Cuando fue creado, sus
rojos ojos mostraron al resto que él pertenecería al Coro de arcángeles,
llamando la atención de aquellos seres que se encontraban observando. Por
primera vez en todo el tiempo que llevaban con vida, que uno de ellos mostraba
ese color desde el inicio de su existencia. Gran fue el clamor que el resto de
sus hermanos hicieron cuando él se erguía poderoso, mostrando su cuerpo bien
formado y sus hermosas alas blancas abiertas en toda su magnificencia mientras
la suave seda que lo vestía, caía hasta poco más abajo de la rodilla.
Él los miró de reojo,
en su mente tenía gran cantidad de información, sabía que existía un ser al
cual le debía todo su respeto y a quien tenía que amar por sobre todas las cosas:
era su Padre y Creador, y el resto de los que se encontraban a su alrededor,
pertenecían a su familia: sus hermanos.
Lentamente logró mover
una pierna, seguida de la otra, así fue como empezó a dar sus primeros pasos
para luego caminar con total naturalidad, como si lo hiciera de hace años.
Ellos nacían con el saber de hacer algunas cosas, pero como todo, la teoría
dista bastante de la práctica y él se estaba dando cuenta de aquello a medida
que diferentes obstáculos aparecían en su camino.
Mas, estaba destinado a
ser importante, no por nada sus ojos rojos lo marcaron desde el momento de
nacer. Con facilidad y a los pocos días, aprendió a usar cada una de las
habilidades que le correspondían al ser arcángel. Cuando estuvo listo y
dominaba a la perfección su cuerpo y su mente, fue reclutado para el
entrenamiento de los miembros del Coro, no podía elegir otro camino aunque lo
quisiera, su mirada no se lo permitía.
Todos lo adoraban y
alababan, aparte de haber nacido diferente, su belleza no era igualada por
ninguno de los alados, destacaba en todo lo que se proponía y tenía pensando lo
mismo cuando llegara el momento de mostrar sus habilidades frente a los del
Coro, de quienes había escuchado lo temerarios y fieros que eran.
Tal vez pasaron siglos,
o años, quizás sólo fue cosa de segundos. Lo único que estaba claro, era que el
tiempo pasó mientras se instruía en las artes de batallas. Además de varios
comentarios que llegaban a sus oídos sobre Lucifer, el más hermoso de todos que
se dejó caer. Pero no comprendía mucho, pues él era fiel a su Padre y por nada
del mundo lo traicionaría.
Lo que más le gustaba
era practicar con aquellas armas que salían de sus puños, filosas, relucientes
como la plata, aunque en realidad no fueran más que hierro fundido. Con forma
de aguja, que se extendían por alrededor de un metro. Las usaba a la perfección
y lo aprendió en poco tiempo, a varios de los más experimentados le costaba
trabajo vencerlo. Sabía muy bien que aquello era lo único capaz de matar a un
ángel, siempre y cuando se enterrara en el corazón de estos. Lástima, era lo
que sentía por ellos, ya que podían morir, a diferencia de él, que nada ni
nadie podía matarlo. Sonreía cada vez que pensaba en eso, pues no podía ocultar
su felicidad, ganándose unas extrañas miradas de sus semejantes, ya que ellos
no tenían, o más bien, no debían poseer sentimientos.
De a poco las leyendas
sobre su hermano con un reino otorgado por su Padre, se fueron metiendo en su
cabeza. Al mismo tiempo se fue alejando de aquellos que lo alababan y
admiraban, quienes comenzaron a mirarlo cada vez más diferente al notar que
tenía gestos no propios de su especie. Él solía reír, cuando creía que ninguno
lo observaba. Mostraba enojo, sin poder evitarlo, en los momentos que perdía
una batalla de entrenamientos. Miraba con burla a sus inferiores y la lástima
afloraba seguidamente cada vez que se topaba con un ángel.
Perdido en sus
sentimientos se encontraba, otra vez, como tantas desde que descubrió aquel
lugar donde solían ir sus hermanos de inferior rango. Los observaba sin que
pudieran percibirlo, los veía llorar para luego caer y nunca más regresar, él
bien sabía a dónde irían: al Reino de Lucifer. El desprecio hacia aquellos se
apoderaba cada vez más de su interior, pero al mismo tiempo, el deseo por lo
desconocido crecía sin que se diera cuenta.
Él conocía muy bien que
todo su ser era diferente a sus semejantes, ninguno podía siquiera pensar en
comparársele y dudaba que algún día naciera quien fuera capaz de desplazarlo.
Así fue que, con pensamientos arrogantes, su mentalidad celestial comenzó a
decaer; y cuando menos lo creyó, ante sus oídos escuchó la historia que hace
tanto tiempo esperaba, la de Lucifer y Michael.
El arcángel sólo sabía
la existencia de su hermano caído, considerado el más bello de los Cielos, a
quien él había quitado tal lugar, pero del otro, nunca en su vida se lo
mencionaron. Abatido y decepcionado, se dirigió al lugar que solía frecuentar
para ver a sus hermanos caer, donde después de mucho meditar, decidió enfrentar
a sus hermanos para conocer la verdad.
Mas, no contó con que
aquello no debía ser revelado y, por ende, se negaron a responder todos sus
cuestionamientos. Nuevamente se retiró sin consuelo al espacio más alejado del
Cielo a ver a sus semejantes elegir su camino, quienes lentamente dejaban de
ser despreciables para comenzar a verlos como dignos de admirar, ya que tenían
la fuerza para crear su propio destino.
Pensó que solo había
una forma de conseguir toda la información que necesitaba y, con lentitud fue
indagando, sacando información de un lado y otro, hasta que la mayor parte del
suceso se encontraba en su mente, pero aún faltaba algo, que era lo ocultado
por aquel ángel que se negó desde un principio.
Decidido se aventuró en
la búsqueda de aquel ser, cuando la mayoría de sus hermanos se encontraban
descansando. Con sigilo se acercó, hasta quedar junto a él, quien lo esperaba
con los ojos cerrados, de pie mirando a las alturas.
—Ya te he dicho que no
diré palabra alguna sobre Michael y Lucifer —dijo antes que el arcángel
hablara.
—Sólo quiero saber una
cosa —musitó poniéndose en frente para clavar sus rojos ojos en los dorados del
otro—. Y eso es el verdadero motivo por el cual pelearon.
—¿Qué no te contaron ya
lo sucedido? —preguntó fijando su vista en el recién llegado—. ¿No es
suficiente para ti saber que Lucifer nos traicionó y desobedeció a nuestro
amado Padre? ¿Qué por eso Michael tuvo que detenerlo?
—Sí, me lo dijeron
—respondió intentando intimidarlo—. Pero bien sabes que eso no es lo que
quiero, cuéntame sobre el verdadero motivo, dime lo que realmente pasó.
—Nuevamente te lo digo
—contestó sin el más mínimo sentimiento—, no puedo hacerlo.
—¿Por qué? —indagó
perdiendo un poco de su paciencia, cosa que el ángel notó instantáneamente.
—¿Qué sucede contigo?
¿Acaso te han invadido los sentimientos? —Lo observó de arriba a abajo, sin
perder detalle—. Eres lo más importante que ha sido creado desde hace milenios,
no puedes…
—Simplemente quiero
saber la historia —interrumpió dejando ver en su voz el enojo que sentía—. ¿Me
dirás? —cuestionó con furia.
—Nunca lo ha… —Pero el
ser no alcanzó a terminar de hablar, una filosa aguja atravesó su corazón.
—Gracias —susurró al
momento de dejar caer el cuerpo sin vida de su hermano, para luego guardar su
arma y desaparecer del lugar, tan sigilosamente como había llegado.
Arrepentimiento, era lo
que no sentía, temor a ser descubierto, mucho menos. Sería sospechoso, tal vez,
lo juzgarían para luego castigarlo, claro que no, a él no podrían culparlo,
caería bajo los ojos atentos de quienes buscarían al que realizó semejante
aberración, al igual que todos los demás, pero saldría libre, nadie se
atrevería a decir palabra alguna en su contra, por supuesto que no.
Con esos pensamientos
en su mente, se dirigió con total calma al lugar de siempre y allí volvió a
observar a sus hermanos caer, sin dejar de lado, en ningún momento, el
propósito que buscaba en quien asesinó.
Y así, aquel acto quedó
en el olvidó en pocos días, a ellos no les interesaba quien moría y vivía, todo
aquello pasaba por algo, su Padre lo ordenaba y no eran nadie para ponerse en
su contra o decidir si estaba bien o mal. Simplemente olvidaron, aunque antes,
hicieron la investigación correspondiente, que buscó lejos del culpable. Mas,
no hubo algún juicio que el antes mencionado.
Él, apartado como
siempre, sonreía mientras pasaban los días, feliz se encontraba al saber que
sus pensamientos eran verdad, jamás pensarían mal de sus actos. Se regocijaba
viendo a sus hermanos caer, cuando varios gritos de fulgor y voces llenas de
felicidad lo distrajeron. Se acercó con lentitud, la curiosidad lo incitaba a
apurarse, pero no debía mostrar sentimiento alguno, hasta que llegó al centro
de todo.
Se abrió paso entre la
multitud, que lo miraban expectante, y observó con recelo lo que se encontraba
allí, envuelto en sus hermosas alas blancas, un arcángel había llegado. Aún no
mostraba su rostro, pero eso que adornaba su espalda resplandecía de tal
manera, que aumentó los celos de quien miraba sin pestañear y, de pronto,
sucedió, el ser comenzó a moverse y se puso de pie, mostrando a sus semejantes
una belleza sin igual y todos lo miraron anonadados; abrió sus ojos, rojos como
los de él.
La envidia llenó su
corazón, no aguantaría que eso sucediera, había sido el único nacido con ese
color en su iris y no estaba dispuesto a que le quitaran su lugar en los
Cielos. No, claro que no. Miró los nuevos pasos del ser, hasta que sintió una
mano en su espalda, que lo distrajo de todos los pensamientos en contra del
recién llegado.
—Serás el encargado de
enseñarlo —le ordenó uno de los arcángeles que le ayudaba con sus poderes,
cuando nació—. Al igual que tú, es uno de nuestra raza especial, ¡únicos!
—exclamó sin dejar de mirar al nacido hace tan poco—. Conoces los poderes que
tienes y es tu deber que él también los domine.
Dicho esto, se acercó
al que daba cortos y pausados pasos, para darle la bienvenida y mostrarle su
nuevo hogar. Mientras él, apretaba sus puños con rencor, no quería enseñar a
nadie, no nació para eso, pero no tenía más opción. Dio un paso al frente y
saludo a su nuevo hermano, quien le enseñó su roja mirada sin sentimientos,
como la de casi todos en ese lugar.
