que ir a tu casa. —Alexander vio como Narel se sentó rápidamente.

—¿Qué hora es?

—Tarde. —Luego de escuchar la respuesta, la niña se puso de pie y buscó su teléfono en el bolsillo.

—Tengo que ir al hospital. —Alexander se levantó, Narel caminaba a la puerta, no la dejaría ir sola.

—¿Por qué?

—Ralph no me llamó… tengo que ir…

—Me llamó a mí. —Ambos niños miraron a Thomas, que aparecía por el pasillo—. En realidad, llamó a la casa y le dije que estabas dormida, me pidió que te avisara que ya todo está bien. —Narel abrazó a Thomas, que se sorprendió al principio y luego le respondió—. Quédate aquí esta noche, me imagino que tus padres aún no regresan. —La niña negó con la cabeza, escondida en el cuerpo de Thomas—. Puedes dormir en la cama de Alex.

—¿De verdad? —Narel volteó y miró a Alexander, este, algo aturdido por lo que acababa de pasar, asintió con la cabeza.

—Sí… ven, te pasaré unas de mis camisetas de fútbol para que uses de pijama, es mejor que la cosa horrorosa con la que duermes en tu casa.

—No es horrorosa, tu cara sí lo es.

Thomas se quedó mirando a los niños caminar a la habitación de Alexander, tenía el presentimiento de que esa amistad le traería aún más problemas de los que ya le había traído. De todas maneras, no podía negar que le agradaba tener a aquella niña cerca y no solo porque Alexander estaba siendo mejor persona, sino que a él mismo le parecía que la vida se veía diferente. Aun así suspiró, tendría un hijo prontamente y esperaba que no se pareciera a ninguno de esos dos niños traviesos.

—Alex… —Thomas se silenció, de pie en la puerta de la habitación de Alexander, al verlo armar una cama en el suelo. Los dos niños lo miraron—. ¿Qué haces?

—Una cama para Nar. —Los niños continuaron con el trabajo, Thomas frunció el ceño.

—¿Vas a dejar que duerma en el suelo?

—Ni que fuera una princesa suave y delicada para dormir en mi cama. —Narel le dio con un cojín en la cabeza a Alexander, pero luego lo dejó en el suelo para seguir armando la cama.

—Narel, para ti la cama. Alexander, tú en el suelo.

—Pero… ¿por qué? —Thomas se dio con la palma en la frente, esperaba que el reclamo fuera solo por parte de Alexander, pero los dos niños reclamaron al unísono.

—Hagan lo que quieran. —Thomas vio a los dos sonreír ampliamente, luego Narel pasó por su lado al baño.

—Thomas. —El mencionado miró su mano, Nicholas se la estaba jalando, apenas se mantenía despierto—. ¿Y Nar?

—Aquí estoy. —Nicholas soltó a Thomas y se acercó a ella.

—¿Vas a dormir aquí?

—Sí. —Nicholas abrazó a la niña.

—Yo también.

Narel cargó a Nicholas y Thomas vio como el ceño fruncido de Alexander observaba todo, los otros dos se acostaron en el suelo mientras él seguía apretando los puños. Thomas sonrió y les deseó buenas noches, ya no se complicaría la vida, disfrutaría del enojo de su hermano. Pero, a pesar de eso, Thomas los escuchó reír hasta bien entrada la noche, Helen no estaba pasándola muy bien con el embarazo, por estar en los últimos días, y tenía la firme convicción de que, si el bebé no la dejaba dormir, Thomas tampoco lo haría. Por eso cada vez que ella despertaba, lo despertaba a él. Si los dos serían padres, los dos debían sufrir el mismo tormento. Igualdad y lo que más se pudiera de equidad.

A la mañana siguiente, Thomas encontró a un Alexander acostado en el suelo, a un lado tenía a Nicholas que lo abrazaba y al otro a Narel, que al parecer tenía un dormir horrible, ya que los dos chicos estaban en un rincón y ella cruzada en todo el otro espacio sobrante de la cama que habían armado en el suelo. Thomas miró a Alexander, se notaba que había dormido poco, al menos él no era el único que sufría.

—Nunca volveré a compartir cama con ella.

Thomas solo sonrió por los reclamos de su hermano y se fue a la cocina, Helen quería desayunar. Aunque, mientras estaba preparando algo de comer, Narel llegó reclamando que él no lo haría bien y que ella sí. Thomas quiso, en ese momento, ser el único ser humano sobre la Tierra.

