I
No
se sabe a ciencia cierta si el amor es parte de ella, ni si es parte de nuestro
sistema biológico al ser relacionado siempre con el corazón o con el cerebro,
en algunos casos. Pero de lo que sí muchos están seguros es que duele, duele en
el corazón y en el cerebro…
Y
a lo largo de la vida hay muchas maneras de sentir este dolor, tantas como
amores existen en el mundo. Ya sea el amor de un padre a un hijo o viceversa,
de un hermano a otro, de un amigo a otro, de un ser a otro ser, de un hombre a
una mujer…
Y
es que no es fácil ni simple manejar el cerebro y el corazón para dar con el
amor, o que el amor dé con el cerebro y el corazón, y estas cosas por lo
general se dan en la tierna edad de la adolescencia, cuando los cuerpos
empiezan a cambiar y las hormonas comienzan a hacer de las suyas, creando
ilusiones y ambientes propicios para que el amor juegue con el cerebro y el
corazón, los haga confundirse y luego derrumbe todo, o acomode todo de tal
manera para que sea un final feliz, pero eso ocurre sólo después de sentir
dolor.
Y
así fue que cuando aquel chico conoció a aquella chica y sus hormonas enviaron
el tic al cerebro y el tac al corazón, él supo que jamás la
podría olvidar. Porque no era fácil sacar de la mente aquellos ojos castaños
que brillaban cada vez que lo miraban, no era simple quitar de su memoria la
sonrisa despampanante con la que lo saludaba día tras día.
No,
el amor para él no era ni fácil ni simple… Era complicado y era molesto, y en
muchas ocasiones era un estorbo que no necesitaba, pero allí estaba para
recordarle que debía sufrir antes de ser feliz, porque la vida es primero dolor
y después felicidad. O así por lo menos le habían enseñado… y no le gustaba.
La
conoció en una época difícil de su vida, su sueño era convertirse en un gran jugador
de básquetbol y ser siempre el capitán del equipo del colegio, pero aquello se
estaba viendo afectado porque su rendimiento escolar había sido deficiente el
año recién pasado. En realidad fueron más que deficientes… Y la capitanía del
equipo pendía de un hilo.
Y
ella había llegado al colegio tres meses después de empezadas las clases en
marzo e iba un curso más arriba que él, pero eso no era importante porque de
todas maneras tenían la misma edad, él era repitente… Y su primer encuentro fue
algo extraño, ella caminaba por alrededor de la multicancha cuando él la chocó,
y casi la tiró al suelo, por ir corriendo a tomar la pelota de básquetbol con
la que jugaban. No olvidaría aquella mirada de enojo, y mucho menos el impacto
de los nudillos en su mejilla. No, eso lo dejó boquiabierto, no sólo por el
dolor sino que, usualmente, las niñas dan cachetadas, no ese tipo de golpes.
—Señor
Contreras. —Y la pelota rebotó cerca de sus pies al mismo momento de escuchar
su apellido—. Señorita…
—Vásquez
—interrumpió al notar que el inspector olvidaba su apellido—. Es Vásquez.
—Bien,
acompáñenme los dos a la oficina —dijo y giró sobre sus pies para empezar a
caminar.
Él
notó, de reojo —y con la mano en la mejilla golpeada porque le dolía—, que la
chica a su lado suspiraba, se cruzaba de brazos y rodaba los ojos para seguir
al señor que los guiaba.
Al
entrar a la oficina, el inspector les indicó que tomaran asiento, mientras él
buscaba en un botiquín una compresa de frío para entregársela al chico
golpeado.
—Tuvieron
la mala suerte de que viera todo lo que pasó —comenzó a hablar al sentarse en
su silla y cruzar sus dedos frente a su cara, regordeta y con algo de arrugas—.
No tienen excusas para hacer lo que hicieron y no tienen cómo salir de esta…
—Yo
no hice nada… —interrumpió ella y el inspector la miró con el ceño fruncido.
—Su
compañero, aquí presente, no creo que opine lo mismo —dijo mirándola fijamente,
ella frunció el ceño.
—Él
me chocó, yo me asusté. ¿Qué hubiera hecho usted?
—Nada
—contestó luego de pestañear un par de veces, no se esperaba aquella pregunta—.
Pero estuvo mal que lo golpearas y estuvo mal que me contestaras de esa forma,
citaré a tus padres y tendrás que quedarte a repaso de matemáticas todos los
días después de clases.