Fue su tutor y maestro
a tiempo completo, dejando de lado todo su entrenamiento, sus largos paseos e,
incluso, sus visitas para mofarse de sus hermanos que se dejaban caer. Cada día
que pasaba, su odio por el destino que le tocó al estar a cargo de aquel ser
llenaba su corazón. Muy por el contrario del recién llegado, quien veía a su
mentor con gran admiración y le amaba, no como a su Padre —ese amor no se
comparaba con ninguno—, pero sí más que a cualquier otro de sus semejantes.
Mas, olvidó que los
sentimientos, a veces, le ganan a cualquier cosa; y las añoranzas por aquel
espacio lentamente lo obligaron a volver. Dejó a su pupilo entrenando y se
dirigió para mirar a los ángeles caer. Allí recordó al que murió por sus manos
y volvió a sonreír porque nunca lo encontrarían culpable, pero un detalle, al
que no le dio importancia y que nunca imaginó, se hizo presente. Volteó y
observó con el ceño fruncido a quien creyó había dejado practicando con sus
armas, que lo miraba perplejo.
—¿Qué haces aquí? —Fue
lo que dijo a su pupilo con seriedad.
—Quería saber que
hacías —contestó, sin salir de su estado de trance.
—¿No te dije que te
quedaras entrenando? —preguntó alzando un poco su voz, debía mantener el orden.
—La curiosidad me ganó
—respondió sin entender las palabras que pronunció.
—¿No se te ha enseñado
ya, que nosotros, no tenemos ese tipo de sentimientos? —Suspiró, sólo él podía
ser la excepción a la regla.
—Pero tú los tienes
—reprochó clavando su vista en su maestro—. Te he observado, eres mi ejemplo a
seguir.
—Desafortunadamente
—musitó acercándose—. Será mejor que vuelvas, no querrás que te encierren en
alguno de los calabozos por desobedecer.
—¡Es a ti a quien
pueden encerrar! —exclamó con confusión.
—¿A mí? —Aguantó una
risita—. No, claro que no. Yo no estoy haciendo nada malo.
—Entonces yo tampoco.
—Se cruzó de brazos y frunció su ceño.
—Te equivocas, pupilo
—dijo con algo de ironía—. Estarás en graves problemas si te ven aquí. Has
olvidado algo muy importante, ocultar tu presencia. —El menor abrió los ojos
sorprendido—. Deduzco que llegaste hasta aquí siguiéndome, ¿no es así? —Quien
tenía al frente, simplemente asintió con la cabeza—. Pero para que veas que soy
el mejor de los hermanos, te salvaré.
Se desvaneció, frente a
la mirada del otro arcángel de ojos rojos, para aparecer varios metros tras la
espalda de éste, donde un ángel se acercaba a paso lento.
—¿No saben que este
lugar es prohibido? —preguntó deteniendo su caminar y fijando su vista en el
que se le acercaba.
—¡Oh, sí! Lo sabemos
—contestó él sin darle importancia al asunto—. Aquí todo está prohibido.
—Entonces no debo
decirles cuál es su castigo —observó por sobre el hombro al ser que se había
quedado atrás—. A ambos los esperan los calabozos.
—No lo sé —respondió—.
No soy bueno para esos lados, yo prefiero mi libertad. ¿Quieres vivir?
—preguntó, el recién llegado lo miró con extrañeza—. Supongo que sí, por eso
olvidarás todo esto y cada uno seguirá su camino.
—Mi deber es… —Pero fue
interrumpido por el frío pedazo de hierro atravesando su corazón.
—¡¿Qué haces?! —gritó
desconsolado su pupilo, no podía creer lo que veía.
—Te salvaba la vida —se
volteó y clavó su vista en el menor, con una sonrisa dibujada en su rostro.
—¡Yo te amaba! —El
llanto se hizo presente en aquella roja mirada que se llenaba de una ira que
supo controlar, al momento que se lanzaba al ataque de su hermano y maestro,
éste lo recibió chocando sus armas a la altura de sus cabezas.
El centellear de sus armas al chocar se
veía desde lejos, esto llamó la atención de algunos de sus hermanos que
paseaban en las cercanías. Con cautela se aproximaron, para ver un digno
espectáculo que sólo dos de ojos rojos podían mostrar.
El sonido que formaban era estrepitoso,
mas ambos rivales entregaban todo de sí para vencer al otro. El pupilo lloraba
por la traición de su maestro, éste, en cambio, tenía dibujada una sonrisa
burlona en el rostro. Nunca le importó el bienestar de quien se encontraba al
frente y mucho menos le interesaba en ese momento. Era la gran diferencia que
veía con Michael y Lucifer, esos hermanos profesaban un afecto mutuo.
Los que habían sido llamados por el sonido
de la batalla, observaban con gran asombro lo que acontecía. Si bien esas
sensaciones no formaban parte de ellos, imposible les resultaba no mostrar
algún indicio de incredulidad para lo que veían.
Por un lado, aquel que hace tanto tiempo
llegó junto a ellos, el primero de los nacidos con los ojos rojos, a quien
respetaban, adoraban y amaban por ser como era. Frente a su pupilo y sucesor,
el segundo de aquella estirpe, a quien adoraban y amaban tanto o más que al
primero, pero que aún no llegaba a la grandeza de éste.
Sus armas se golpeaban al igual que ellos,
la diferencia era que sus cuerpos recibían gran daño, a pesar que no podían
morir, eso lo sabían muy bien, por eso intentaban dejar lo más lastimado
posible a su oponente.
La sangre escurría por la mejilla del
primero, luego que el segundo le cortara la cara con su filosa aguja. Pero eso
no quedó impune, ya que su maestro le enterró su arma en el estómago, logrando
que su rival cayera de rodillas, no estaba acostumbrado a esos golpes.
—Será mejor que te rindas —le dijo
guardando sus armas.
—Tu pecado merece ser castigado —contestó
mirándolo con fiereza.
—¿Mi pecado? —bufó con una carcajada—.
Según tú, ¿cuál es mi pecado?
—Matar a un hermano —respondió con rabia.
—Ten cuidado en cómo te expresas —susurró
al momento de arrodillarse frente al herido—. Estás mostrando demasiados
sentimientos.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó uno de
los que observaban.
—Nada importante —dijo el mayor al ponerse
de pie—. Simplemente mi pupilo interfirió en mi camino —volteó y sonrió al
mirar al ángel.
—Tu camino es el mismo que el suyo —musitó
mirándolo fijo a los ojos—. Imposible que interfiriera.
—¡Oh, claro que sí lo hizo! —exclamó con
ironía—. Verás, mi ideal era ir a conocer a Lucifer. —Quienes lo rodeaban
abrieron los ojos a más no poder—. Mi pupilo intentó impedir mi paso.
—¡Nosotros también lo haremos! —Los
observadores, que eran cuatro, se pusieron a la defensiva, listos para el
ataque.
El arcángel se limitó a carcajearse
sonoramente, provocando desconcierto en sus rivales que bajaron las defensas.
Aquel fue el punto preciso en que atacó y, sin remordimientos, dejó sin vida a
aquellos que nunca imaginaron que su paseo terminaría en eso.
Sonrió al momento de sentir la fría arma
atravesarlo, su pupilo lo había atacado por la espalda, tal y como hacen los
cobardes. Mas no le importó y avanzó unos pasos al frente para retirar aquella
aguja de su cuerpo. Volteó y con una gran onda de poder lo envió lejos.
Avanzó hasta el lugar donde se dejaban
caer, abrió sus alas y comenzó el lento descenso.
La sonrisa dibujada en su rostro jamás lo
abandonó, por primera vez, desde el inicio de su existencia, podía sentir con
libertad. Eso lo llenaba de satisfacción y placer. Un cúmulo de sensaciones se apoderaron
de todo su ser, era feliz.
Un dolor indescriptible comenzó a sentir,
sus alas se desvanecían al caer, en polvo quedaban hechas. Apretó sus puños con
fuerza, debía soportarlo, era su decisión y lo anhelaba más que cualquier cosa.
Sus largas y filosas agujas aparecieron
lentamente en sus muñecas, eso también tenía que dejarlo en el camino. Sus ojos
titilaban con asombro, si había algo a lo cual amaba, eso eran sus armas. Las
aferró con fuerza en sus manos y aguantando cualquier tipo de dolor, se las
introdujo de vuelta, no estaba dispuesto a perderlas.
Un fuerte golpe en su espalda le anunció
su llegada al Infierno, se quedó mirando a lo alto, intentando ver el lugar de
su antiguo hogar, pero lo único que percibió fue oscuridad. Tocó sus brazos con
la yema de sus dedos, sintiendo dolor y, a la vez, felicidad, sus preciadas
armas continuaban acompañándolo.
Se levantó y miró con atención, había
cambiado, lo sabía desde comenzó a caer, pero era hora de ver con sus propios
ojos lo que quedaba de él. Se sorprendió al notar que en lugar de sus alas, se
encontraba una cicatriz que palpó con suavidad, para sentir que cubría toda su
espalda. No le importó, aquellos instrumentos para volar no le eran útiles.
Tocó su cabeza y unos pequeños cuernos adornaban su frente, suspiró, no le
quedaba otra más que acostumbrarse. Pero lo que llamó por completo su atención,
fue la extensión de su columna, aunque en vez de ser un rígido hueso, era algo
que podía mover con total naturalidad de un lado a otro, le gustaba la
sensación.
Dejó de pensar en él y miró en rededor,
varios cuerpos —o lo que quedaba de ellos—, era lo que había. El cayó
sobretodos aquellos que una vez fueron ángeles, que no lograron aguantar el
doloroso descenso. Se burló de ellos y les dio la espalda, era hora de ir a
mirar su nuevo reino. Mas, momentos antes de dejar los cadáveres por completo
atrás, se giró, miró a las alturas y sonrió.
—Padre, he matado algunos ángeles, creo
—su sonrisa se hizo más grande y burlona—. Ahora caminaré por el mar, espero
que algún día me perdones —continuó recitando con lentitud—. Por favor, atraca
mi bote vacío al muelle —se carcajeó, volteó y siguió caminando.
*
* * * *
Poco más adelante, divisó a los primeros
seres. Se reían con grandes y sonoras carcajadas, mientras se movían dando
saltos de un lado a otro. Se detuvo y los observó curioso, eran cinco demonios
de ojos negros.
Un grito desgarrador llenó el ambiente, lo
que hacían era torturar un alma, al parecer, recién llegada. Se acercó, quería
ver con más claridad la diversión. Pero uno de ellos se percató de la nueva
presencia y deteniendo lo que llevaban a cabo, dio un paso al frente y observó
al caído caminar a su encuentro.
—¡Alto! —ordenó con voz de mando—. ¿Quién
eres tú, que osas caminar sin permiso por estos lados, luego de caer? ¿Qué no
sabes que los nuevos deben pagar una cuota?
—Mi antiguo nombre lo dejé en las alturas
y no creo conveniente decirlo aquí —contestó con una media sonrisa—. Pero
mientras caía, algo susurraba uno nuevo para mí —clavó su mirada en el demonio,
quien retrocedió con temor frente a los pasos fieros del recién llegado—.
