Le
doy la última calada a mi cigarro para botar la colilla al basurero. El portero
de aquel lugar me saluda con un gesto con su mano, al estilo militar, ya está
acostumbrado a que ciertos días venga y más cuando se aproxima la fecha. Meto
mis manos a los bolsillos de mi chaqueta para apaciguar un poco el frío.
Continúo caminando, mirando el suelo, el recinto ya me lo sé de memoria, de
seguro puedo llegar hasta donde están con los ojos cerrados.
Pateo
una que otra piedra que se me cruza por delante, aburrido, molesto. ¿Acaso
nunca podré dejar esta sensación? ¿Estará por siempre conmigo? La odio.
Quisiera tomarla y lanzarla lejos, al olvido, a la basura… Pero es una jugada
que no puedo dejar, esa bola no la podré encestar nunca. Aunque… tal vez…
Me
detengo y fijo mi vista en el césped, apenas ayer lo arreglé, se ve tal cual lo
dejé. Me agacho y me siento en el pequeño muro de hormigón que rodea el lugar,
quién diría que en tan poco espacio estarían ellos tres.
—Hoy
no te traje flores —susurro evitando sonar con tristeza—. Te traje esos lirios
hace dos días y aún se ven bien.
Quito
un poco de hojas secas que han caído de los árboles en los alrededores, y
también recojo uno que otro pétalo seco. Paso con suavidad mis dedos por aquel
nombre escrito con dorado en la piedra.
—La
próxima semana te traeré rosas, má —digo pensando en lo loco que me veo al
hablar solo—. Ustedes dos recibirán mi grata compañía —sonrío con grandeza—. A
no ser que quieran flores. —Unas pequeñas carcajadas aparecen de mis labios,
recordando el día en que papá nos comentaba que él no quería tales adornos en
su tumba. Nunca imaginamos que meses después los estaríamos enterrando.
Me
levanto, ya es hora de volver. El tiempo allí se escabulle en un abrir y cerrar
de ojos. Es extraño, pero no existe nada que me detenga en mi ir y venir a este
lugar.
—Hermanito, debo hablar contigo de algo
importante —musito mirando su nombre en la inscripción—. ¿Qué dices si me
acompañas a la salida? No se preocupen, yo cuido al enano —sonrío, a pesar de
que mi corazón se aprieta con fuerza. Nunca lo cuidé.
Vuelvo
a meter mis manos en los bolsillos, pero esta vez en los del pantalón. Mis
labios se tuercen en una mueca de desgana, una mezcla de odio y dolor, frialdad
y llanto. Oculto todo, bajo la mirada y camino sobre mis pasos, en dirección a
mi auto.
* * * * *
Luego
de la charla con mi pequeño hermano, salgo más tranquilo, necesitaba
desahogarme con él, no le puedo mentir, no con eso. Es tan extraño todo esto,
nunca pensé que llegaría a sentir de esta manera, y mucho menos por ella… Aprieto
con fuerza el manubrio entre mis manos al conducir, maldigo hasta el cansancio
por mis sentimientos, hasta que llego a casa, una que se volvió mi hogar luego
de la muerte de mis padres.
De
un salto cruzo la valla, tengo la costumbre de hacerlo desde pequeño, junto a
Julián, siempre compitiendo quién llegaba más alto. Sonrío, varias de las
cicatrices que tenemos es a causa de las caídas que sufrimos.
Doy
algunas zancadas y llego a la puerta, abro y veo a Math acostado en el sillón,
con el control a distancia en la mano y la mirada fija en la televisión. Me
hace una seña saludando, sin siquiera mostrarme sus ojos.
—¿Qué
hay? —Saludo al pasar rumbo a la cocina.
Busco
algo que mascar, para apaciguar un poco el sonoro ruido de mi estómago. Todavía
falta mucho para que musculitos
llegue con comida o a prepararla. Suspiro, lo único que encuentro es una
manzana. La tomo y lavo antes de volver a la sala.
—¿Quién
va por la pequeña? —pregunto dejándome caer en el sillón de dos cuerpos.
—Supuestamente
tú —responde el chico tan responsable que no deja de mirar televisión.