 

* * * * *

 

Si bien llevaba ya poco más de un año en Londres y pasado la mayor parte del tiempo con los Russ, primero en casa de su padre y luego en el departamento de Thomas, había algo que le costó entender y acostumbrarse. La madre de los muchachos estaba casada con el padre de ellos, pero vivía con otro hombre y tenía su empresa, ella era una mujer que se había encargado por sí misma en salir adelante. Pero eso no era problema para Narel, entendía que a veces eso que llamaban amor se acababa y lo buscaban en otras personas y, conociendo el padre de los muchachos, entendía perfectamente bien por qué la madre de ellos lo había dejado. Lo que no lograba comprender del todo era cómo funcionaba el pensamiento de la señora, porque mientras vivía con el señor Russ tuvo a Thomas y Alexander, pero luego conoció al hombre con el que vivía y tuvo otro hijo: Garreth, y luego de él nació Nicholas, que es por completo hermano de Thomas y Alexander, es decir, hijo del señor Russ, y para retamar, tuvo a una pequeña niña: Leah, que es por completo hermana de Garreth y media hermana de los Russ. Cuando Narel se enteró de aquella historia, aseguró que nunca en la vida se metería en tales problemas, es más, dijo que nunca se casaría. Helen, quien le había contado todo, le preguntó sin con esa historia ya no tenía ganas de formar pareja, a lo que la niña le contestó que por eso no había problema, porque ella ya tenía su amor en Brighton y tendrían siete hijos. Helen siempre sonreía con esas ocurrencias, nunca le dio mucha importancia.

Garreth y Leah vivían mayormente en Francia, junto a su padre. Pero, desde que Thomas se había comprado el departamento, pasaban más tiempo en Londres. Además, no querían perder detalle del nacimiento del bebé, era algo esperado por todos, pero más por Helen que no encontraba la hora de que al fin saliera.

—¿Por qué nos tenemos que quedar aquí y no podemos ir al hospital a ver a Helen y al bebé? —Narel preguntó, Ashley, sentada en el suelo cerca de ella, la miraba mientras le hacía una llave a Garreth, lo tenía inmovilizado por la espalda. Ashley sonreía, de esa manera Narel parecía el caparazón de una tortuga y Garreth, que movía sus manos y piernas intentando zafarse, el cuerpo de la tortuga con las patas hacia arriba.

—Nar, creo que ya le ganaste de nuevo —dijo Ashley sin dejar de mirar al chico que no encontraba la manera de soltarse.

—Garreth es un debilucho. —Narel soltó al niño, que era unos cuantos meses menor, y se sentaron en el suelo, uno al lado del otro—. Vamos al hospital.

—Dijo Thomas que nos quedaremos aquí hasta que él avise. —Alexander, sentado cerca y con Leah en los brazos, habló—. Somos muchos y solo molestaremos.

—Tú molestarás, como siempre. —Alexander frunció el ceño al escucharla, a veces no sabía cómo la soportaba—. Nosotros queremos conocer al bebé.

—No iremos, Thomas me dejó a cargo y aquí nos quedamos.

—Tan a cargo que Nick lleva rato comiendo azúcar y sabes lo que eso significa. —Alexander quitó a su hermana de encima y se fue con Nicholas, sabían muy bien cómo se ponía con tanta azúcar, era imposible detenerlo.

Garreth aprovechó la situación e intentó hacerle una llave a Narel, pero luego de unos minutos de forcejeó volvió a quedar atrapado entre los brazos de la niña y escuchando las burlas por ser un debilucho. Aunque, cuando Alexander los vio nuevamente en el suelo, decidió interceder por su hermano e inmovilizó a Narel. Ella solía ser buena en las luchas de ese estilo, había aprendido con sus primos y amigos en Brighton desde pequeña, ya que siempre la trataron como uno más y no como una más. Pero aún no podía ganarle a Alexander, había solo dos personas del grupo con el que jugaba a las que no le ganaba, uno era Ralph y el otro Alexander, y odiaba eso. Pero mejoraría, llegaría el día en que les ganaría a ambos.

Aunque, por el lado de la madre de los muchachos, tampoco fue muy fácil acostumbrarse a la niña. Es decir, no fue fácil para una señora de clase alta ver como una niña le hacía con facilidad llaves de lucha libre a sus hijos, para ella eso era completamente anormal. Pero si Thomas la aceptaba, así como era, para ella estaba bien, si había alguien en quien confiaba y ponía sus manos al fuego, era su hijo mayor. Por nadie más. Aunque, con el paso de los meses, fue notando el cambio en Alexander que, si bien no había cambiado por completo, si pasó de ser un completo desastre a un medio desastre. Y es que con Narel no era que no hiciera cosas, pero al menos las hacían fuera de casa y el «peligro» quedaba lejos, o un poco lejos.

Y así llegó al mundo Elijah, el hijo de Helen y Thomas, quien a los pocos días dio a entender que era mejor no tener hijos, ya que no dejaba dormir a nadie por las noches y dormía todo el día.

Aquel nacimiento marcó un hito importante para todos, porque de cierta manera les cambió la vida. Y fue el primero que vivieron juntos, incluyendo a Narel. Los años siguiente fueron fortaleciendo el lazo, por eso viajaron con ella a Brighton a conocer a sus amigos y familia, y ella todos los veranos —y en realidad cada vez que iban a la casa de campo de los Russ—, se quedaba con ellos en lugar de sus padres, que aprovechaban la ocasión de viajar por Europa. Quizás, al único lugar al que no se negaba ir era a Canadá, porque cada vez que sus padres viajaban, ella era la primera en estar en ese avión. En Londres, prácticamente, conocían a todos los de Canadá solo por lo que les contaba ella y por las fotografías que les enseñaba. A ella le gustaba que todos sus conocidos, se conocieran, algo que con el paso de los años se fue haciendo realidad.

La maleta, en Londres, se quedó juntando polvo. Londres dejó de ser una asquerosidad.



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