Belial pueden llamarme. Soy libre de caminar por donde me plazca —sus ojos
centellearon con ira—, y pobre del que intente ponerse en mi camino.
—¡Oh, señor! —exclamó el ser arrodillándose—.
Discúlpeme, el color de sus ojos no logré ver debido a la distancia —se levantó
pero su mirada seguía en el suelo—. Sólo soy un vil demonio de baja estirpe,
pero me pongo a sus pies y disposición.
—Ya veremos de qué manera me puedes servir
—contestó con su usual sonrisa.
—En lo que ordene, mi señor —repitió
haciendo una reverencia.
—Sigan con sus cosas —dijo mirando al alma
retorciéndose de dolor.
Dio unos pasos hacia atrás y continuó el
camino que llevaba antes de encontrarse con esos seres. Los demonios lo
observaron hasta que desapareció de su visual y prosiguieron con lo que
realizaban.
—Otro más —bufó uno que se había dejado
caer al suelo con cansancio—. Así como vamos, el Infierno se llenará de
aquellos arcángeles malagradecidos.
—Más te vale agachar la mirada —añadió
quien habló con Belial—. No se sabe el poder de éste.
—Ha de ser como los otros —sopesó con
acritud uno de los demonios que continuaba con la tortura—. Son poca cosa, es
el color de sus ojos lo que asusta y a la que debemos respeto, pero de seguro
es igual a los anteriores, poca cosa.
—No lo sé —contradijo el anterior—. Lo
miré directo a los ojos por unos instantes y algo me hizo temblar.
—Tú tiemblas siempre —se burló uno de los
seres.
—¡Calla! —exclamó fijando su vista con
odio—. Éste es diferente, lo puedo sentir.
—Sólo el tiempo lo dirá —musitó quien se
encontraba sentado.
Los demonios sonrieron y continuaron con
la tortura al alma descarriada que había llegado hace unos cuantos cientos de
años atrás, y que aún no dejaban de causarle dolor por su pecado.
*
* * * *
Belial caminó sin detenerse, no supo por
cuanto tiempo, lo único que tenía en mente era recorrer su nuevo hogar y si
podía conocer hasta el último recoveco, lo haría.
Sonreía con cada paso que daba y, a cada
demonio que se encontraba, hallaba más similitud entre sus hermanos alados y
sus nuevos semejantes. Después de todo, estaban hechos con la misma sangre.
No se percató cuando de a poco
algunos de aquellos que vivían por allí, comenzaron a seguirlo. Su grandeza se
notaba y los más ancianos aseguraban que nunca había llegado uno como él, todos
los anteriores con ese color de ojos, no emanaban tal superioridad.
Los rumores, a su alrededor,
no tardaron en aparecer, si era distinto debía ser por algo y eso no podría
traerles otra cosa que no fuera para su bien.
La situación de sentirse amado
y respetado, nuevamente, comenzó a apoderarse lentamente de Belial. De a poco
le fue tomando el gusto, para después sentir que había recuperado por completo
lo que perdió en los Cielos, con la llegada del que fue su pupilo.
Apretó los puños con fuerza,
esos recuerdos le hacían perder el control en ocasiones, jamás perdonaría la
traición por parte de los ángeles y arcángeles, nunca olvidaría que prefirieron
al nuevo de ojos rojos en vez de él.
En su mente la idea de la
venganza estaba muy presente, el gran problema que tenía era el cómo hacerlo.
Bien sabía que a los Cielos no podía volver, tampoco era algo que quisiera,
prefería el Infierno. Mas le era importante encontrar la manera de verlo.
Sonrió, si él no podía ir, debía encontrar la manera en que ellos se acercaran.
Varias estrepitosas carcajadas
llenaron el ambiente, los demonios que lo seguían y que ya formaban varias
huestes —los rumores corrían con rapidez—, lo imitaron con las risotadas,
aunque sin saber muy bien si debían o no hacerlo. Belial, por otro lado, los
ignoró, lo que tenía en mente era más importante.
*
* * * *
Un mensajero llegó en un
momento que se encontraba divagando en sus ideas. Traía un recado de otro
demonio de ojos rojos, uno que llevaba varios siglos en el Infierno. El encargo
le fue susurrado, y quien lo transportaba esperó paciente la respuesta, debía
llevarla a su señor.
El de roja mirada dio unas
cuantas vueltas en rededor azotando su cola con fuerza, no podía dejar de lado
ese favor, el demonio que se lo pedía tenía influencias y necesitaba sacar el
máximo provecho de lo que fuera. Miró fijamente al mensajero y asintió con la
cabeza, éste desapareció en el acto.
Nunca se le pasó por la mente
el tener que ir a la Tierra, mas el hecho de hacerlo no le molestaba, por el
contrario, le agradaba. Algo bueno resultaría de aquello. Sonrió, era momento
de llevar a cabo su cometido.
Luego de todo el tiempo que
llevaba viviendo allí, junto con las cosas que averiguó en su antiguo hogar, no
le costó nada atravesar la barrera del Infierno a la Tierra. Para un demonio
común y corriente, eso significaba momentos de debilidad absoluta. Pero no para
él, no claro que no. Su nombre era Belial, y sería recordado por siempre, en
todos lados.
Tomó posesión de un joven
humano que caminaba solo en la oscuridad de la noche. Con satisfacción empezó a
recorrer los alrededores, no se sentía mal ni nada por el estilo para ser la
primera vez que hacía aquello.
Observó cada cosa que se
movía, era un mundo completamente nuevo para él y no desaprovecharía la
oportunidad de aprender. Si bien su único fin era la venganza contra sus
hermanos de los Cielos, no podía negar que le encantaba saber todo de todo.
El favor que le pidieron era
simple y dudaba no poder realizarlo. Es más, le resultaba bastante divertido y
fácil y no entendía muy bien por qué lo eligieron a él, si cualquier demonio
era capaz de realizarlo. Aunque algo le decía que el tema de la elección iba
por el lado de hacerlo bien o simplemente no hacerlo. Cuando se trataba de
molestar a los seres con alas, las cosas debían ser perfectas.
Silbaba mientras avanzaba y escudriñaba la
mente del humano poseído, así aprendió del lugar donde vivía. Mas, se alejarían
bastante de allí, su cometido debía realizarse en otro lado. Se internó en la
oscuridad que no era un problema para él, sus ojos veían a través de ella sin
mayores dificultades y también a larga distancia.
La información proporcionada por el humano
le permitió conocer que en las cercanías había cinco ciudades, él fue enviado a
una de ellas. Eran conocidas como las ciudades de las llanuras. Avanzaba con
una sonrisa, el humano luchaba por volver a tomar posesión de su cuerpo.
—Estúpido —dijo con una carcajada—. Nunca
podrás vencer al gran Belial. Eres un simple hombre, sin ninguna oportunidad,
por lo menos conmigo conseguirás fama.
La estrepitosa risotada que soltó
estremeció el silencio de la noche. Continuó caminando hasta que llegó al lugar
donde debía realizar el favor, ingresó y vio las pequeñas viviendas, algunas
con luces encendidas y otras completamente a oscuras. Pensó que lo mejor sería
hospedarse en alguna posada, imitando lo que haría normalmente un humano, así
que buscó uno de esos lugares hasta encontrarlo.
Le dieron una habitación compartida de
tres camas. Poco le importó, él no dormía. Observó el lugar por completo, en el
comedor algunos aldeanos comían y bebían con absoluta calma, a todos les
faltaba vida, diversión. Sonrió, tal y como lo pensó, no le sería difícil hacer
lo mandado.
Pidió que le sirvieran un vino, a los
pocos minutos una chica de no más de veinte años le llevó una jarra y un vaso.
Comenzó a beber con calma, sin dejar de mirar todo lo que le rodeaba. Así notó
a un chico que tenía sus ojos posados en quien le había llevado el vino,
sonrió, las cosas serían más fáciles de lo que pensaba.
Tomó el jarro, el vaso y se puso de pie,
caminó con lentitud hasta llegar a la mesa del muchacho y se sentó junto a él,
a pesar del asombro del humano que jamás en su vida lo había visto.
—¿Qué quieres? —tartamudeó algo incómodo.
—No mucho —respondió escuchando la extraña
voz que salía de esa boca que no era suya. Hizo una mueca de fastidio—. Quiero
proponerte un trato.
—¿Trato? —preguntó temeroso, no solía
hablar con extraños.
—La quieres a ella —contestó señalando con
los ojos a la chica que paseaba de mesa en mesa sirviendo—. ¿Verdad?
—¡¿Quién te lo dijo?! —exclamó
sorprendido—. ¡No se lo he dicho a nadie! No entiendo cómo…
—Tranquilo —lo interrumpió mostrando una
sonrisa—. ¿Quieres un poco? —Le ofreció vino, pero el chico negó con la
cabeza—. No es que alguien me dijera, es más, acabo de llegar a este pueblo.
—Bebió un sorbo de su vaso—. Se te nota de pies a cabeza.
—Yo… —musitó al bajar la cabeza—. Sí, la
quiero.
—¿Qué estás dispuesto a hacer por ella?
—Su voz seria logró hacer que el chico levantara la mirada y la clavara en los
ojos que tenía al frente.
—Lo que sea —se apresuró en decir con
decisión.
—¿Estás seguro? —Arqueó una ceja, evitando
sonreír, debía atarlo a su juego.
—Sí —contestó con firmeza.
—Yo te la puedo dar —susurró con una
mirada penetrante—. Pero tú me tienes que dar tu alma.
El muchacho lo miró aturdido, nunca en su
vida lo había visto, no sabía nada de la persona que estaba al frente, pero le
ofrecía lo que tanto deseaba. La observó en sus labores de hija del dueño de la
posada. Suspiró y volvió a clavar su vista en el ser frente a él. Asintió con
la cabeza, su destino más allá de la muerte quedó escrito.
—Entonces, tenemos un trato —sonrió el
demonio ofreciéndole la mano.
—¿Qué debo hacer? —preguntó respondiendo
el apretón.
—Quédate aquí —ordenó cuando se levantó
con el jarro y el vaso en sus manos.
Caminó lentamente hasta llegar frente a la
chica, ésta lo sintió y volteó para chocar sus ojos con los del extraño. Los
abrió con asombro, el demonio le mostraba el verdadero color que poseían los
suyos, mas no hizo gesto alguno, el centelleo rojo apenas duró unos segundos, y
cuando desapareció, la hija del dueño de la posada se encontraba caminando
hacia el chico. Atónito la dejó sentarse en sus piernas, para después besarla
con una pasión jamás demostrada en la ciudad.
Los gritos por parte del padre se hicieron
presentes en el acto, el escándalo comenzó en un abrir y cerrar de ojos.