—A
mí me dijeron que tú —añado antes de mascar la manzana roja.
—Y
a mí tú —dice sin ánimos de moverse, al parecer lo que ve está bueno—. No tengo
ganas de ir, llegué hace poco y tengo mis pies machacados de tanto caminar. ¿Vienes
del cementerio? Tienes olor a hierba —sonríe al hablar en doble sentido.
—Sí,
vengo de allá —contesto al tragar. Me resulta imposible molestarme con este
idiota—. ¿Vas conmigo? —Me pongo de pie y comienzo a caminar hacia la puerta.
—Alex
está por llegar —suspira acomodándose en el sillón—. Quiere que le enseñe
matemáticas, ya ves que le dio por terminar sus estudios.
—Como
quieras, tú te lo pierdes —sonrío por lo dicho—. Iré caminando, para que le
eches un ojo a mi precioso auto.
—Claro,
luego me das mi bono por eso. —Se gira para mirarme y me guiña un ojo. Le
respondo con un movimiento de mano y salgo de la casa.
El
frío azota con fuerza mi rostro mientras avanzo pensando en lo que me gustaría
decirle, pero que no debo hacerlo. Ella no puede saber, eso sería desastroso.
Con sólo imaginarlo mi pecho se oprime, mi cabeza me duele y la culpa llena
todo mi ser. Sé que ya hablé con él sobre esto, me siento más tranquilo y
desahogado, pero el remordimiento por los sentimientos que afloraron no me deja
en paz. Los odio y a la vez no, porque si lo hiciera de verdad, significaría
que también debería odiarla a ella, y no es así, todo lo contrario.
Pateo
con fuerza una piedrecilla que se cruza en mi camino, lanzándola lejos,
rebotando en el callejón desierto. Abro unos de los contenedores de basura y
dejo en su interior la coronta de la manzana, no me gusta ver la ciudad sucia,
y si solo yo me dedico a cuidarla, por lo menos habrá alguien que lo hace. Meto
mis manos en los bolsillos de mi pantalón, al momento en que frente a mí
aparece el Instituto, el lugar donde se encuentra mi pequeña.
Cruzo
la calle corriendo antes que a algún auto quiera pasar sobre mí. Sonrío, esa
sería una manera fácil de arrancar de todo esto, pero no, aquello es de
cobardes, poco hombres y yo soy todo lo opuesto. Me apoyo en el capó del Peugeot 407 que se encuentra
estacionado, lo observo de reojo, definitivamente estas niñas no tienen gusto para las ruedas. De seguro su dueño ha de ser
un afeminado. Río con ganas por aquello.
Escucho
el timbre avisar la salida, me cruzo de brazos y dibujo mi seriedad, guardando
mi risa para otro momento, algunas chicas pasarán por aquí y la pose de duro
siempre causa mayor efecto en las féminas. Y tal como predije, comienzan a
desfilar frente a mí, algunas sonríen mostrando timidez y me miran de reojo,
les devuelvo el gesto guiñándoles el ojo. Mientras que otras pasan sin tomarme
en cuenta, aunque eso no significa que yo no pueda mirar, sobretodo esas faldas
tan cortas.
Siento
unos brazos rodear con fuerza mi cuello para dar paso a unos suaves labios en
mi mejilla. La abrazo como si se me fuera la vida en ello, respondiéndole el
beso.
—¿Cómo
te fue? —pregunto al tomar su bolso y colgármelo del hombro.
—Igual
que siempre —suspira al agarrarme la mano—. Sin novedades con eso.
—¡Cuídala!
—grita efusivamente su amiga, antes de instalarse en el auto de su novio. Los
saludo con la mano y comienzo a caminar rumbo a casa.
—¿Qué
tanto mirabas? —interroga clavando sus ojos en mí, con el ceño fruncido.
—¿Ah?
—No
te hagas el tonto, que te vi. —Golpea con su puño mi brazo, sonrío por ello—.
Eso no se hace…
—¿Por
qué no? ¿Acaso tengo prohibido dar una ojeada a cosas que me interesan?
