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3 de julio de 2016

[Mi veneno] Capítulo V: «Sentimientos»

El olor a muerte, odio, miedo y rencor, se hacían presentes en cada rincón del lugar. La oscuridad reinaba en cada espacio, pero el camino hacia la gran puerta era guiado por varias antorchas. Su fuego anunciaba para todas aquellas almas que su fin había llegado, y que sus peores pesadillas se harían realidad una vez que la cruzaran.
Con cada segundo que pasaba, uno nuevo llegaba. Para ellos ya no existía ni el día ni la noche, lo único que les quedaba era pasar la eternidad ardiendo. No habría consuelo, no serían capaces de pensar entre tanto dolor, el odio y el rencor llenarían el espacio vacío de lo que una vez fue su corazón, sus almas perderían para siempre el perdón y sólo les quedaría un camino: ser uno más de aquellos a los que tanto temían, esos que a cada instante los asediaban entre engaños, manipulaciones y dolores, corrompiéndolos en todo momento.
Algunos aguantaban más que otros, los que tenían algún asunto pendiente con sus captores, debían soportar el doble y, a veces, el triple que un alma común. Al final todos terminaban por empezar su viaje de humano a demonio.
Sentado sobre una roca, frente a la gran puerta color marrón oscuro, se encontraba un ser observando a cada uno de aquellos que debían entrar. Su mirada era indescifrable y como que todo le daba igual, pero continuaba observando atentamente y sin perder detalle.
Muchos entraban, pero muy pocos salían. Y él era uno de esos, no necesitaba el permiso de nadie para hacerlo, por algo era uno de los más poderosos de los que allí habitaban, simplemente le bastaba con querer salir a dar una vuelta.
Una figura conocida se le acercó y rompió la atención que tenía mirando a aquellas almas en pena y desgracia, esperaba que algunas formaran parte de sus huestes, aunque en realidad poco y nada las necesitaba.
—Señor… —dijo el recién llegado.
—Veo que te ha encontrado —respondió riendo.
—Sí, señor —añadió cabizbajo.
—No has servido de mucho —se carcajeó—, no le costó nada derrotarte. Y eso que dijiste podrías con ella como si fuera nada.
—Han sido sus alas, señor —habló a regañadientes recordando lo pasado.
—Ha sido tu incompetencia —se burló, como era típico en él—. Decirle que su padre no pudo contigo, ¡si hasta ese humano te mandó de vuelta sin dificultades! Y eso que era un simple humano, con algo de cazador, sí, debo reconocerlo, pero un humano nada más.
—Tenía aquella pistola, señor. —Apretó sus dientes, comenzaba a fastidiarse, aunque no podía hacer nada contra el otro.
—Excusas, sólo excusas —suspiró sin darle importancia al asunto.
—Señor. —Se atrevió a decir con timidez—, ¿me mandará de vuelta?
—No, ya no tiene caso —contestó mirando al otro fijo a los ojos—. Te derrotó con facilidad, eso quiere decir que se volvió más fuerte con sus poderes, porque no te disparó ¿verdad?
—No, señor —respondió al mirarlo y bajar la vista casi al instante.
—Vuelve a tu lugar. —Señaló con su mano la enorme puerta, haciendo un gesto de no tener importancia—. Ve a contarle a los demás demonios tus hazañas con la pequeña ángel de la Tierra —rió por aquello—. Es hora que el gran Belial le haga una pequeña visita. —Sus rojos ojos relampaguearon a la vez que desaparecía frente a todos los seres que entraban por aquella puerta, la que marcaba la entrada al Infierno.

Un joven de azules ojos caminaba a paso veloz por el oscuro callejón, quería salir rápido de allí, si no fuera porque acortaba bastante camino para llegar a su casa, y ya era tarde para la cita con su madre que venía cada dos semanas a verlo, jamás hubiera tomado aquel atajo exponiéndose a un asalto.
Ya le quedaban sólo unos pasos para salir cuando un fuerte dolor de cabeza lo dejó de rodillas en el suelo, con sus manos se apretaba el lugar que le molestaba con fuerza, como queriendo arrancarla de una buena vez. Pasaron unos minutos y todo lo que sentía desapareció, se levantó, movió sus hombros y sonrió.