Ninguno de los presentes creía lo que veía, eso estaba prohibido y le temían
por el castigo que podían recibir. Bien sabían que a los dioses no debían
hacerlos enfadar.
Belial pasó por entre la muchedumbre como
si nada, hasta llegar a la habitación que le dieron. Dejó el jarro y el vaso en
una pequeña mesa y se tumbó de espalda sobre la cama. Cerró los ojos y sonrió,
definitivamente todo resultaría más fácil de lo que esperaba.
*
* * * *
Se sentó sobre la rama de un árbol,
apoyado sobre el gran tronco de éste, ya que así le permitía la visual por
completo de la ciudad en donde llevaba a cabo su cometido. Sonrió, ya estaba
por finalizar. Aquellos humanos que en un principio no sabían nada de nada
sobre la diversión, terminaron entregándose a los placeres de la vida, sin que
algo les importara. Si un hombre deseaba a alguna mujer, iba y la tomaba, si
tenía marido o no, daba igual. Lo mismo ocurría con el dinero, la comida, lo
bebestible. Con todo, en realidad.
Se carcajeó al escuchar el bullicio
generado por ellos, perdió la cuenta de los días que llevaba en el lugar,
quizás un año, tal vez dos. Pero le encantaba la sensación de saber que una de
las ciudades más tranquilas, se volviera en eso, y que además, contagiara a la
más cercana. Los extranjeros venían a disfrutar de la buena vida, algunos se
quedaban corrompidos por lo que pasaba allí, otros se iban prometiendo volver.
Algunos salían cantando y bailando por lo bien que se vivía.
Se levantó y dio un salto para caer de pie
a la orilla del árbol, avanzó dos pasos y se detuvo. Sonrió.
—Siempre por la espalda —dijo sin
girarse—. ¿Acaso entrené a un cobarde?
—No soy el mismo que una vez te llamó
maestro —contestó con su voz fría, como siempre.
—No me digas —se burló—. Pero cuéntame, ¿a
qué debemos que un gran arcángel baje a la Tierra? ¿Qué es este honor?
—Bien lo sabes —respondió mirándole la
espalda—. Debes regresar al Infierno.
—Pensé que era algo más importante… ya
sabes. —Volteó para clavar sus rojos ojos en el otro—. Pero sí, lo sé, debo
regresar a mi hogar —sonrió de medio lado—. Aunque cuándo será, lo decido yo.
—Tu tiempo en la Tierra acabó. Es hora que
vuelvas —ordenó dando un paso al frente.
—¿Te maltrataron mucho tus hermanos?
—preguntó con una notoria burla—. ¿Cómo fue la tortura?
—Eso es algo que a ti no te revelaré
—frunció su ceño y lo miró con desprecio.
—Debo admitir que en algo tienes razón
—susurró arqueando una ceja y mirándolo con curiosidad—. No eres el mismo a
quien entrené. Aquel arcángel que me idolatraba —sonrió de medio lado—, tenía
una pequeña cosa que en el fondo, muy en el fondo, me agradaba. —El ser frente
a él lo miró con un poco de asombro—. ¿Quieres saber qué era? —Avanzó varios
pasos, hasta tenerlo sólo a unos centímetros—. Sentimientos, eras capaz de
tomar tus propias decisiones basándote en lo que sentías. Es una lástima que
ellos te hayan quitado tu mejor cualidad.
—Vuelve —dijo elevando un poco su voz,
Belial sonrió—. Ya mucho has hecho aquí.
—Pero si acabo de empezar —protestó
intentando aguantar las carcajadas.
—¡Acabas de terminar! —exclamó el arcángel
luciendo sus brillantes ojos rojos de una manera que el demonio nunca había
visto.
Un resplandor entre rojizo y naranja los
cubrió a ambos. El fuerte viento meció los árboles, mas la diversión era
demasiada como para que las personas se percataran de lo que acontecía en las
afueras de la ciudad.
Un grito desesperado se escuchó entre los
dos seres, pero que no salió de ninguno de ellos. Quien lo emitió fue el humano
poseído, que a pesar de no tener regreso, ese desahogo fue suficiente para
desquitarse de todo lo vivido antes de morir. Su cuerpo se hizo polvo, segundos
antes que la luz desapareciera.
—No debiste hacer eso —musitó Belial
golpeando con suavidad el suelo con su cola—. El chico no tenía la culpa. Ahora
cargarás con su muerte el resto de la eternidad.
—Uno más, uno menos, da igual —sentenció
con brusquedad mirando el nuevo cuerpo de demonio del que fue su maestro—.
Debías volver a ser tú.
*
* * * *
Cuando abrió sus ojos, lo que tuvo al
frente no fue más que oscuridad. La áspera y dura roca en que apoyaba su
espalda, le indicaba que había regresado al Infierno. Sonrió, por lo menos
logró sembrar la semilla de maldad en los humanos, tal y como se lo pidieron.
Con cansancio se sentó y se percató que no
se encontraba en su hogar como pensaba. Suspiró, tras él estaba su hermano, lo
podía sentir claramente, pero más le pesaba el hecho de tener que estar en ese
lugar, no le gustaba, le recordaba lo vivido en las alturas. Se hallaba en el
término medio entre ambos reinos, ni en el Cielo, ni en el Infierno.
—¿Y ahora qué? ¿No te bastó con quitarme
la diversión? —preguntó dándole la espalda al arcángel.
—Bien sabes por qué me encuentro aquí
—contestó con aquella fría voz.
—¡Ilumíname, gran maestro! —exclamó con
burla—. No sé la razón que te hace descender.
—No puedo pisar el Infierno… —comenzó a
decir frunciendo su ceño.
—¡Es cierto! —interrumpió con una
sonrisa—. Si pisas mi reino —recalcó el último término—, te convertirás en
alguien como yo. ¿Sabes? Te lo recomiendo, estás tan amargado.
—¿Cuál era tu motivo con los humanos?
—cuestionó ignorando los comentarios de su antiguo mentor.
—Nada en especial —respondió sin darle
importancia al tema—. Enseñarles un poco de diversión, debiste unirte a ellos.
¿Es por eso que estás aquí? ¿Sigo siendo tan temido en las alturas?
—Ya te olvidaron —susurró. Belial sonrió.
—¡Vaya! Creo que mis hermanos torturadores
están haciendo mal su trabajo —dijo con voz autoritaria—. Te han dejado un poco
de emociones o como quieras llamarlo. La mentira se te nota sin siquiera
mirarte.
—Estoy aquí porque… —Pero no alcanzó a
terminar, las sonoras carcajadas del demonio se lo impidieron.
—¡Envidia! —gritó entre risas—. Envidia y
mentiras. ¿Tan mal están en el Cielo?
—¡Basta! —sentenció olvidando que por sus
venas corría sangre de arcángel. Sacó sus armas y avanzó contra quien le daba
la espalda.
—¿Otra vez por la retaguardia? —Se burló
antes de desaparecer frente a la atónita mirada del que fue su pupilo—.
Recuerda que estás en mis dominios —musitó al oído de su rival, dándole un
fuerte golpe en donde debería tener su columna.
—¡Estoy cansado que me comparen contigo!
—exclamó con ira desde, prácticamente, el suelo. Sus rodillas golpearon con
fuerza al momento de ser empujado.
—¿Qué se siente que te ataquen por la
espalda? —preguntó con ironía, ignorando lo dicho por el arcángel—. Sí, yo
también pienso lo mismo, es de cobardes.
—Cuando te dejaste caer —susurró sin
ponerse de pie—, me culparon de tu pecado. Dijeron que no hice nada por
ayudarte, y mucho menos por los hermanos que mataste.
—Por eso nunca me agradaron… —dijo con
tono burlón.
—¡Todo fue tu culpa! —Se levantó, volteó y
clavó sus fieros ojos en el demonio.
—¿Mía? ¿Por qué? —interrogó sin cambiar el
sonido de su voz.
—¿Te atreves a preguntar por qué? —Frunció
su ceño, aquel que por tanto tiempo llamó maestro, le estaba haciendo perder la
paciencia.
—Pongamos las cosas en claro —contestó
esbozando una sonrisa de medio lado—. Yo te advertí qué pasaría, te dije que te
marcharas, que me dejaras seguir el camino que escogí. Yo no te obligué a
quedarte, es más, maté a esos hermanos por ti… —Se detuvo por unos instantes a
meditar—. En parte tenían razón, ellos murieron por tu culpa.
—¡Tú y sólo tú eres el culpable! —Soltó
con furia al momento en que aparecían sus filosas armas de sus muñecas. A
Belial se le amplió la sonrisa—. Si acabo contigo aquí, nadie lo sabrá allá
arriba —musitó antes de desaparecer y aparecer frente al demonio.
El que una vez fue un arcángel de hermosas
alas, chasqueó sus dedos y su pupilo avanzó hacia atrás, impulsado por una
energía invisible que lo dejó de espalda en el suelo. Alzó su mano levantando
al caído con el poder de su mente. Éste flotaba sin poder moverse, a unos
centímetros de las rocas. Caminó con paso decidido hasta llegar frente al ser.
—Antes que sigas con tu ataque —sonrió
burlesco—. Recuerda que te encuentras en mis dominios, aquí yo tengo la
ventaja. —Lo bajó hasta tenerlo de pie frente a él.
—Tanto el Cielo como el Infierno nos
pertenece —imitó a su maestro con el tono burlón—. Eso lo sabes bien.
—Déjame decirte, querido hermano
—respondió con la misma burla demostrada por el ser frente a él—. Que la
mayoría de esas enseñanzas que nos impartieron por tanto tiempo, estaban
erróneas. Como tú bien lo dijiste, ellos no sabrán lo que suceda entre ambos.
—Soltó una estrepitosa carcajada—. Ahora, ¿por qué no me cuentas un poco cómo
estuvo la tortura? ¿Te imaginabas un lugar así entre tus hermanos?
—¿Has estado allí? —preguntó fijando sus
rojos ojos en el demonio.
—Claro, pero no en las mismas condiciones
que tú —sonrió dejando escapar una pequeña risita—. Yo andaba…, digamos que
explorando.
—¿Qué es lo que tanto sabes? —interrogó al
ver que su maestro guardaba secretos, unos que empezaban a colarse en su ser y
deseaba saber.
—¿Por qué he de decirte lo que me tomó
tanto tiempo descubrir? —contestó frunciendo su ceño y mirándolo con
autoridad—. No, querido pupilo. Eso no te lo diré. Si tú realmente quieres
saber lo que tienen allá arriba, tienes todo el derecho de investigar.
—Sabes que eso está prohibido —replicó con
molestia frente a la negativa.
—Como está prohibido venir aquí abajo y
varias otras cosas —respondió con su sonrisa de vuelta a su rostro—. Pero aun
así estás aquí, desobedeciendo. —Comenzó a dar vueltas alrededor del ser—. ¿Qué
crees que te hagan esta vez? No serás juzgado por no haber impedido mi caída.