—Bueno,
no… —susurra mirando al suelo—. Pero…
—Pero
¿qué? —cuestiono deteniendo el paso, una vez que cruzamos la calle—. ¿Estás
celosa?
Baja
su cabeza, pero antes que lo haga, logro ver su color de mejillas sonrojadas,
una pequeña sonrisa se dibuja en mi rostro. Aprieto con fuerza su mano entre la
mía cuando siento que comienza a caminar, para evitar que avance sin mí. En
ocasiones pienso que corresponde mis sentimientos…
—¿Andabas
en el cementerio? —Y es cuando todo lo que imagino, se destruye, con unas
simples y pocas palabras.
—Sí
—contesto. Ella fija su vista en mí y me sonríe. Sé muy bien por qué lo hace, mi
voz y todo mi ser cambia con eso, ella lo nota, ella me conoce.
—¿Cómo
está todo? —pregunta entrecortadamente. Su dolor es grande, lo sé, y yo
pensando que tal vez…
—Igual
que siempre —suspiro apretando mi puño libre—, silencioso.
—Yo…
—No
te preocupes. —La corto antes que diga algo que le duele—. Sé muy bien como te
sientes al ir a ese lugar, no tienes que disculparte o dar explicaciones por
ello.
—A
veces… —musita, pero se detiene, como pensando bien lo que quiere decir—. A
veces siento que debería ir a verlos, pero no puedo, eso me supera y… No puedo.
Jalo
de su mano y la atraigo a mí para abrazarla con fuerza. Ella hunde su cara en
mi pecho y yo acaricio con suavidad su cabeza. Mi camisa volverá a mojarse con
sus pequeñas lágrimas, ésas que daría lo que fuera por borrarlas… para siempre.
—Tranquila,
¿sí? —digo limpiando con suavidad su rostro—. No quiero que llores, y estoy
seguro que Nick, ni ninguno de nuestros padres, lo desea.
—Está
bien —responde mostrando una pequeña sonrisa. Beso su frente.
—Mejor
sigamos o Math me cobrará demasiado por cuidar mi auto.
Me
sonríe y la abrazo por la cintura, ella continúa con sus brazos a los costados,
hasta que llegamos a nuestro hogar.
* * * * *
Al
igual que todos los días, luego que vuelve del instituto, comienza a molestar
al enano. Miro televisión, aunque en realidad mis pensamientos están pendientes
de lo que ella hace, de cómo se mueve, se ríe, habla y todo. Junto mis cejas y
aprieto mis puños, el idiota enamorado de su cuñada, ése soy yo. Simplemente un
idiota.
Julián
llega con la cena comprada, prefiero que cocine él, pero se entiende que esté
cansando y no quiera hacerlo. Me levanto y voy a ver si puedo ser de ayuda, la
pequeña y el enano están fastidiándose el uno al otro y apenas dejan que se
escuche la televisión.
—¿Qué
trajiste? —pregunto inspeccionando las bolsas.
—Comida
mexicana —contesta al colgarse de su hombro aquel paño, no sería él sin aquel
pedazo de trapo.
—Burritos
y tacos. —Julián sonríe por mi acento, siempre fui bueno para idiomas y
pronunciación.
—¿Qué
tienes?
—Nada
—respondo clavando mi vista en su espalda, apoyándome en el respaldo del
mueble—. ¿Por qué preguntas?
—Te
conozco desde que naciste. —Voltea y clava sus ojos en mí—. Será mejor que
empieces a hablar.
—Que
no es nada. —Me cruzo de brazos al bajar la mirada y chasquear mi lengua.
—¿Por
qué no se lo dices y ya? —interroga, sé muy bien a lo que se refiere. Suelto
mis brazos y aprieto con fuerza mis puños.
—¿Qué
quieres que le diga? —Fijo mi vista en él—. ¿Qué me enamoré de ella?
—Puede
ser —susurra y veo en sus ojos compasión—. Bien sabes que tendrás el apoyo de
todos nosotros. —Me guiña un ojo, pongo mis ojos en blanco y le doy la espalda,
mejor saco los platos—. No podrás arrancar por siempre, eso lo sabes.