Abrió sus ojos, estos brillaron completamente rojos, observó el lugar y desapareció en la oscuridad de la noche. El cuerpo ahora pertenecía a un demonio, quién sabe si algún día volvería a ser el chico que una vez fue.
No le sería difícil encontrar a quien buscaba, bastaba con pensar en ella para sentir su presencia y así lo hizo, al cabo de unos minutos se encontraba en una de las pocas posadas abiertas y de buen gusto que había en los alrededores, conocía bien a los cazadores y sabía que ella se dirigiría allí.

Silbaba y sonreía mientras caminaba por aquella calle, a paso normal según él, pero a simple vista de humano, iba a velocidad de una bicicleta a toda marcha. No pensó que seguiría a la chica, no después de toda la rabia e ira que le hacía sentir. Pero esos sentimientos ya habían quedado atrás y ahora era la duda lo que llenaba su corazón, ansiaba saber por qué le pasaba aquello cuando la tocaba.
No llevaba prisa, quería darle tiempo antes de su nuevo encuentro, y también debía pensar cuál sería su excusa, no era correcto llegar y preguntarle de que estaba hecha su piel, necesitaba una buena razón y en ese momento no se le ocurría ninguna. Frunció su ceño mientras seguía avanzado, esperando que sus neuronas idearan algo rápido o se vería en problemas, quizás ella no estaría dispuesta a perdonarlo nuevamente y terminaría muriendo en sus manos… Sonrió, aquello no sonaba tan mal, prefería exhalar su último aliento gracias a ella que a otro.
El aroma de la chica, junto al del auto, aún embriagaban el camino, así no le perdería el rastro. Sólo esperaba que ella no se diera cuenta que lo seguía, sino estaría en dobles apuros.
Frunció el ceño, una esencia conocida y detestada percibió en el aire. Su entrecejo se juntó más al sentir que la presencia de la chica se mezclaba con la otra, apuró el paso. No podía dejar que le pasara algo a ella, eso ni se dudaba.
En unos pocos minutos llegó frente a una posada de buen ver y de las pocas, si es que no era la única, abierta a esa hora. Vio el auto de la chica a quien buscaba estacionado afuera. Sonrió por haberla encontrado, aunque no mucho porque no le agradaba el otro olor que cubría el ambiente.
La puerta de entrada al local se abrió, sacó sus colmillos y sus ojos se volvieron completamente negros. Sólo en dos circunstancias se ponían así, una era cuando comía y la otra se presentaba al sentir que una batalla se avecinaba. Y en ese momento no tenía hambre.
Dio tres saltos hacia atrás, mostrando en todo momento su filosa dentadura al ser que salía de la posada. Su idea era alejarlo lo más que pudiera del lugar, por dos razones: la primera y principal era que tenía miedo que a ella le pasara algo, conocía a aquel y sabía de lo que podía llegar a hacer. Y la segunda y no tan importante, no sería bueno que gente normal los viera.
Un chico de negras cabelleras dejaba a la vista sus rojos ojos, mientras avanzaba con calma hacia el vampiro que lo esperaba un poco alejado de la posada. Su típica sonrisa no estaba dibujada en su cara, su rostro se veía serio, por primera vez en mucho tiempo.
Llegó frente a quien lo esperaba, dejando un espacio de al menos un metro, y le hizo una reverencia, no tan pronunciada, que fue respondida por el otro con un simple movimiento de cabeza, pero mostrando orgullo y respeto.
—Bastian —susurró el de ojos rojos, clavando su mirada en el otro.
—Belial —respondió su impecable dentadura.
La puerta de la posada volvió a abrirse, ambos seres dejaron de mirarse y vieron de reojo a la chica que apareció. El vampiro suspiró, lo que le faltaba para alegrar la noche.

Con asombro los observaba estática desde la puerta, no entendía qué pasaba y al parecer Bastian conocía a aquel demonio tan odiado. Frunció su ceño, no era momento de estar pensando en esas cosas, tenía a Belial en frente, no desaprovecharía aquella oportunidad y vengaría a su padre.
—Es ella —dijo el demonio al vampiro con una sonrisa al ver que la chica comenzaba a caminar hacia ellos.