No, claro que no. Sino que por algo peor —susurró al oído del arcángel—.
Bajaste a este remoto lugar con un único fin: acabar conmigo. Te preguntarán la
razón, ¿sabes? ¿Qué le dirás? ¿Envidia? —Se carcajeó al seguir rodeándolo—.
Vaya hermanito, creo que esta vez la tortura será por milenios.
—No si logro engañarlos —musitó frente a
todas esas preguntas que empezaban a confundirlo.
—¿Cómo? ¿Escuché bien? ¿Mis oídos no me
engañan? —dijo con sorna la última palabra. El ser frente a él frunció su
ceño—. ¿De verdad quieres seguir las enseñanzas de tu amado maestro? —Comenzó a
reírse con fuerza.
—¡Basta! —gritó iracundo. Agarró sus armas
y las apretó en sus manos, ya que no las había guardado desde que las sacó para
atacar a Belial.
—¡Basta tú! —exclamó el demonio,
estremeciendo a su pupilo—. ¡¿Quién te crees que eres?! Venir aquí, a mi reino
a molestar, ¿crees que te lo permitiré? ¿Piensas acaso que en la Tierra tuviste
la ventaja? ¿En tu cabeza se formó la idea que tú me enviaste de vuelta? —Lo
levantó con el poder de su mente y lo arrojó lejos, el ser se puso de pie
rápidamente—. ¡Tú no eres más que un estúpido arcángel que está tan aburrido
allá arriba que viene a ver si su maestro tiene algo que enseñarle! Pero qué gran
decepción te llevarás. —Volvió a elevarlo y dejarlo frente a él—. Porque
volverás a tu lugar, sin saber nada de lo que yo sé —sonrió al momento de darle
un golpe con su puño cerrado en el estómago—. Hermanito querido —susurró con
suavidad—, no debiste interrumpirme en la Tierra, como tampoco fue una buena
idea quedarte aquí. ¿Sabes lo que le espera ahora a esas ciudades? —El arcángel
abrió sus ojos con asombro—. De las cinco dos desaparecerán por completo, no
habrá rastro de ellas en milenios, quizás en la eternidad. ¿Sabes por qué?
—Dejó a su pupilo de rodillas en el suelo, mientras él lo observaba desde
arriba—. Porque tú cometiste el gran error de querer hablar conmigo aquí. Los
años han pasado en esos lugares, la malicia que sembré ya es parte del día a
día, y aquello que te mandaron a impedir, lo he hecho de todas maneras.
El demonio cerró los ojos, suspiró y
sonrió. Fijó su mirada en el arcángel y le propinó una fuerte patada en el
pecho, provocando que éste tosiera con fuerza, dejara sus manos en el suelo y
su cuerpo hacia adelante.
—Ya puedo sentir los millones de almas
corruptas en el Infierno —dijo con burla—. Esto debo agradecértelo, querido
hermano. Me has ahorrado mucho trabajo. —Comenzó a darle la espalda—. Suerte
con la tortura que te espera al volver a casa —se carcajeó con fuerza, para
empezar a caminar de vuelta a su hogar, junto a los demás demonios.
El ser que bajó del Cielo se dio cuenta de
la estupidez que había hecho y que lo volverían a castigar, no sólo por lo que
hizo, sino que, al igual que su anterior maestro, sentía, poseía algo que
estaba prohibido para ellos. Guardó sus armas y se puso de pie, arrepentido
miró a las alturas y lloró. Algo que no debía hacer.
*
* * * *
Vagó, sin saber por cuanto tiempo, sumido
en sus pensamientos por aquella rugosa tierra. Sus blancas y hermosas alas no
resplandecían, no generaban la luz propia de un arcángel. Eso era porque en su
corazón pesaba lo dicho por su maestro, al que por tanto tiempo admiró y amó.
Dejó escapar un grito de furia y sus ojos
rojos mostraron todo el odio que sentía. Sí, sentía, estaba seguro de eso y por
ello mismo volvería a ser castigado cuando regresara a los Cielos. Mas, no
estaba dispuesto a aquello, no quería pasar otra vez por lo mismo.
—Tan buen maestro fuiste que hasta sentimientos
me enseñaste —musitó mirando al suelo.
Esbozó una pequeña sonrisa, que lentamente
se agrandó hasta transformarse en carcajadas que retumbaban en la soledad.
Cuando se tranquilizó, sus alas atravesaban la oscuridad para entrar en su
hogar, el lugar en donde debía usar lo que mejor aprendió de Belial: fingir y
mentir.
Cuando llegó a donde nació, millares de
voces se alzaron pidiendo auxilio en su cabeza. Sintió ganas de apretársela, de
acabar con aquello de una vez, era tanto que comenzaba a dolerle. Dolor, otro
sentimiento. Mas se contuvo y no hizo gesto alguno, uno de sus hermanos se
acercaba.
—¿Dónde andabas? —interrogó cuando lo tuvo
enfrente.
—Con el que ahora se hace llamar Belial
—contestó guardando para sí todo lo que sentía.
—¿Sabes lo que ha pasado en la Tierra?
—Clavó sus dorados ojos en el arcángel.
—Sí. No he podido evitarlo —respondió
afligido, aunque en realidad no lo sintiera.
—No te culpes, que eso no podía ser de
otra manera —dijo con calma—. Era el destino de todas esas almas. Además cumpliste
con tu deber, sacaste a Belial del camino.
—Sí —susurró con frialdad.
—Lo que me preocupa —añadió observándolo
con atención mientras comenzaba a dar una vuelta a su alrededor—, es el porqué
te quedaste tanto tiempo allá abajo.
—Intentaba hacer cambiar las ideas del que
fue mi maestro. —El arcángel ocultó todo rastro de sentimientos e impresiones.
Sabía muy bien lo que significa ese escrutinio y no estaba dispuesto a volver.
Se mantuvo tranquilo, estático, sin hacer
gesto alguno. Eso sería su perdición. El ángel encargado de vigilarlo terminó
de rodearlo y se marchó, sin detectar nada diferente en el ser de rojos ojos
que aún seguía con su mirada fija hacia adelante.
Una vez que la presencia de su hermano
desapareció, emprendió su camino. Se dirigió al lugar donde solía husmear a su
maestro, aquel espacio en donde él se sentaba a contemplar la inmensidad. Y
allí esperó, intentando comprender al que se dejó caer, y a la vez, pensar por
qué tenía aquellos sentimientos.
Las voces volvieron a apoderarse de su
cabeza, con sus manos la aferró con fuerza, quitando aquel molesto dolor que no
lo dejaba en paz. Quería gritar, mas no pudo, se darían cuenta y lo
castigarían. El odio comenzó a crecer en su corazón y los gritos de auxilio
lentamente empezaron a desaparecer.
De pronto una luz brilló en su interior y
supo lo que debía hacer. No esperó un segundo más y desapareció.
** * * * *
Sonreía mientras avanzaba a paso lento,
algo en su interior le decía que no se apurara, que algo faltaba. Lograba
percibir a las almas atormentadas, definitivamente sí resultó fácil su
cometido. En su rostro se dibujó una sonrisa aún más grande, todo se lo debía
al pupilo que tuvo en antaño.
Desde que le encomendaron aquello, sabía
que desde los Cielos enviarían a alguien a detenerlo. No imaginó que sería
precisamente quien lo llamaba maestro, el que se encargaría de eso. Suspiró, a
pesar de todo, tenía ganas de verlo y burlarse por las torturas que le
impartieron cuando él dejó de ser un arcángel.
—¡Es una verdadera lástima! —exclamó con su
vista perdida en el horizonte naranjo que tenía al frente—. Me hubiera
encantado ver lo que te hicieron. Debe haber estado bueno, si a un simple ángel
le hacen olvidar prácticamente todo mediante el dolor —sonrió—, y eso que ellos
no sienten. ¡Cuán fuertes han de ser aquellas cosas como para que puedan
hacerlos sentir!
Si había algo que le gustara tanto como
molestar a sus hermanos alados, era hablar solo. Podía pasar horas haciéndolo,
y pobre del desdichado que osara interrumpirlo, o burlase de aquella manía.
Se detuvo de pronto y comprendió que su
intuición estaba en lo correcto. Sonrió, su pupilo se encontraba a su espalda
y, por el aura que lo rodeaba, la furia ya era parte de él. Volteó y clavó sus
burlescos ojos en el recién llegado, quien tenía el entrecejo junto y lo miraba
con ira. Suspiró, esperaba que se acabara todo de una buena vez.
—¿Qué pasa? —preguntó con una sonrisa de
medio lado—. ¿Te has dado cuenta que no puedes vivir sin mí?
—¡Calla! —contestó logrando que Belial se
carcajeara—. He venido aquí con un único fin: acabar con mi sufrimiento y ser
libre de esta pesadilla.
—¡No me digas! —exclamó con ironía—.
Acabarás con tu vida. ¿Cómo?, si un arcángel no puede morir. Esto estará
interesante.
—¡¡Basta!! —gritó furioso. Sus
resplandecientes armas de hierro asomaron.
El demonio sonrió de medio lado al ver a
su pupilo avanzar corriendo hacia él. Ni siquiera eso sabía hacer bien, pudo
desvanecerse y aparecer frente a él en cosa de segundos, pero no. Fastidiado lo
miró, no podía creer que resultara tan idiota, más bien, no entendía cómo esa
cosa logró ser su alumno.
No perdió su tiempo y le mostró sus armas.
Su rival palideció al verlas, supuestamente debió perderlas cuando se dejó a
caer, pero no era el caso, las tenía allí y centelleaban como nunca.
—Pero…
—musitó deteniéndose y mirándolo fijamente.
—¡Estúpido! —A Belial poco le importó lo
que pasaba con el ser frente a él, se desvaneció y apareció a su espalda,
tomándolo del cabello—. Estás en una batalla iniciada por ti.
El arcángel soltó una gran energía de su
cuerpo, lanzando al demonio unos metros hacia atrás. No alcanzó a caer,
simplemente retrocedió. Volteó con rapidez y se abalanzó a su maestro,
atravesándole, en un fugaz moviendo, el estómago.
Las estrepitosas carcajadas provenientes
del recién herido, asombraron a quien tenía sus armas manchadas con sangre. No
entendía cómo podía reírse de esa manera cuando se encontraba en esas
condiciones. Frunció su ceño, se estaba burlando de él, no lo permitiría.
Dio un grito de furia y lanzó a Belial
lejos, arrastrando su cuerpo por las rocas. Aun así, no dejaba de carcajearse.
Sin aguantar más, lo elevó con su poder mental y le atravesó el corazón con su
arma, por la espalda. Un gran destello blanco los cubrió, las risas burlescas
se apagaron, el demonio desapareció.
El arcángel cayó de rodillas, comenzó a
reír sin parar, no podía evitarlo, estaba feliz. Sí, así se sentía. Logró
acabar con su maestro, al fin era libre.