—Lo
sé —musito suavemente—. Lo sé.
La
bulla llega desde la sala, eso sólo puede significar una cosa. La puerta se
abre y mis sospechas quedan satisfechas.
—¿Qué
hay de rico hoy? —pregunta Chris.
—Burritos
y tacos —digo volviendo al acento mexicano.
—¡Órale,
wey! —añade el bufón antes de empezar a meter sus dedos dentro de las bolsas
con comida, sacando lo que pueda agarrar.
—Deja
para los demás —reclama Julián sin siquiera mirarlo, a veces no entiendo cómo
puede conocernos tan bien.
—¡Julián!
—Sólo hay una gritona en la familia, el mencionado voltea al instante, mientras
que nosotros miramos a la puerta que se abre—. Math no me deja ver a Dean —dice al abrazar a su hermano.
Y
yo que pensaba que era algo realmente importante. Meneo mi cabeza y le quito
las bolsas a Chris, en el mismo momento que el vaivén de la puerta anuncia que
el enano entra. Agarro los platos y los llevo a la mesa junto a los servicios,
definitivamente, otro día común y corriente se lleva a cabo en la casa de los
Leighton, mi familia, lo único que me queda.
* * * * *
Salgo
a fumar un cigarro después de la cena, mirando desde el patio mi casa, que se
encuentra al cruzar el muro. Tantos recuerdos hay allí, mis padres, mis juegos
de niñez, mi hermano… Comienzo a caminar lentamente hacia la división de ambas
viviendas. Salto y entro a mi hogar, mi verdadero hogar.
El
pasillo con fotografías es lo que me recibe al ingresar por la puerta trasera.
Mis padres, antes y después de casarse, Nick de bebé y otras más crecido.
Julián, Franco, Math y Chris por otro lado. Mi pequeña sonriendo como antes.
Paso con suavidad la punta de mis dedos por aquella sonrisa, si tan sólo
lograra…
Aprieto
con fuerza mis puños y dientes mientras camino a grandes pasos hasta mi
habitación. Vacío, eso es lo que es. ¡Un hogar vacío! ¡Sin vida! ¡Sin nada!
Odio, eso es lo que siento, odio. Por lo que pasó, porque ese cuchillo atravesó
a mi hermano, porque ese tren se descarrió con mis padres en su interior,
porque esa sonrisa se borró…
Agarro
un frasco de perfume vacío y lo lanzo contra la puerta, siento la adrenalina
correr por mi cuerpo, con ganas de romper todo.
—Soy
un idiota —río con demencia—. ¡Un maldito y estúpido idiota! —grito al golpear
con todas mis fuerzas la pared.
El
dolor por mis nudillos rotos se hace presente al instante, mientras la sangre
comienza a salir. Retrocedo de espalda unos pasos y me dejo caer sentado en la
cama. Abro y cierro mi puño herido aguantando lo que siento. Sonrío, sólo hay
una cosa que me puede calmar.
Salgo
rápidamente hasta mi auto, lo enciendo y desaparezco del lugar. No tengo que
avisar, no tengo a nadie a quien rendir cuentas.
Un
vaso vacío, tal vez dos, quizás una botella. ¿Por qué bebes? ¿Qué quieres
olvidar? ¿Buscas consuelo? Son las típicas preguntas de las chicas que abundan
en los bares, y más en éste, el de Mark, es uno de los conocidos por todos los
que vamos a las carreras. Además que las peleas que se forman suelen ser de las
mejores, sonrío por eso.
—¿Qué
te causa tanta gracia? —Había olvidado a la chica sentada en mis piernas, bebo
otro sorbo de mi ron.
—Pensé
que la hora de ronda de preguntas ya pasó —respondo sin darle mucha importancia
y mirándola.
—¿De
qué es hora? —consulta pasando con suavidad sus dedos por mi rostro, mientras
se acerca. Sonríe, de la misma manera que lo hacen todas las que pasan en estos
lugares, con deseo, con pasión, pero sin amor, sin verdadera emoción más que
una noche de diversión.
