¡Bienvenidos a Luchsaugen! Espero que pases un rato agradable.

9 de mayo de 2021

[Recovecos] El cristal de Apakí

 


Día tercero.

Tercer drulus[1].

Cuarto igtarok[2].

Notas del Apakí.

El cristal de Apakí, codiciado tesoro por los hechiceros del mundo conocido, se fue agotando de a poco y ello llevó al borde de la extinción a la raza que tanto lo ansía. Aunque, según cuentan los libros polvorientos que hay en la parte bajo tierra en la casa de mi padre, es imposible que el cristal se agote para siempre o que su poder disminuya, pero lo que sí hace es esconderse cuando siente que el peligro se acerca. O, en algunos casos, puede transformarse para adaptarse…

Mi cuerpo estaba cansado por la mañana. La noche anterior había estado tratando una y otra vez aquel hechizo, pero seguía sin funcionar. No sabía qué estaba haciendo mal. No sabía qué tenía que hacer. Asumí que el cansancio también se debía a la frustración que sentía, además de las largas noches de estudio junto a los libros para encontrar la solución al dilema que me aquejaba.

¿Acaso era tan difícil crear un mísero cristal de Apakí? Ni siquiera era algo tan grande y rebuscado lo que necesitaba, sino que un trozo minúsculo, del tamaño de un dedo, quizás un poco más. Pero pequeño. Y no podía… A mi maestro le resultó tan fácil hacer aparecer uno cuando nos enseñaba hechicería hacia tres drulus, que no entendía por qué yo no. Es decir, tengo la habilidad, quiero aprender, a diferencia de mis compañeros que van por obligación, porque sus familias así lo dictan.

Yo estoy solo. Me recogió un buen hombre —anciano ya— cuando caminaba por el bosque, escuchó un llanto entre la maleza y se acercó, temeroso al principio pero con la amabilidad que sólo un noble corazón puede tener. Me vio, me cargó y me dio todo lo que un padre puede dar. Pero lo bueno nunca dura para siempre y los dioses se lo llevaron a una mejor vida cuando yo rozaba los trece walik[3], y ahora ya casi tengo los veintitrés.

Lo extrañaba, era lo único que tenía y por quien hubiera hecho cualquier cosa. Mi cariño por él era tan grande como lo era el odio por los que me abandonaron siendo sólo un bebé. Quizás mi padre nunca debió contarme sobre mis verdaderos orígenes, pero ya era tarde para lamentaciones.

Mi concentración estaba en encontrar la manera de hacer aparecer un trozo de cristal de Apakí y pasar al siguiente nivel de hechicería. Si no lograba eso para la próxima reunión, tendría que esperar otro walik para realizarlo de nuevo, y ya llevaba dos walik fallidos, no podía permitirme otro error, no podría otra vez con mi orgullo herido.

¿Y si era cierto lo que decían? Era extraño pero coincidía, sólo los herederos directos de hechiceros lograban hacer aparecer un trozo de cristal. Yo no podía, como tampoco podían los sirvientes de mis compañeros que eran obligados a estudiar hechicería porque debían acompañar al futuro mago a recorrer el mundo, y si debían dar la vida por salvar a su amo, no tenían posibilidad de elegir otro camino. Según mis compañeros yo también pertenecía a esa raza: los navrëk, que era como llamaban a los esclavos.

Pero yo haría aparecer un cristal de Apakí en la siguiente reunión costara lo que costase. Ya estaba decidido, aunque tuviera que dejar mi voluntad en ello, me convertiría en un hechicero de nivel más alto ese mismo walik.

No me levanté en todo el día.

 

 

 

 

 

 

 

Día cuarto.

Tercer drulus.

Cuarto igtarok.

Notas del Gotë

Se dice que el gotë era un tipo de cristal raro, razón por la que casi no hay información del tema. Según los libros polvorientos de mi padre, sólo se ha visto una única vez, cuando el gran dios Einö separó las grandes tierras para dejarlas como están hasta el día de hoy. Pero eso fue hace muchos walik, tantos que ningún libro me puede dar una fecha exacta. Algunos mencionan dos soles…

El descanso del día anterior había funcionado, aunque se me acumularan cosas por hacer, no me lo reproché, como venía haciendo desde hace un tiempo. En lugar de eso me dispuse a mirar si el sitio en el antejardín, en donde estaba realizando el hechizo, se encontraba intacto para seguir practicando. A veces los animalillos del bosque vienen a husmear y rompen todo.

Pero lo que vi al abrir la puerta me dejó sin poder respirar por unos instantes. Frente a mí, tenía un gigantesco cristal de color negro que nacía justo de donde tenía mis marcas para el hechizo del Apakí, y ése no era el que necesitaba…

Me acerqué con paso lento y estiré mi brazo para rozar el cristal con la punta de mis dedos, era algo que no podía evitar: me estaba llamando. Pero el simple y pequeño contacto de mi piel con la superficie lisa y helada me hizo estremecer por las descargar eléctricas que emanaron. Aun así no retrocedí, mi reflejo llamó la atención.