*
* * * *
Lo que su vista le
mostró no fue más que el Infierno, su hogar. Había regresado sin mayores
pormenores que dos heridas que lo cruzaban. Sonrió, ese arcángel era un
completo idiota.
—¡Mi señor! —exclamó
uno de sus sirvientes al verlo—. ¿Qué le ha pasado?
—No es nada —contestó
irguiéndose con grandeza—. Descansaré. No quiero que me molesten.
Mientras caminaba, lo
hecho por su pupilo desaparecía sin dejar rastro. En su mente, lo único que
pensaba era en lo estúpido que fue ese arcángel, y aquello le causaba una
gracia enorme, tanto que no podía evitar sus carcajadas. Aun así, no podía
dejar de sentir un poco de arrepentimiento al entrenar a tal ser. Suspiró
pensando en lo mal que lo había realizado, quizás, lo único de lo que no podría
sentirse orgulloso jamás.
—Mi señor —escuchó el
susurro de un demonio.
—Dije que no quiero que
me molesten —respondió sin siquiera mirarlo.
—Pero señor —musitó
bajando la cabeza y mirando el suelo—. El mensajero dice que es importante.
—Está bien —suspiró con
cansancio—. Veré qué quiere.
Desapareció de la vista
de su sirviente y se dejó ver delante de quien lo buscaba. Por suerte ya no
sangraba, y de las marcas originadas por el arcángel, ya no quedaba rastro
alguno. Sonrió pensando en que por lo menos para ese ser, él estaba muerto.
—Señor —dijo el
mensajero con una pequeña reverencia.
—¿Para qué soy bueno?
—preguntó con una sonrisa.
—He venido a darles las
gracias en nombre de mi señor —contestó mirando el piso—. Él agradece por todas
las almas que le envió.
—Dile a Abigor que no
se preocupe, que estoy a su disposición —respondió con algo de burla—. Pero que
tenga presente que me debe favores.
—Sí, señor —musitó sin
alzar la cabeza—. También me manda a decir si puede hacer otra pequeña cosa por
él.
—¿Qué quiere esta vez?
—cuestionó arqueando una ceja.
—Más almas, señor.
—Dile que las tendrá,
pero no aún —susurró con algo de cansancio—. Acabo de llegar y me apetece un
descanso.
—Yo le informaré,
señor.
—Si es eso lo único que
quieres… —dijo con un notorio aburrimiento.
—Sí, señor —se apresuró
en decir al notar el semblante de la voz del demonio—. Me retiro.
Un simple pestañeo
bastó para que el ser desapareciera. Belial suspiró y volvió donde antes, al
fin descansaría. Mas una duda se sembró en su mente, ¿para qué tantas almas? No
le dio importancia, se recostó en el rocoso suelo y cerró los ojos.
*
* * * *
No tuvo conocimiento
alguno de cuánto tiempo vagó, lo único que sabía con claridad, era que no podía
volver a su hogar en aquel estado de euforia en el que se encontraba.
Mas, olvidó un pequeño
detalle, uno que se jactaba de tener: ellos podían ver todo.
Fue cosa de que su pie
tocara el suelo de su morada, y cinco ángeles lo tomaron con fuerza, impidiendo
que se soltara. Quien siempre lo observaba se acercó y clavó su mirada sin
sentimientos en el ser de rojos ojos que batallaba por soltarse.
—Sabía que algo ocultabas
—dijo indicando con los ojos para que dejaran de agarrarlo—. Por eso te estuve
observando…
—No he hecho nada
prohibido —lo interrumpió al verse liberado, mas no hizo nada por alejarse, eso
sería peor.
—Puedes sentir
—contestó quien estaba frente a él—. Eso está prohibido, no puedes tener
sentimientos. Nuestras esperanzas cayeron en ti cuando él se fue.
—¡Otra vez él! —gritó
exasperado—. ¿Acaso nunca dejaran de compararnos?
—Algunos instantes en
la cámara te harán recapacitar —suspiró, el arcángel abrió los ojos, instantes
en realidad era mucho tiempo.
—¡No! —exclamó mientras
se lo llevaban a la sala de torturas.
Ya no había vuelta
atrás, todo lo que estaba evitando lo tenía enfrente. Arrancar era imposible.
Apretó sus puños mientras caminaba junto a los cinco ángeles, prometiéndose que
a pesar de lo que le hicieran, jamás olvidaría a su maestro ni lo que hizo.
Y así fue.
El tiempo pasó, y entre
torturas el odio comenzó a crecer dentro de él. Mas, esta vez, si fue capaz de
ocultar sus sentimientos a la perfección, logrando hacerlos pasar
desapercibidos frente a sus hermanos. Lo soltaron y vigilaron por varios días,
hasta que al fin lo dejaron solo.
El momento que tanto
esperaba llegó. Y apenas le quitaron los ojos de encima, se desvaneció para
aparecerse en el rocoso suelo que dividía el Cielo del Infierno. Esbozó una
pequeña sonrisa de medio lado y chasqueó sus dedos.
Belial se hizo presente
al instante, con el ceño fruncido lo observó por unos momentos, para luego
comenzar a carcajearse de lo mejor.
—Vuelves a salir de la
tortura —se burló sin poder aguantar la risa.
—Pensé que había
acabado contigo ese día —contestó mirándolo con odio.
—Te has vuelto más
estúpido con el pasar los de los siglos —suspiró con sorna—. Bien sabes que yo
no podré morir, al igual que tú.
—Me enteré que seguías
respirando cuando me torturaban —dijo ignorando al demonio.
—¿Y bien? —preguntó con
cansancio—. ¿Para qué me llamaste?
—Porque debo aceptar
que tienes razón —respondió clavando sus serios rojos ojos en el demonio—.
Necesito un poco de diversión.
—Y quien mejor que tu
maestro para eso, ¿verdad? —Sonrió de medio lado.
—En estos momentos
—suspiró antes de proseguir—, se podría decir que estoy a tus órdenes.
—Entonces, espera un
poco más. —Sus rojos ojos centellearon, atemorizando al arcángel—. Pronto
tendrás noticias mías, y de las buenas.
Y tal como llegó,
desapareció, frente a la mirada atemorizada del que fue su pupilo. Tarde era ya
para arrepentimientos, aquello ya estaba hecho. Meneó la cabeza, mas luego lo
pensó mejor. Dejó ver una pequeña sonrisa y se desvaneció.
*
* * * *
Acariciaba con total
naturalidad la barbilla de aquella enorme bestia con alas. Se la habían
obsequiado al demonio Abigor hace varios milenios. Belial sonreía mientras
dominaba al ser con simples muestras de cariños. La criatura se meció de
regocijo, dando pequeñas aleteadas que alertaron a su dueño, quien salió de sus
aposentos golpeando con fuerza su cola.
—¡Belial! —exclamó al
verlo volando a la altura del hocico de su bestia—. ¿Qué te trae por estos
lados?
—¡Oh! ¡Mi querido
Abigor! —Comenzó a descender con suavidad hasta apoyar sus pies en el suelo. Lo
observó con respeto e hizo una reverencia, si algo había aprendido a lo largo
de sus años en el Infierno, era tratar a los que se creían superiores a él, como
se lo merecían—. ¡Esa bestia está cada vez más grande y sana!
—La alimento bien, qué
puedo decir —contestó el ser con altanería.
—Querido Abigor
—susurró fijando su roja mirada en el demonio—, tú, uno de los primeros del
Coro en bajar. He venido, hoy aquí, a mostrarte mis respetos.
—Tú hubieras sido un
príncipe en los Cielos —dijo con aires de grandeza—. Mas, bajaste a hacernos
compañía, y eres muy bienvenido por todo el Infierno. Ahora dime, ¿qué es lo
que realmente te trae por aquí?
—Tu astucia es insuperable
—musitó elevando el ego del ser en frente—. Como bien sabes, te he ayudado
bastante con la recolección de almas —clavó su seria mirada en la de Abigor—.
Quiero saber, ¿para qué tantas?
—Sabía de tu
curiosidad, Belial —contestó con una sonrisa—. Pero no pensé que fuera tan
grande. Como has sido bueno conmigo —bufó con burla—, te contaré. Preparo un
ejército, las primeras almas que me mandaste ya poseen los ojos grises
verduzcos, otros pocos las tienen azules oscuros, pero la gran mayoría, junto
con los últimos llegados, siguen siendo negros. Ellos son sólo basura.
—¡Un ejército! —gritó
haciéndose el sorprendido, en el fondo sabía muy bien lo que pretendía ese
demonio—. ¿Pero para qué?
—Rumores —respondió en
un hilo de voz—. Han llegado ciertos comentarios de demonios de baja categoría
que quieren dominar el Infierno.
—No había escuchado
nada de eso —suspiró con el ceño fruncido, como si eso le molestara. Él había
sido el culpable de esos dichos.
—Poco después que me
enviaras las primeras almas —continuó diciendo—, el rumor llegó de boca de mi
mensajero. Fue cuando se me ocurrió la idea de empezar a formar mi ejército. Mi
mayor don es que mis súbditos me aman por sobre todas las cosas —se carcajeó.
—Yo no había escuchado
nada semejante —aseguró con simpatía, cosa que al otro ser le gustó—. Pero ¿y
si no fueran ciertos? ¿Qué harás con tantos soldados? —preguntó con inocencia
fingida.
—No lo sé —contestó
dudoso—. Ese pensamiento acaba de llegar. No creo que estén de más.
—¡Oh, no, eso nunca!
—exclamó efusivo—. ¿Qué tal si cambiamos de tema? —Una gran sonrisa se le
dibujó en el rostro—. Ya he satisfecho mi curiosidad sobre las almas, no hay
nada que me intrigue ahora.
—Di, entonces, lo que
quieras hablar. —El demonio miró a su bestia que dormía unos pasos lejos de
ellos.
—Nunca has pensado en
volver —susurró con suavidad clavando su mirada en el cielo.
—¿Volver? —cuestionó
arqueando una ceja—. ¿Para qué?
—Venganza —suspiró
clavando sus ojos en el ser.
—Eso sí lo he tenido
presente, pero no sé cómo. —Su voz se volvió seria.
—Tienes un ejército
—respondió con una sonrisa—. Grandes soldados, ¿qué más necesitas?
—Eso es verdad —repuso
meditando lo dicho por Belial—. Tal vez, aliados. Bien sabes que los Cielos
enviarán sus mejor candidatos, ángeles, arcángeles, miembros del Coro…
—Y tú tienes centenares
de demonios —interrumpió al darse cuenta que comenzaba a flaquear—. Y tu
bestia, ese majestuoso animal. ¡Vamos! Esta batalla la ganas con facilidad.
Abigor meditó las
palabras del otro ser mirando a su mascota. Belial tenía razón, las
probabilidades de ganar estaban a su favor. Sonrió, no podía negar que un poco
de ejercicio le hacía falta. Clavó su fiera roja mirada en el demonio.