Con
mi mano en su espalda la empujo hacia mí, tomo sus labios con los míos y la
beso, intentando olvidar, intentando saciarme. Dejo el vaso en la mesa, así mi
otra mano queda libre para posarla en la parte trasera de su cuello, pegándola
mucho más a mí y poder recorrer su boca por completo. Siento sus dedos
enredarse en mi cabello y mis manos comienzan a moverse por donde deseen, ellas
son así, ellas permiten todo.
Suelta
un pequeño gemido al dejar mis labios, respira agitada, sonrío y se levanta.
Toma mi mano y me jala para que la siga, ésta es más rápida que las otras. Al
doblar por el pasillo donde se encuentra la escalera, la detengo y la dejo
contra la pared, la tomo de la cintura y vuelvo a agarrar sus labios con los
míos. Ella me abraza por el cuello, rodeando mi cuerpo con una de sus piernas,
me apoyo por completo, aprisionándola contra la madera. Se queja, pero no se
separa y continúo besándola.
Dejo
sus labios y bajo a su cuello, devorándolo por completo, cada rincón. Inhalando
su aroma, escuchando sus sonidos, que me piden que no pare y siga hasta el
final. Y otra vez esas imágenes nublan mi mente, vuelvo a sus labios y los beso
con locura, pasión, deseo… ¿amor? No, no alcanzo a demostrar eso, me detengo y
me separo instantáneamente de ella, quien me mira sin comprender.
—Necesito
otra copa —musito al pasar mi mano por mi cara.
Vuelvo
al bar, dispuesto a atragantarme con otra botella completa si es necesario,
pero allí está Julián, ha venido por mí, como siempre lo hace. Me mira
comprensivamente, al igual que la primera vez que me salvó de unos chicos que
buscaban pelea. Nunca me ha abandonado, es el mejor hermano que pude tener.
Se
acerca a mí a paso lento, o es que yo lo veo así por lo ebrio que me encuentro.
Algo dice pero no le entiendo. Me apoyo en su hombro y me ayuda a caminar hasta
la salida, y es cuando me doy cuenta del estado en que me encuentro, y el odio
que siento por mí aumenta aún más. Definitivamente, el que se merecía un lugar
bajo tierra soy yo y no Nick.
Me
ayuda a subir al copiloto de mi auto, Julián es uno de los pocos que dejo
conducir mi carro. Y sé que él lo hace con molestia, los odia desde el
accidente de sus padres. Aun así, por mí, deja todo de lado por ayudarme.
¡Maldición!, mi lado sentimental está saliendo a flote por culpa del maldito
alcohol. Sonrío, no puedo evitarlo.
Se
detiene a la orilla del camino, se baja y abro la puerta. Nos sentamos en la
cuneta, él me extiende una botella de cerveza que no sé de dónde sacó, y las
golpeamos con suavidad. Damos un sorbo cada uno, mirando el horizonte y en
completo silencio.
—¿Otra
vez? —pregunta y puedo notar algo de su burla.
—Otra
vez —respondo fastidiado—. No entiendo qué me pasa. —Doy otro trago.
—Una
cosa es que no lo entiendas —musita con suavidad—, y otra es que no lo quieras
aceptar.
—Soy
un idiota, un simple estúpido —digo al levantarme y arrojar con fuerza la
botella vacía contra un árbol. Sé que me voy a arrepentir luego de eso—. ¡Yo
debo estar en ese pozo! Nick debería estar disfrutando de su adolescencia, de
su vida, de Thais. —Julián se levanta y deja la botella sobre el capó—. ¡¿Por
qué no me matas y acabas…?!
Pero
no alcanzo a terminar ya que me quedo sin aire. El puño de mi amigo en mi
estómago corta todo el aire hacia mis pulmones. Toso con fuerza y caigo de
rodillas al suelo, aferrando el lugar golpeado.
—Eres
un idiota y un estúpido —musita al dejarse caer a mi lado—, en eso coincidimos.