Los negros ojos del chico se posaron sobre la que caminaba a paso lento e inseguro en dirección a ellos, no guardó sus colmillos. El de rojos ojos observaba el ambiente, su sonrisa se hizo más grande cuando el vampiro se giró en dirección de la medio ángel. Dio unos pasos hacia atrás, le había dicho que aún no estaba lista para otra batalla, no con él.
La chica detuvo su paso, su amigo de infancia le mostraba sus colmillos mientras el demonio la observaba con una sonrisa a la vez que se alejaba del lugar. No lo permitiría, no después de buscarlo por más de un año. Suspiró, no era momento de jugar con Bastian, con el único que jugaría sería con Belial, sólo con él tenía un asunto pendiente.
Se dispuso a correr en dirección al demonio, que se encontraba a la izquierda del vampiro junto a unos autos, pero una brisa pasó por su lado cuando estaba a unos pasos del ser que tanto odiaba.
Una mano apretó fuertemente su brazo izquierdo haciendo que se detuviera, giró su cabeza para comprobar que había sido él.
—Suéltame —le ordenó clavando su mirada en aquellos negros ojos que tenía al frente.
El chico no respondió, apretó más su mano y jaló a la chica hacia atrás, alejándola del demonio, siempre teniendo cuidado de no tocar la piel de ésta, no quería sufrir una quemadura.
—Debí haberte matado en la cueva —le dijo la chica a la vez que tomaba el otro brazo del vampiro.
—Te di la oportunidad de hacerlo —se defendió deteniendo el paso y dejándola frente a él.
—Hayley —habló el demonio—, muéstrame otro espectáculo, tengo unos minutos más, mi madre me espera —dijo con una sonrisa—. Más bien la madre de mi envase —se carcajeó—. Tú me entiendes. Quiero ver algo parecido a lo que sucedió hace un año, pero estoy seguro que esta vez será mucho mejor, no me decepciones. —Le guiñó un ojo para enfurecerla aún más.
—Maldito Belial —gruñó mirando al demonio—. Acabaré contigo, te lo prometo.
—Tienes tres minutos —le sonrió Belial al sentarse sobre el capo de un auto.
—Suéltame —bufó, apretando los dientes y mirando al vampiro—, o lo haré a la fuerza.
El chico mantuvo su silencio al mirarla sin mostrar sentimientos, con un rostro inexpresivo que ella no comprendió. Hayley, por otro lado, lo miraba con una mezcla de odio y asombro, porque no podía creer que él ayudara a un demonio y que se pusiera en su contra, aunque fueran enemigos.
—Está bien —dijo Bastian con una media sonrisa en su rostro, dejando a la vista sus colmillos—, tú ganas. Te soltaré, pero si tú lo haces primero. —Señaló con sus ojos la mano de la chica agarrada a su brazo derecho.
Hayley accedió y lo soltó, esperando a que él hiciera lo mismo, sus ojos brillaron, la venganza se aproximaba. Bastian notó aquello y no le quedó de otra opción más que hacer lo que debía.
—Mi turno —susurró a la vez que apretaba más el brazo de la chica y la arrojaba contra la pared de la bodega que estaba frente a la posada, cruzando la calle.
Del otro lado un demonio se carcajeaba de la situación, era tanta su risa que algunas lágrimas escapaban de sus ojos que ya no estaban rojos, sino que azules el color natural del chico dueño de aquel cuerpo. Con eso ya había decidido que sólo sería un mero espectador de la pelea y no haría ningún tipo de intromisión. No era su tiempo aún.
La medio ángel se golpeó la espalda contra la pared de madera, provocándole un dolor suave pero molesto al tener sus alas en ese lugar. Cayó hasta dejar sus pies sobre el suelo, su mirada, en todo momento, se mantuvo posada en el vampiro. Sus ojos fijos en los de él, reflejaban un odio que se perdía en la negrura de los del oponente.
Lo dejó de lado y miró al demonio, aún le quedaba un poco de tiempo, según lo que había dicho Belial, además mientras menos se tardara, más posibilidades habían que el alma que se encontraba dentro del envase no saliera tan dañada. Pero primero debía quitarse a Bastian de encima, tonta hora en que se le ocurrió ponerse en medio de su pleito con el demonio. Frunció su ceño con enojo, al parecer sí serían enemigos, y más si defendía a Belial.