—Qué
gran cosa —bufó, cruzándose de brazos y echándose hacia atrás en la silla—. De
lunes a viernes, de 9 a 10 de la mañana, el único horario disponible de mis
padres, no diga después que no le avisé. ¿Ya me puedo retirar?
—No
—respondió y el ceño ya hacía parecer que sólo tenía una ceja, la chica suspiró
y rodó los ojos—. Señor Contreras, ¿cuántas veces le he dicho que si va a jugar
básquetbol lo debe hacer con cuidado de no golpear a nadie?
—Pero
yo no fui esta vez…
—¿En
serio? ¿Se le olvida que estuve mirando todo el rato? ¿A cuál de sus compañeros
va a culpar el día de hoy? Señor Contreras, ya hemos hablado de esto tantas
veces… Estuve mirando sus notas en matemáticas, se quedará a repaso como
castigo, al igual que ella.
—Está
bien… —añadió de mala gana y mirándola con odio, pero ella ni lo tomó en
cuenta—. De todas maneras el profesor…
—Lo
sé —interrumpió el inspector—. Vayan a clases.
—Gracias
por arruinarme el recreo —dijo la chica al levantarse y salir, el inspector
quedó con la palabra en la boca.
—¿Cómo
permitieron que entrara alguien como ella? —preguntó mirando al mayor—. Se
supone que somos uno de los mejores colegios en excelencia académica.
—Ella
es un traslado, fue aceptada aquí por sus notas y recomendaciones, pero parece
que no le agradamos…
—Espero
no volver a verla más.
II
Y
la excelencia académica de ella se notó al mes siguiente cuando ganó las
Olimpiadas Matemáticas y fue postulada para las de Historia y Lenguaje de los
siguientes dos meses respectivamente.
Por
otro lado, él era el capitán del equipo de básquetbol, y aunque no quería, no
podía negar que aquel mes de repaso de matemáticas no había podido evitar ir
notando de a poco los gestos de ella, sus miradas perdidas, constantes sonrisas
a la nada, sus muecas de aburrimiento.
Se
fijó que el cabello lo llevaba siempre amarrado, era liso y se veía suave, le
brillaba castaño más claro al sol, casi como el color de sus ojos. Tenía tres
aretes en una oreja y dos en la otra, un anillo colgaba de su cuello sujeto a
una cadena y sus labios se veían rosados la mayor parte del tiempo… Él no
lograba concentrarse en los repasos de matemáticas.
Y
entonces pasó lo que no esperaba…
—Oye
—dijo cuando dejó caer sus libros de matemáticas junto a él—. Me voy a sentar
contigo porque necesito pedirte un favor.
—Olvídalo,
no tengo por qué hacer algo por ti, gracias a ti estoy perdiendo mi tiempo
aquí.
—Necesito
entrar al equipo de básquetbol femenino —continuó ignorando lo dicho por él y
mirándolo a los ojos—. Tú eres el capitán del masculino, nada te cuesta
ayudarme.
—No
—sonrió de medio lado y volvió a mirar sus libros.
—Tus
ejercicios están malos, tus notas en matemáticas son deficientes y si no las
subes no podrás continuar jugando. —Le quitó el lápiz de la mano y a él no le quedó
de otra más que mirarla fijamente a los ojos—. Tengo un trato que proponerte,
yo te enseño matemáticas y te aseguro que seguirás jugando en el equipo, y tú
me ayudas a entrar al equipo femenino. El trato te conviene más a ti que a mí.
Se
quedó mirándolo seriamente esperando una respuesta, él sintió que sus mejillas
le ardieron, sin saber por qué. Abrió la boca para decir algo pero su voz no
apareció, ella medio frunció el ceño. Él tartamudeó como respuesta, pero se le
entendió que estaba de acuerdo.
—Me
llamo Sofía Vásquez —dijo extendiéndole la mano y sonriéndole—. ¿Cuál es tu
nombre?
—Matías
Contreras —contestó y le estrechó la mano—. Disculpa por el choque.
—De
acuerdo… —Soltó la mano y lo miró como escudriñándolo—. Disculpa por el golpe.
—Le sonrió, y así él supo que sus hormonas eran crueles.
III
Él
continuó siendo el capitán del equipo de básquetbol hasta que se graduó, ella
entró al femenino y el acuerdo de ambos estuvo completo. Sin darse cuenta,
comenzaron a acercarse, y lo que tuvo comienzo con un golpe se fue
transformando en amistad. Pasaban bastante tiempo juntos, entre las ayudas de
matemáticas y los entrenamientos de básquetbol, y él seguía pensando que las
hormonas eran crueles.