Allí estaba yo, y fue esto lo que me hizo dar cuenta que aquello no era el cristal de Apakí, supuestamente cuando uno se mira en el cristal se ve en su edad más tierna, más pura, porque eso es lo que guarda el cristal y lo que le da la fuerza al hechicero. En cambio lo que yo vi fue a mí mismo como siempre, allí estaban mis ojos oscuros y medio rasgados, mi mentón flacucho y mi nariz respingada. Mis orejas afiladas y mi corto cabello negro. Mi piel se veía mucho más oscura debido al color del cristal. Y también había algo que yo no tenía, una enorme cicatriz en la espalda que parecía una araña, y el volcán en erupción como fondo.

Volteé al instante, la casa de mi padre quedaba a los pies del gran volcán Einönaïs, en medio del bosque y algo alejada del resto de la población, pero fue un alivio verlo tan tranquilo como siempre. Según la leyenda el dios Einö utilizó el volcán para la separación de las tierras, aunque gracias a Einönaïs se calmó y la vida volvió.

Miré de nuevo el cristal, pero una energía me envió sobre mis pasos y me lanzó contra la puerta. Por suerte estaba abierta, aunque no por mucho porque la cerré una vez que estuve por completo dentro. No sabía qué era aquello, y tampoco me arriesgaría, no hasta encontrar información.

 

No había mucho que leer sobre el cristal, sólo pude averiguar que quizás es el cristal de Gotë, ya que se ajusta a la única descripción que encontré de él. Pero no hay más. Tendría que investigarlo por mí mismo.

Cerré el libro que tenía en mis manos y me puse de pie, me armé de valor y salí al antejardín. Tenía la esperanza de que hubiera desaparecido, tal y como llegó, pero no, allí estaba el cristal negro e imponente, mostrando toda su magnificencia a mí…

Entonces fue cuando recordé que si veían el cristal llegarían todos para adueñarse de él, y con el tamaño que poseía era imposible que no lo vieran. Y no lo permitiría, el cristal era mío, yo lo había conjurado y sólo yo tenía derecho a utilizarlo. Él no sólo me haría pasar a un grado de hechicero más alto, sino que me daría el respeto que siempre he esperado. Pero no aún, debía quedarse oculto por un tiempo más. Decidí usar un hechizo de ocultamiento, no lo enviaría a otro lado, lo escondería de los ojos curiosos de todos. Sólo yo lo vería.

Comencé a recitar las palabras para ocultarlo, pero apenas había empezado el cristal me atacó con los mismos golpes eléctricos que utilizó cuando lo toqué. Aquello no podía estar pasando, no podía dejarlo a la vista de todos. Lo intenté de nuevo.

Una red de rayos de color morado salió disparada hacia mí, intenté esquivarla pero no pude, y mucho menos me dio tiempo para lanzar un hechizo de defensa. Grité, el dolor que me provocó no se lo deseo a nadie, ni siquiera a quienes tanto odio. Pero ninguno de mis gritos disminuyó el ataque, ni siquiera cuando me retorcía en el suelo.

De pronto unas imágenes se adueñaron de mi mente: eran de cuando me abandonaron en el bosque. Vi cada uno de esos rostros, no los olvidaría jamás. También vi a mis compañeros de hechicería llamándome navrëk y otras cosas. Y la cicatriz en mi espalda… y mis puños apretados… con rayos morados a su alrededor.

Y de pronto supe lo que debía hacer.

Me levanté con esfuerzo, pero el cristal volvió a mandarme al suelo. Lo intenté de nuevo hasta que logré mantenerme de pie. Avancé hasta el cristal, estiré mi brazo y dejé mi palma apoyada por completo.

Las palabras salieron por sí mismas de mi boca, nunca antes había escuchado ese idioma, pero sonaba antiguo. En ese momento no tuve ni la más mínima idea de lo que había dicho, pero sí lo que había hecho.

En ese instante el volcán hizo explosión y las islas se estremecieron. Una gran nube se formó sobre mi cabeza, que terminó cubriendo la cima de Einönaïs para siempre, el cristal se redujo y pasó a formar parte de mí.

Ese día murió Jedé y nació Káñcadus: la reencarnación de Káñca, el Único, el primero, el que es luz y oscuridad, quien es todo y nada a la vez. El padre de todos.

Káñcadus, amo y señor de todo Készlet.

 

 

 

 

 

 



[1] Drulus: nombre del sol mediano en el mundo de Készlet, que marca el inicio y fin de un periodo de tiempo de cinco días, ya que aparece cada cinco días.

[2] Igtarok: nombre del sol pequeño en el mundo de Készlet, que marca el inicio y fin de un periodo de un mes, donde cada mes corresponde a veinticinco días o cinco drulus.

[3] Walik: nombre del sol mayor en el mundo de Készlet, que marca el inicio y fin de un periodo de tiempo de un año, ya que aparece cada un año.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Me vas a dejar tu opinión?

Los comentarios no son moderados, aparecerán apenas lo envíes, pero si faltan el respeto o son dañinos hacia alguien en especial o la que escribe, será borrado o contestado, todo depende de los ánimos de quien responde.

Intentaré responder los comentarios apenas pueda.

¡Muchas gracias por opinar!