Dirigió su mirada al vampiro, sonrió y agitó su mano derecha una vez, en dirección a la izquierda. El chico, al otro lado de la calle, salió volando a donde ella le había indicado, chocando contra un poste de alumbrado. Era su oportunidad, el camino hacia el demonio estaba libre, se dispuso a correr.
El chico sonrió, se había golpeado contra el cemento, pero no fue mucho para todo lo que había vivido. Se levantó observando a la chica que empezaba a correr en dirección al demonio, era fuerte, lo reconocía, no necesito tocarlo para mandarlo unos metros lejos de ella. Corrió, no dejaría que se acercara al ser de ojos rojos, no si podía evitarlo a toda costa.
Había avanzado hasta la mitad de la calle cuando sintió las manos del vampiro sobre su cintura, luego de eso, su cuerpo retrocedía a gran velocidad, impidiéndole frenar. Agarró con sus manos y ejerció fuerza con sus dedos en los brazos del ser que la tenía cautiva, aun así, no logró liberarse. Su espalda volvió a golpearse contra la pared de la bodega.
—No te moverás de aquí —le susurró el chico cerca del oído.
—No impedirás mi venganza —dijo mirándolo con odio a la vez que intentaba quitar las manos de Bastian de su cintura.
—¿Venganza? —continuó susurrando el vampiro bastante confundido—. ¿Qué venganza?
—Él mató a mi padre —gruñó tratando de dar un golpe con sus piernas, moviéndolas casi frenéticamente para poder darle a algo.
—Y te matará a ti si no te detienes —musitó mientras agarraba con sus manos los brazos de la chica y con sus piernas dejaba las de ella quietas.
—Suéltame, si no quieres que te mate a ti también —amenazó mirándolo con ira y enojo y, quizás, hasta un poco de odio.
—Se acabó el tiempo —interrumpió el demonio que caminaba hacia ellos—. Será para otra vez, pequeña Hayley —le guiñó un ojo a la chica que forcejaba con el vampiro para que la soltara—. No seas tan mala con él —sonrió mientras miraba a Bastian—, y tú, trátala con cariño —dijo mirando al chico, el cual le respondió con una mirada de odio, mostrándole su afilados colmillos, como si fuera un gato a punto de pelear—. Nos vemos. —Hizo un gesto con su mano en señal de despedida y desapareció por la calle internándose en la oscuridad.
—Aún está cerca —alegó moviéndose para zafarse—. Si me sueltas, prometo que te perdonaré la vida.
—No me dejaré matar con facilidad —respondió sin tomarla mucho en cuenta, era más importante olfatear el aire—. No te soltaré hasta que su presencia desaparezca.
—¿Por qué lo defiendes? —preguntó confusa mirándolo, sin darse cuenta comenzó a cesar sus intentos por liberarse.
—No lo defiendo a él —contestó al mirarla—. Lo hago por ti.
—Si fuera por mí, me hubieras soltado —le reclamó con rabia, y otra vez regresaron sus inútiles intentos por soltarse.
—Si lo hubiera hecho —habló con suavidad acercándose cada vez más a al rostro de ella—, ahora estaría recogiendo tu malherido cuerpo.
—A lo mejor estarías recogiendo el de tu amigo —respondió con furia por menospreciarla—. No soy tan débil como crees —dijo aún forcejeando, pero con menos interés que antes.
—Primero. —El vampiro comenzó a acercarse al rostro de ella, hasta tenerla a pocos centímetros—, no es mi amigo; y segundo, su cuerpo no lo recogería, lo dejaría morir —le sonrió ocultando sus colmillos y volviendo sus ojos a la normalidad, la pelea ya había acabado.
—Su presencia ya desapareció por completo —agregó con suavidad sin dejar de mirar los ojos color miel que tenía enfrente, no se había percatado de la proximidad que tenía con él hasta que se topó con esa mirada—. ¿Me sueltas? —preguntó nerviosa al sentir la respiración de él sobre sus labios.
—No quiero —respondió con una sonrisa torcida al sentir el nerviosismo de Hayley, acercándose más, olvidando lo que le pasaba cuando tocaba la piel de ésta.