No
pasó mucho tiempo para que otros se fijarán en ella, a pesar de no ser de las
que se catalogaban como lindas y populares. No era del montón porque resaltaba
por otros dotes, pero no era de las que usualmente todos quisieran salir con
ella. Fue por eso que para él le pareció raro que uno de los chicos populares
la invitara a salir, pero no dijo nada cuando ella le contó. Simplemente
asintió con la cabeza y le deseó suerte con aquella cita, mientras continuaba
lanzando al aro de básquetbol.
—¿Y
tú qué harás el sábado? —preguntó lanzando el balón, era su turno de encestar.
—Voy
a salir con Melisa —contestó con las manos en la cintura mientras la miraba
practicar.
—¿Cuánto
tiempo llevan juntos? —Frunció su ceño al ver la pelota rebotar contra el aro, sin
pasar por la red.
—No
lo sé, como cinco meses —respondió al momento de quitarse un poco el sudor de
la frente con su brazo.
—¿De
cuando entraron a clases?
—Más
o menos… Empezamos a salir el año pasado, pero lo hicimos más formal ahora que
entramos a clases.
—Es
linda, te queda bien a ti.
Él
simplemente sonrió al mirarla encestar y celebrar por el tiro, luego recibió el
balón porque le tocaba el turno. Ella pasó por su lado rumbo a la botella de
agua, si tan sólo supiera que ya no sentía nada por Melisa ya que quien le
robaba el sueño era otra a quien le daba miedo confesar lo que sentía, aunque
no entendía por qué.
—¿Crees
que me dejen de titular en este próximo juego?
—¿Eh?
¿Por qué no lo harían? Has practicado bastante y mala no eres…
—¡Oye!
Que no se te olvide quien te ha enseñado esos nuevos trucos. —Puso sus manos en
la cintura y lo miró con el ceño fruncido. Él sonrió—. ¿Por qué será que no le
agrado a las mujeres? —consultó, mirando un punto perdido y más para sí que
otra cosa.
—Porque
eres un bicho raro de la naturaleza —dijo sonriendo más, al verla de reojo notó
que ella también lo hacía—. No te preocupes, ellas se lo pierden. No saben lo
valiosa que eres para el equipo…
Pero
él no alcanzó a terminar de hablar porque ella le robó el balón y comenzó un
duelo entre los dos, que usualmente finalizaba con risas y trampas por parte de
ella ya que reclamaba que no podía contra la altura de él, que la pasaba por
casi dos cabezas.
IV
Él
sabía que algo extraño ocurría en aquella relación, se lo decía su corazón, y
no era porque sus hormonas le hicieran tic
y tac en todo su ser cuando se
trataba de Sofía. No, él sabía y conocía el tipo de gente que asistía a ese
colegio y más al curso de ella: superficiales. Por eso le parecía muy raro que
aquel chico popular no dejara de coquetearle, hasta iba a las prácticas y a los
juegos. Ya parecía su sombra y eso comenzaba a molestarle.
Así
que decidió prestarle un poco más de atención y fue cuando el corazón decidió
decirle al cerebro que era hora de sufrir, que debía aparecer el dolor. Porque
una punzada en su pecho fue lo que sintió cuando la vio darse un beso con
aquel, cuando aquellos labios rosados se juntaron con otros que no eran los de
él. Fue como si millones de estacas de hielo se le enterraran en las costillas
y se propagaran por todo su cuerpo, y hasta se le cortó la respiración.
Y
aquello sólo sería el inicio, porque Sofía comenzó una relación con el chico y,
si antes parecía su sombra, después no se le despegaba ni por si acaso. Y
Matías se sintió desplazado, ya no conversaban como antes, ya no reían como
antes, ya no practicaban como antes. Ella reía con aquel, practicaba entre
besos y risas con aquel, conversaba con aquel…
Entonces
el corazón le dijo al cerebro que ya no quería sentir calor, y comenzó a
enfriarse y aislarse. También le dijo que no quería amar a nadie y lo obligó a
terminar con Melisa. Le ordenó que se mantuviera lejos de todos, y se olvidó
que una vez tuvo amigos.
Lo
único que lo tranquilizaba era el básquetbol y el sueño de ser un gran jugador.