—Creo que es tiempo de
volver a mi antiguo hogar —musitó con una gran sonrisa en su rostro.
—¡Ésa es una gran idea!
—gritó con felicidad—. Yo sabía que tú eras uno de los grandes, tanto en armas
como en conocimiento.
—Debo preparar a mis
huestes —dijo el demonio con un brillo de malicia en sus ojos—. Elegir quienes
serán mis generales y ver las estrategias.
—Entonces, me retiro
—sonrió Belial—. No quiero molestarte, tienes mucho por delante.
Abigor no alcanzó a
emitir palabra alguna, ya que quien lo visitaba desapareció en un abrir y
cerrar de ojos. Dio un salto y se sentó sobre la montura de su bestia, jaló las
sogas que lograban mover a su animal y éste empezó a aletear. En pocos minutos
se situaron sobre las huestes formadas por demonios. El ser de rojos ojos
sonrió y descendió hacia sus súbditos, era hora de dar las órdenes. Seguido de
eso, partirían.
Sesenta legiones se
alzaban feroces frente a su guía, lo seguirían hasta morir, les había prometido
el regreso —para algunos— a los Cielos. Gritaban y entonaban canticos de
guerra, que hablaban de destrozar a ángeles y lo que se les pusiera por
delante. Se sentían preparados, estaban listos para luchar.
Sus ojos rojos
brillaban emocionados al mirar sus huestes reunidas en el Averno. Era conocido
como un gran Duque del Infierno, un hermoso caballero que siempre llevaba su
lanza de estandarte o su cetro, acompañado por su fiel mascota. Conocedor del
porvenir y los secretos de la guerra, pero sin duda alguna, su mayor don era
que usaba a la perfección el arte de hacerse amar por sus soldados.
La bestia batió sus
alas y soltó un estremecedor grito. Su amo frunció el ceño, Belial había
desaparecido desde aquel día cuando se le ocurrió la idea de volver a los
Cielos. Meneó la cabeza, qué más podía esperar de un simple demonio como ése.
Él, el gran Abigor, gobernaría tanto las alturas como las partes bajas, su
ingenio lo tenía en el lugar adecuado, nadie más que él pudo maquinar algo como
regresar a su antiguo hogar.
Unas estrepitosas
carcajadas llenaron el ambiente. Los demonios se silenciaron por completo, la
hora de la partida había llegado. Debían derrotar o convertir
al ángel encargado de la puerta del Infierno; pero gran fue su sorpresa, cuando
llegó junto a él, otro de rojos ojos, uno más de los miembros del Coro
Angelical.
*
* * * *
—Señor. —Un demonio se apareció tras él—.
Ya se están congregando.
—Junta a las tropas —respondió, esbozando
una sonrisa.
—Como diga, señor —contestó para luego
desaparecer.
Comenzó a carcajearse
pensando en el ser que mandó al encuentro de las huestes de los ángeles. Su
pupilo ya debería tener a todos listos para afrontar el ataque. Se tranquilizó
y sonrió de medio lado, él también iría, le correspondía ver tanta diversión,
además, aún faltaba una parte de su plan.
Se desvaneció y se dejó
ver frente a sus súbditos, tal vez no eran tantos como los de Abigor, pero
estaba completamente seguro que sus ocho legiones eran bastante más leales que
las del otro demonio, aparte de superarlos en poder.
Se elevó unos metros y
esperó que todos se silenciaran, una vez que el ambiente estuvo propicio para
hablarles, sonrió y se dirigió a ellos.
—Iremos a apoyar a
Abigor en su ideal —sonrió al pensar que aquel demonio se jactara de aquello
como si se le hubiera ocurrido a él—. Quien quiera quedarse, es libre de
hacerlo. Pero les recuerdo que yo no los dejaré tranquilos hasta que paguen por
su deslealtad —mostró una sonrisa burlona—. Quien me apoye, que camine. El que
no, que se quede, no quiero cobardes a mi lado.
Descendió y comenzó a
caminar, liderando la marcha. Sonreía, no podía estar más feliz, al fin un poco
de diversión después de tanto tiempo.
Luego de mucho avanzar
en dirección a la puerta del Infierno, la cual el pasaba cuando quería, el
ángel que la custodiaba no era la gran cosa, lograba corromperlo con facilidad,
eso no era mayor problema. Y una vez que la cruzaran, llegarían al espacio
donde aparecen cuando caen, el lugar entre el Cielo y el Averno.
A lo lejos divisó a la
muchedumbre reunida por Abigor, y encabezándolos estaba la bestia alada que
llevaba sobre su lomo a su amo.
Lo vio y sonrió, a la
vez que todos los pensamientos en contra de Belial desaparecieron, guió a su
bestia hacia el recién llegado y se detuvo a unos pasos de él.
—¡Oh Abigor! —exclamó
con simpatía—. He venido a ponerme a vuestro servicio y también, te traigo
buenas nuevas —fijó su mirada en quien volaba—. El ángel de la puerta, ha
muerto. —Hizo una pequeña reverencia ante el ser en las alturas, esperando que
la mentira dicha no fuera reconocida.
—Informaré a mis
legiones —contestó el demonio sin poder ocultar su felicidad.
Dio la vuelta y se
marchó. Belial, en cambio, mostró su sonrisa maliciosa y señaló a sus tropas
que continuaran avanzando. Hasta que todos los seres del Infierno que se
reunieron, quedaron juntos. Sesenta y ocho legiones, más la bestia alada y los
dos anteriores arcángeles pertenecientes al Coro, eran los que enfrentarían a
los hermanos de los Cielos.
Emocionados marcharon
rumbo a la salida de aquel lugar, a la cabeza ambos demonios con sus rojos ojos
relucientes. Belial recordó cuando fueron compañeros en los Cielos, él siempre
siendo superior a Abigor, sonrió por eso. Ahora también lo eran en el Averno,
mas él conocía la verdad, y el otro demonio, iría a su fin.
Sabían muy bien que no
les saldría fácil entrar a donde querían, pero estaban dispuestos a cualquier
cosa con tal de lograr su cometido; así continuaron avanzando, con una gran
sonrisa en sus labios; una que fue borrada cuando cruzaron la puerta y vieron a
sus enemigos. Detuvieron su paso de pronto, y observaron con atención,
esperando el momento preciso para atacar.
Millares de ángeles era
lo que tenían al frente, todos con sus ojos dorados y miradas serias,
dispuestos a morir con tal de cuidar su lugar de origen. Cien arcángeles,
comandaban el ataque proveniente de los Cielos. Diez volaban sobre los otros,
ellos eran parte del Coro y sus rojos ojos brillaban observando todo desde las
alturas. Belial observó hacia estos y sonrió, allí estaba su pupilo,
encabezando todo. Éste era su regalo, que no se merecía, pero que le divertía
bastante dar, además, todo tiene su lado bueno.
Los ángeles dejaron que
todos los demonios salieran por la puerta y se formaran delante sus ojos,
esperando que sus hermanos caídos dieran el primer paso, y así fue. Abigor se
adelantó unos metros, se giró a ver sus huestes y sonrió, para mostrarles que
no debían temer.
—Primera legión, es su
turno —musitó mientras los señalados comenzaban a avanzar.
Cientos de demonios se
lanzaron furiosos contra los ángeles y arcángeles que los esperaban sin hacer
el menor movimiento, quietos y tranquilos se quedaron hasta que tuvieron a los
seres de negros ojos frente a ellos. Estos, incrédulos se detuvieron y
observaron a sus enemigos con los ojos cerrados.
Se carcajearon por un
rato, burlándose de aquellos que, según ellos, ansiaban morir y no prestarían
resistencia. Grande fue su error, una trompeta sonó desde las alturas, era la
señal que esperaban. De cada una de sus muñecas aparecieron sus armas, abrieron
sus dorados ojos y los demonios retrocedieron unos pasos temerosos. Rápidamente
los ángeles se abalanzaron sobre ellos, agarrándolos y enterrándoles las armas
en el cuello, en el estómago o en el corazón, acabando con los que una vez,
fueron sus compañeros en las alturas.
Todos los de negros
ojos cayeron, ninguno de los que tenían mirada dorada fueron vencido,
continuaron de pie, esperando el siguiente ataque.
Aquellas finas y largas
agujas de hierro, se transforman en una debilidad para los demonios, ya que al
perder lo que era parte de ellos, su cuerpo reaccionaba con un rechazo cuando
sentían que lo perdido se aproximaba.
Belial fingió
enfurecerse, dio unos pasos al frente y se dirigió a sus legiones, con el ceño
fruncido y mirada seria. Emitía temor por cada rincón de su cuerpo.
—Llegó la hora —dijo
seriamente—. Si tienen miedo y desean regresar, pueden hacerlo. Si no es así,
avancen al frente y peleen por sus ideales.
Tres legiones fueron
contra los ángeles, estos esperaban con total tranquilidad que las tropas
enemigas llegaran. Más fieros que los anteriores, se lanzaron sin miedo contra
sus rivales, varios cayeron instantáneamente, mientras que otros lucharon unos
minutos, intentando golpear a algún ángel, pero todo era en vano, nada les
hacía daño.
—¡Vamos! —gritó con
furia, si tenía que actuar, lo haría bien.
Los de ojos grises
verduzcos, tanto por parte de Belial como por Abigor, se hicieron presentes en
el campo de batalla, cuando quedaban pocos demonios de clase baja. Aparecieron
demostrando su gran poder.
—Conozco tu secreto
—susurró uno de los demonios al ángel con quien peleaba. Pero éste, lo ignoró—.
Sé como matarte, yo también fui un ángel. —Tomó sus armas y se las arrancó.
Mas, esto no detuvo a
su rival y continuó peleando, pero el ser de ojos grises verduzcos, con un
rápido movimiento le enterró una de aquellas agujas en el corazón, provocándole
la muerte. Sonrió, él se lo había advertido.
Todo se detuvo por unos
momentos, el demonio soltó los pedazos de hierro y dio un grito eufórico
mientras tomaba el cuerpo sin vida de su rival y lo lanzaba contra los de su
especie. Estos sorprendidos bajaron la guardia, fue el momento que los de ojos
negros y grises verduzcos aprovecharon para atacar; aguantando todo el dolor
que sentían al tocar el hierro, arrancaron las armas de varios ángeles, y
lentamente comenzaron a caer frente a las miradas indiferentes de quienes se
mantenían suspendidos en el aire.
De ambos lados
disminuían los números, pero los demonios seguían cayendo más rápido. Fue
cuando el de rojos ojos que se mantenía calmado sobre su bestia, ordenó que
todas las legiones marcharan de una vez y acabaran con sus enemigos, y así lo
hicieron. Corrieron gritando en el nombre de su amo, hasta chocar con sus
rivales, imitando a los que antes había peleado.