—Quién diría que la mayoría de aquellas historias sobre ustedes son mentiras —susurró al quedarse sin palabras, sus nervios le estaban jugando una mala pasada.
—¿Qué historias? —preguntó el vampiro mirando fijo aquellos ojos verdes, soltó sus brazos y rodeó con suavidad la cintura de la chica, atrayéndola hacia él.
—Los ajos, las estacas, que no salen de día, su respiración… —musitó tan suave que él la escuchó sólo porque su audición superdotada de vampiro se lo permitió.
—¿Preferirías que no tuviera respiración? —consultó con picardía al no sentir el rechazo de ella al tenerla así.
—Sí…, no…, yo… —tartamudeó, confundida, antes de silenciarse.
Si hubiera sido cualquier otro, de hace rato que estaría inconsciente, o casi, en el suelo. Pero él era distinto, simplemente no podía alejarlo y mucho menos en ese momento en que lo tenía tan cerca… Sus respiraciones se unieron al igual que sus labios.
Sabía que no podía, lo que hacía estaba mal para él. Al simple contacto su piel comenzaría a quemarse, pero no logró aguantar. Con ninguna otra chica, humana o vampiro, había sentido tal atracción, ni con Janice, que se esmeraba en ser su hembra alpha. Aquellos labios tan cerca se habían transformado en un imán y no dudó un segundo en juntarlos al sentir que ella también lo deseaba, o por lo menos eso quería creer él.
La soltó de golpe para darle la espalda. Tocó sus labios, ya no podía seguir aguantando el escozor que le provocaba el contacto con ella. Maldijo por lo bajo apretando sus puños, quería seguir probando aquellos labios y más, pero su piel era veneno para él, no había otra manera de llamarlo, o quizás ácido, aunque eso sonara demasiado feo para alguien como Hayley. No, mejor era veneno, ella era veneno puro para él.
Abrió sus ojos de pronto al sentir que el vampiro la dejaba, con sus dedos se acarició con suavidad los labios, podía sentir aquel calor provocado por el beso pero no uno superficial, éste era de verdad: el chico se estaba quemando. No entendió por qué y al parecer Bastian no estaba dispuesto a decirle, ya que se marchaba. Golpeó con el puño la madera de la bodega, aquello le había gustado y tenía ganas de más.
—¡Bastian! —gritó al ver que el chico comenzaba a caminar hacia la posada con mayor rapidez.
Titubeó antes de voltearse, no sabía qué decirle ni cómo preguntarle qué pasó. La vio, caminando lento hacia él, y sonrió. Desde que se volvieron a ver no había observado el cambio que sufrió después de tantos años, ya no era aquella niña que jugó una vez con él, ahora era toda una mujer y bastante bella.
—Me debes una —le dijo cuando la miró, agitó su mano una vez hacia atrás y el chico pasó por su lado hasta chocar con la pared de la bodega, haciendo que los cabellos de la chica se mecieran junto a la brisa provocada por él—. Ahora estamos a mano. —Se giró a mirarlo tras ella sonriéndole con malicia—. Para que sepas con quien te metes.
Volvió su mirada al frente y caminó a paso lento hacia la posada, no se había olvidado que debía cancelar lo comido, además de los vampiros que estaban en el interior. «¡Vampiros!», se dijo pensando que a lo mejor él había ido por ellos, tratando de no pensar que Bastian estaba del lado de Belial, algo en su interior esperaba que no fueran amigos, así no sería enemiga del vampiro… Meneó la cabeza y desechó aquella idea, ¡cómo podía pensar así! ¿Qué diría su padre? Ella era una cazadora, era enemiga de todos esos seres sobrenaturales… todos… Incluida ella misma…
Otro pensamiento creció en su cabeza y tocó sus labios mientras de a poco comenzaba a aparecerle una pequeña sonrisa gracias al recuerdo de aquel beso, pero la curiosidad de saber qué le pasó a Bastian crecía en su interior, además del montón de cosas que comenzaba a sentir a causa de ser ella una cazadora…
El chico estaba sentado en el suelo apoyando su espalda donde antes estaba Hayley, sonreía por lo pasado, él pensando que ella era toda una mujer pero, en realidad, no había cambiado tanto, seguía siendo aquella niña con quien jugó sólo una vez y eso fue suficiente para no olvidarla en todos los años que pasaron.