El
corazón también le enseñó al cerebro que había un sentimiento guardado, que iba
de la mano con el amor, y comenzó a odiar. Odiaba la forma en que Sofía miraba
a aquel, porque los ojos le brillaban ilusionados. Odiaba la sonrisa que le
regalaba, porque era mucho más despampanante que la ofrecida a él día tras día
cuando se saludaban. Odiaba ver el cabello de ella mecerse al ritmo de las
jugadas en los partidos. Odiaba que esos labios rosados fueran besados por
alguien que no se la merecía. Odiaba que gracias a aquel ella fuera titular de
cada uno de los juegos, todo por ser amigo de la capitana. Y odiaba aún más el
hecho de que si él se hubiera atrevido a decirle lo que sentía, ella hubiera
estado en sus brazos en lugar de los de aquel.
V
Y
entonces pasó lo que él suponía, se había tardado en llegar pero sucedió tal y
como lo esperaba, al fin y al cabo él conocía muy bien a aquella gente.
El
año escolar estaba por despedirse, y ese sería el último de Sofía y el
penúltimo para Matías. Ella estaba emocionada por su graduación y le había
hecho prometer que se seguirían viendo, no podían olvidar los tres años de
amistad que los unían.
—Erik
me dijo que haremos un recorrido por esas playas del norte. ¿Las conoces?
—No
—contestó cortante mientras lanzaba al aro, ella giraba cerca, no estaban en el
colegio practicando sino que en una cancha cerca de la casa de él, ella no
vestía ropa para la ocasión.
—¿No
te agrada Erik, verdad? —preguntó deteniendo los giros y mirándolo fijamente.
Él asintió con la cabeza—. ¿Por qué?
—Lo
conozco de hace tiempo, sé cómo es… sólo espero… —Pero se silenció porque Sofía
lo miraba de una manera anhelante, esperando que dijera algo bueno de aquel al
que llamaba «pololo».
—¿Qué
esperas? —consultó impaciente mirándolo a los ojos.
—Nada
—dijo y lanzó el balón con fuerza contra el tablero—. No espero nada. —Tomó la
pelota y caminó rumbo a su casa, dejando a una confundida Sofía mirándolo
desaparecer.
—Matías…
—susurró, luego giró sobre sus talones y desapareció.
Él,
como si hubiera escuchado que lo llamaba, volteó para mirarla caminar en
dirección a su hogar. Apretó sus puños y se regañó mentalmente por ser tan
cobarde.
—No
quiero que te haga daño —confesó al viento, que era lo único que se encontraba
presente en aquel momento.
Sofía
solía tener buenas ideas, como aquella vez que decidió sobornar al capitán del
equipo de básquetbol para que la ayudase a entrar al similar femenino. Fue por
eso que cuando Matías volteó sin despedirse, ella cambió el rumbo a su casa y
decidió ir a ver a Erik para continuar planeando las vacaciones que tendrían
juntos una vez que terminaran el colegio.
Pero
las ideas no siempre son buenas…
Sofía
se encontró con una escena poco agradable cuando llegó. Vio a la capitana del
equipo de básquetbol caminar más adelante, al principio pensó en llamarla para
saludarla, pero cuando notó que se dirigía donde mismo ella, se detuvo. Así fue
que vio a Erik salir al encuentro de la que supuestamente era amiga de infancia
durante toda su vida, a quien veía como hermana… Pero los hermanos no se besan
en la boca, no de esa manera que Sofía veía que ellos hacían.
Y
entonces sintió como las estacas de hielo se clavaban en su pecho, deteniendo y
enfriando su corazón. Y las partículas comenzaron a subir desde su estómago a
su garganta, mientras que las lágrimas empaparon su rostro.
Aun
así se armó de valor y carraspeó para interrumpir el beso. El chico la miró
boquiabierto, la chica sonrió de medio lado.
—Sof…
—Oh,
vamos, ¿no pretenderás seguir con esta mentira? —preguntó la capitana mirándolo
con enojo—. Vamos, dile para que la querías realmente.
—No…
es… no puedo…
—Mira,
Sofía —dijo y se acercó a quien se había mantenido callada esperando una
respuesta—. Erik sólo quería que le ayudarás a pasar con buenas notas sus
últimos años en el colegio y ya lo hiciste, así que ya no eres útil ni
necesaria.
—Sof…
Pero
ella no quería saber más, lo que había visto era suficiente para hacerse una
idea, además de todo aquello vivido en el colegio. Giró sobre sus talones y
echó a correr, hasta que chocó con unos brazos que la esperaban en la esquina.