Pero hay algo que nunca, me oíste bien, que nunca te perdonaré, y eso es que
quieras tomar el lugar de Nick. ¡Maldición, Kevin! —Me ofrece su ayuda y con
cuidado me deja apoyado en el capó, sigo tosiendo—. Díselo y ya, pero no te
sigas haciendo más daño…
—No
entiendes —logro articular con dificultad y casi sin voz, interrumpiéndolo—.
Nunca entenderás.
—Quizás
tienes razón. —Lo veo apretar sus puños y fruncir su entrecejo—. ¡Pero por una
maldita vez! —grita histérico tomándome del cuello de la chaqueta—. ¡Preocúpate
por ti! ¿Qué no te das cuenta? —Lo miro y puedo ver en sus ojos una tristeza
profunda—. No eres el único que está sufriendo, no eres el único que lo
extraña. ¡No eres el único que perdió un hermano, él era lo mismo para mí! —Por
unos instantes siento miedo de aquella mirada, Julián sigue causando el mismo efecto
en mí después de tantos años—. Métete esto bien en la cabeza. —Me suelta y me
mira con odio, y no lo culpo, soy la peor basura que existe—, no dejaré que
otro de mi familia se vaya, ¿me oíste? ¡No dejaré que otro muera sin que pueda
hacer algo! —No me di cuenta cuando las lágrimas se atiborraron en mis ojos—.
Por favor, Kev —musita con suavidad y más calmado—, si no puedes hacerlo por
los que aún estamos aquí, hazlo por los que ya se fueron. Pero por favor, no te
hagas más daño. —Asiento con mi cabeza, Julián me vuelve a mirar con
comprensión.
—Ahora
soy una nena llorona —sonrío al secarme las lágrimas.
—Siempre
has sido una nena llorona —añade al momento en que me abraza, como cuando
éramos niños, protegiéndome, cuidándome, golpeándome para que entienda—. Vamos
a casa. —Me suelta y toma la botella, la guarda en el auto y partimos rumbo al
hogar.
El
silencio es nuestro acompañante por todo el camino, no hay nada más que decir, sólo
cosas que recordar, momentos vividos, golpes dados y recibidos, peleas ganadas
y perdidas. Chicas degustadas por ambos. Sonrío, él también lo hace, de seguro
pensamos en lo mismo. Mi hermano mayor, mi hermano del alma, mi hermano que no
es de sangre, pero vale mucho más que si lo fuera. En quien confío a ojos
cerrados, y al único que aguanto que me golpee. Y definitivamente, el alcohol
me ha hecho bastante mal.
Julián
estaciona fuera de casa, deja el motor encendido y abre el portón. Yo desciendo
y comienzo a caminar a la entrada, la puerta de adentro se abre con rapidez y
aparece ella. Sonrío al verla, no puedo evitarlo, ya que se me aparece por
todos lados y es la razón por la que no puedo estar con alguna otra chica, ya
que cada beso que dé, cada caricia, lo imagino con ella. Y por más que intento
no puedo evitarlo.
—Imbécil
—reclama al golpear mi pecho, para luego colgarse de mi cuello en un fuerte
abrazo.
Sí,
soy un imbécil. Un imbécil enamorado de ti. Un imbécil enamorado de su cuñada.
Un imbécil que nunca te dirá lo que siente, porque soy un imbécil cobarde, un
imbécil que se emborracha por olvidarte, un imbécil que no puede decir en voz
alta todo esto.
Pero
su mirada, esos ojos preocupados y brillosos, me dan esperanzas, me dicen que
quizás un día todo pueda cambiar, que tal vez me anime a decirle todo lo que
siento. Aunque eso signifique que la pierda para siempre…
Lo
mejor, es no hablar nunca de este amor…
—Thais.
—Es lo único que logro pronunciar al abrazarla. Ella me aprieta con fuerza.
—No
me dejes —susurra y siento una de sus lágrimas caer en mi cuello—. Prométeme
que tú no me dejarás.
—No
te dejaré —digo para tranquilizarla, porque en el fondo lo dudo. Ella sonríe, y
eso es suficiente para seguir por otro día, pero no puedo asegurar que sean
dos. A pesar de todo lo hablado con Julián.
Al
fin y al cabo, siempre he sido, y seré, un estúpido imbécil…
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