Se puso de pie y empezó a caminar en dirección a la posada, aún había muchas cosas que aclarar. Tocó sus labios, aún sentía el sabor de ella y, por suerte, no le quedaban marcas en su piel, al parecer sólo era la sensación de quemarse y el dolor. Sonrió más, estaba dispuesto a ver si el contacto con la piel de la chica lograba dejar alguna cicatriz en su cuerpo. Sería un experimento raro, pero provechoso, por lo menos para él.

Buscó en su bolsillo las llaves para entrar a su casa mientras sonreía, tanto tiempo viviendo entre los humanos que ya conocía muy bien sus hábitos. Al parecer su madre se había aburrido de esperarlo y ya no estaba en casa.
—Lástima —dijo sonriendo como siempre—, y yo que quería alguien con quien charlar —agregó observando la enorme vivienda que ahora le pertenecía.
Caminó hasta la cocina, abrió el refrigerador y sacó una cerveza. Se fue a la sala, donde se sentó en un gran sofá de cuero color blanco invierno, tomó el mando a distancia y encendió la gran pantalla LCD que colgaba de la pared.
—Pero qué vida llevabas —habló luego de dar un sorbo de la botella—. Un gran abogado por lo que veo —continuó hablando solo—. Belial no olvidará este gran favor —dijo antes de volver a beber.
Continuó mirando la pantalla, pero no estaba prestando atención a las imágenes que en ella aparecían, sus pensamientos moraban lejos de allí, en una posada donde dejó peleando a dos seres fundamentales para sus propósitos.
Sonrió al pensar en lo lastimado que quedarían, aunque aquello no sería más que un bien para ambos chicos, es decir, el odio por el otro crecería y crecería en el interior y eso no podía ser mejor. Así, cuando llegara el día decisivo que él esperaba con ansias, estarían listos para enfrentar todo lo que les tocaba, y no era poco. Su sonrisa se ensanchó más.
Sabía a la perfección que ninguno podría matar al otro, no en esta ocasión, aunque no estaba seguro de quien terminaría en peores condiciones, si la chica mitad ángel destinada a liderar a los demonios y a los ángeles, o el príncipe de las tinieblas que debía proteger la salida de los demonios y que no se fueran a los Cielos.
Se carcajeó, él apostaba todo a la chica. Cuando llegara el día, ella mataría al vampiro y sus seguidores, si es que tuviera alguno, se rendirían ante la medio ángel y, al fin, los demonios volverían a su lugar de origen, de donde nunca debieron salir.
Frunció su ceño al recordar que los planes para aquel chico eran otros. Terminó de beber su cerveza y observó la televisión, aquel pato negro y el conejo gris que no dejaba de comer zanahorias, jugaban a golpearse entre ellos.


Abrió la puerta de la posada y al poner un pie dentro de ella observó de reojo a los tres vampiros que reían a carcajadas, cada uno con una chica en las piernas, ya tenían sus cenas, o desayunos, servidos.
No les dio importancia, no parecían muy fuertes. Además Bastian había venido por ellos, si él lograba contenerlos no tenía la necesidad de matarlos, no en esta ocasión. Continuó su camino hasta la cantinera, obligándose a pensar en otra cosa que no fueran esos extraños sentimientos de no cazarlos en ese momento.
—Lo siento por no pagarte antes de salir —le dijo guardando su orgullo.
—Ya salía a buscarte —le respondió con una mirada de odio—. ¿Conoces a Dylan?
—¿A quién? —preguntó confusa ya que no le sonaba aquel nombre.
—Al que saliste persiguiendo —contestó molesta la cantinera.
—Sí y no —habló sin ánimos de entablar una conversación con ella.
La puerta de la posada se abrió y un chico con mirada color miel se dejó ver. No necesitó voltear su mirada para saber que era él, ya sabía que de un momento a otro aparecería en el lugar y su presencia le había quedado grabada. Lo podría reconocer en cualquier lugar del mundo, ya no se le volvería a perder.
La cantinera giró su cuerpo para observar al chico que entraba, mordió su labio inferior, aquel muchacho no estaba nada mal. Hayley presenció cada gesto de la mujer y algo que no le gustaba hacer, lo utilizó en ella. Frunció su ceño, no le agradó nada que observara a Bastian de esa manera, y mucho menos le gustaron los pensamientos que estaba teniendo con el chico. Desligó su mente de la cantinera, así no continuaría viendo las imágenes de lo que pensaba.