—Tranquila,
pequeñita, tranquila. —Matías la aferró con fuerza contra su pecho. Todo el
dolor que sintió en algún momento por verla a ella feliz con otro, no se
comparaba con el que sentía al verla sufrir.
—Yo…
—Tranquila,
ya pasará, él no te merecía…
—¿Lo
sabías? —preguntó y se soltó un poco del abrazo para mirarlo a los ojos—. ¡Lo sabías!
Él
simplemente la miró, con el rostro empapado y los ojos hinchados. Ella se tapó
la boca y le regaló una mirada que él jamás olvidaría, porque allí expresó la
decepción que sentía hacía él y el odio por engañarla y mentirle. Y corrió, sin
detenerse, y él no hizo nada, nuevamente…
Sofía
no apareció el día de su graduación, como tampoco volvió a verse jugando en la
cancha un partido de básquetbol.
VI
Matías
Contreras desechó su sueño de convertirse en un jugador de básquetbol
profesional como siempre quiso luego de graduarse, mejor usó aquellos dotes
para postular a alguna beca y poder estudiar Ingeniería eléctrica. Pensaba que
quizás estudiando algo así podría volver a encontrarse con Sofía, pero no
ocurrió.
Él
estudió, se tituló, tuvo sus amores universitarios y consiguió empleo, pero en
su mente y corazón seguía viva la imagen de aquella chica que lo había golpeado
como nunca imaginó que una niña lo hiciera.
Estaba
por tomar una decisión importante en su vida, le habían ofrecido un traslado
laboral al extranjero, en donde comenzaría una nueva vida. A veces sentía que
ya era demasiado tiempo, habían pasado diez años desde que perdió el rastro de
ella y necesitaba dar vuelta la página y continuar para poder ser feliz. Su
cerebro lo entendía, no sabía por qué su corazón seguía terco con tenerla
presente a cada instante. El corazón no entendía que con eso no les hacía bien
a ninguno de los tres…
Tomó
el balón del suelo de su habitación y se fue a la cancha de siempre a lanzar un
rato, para relajarse y pensar. Pero al llegar allí mejor se sentó en un banco a
observar a una chica jugar en los columpios con una niña pequeña, quizás de
unos siete años. Ambas reían y se divertían y él imaginó que así se vería Sofía
siendo madre… Meneó la cabeza, no podía estar siempre pensando en ella.
Y
entonces, cuando la mujer tomó a la niña en sus brazos, a él se le cayó la
pelota de las manos y se levantó con rapidez a donde ellas se encontraban.
—¿Sofía?
—preguntó jadeante al correr—. ¿Sofía Vásquez?
—Vaya,
Matías Contreras, los años no pasan por ti… —dijo y le sonrió, así como antes,
como cuando eran amigos inseparables, y él supo que las hormonas podían seguir
siendo crueles.
—¿Estás…
Estás bien? —consultó algo dudoso y tartamudeante.
—Eso
debiste preguntarlo hace tiempo atrás —respondió aún con la sonrisa—. Y sí lo
estoy. —Él miró a la niña que cargaba y le dijo al cerebro para que le indicara
al corazón que no se ilusionara ni se entusiasmara.
—¿Es
tu hija? Se parece mucho a ti…
—Es
mi hermana.
Y
entonces, Matías Contreras, liberó a su corazón, así como debió hacerlo años
atrás, y dejó que las hormonas enviaran los tic
y los tac a los diferentes
recovecos de su cuerpo. Y no le importó si no era fácil ni simple, lo único en
que pensó fue que la tenía, otra vez frente a él, con aquellos ojos que
brillaban como estrellas, ese cabello que colgaba liso y castaño y se mecía con
el suave viento, y esos labios que continuaban rosados esperándolo… Sus
hormonas le indicaron que las de ella habían anhelado aquel momento tanto como
él y sonrió, al igual que Sofía con aquella sonrisa despampanante y, por
primera vez en mucho tiempo se sintió feliz, ordenándole al corazón que volviera
a irradiar calor.
Y,
como nunca antes había ocurrido en su vida, el corazón se puso de acuerdo con
el cerebro para hacerle caso a Matías e irradiaron calor, uno que dejaron ver
en las sonrojadas mejillas del chico que no dejaba de mirar a los ojos de la chica,
que alguna vez creyó perdida pero que no estaba dispuesto volver a dejar.
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