Los ojos negros, azules
oscuros y grises verduzcos brillaban en el campo de batalla, al ver disminuir
con facilidad el número de sus enemigos, pero aún ningún arcángel había llegado
a pelear. Otra trompeta resonó en las alturas, diferente a la anterior, con más
fuerza y poder. Una fuerte ráfaga recorrió el campo de batalla, y los cien de
grises ojos se hicieron presentes, adelantándose a los ángeles y situándose
frente a los demonios. No necesitaron otra señal, simplemente atacaron,
acabando con todo a su paso. Los de dorados ojos dieron unos pasos hacia atrás,
bien sabían que cuando los arcángeles entraban, ellos debían retroceder.
Abigor comenzó a notar
que su sueño se rompía con cada estocada que uno de los alados propinaba a
alguno de sus súbditos. Indicó a su criatura que debía volar y derribó a varios
arcángeles a su paso, pero estos no mueren, aunque sí reciben heridas que los
dejan fuera de batalla.
Sonrió al ver que
varios cayeron y aprovecho la oportunidad de lanzarse nuevamente contra ellos,
y a la vez, agarrar a unos cuantos ángeles que se encontraban en las cercanías.
Mas, la suerte no estaba de su lado, ya que no fue capaz de tomar a ninguno.
Enfurecido dio un grito y volvió al ataque, no se rendiría tan fácilmente.
Uno de los que se mantenían suspendidos en el
aire bajó a toda velocidad y con su lanza dorada lo envió lejos junto a su
bestia. Belial observó con atención lo que su pupilo realizaba, sonrió sin que
ninguno de sus hermanos lo viera, y volvió a fingir. Enfurecido corrió al campo
de batalla y peleó contra los arcángeles, logrando vencer a varios.
—¿Por qué te dejaste
caer? —preguntó uno antes de recibir la puñalada del demonio.
—Porque me aburría allá
arriba —contestó sacando su arma ensangrentada.
—¡¿Acaso aquí es
mejor?! —gritó con furia, algo que no era propio de ellos.
—Sinceramente… —musitó
con suavidad—, sí, es mejor. Seguiría hablando contigo, pero tengo otros a
quien dejar fuera de la batalla.
En un abrir y cerrar de
ojos, se desvaneció y continuó peleando contra sus anteriores hermanos.
Logrando dejar a varios sin poder moverse. Era una verdadera lástima, a sus
ojos, el hecho de no poder matarlos. Con cada uno debía entablar una pequeña
conversación, a todos los arcángeles les parecía curioso que él, amado y
respetado por todos, decidiera dejarse caer.
Pero no era el único
batallando, los demonios de diferentes rangos, comenzaban a disminuir su
número, al igual que sus rivales. En pocos minutos, ambos bandos estaban
igualados en número. Fue cuando se detuvieron, y fijaron sus miradas en la
batalla principal que empezaba a unos metros de ellos. Donde un ser montando en
una bestia, peleaba con un arcángel perteneciente al Coro; ambos con sus rojos
ojos centelleantes, y sus lanzas deseosas por esparcir la sangre de su
contrincante.
En choque de sus armas
provocaba un gran destello, aparte de un ensordecedor sonido. Y esto, era lo
único que lograban percibir quienes se encontraban en el suelo, con excepción
de uno, el que mantenía sus armas intactas a pesar de ser un demonio. Él podía
seguir cada uno de los movimientos de los rivales en las alturas, y por primera
vez se sintió orgulloso de su pupilo, pero no por el ser que era, sino que por
cómo lo había entrenado y lo bien que quedó. Sonrió cuando vio a la bestia
caer, golpeando con fuerza el suelo. Abigor salió disparado varios metros lejos
de su animal. El arcángel, en cambio, descendió con suavidad hasta dejar sus
pies sobre la tierra.
Los demonios, a su
alrededor, observaban impactados lo que acontecía. Nunca nadie había sido capaz
de hacerle el mínimo rasguño a la bestia con alas. Y ese ser, la mató sin
piedad alguna. El miedo invadió a las creaturas del Averno, que empezaron a
flaquear y dejar el campo de batalla. Mas, los seres celestiales no se lo
permitieron.
Belial se apresuró en
llegar lo más rápido posible donde la batalla principal seguía, hasta estar a
pocos metros de su pupilo y la bestia junto a Abigor. Sonrió con notoria burla
cuando el otro demonio de rojos ojos lo miró suplicante.
—¿Qué no entiendes,
querido Abigor? —preguntó con voz suave, para que no lo fueran a escuchar los
otros demonios—. Que todo esto no ha sido más que un plan entre el arcángel y
yo —se carcajeó con fuerza—. Simplemente fuiste un esclavo nuestro, y ahora,
morirás.
—¡¡Eres un maldito!!
–gritó eufórico al saber del engaño en el cual cayó.
—Lo sé —suspiró el
demonio al momento de girar—. A empezar con la actuación.
Se lanzó al suelo y
comenzó a mostrar al resto de los súbditos, tanto de él como de Abigor, que
algo lo detenía, que el arcángel con su gran poder le impedía avanzar y ayudar
a quien se encontraba lastimado. Su pupilo se apareció a los pocos momentos,
caminando a paso decidido. Tomó al demonio de rojos ojos que se encontraba al
borde de la muerte del cabello, lo arrastró con una sonrisa dibujada en su
rostro hasta dejarlo sobre la bestia, montándola como siempre lo hacía desde
que la domesticó.
Con su poder mental los
levantó, posicionándolos de tal manera que parecía que el animal seguía con
vida, fiero y amenazante con su jinete en la espalda. Unas palabras pronunció
el de alas blancas y toda la figura que tenía en frente se volvió de piedra. Se
giró para clavar sus amenazantes ojos en el otro demonio de rojos ojos, éste no
se dejó intimidar. Se levantó, como si eso le costara un gran esfuerzo, y
caminó de la misma manera hacia su pupilo. Con claras muestras de querer
acabarlo.
Pero los planes eran
otros, y en vez de atacar, hizo una seña que simbolizó que el demonio no podía
moverse. Y así fue, o más bien, fingió.
—He aquí el límite que
ustedes nunca cruzarán —habló con voz clara y profunda a la vez que señalaba la
enorme estatua de piedra, recién creada, con su lanza.
—Ustedes no pueden
delimitar nada —sonrió con burla—. No son Él para hacerlo.
—Tienes razón —contestó
sin mostrar en su mirada algo más que seriedad—. No puedo ponerles un límite,
pero sí tengo el derecho de crear una barrera. —Los ojos del demonio
demostraron miedo—. Escucha bien esto, ¡al igual que el resto de ustedes!
—gritó dirigiéndose a todos los seres que se encontraban presentes—. Bajo la
palabra de mi Padre, hoy decreto que ustedes no podrán volver a pisar los
Cielos, a no ser que nazca un ser engendrado por dos creaturas de las Tinieblas
y que sea completamente humano. —Belial abrió sus ojos a más no poder—. Quien
será el encargado de cuidar y proteger que la puerta no sea cruzada por
ustedes; y a la vez, nazca un ser mitad ángel y mitad humano quien ayudará a
los de tu raza.
—¡Eso es imposible!
—exclamó con furia mirando al arcángel que no demostró nada en su rostro—. ¡Un
ángel jamás podrá engendrar, ellos no tienen sexo, y qué decir de las creaturas
de las Tinieblas, al igual que los otros tampoco pueden tener descendencia! ¡No
puedes hacer esto!
—Lo pronuncié bajo
palabra de mi Padre, una vez hecho, no se puede disolver. —El demonio soltó un
grito que hizo temblar el suelo.
—¡Te maldigo a ti, y a
todos los de tu especie! —Se dejó caer de rodillas clavando su vista en el
arcángel—. ¡Y también lo maldigo a Él! —Fue lo último que alcanzó a decir,
antes que una inmensa luz cubriera todo.
Inconscientes fueron
dejados en el Infierno todos y cada uno de los demonios. Y en los Cielos,
ocurrió lo mismo con los ángeles y arcángeles. Cuando despertaron, tenían muy
presentes lo que había pasado, y en sus cabezas, repetían el mismo nombre «La
Profecía del Ángel y el Príncipe de las Tinieblas».
* * * * *
Se encontraba caminando
con pasos ligeros, pateando de vez en cuando una que otra piedra sobre el
rocoso suelo. A su espalda, la gran estatua del demonio que quiso volver a los
Cielos, y al frente, acababa de aparecer su pupilo. Esperaba que con las buenas
nuevas.
—Querido hermano
—susurró con burla.
—Ya está listo —dijo
sin prestar atención a la manera de hablar del que fue su maestro.
—¿El ángel ya bajó a la
Tierra? —preguntó con curiosidad.
—No sólo uno —contestó
con una sonrisa—. He dejado a cinco, listos para procrear. En tus manos queda
ver que tengan descendencia.
—Por eso no te
preocupes —le guiñó un ojo—. Tendrás a cinco seres mitad ángel y mitad humano
en diferentes épocas. ¿Para qué todos de una vez?
—Los seres de las
Tinieblas serán escogidos una vez que tengas contacto con ellos —añadió
volviendo a ignorar al demonio.
—Esos son fáciles de
manejar —agregó burlesco—. Lo importante es que tendremos bastante diversión
por varios milenios.
—En eso concuerdo
contigo, querido maestro —sonrió imitando a quien tenía al frente.
—Bien —suspiró—. Iré a
dejar mi semilla de maldad.
—Espera un momento
—ordenó el alado—. Hay unas cosas que no necesitarás.
—¡¿Qué?! —gritó
indignado al darse cuenta instantáneamente a lo que se refería el arcángel—. ¡A
ellas no las tocarás!
—¡Claro que no!
—respondió con una sonrisa torcida—. No es necesario.
Varias maldiciones
salieron de la boca de Belial al momento que un fuerte dolor se acumulaba en
sus brazos, el ser frente a él tenía los ojos rojos de ira, y con el simple
poder de su mente hizo desaparecer las armas del demonio, que debió perder
cuando cayó.
—Ahora sí —susurró con
burla quedando a la altura del oído de su maestro, quien estaba arrodillado a
causa del dolor—, estás listo para empezar con tu trabajo.
—Siempre por la
espalda, querido pupilo —musitó con ira. Mas, no lo miró a los ojos. El
arcángel desapareció—. Lamentablemente por ti, he aprendido a valerme sin la
necesidad de aquellos pedazos de hierro —se carcajeó mientras se ponía de pie y
golpeaba con fuerza el suelo con su cola—. Nos vemos, querido y estúpido
pupilo.
En un pestañeo, se
desvaneció. Debía comenzar con su trabajo pronto, no sería difícil, pero
tampoco tan fácil como le dijo al ser alado. Sonrió, adoraba respirar el aire
de la Tierra, no era tan angustiante y agobiante como el del Infierno. Suspiró,
antes de ir a hacer su trabajo, daría una vuelta por los alrededores, hace
bastante tiempo que no pisaba aquel suelo.
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