—¿Cuánto te debo? —preguntó con malicia a la vez que los ojos de la cantinera volvían a posarse sobre ella, dejando al chico de lado.

Una sonrisa se veía en su rostro mientras miraba cada rincón del lugar, desde que llegó había olfateado a tres vampiros, no le dio importancia, aquel demonio y Hayley eran mucho más importantes.
Observó y la vio hablando con la cantinera y en la otra esquina tres jóvenes, a vista de humanos, estaban sentados con chicas en sus piernas. Frunció su ceño y se dirigió donde ellos.
Las carcajadas se habían apagado desde que él abrió aquella puerta, los vampiros sabían quién era aquel y si algún cazador estaba en los alrededores no podrían saborear aquel espeso líquido tan exquisito como el mejor de los manjares para ellos.
—¿La están pasando bien? —les preguntó mirándolos a los ojos.
—Bastante —le respondió uno de cabellos castaños y ojos grises, al parecer el líder.
—Me parece estupendo —habló con sarcasmo—. ¿Qué beben? —consultó mirando a las chicas.
—Cervezas —dijo uno rubio sentado en el rincón, era el que tenía a la chica que atendió a Hayley.
—¿No me invitan? —Miró a las chicas, la experiencia le decía que debía empezar por ellas.
—¡Claro! —exclamó una castaña a la vez que se ponía de pie, dejando al tercero de los chicos—. ¿Qué te sirves? —Se acercó coqueta a Bastian.
—Una cerveza, por ahora —pidió acariciando el mentón de la chica, ésta mordió su labio.
—Si quieres te conseguimos una —interrumpió el de cabellos oscuros, el tercero del grupo—, ella ya tiene dueño.
—Me la puedo conseguir solo —rió Bastian—. Necesito hablar con los tres, en privado —añadió mirando a las dos chicas que seguían en sus lugares.
—Iremos a ver si nos necesitan —habló la rubia que atendió a Hayley, mientras se ponían de pie y se alejaban del lugar.
—Estos lugares no te pertenecen, Bastian —dijo el castaño con mirada de odio hacia el recién llegado.
—¿Qué es lo que quieres? —inquirió esta vez el de cabellos oscuros—. ¿Arruinar nuestra diversión?
—Les salvo la vida —contestó el chico golpeando con sus puños la mesa y encuclillándose para quedar a la altura de los tres seres—. Hay más de tres cazadores en el local y uno de ellos con sólo mirarlos es capaz de matarlos —dijo haciendo referencia a Hayley, aunque no hizo ningún gesto para señalarla.
—Tú, comparado con nosotros, eres sólo un niño —rió el rubio sin darle importancia a las palabras del vampiro.
—Tal vez lo sea —se defendió el de ojos miel—. Pero, por lo visto, ustedes con todos sus años nunca llegaran donde yo.
Las miradas de odio de los seres se clavaron en el chico. Bien sabían que a él debían respetarlo, era bastante fuerte, a pesar que la mayoría lo consideraba un niño. Los rumores que corrían decían que fue convertido por poseer un poder especial, uno que sólo tres seres, aparte de él, conocían, y que muchos querían saber, ya fuera para aprender más de ello o para matarlo… Se había ganado el respeto, pero también el odio de muchos. Eso siempre pasa cuando el poder está entremedio.
—Yo ya les advertí —añadió Bastian poniéndose de pie—. Ahora es problema de ustedes lo que hagan.
Les dio la espalda y se alejó de ellos.
Hayley, sentada en el bar, terminaba de pagar lo comido, intentando con todas sus fuerzas no meterse en la cabeza de la cantinera, que a pesar de estar ocupada en otras cosas, seguía con la vista perdida en el vampiro.
—No es para ti —le dijo con una sonrisa torcida.
La mujer le lanzó, literalmente, el dinero de vuelto a la chica. Ésta lo guardó y se quedó tranquila, en el mismo lugar y observando.
—Mi cerveza aquí —dijo un chico que se sentaba junto a Hayley.
—¿Deseas algo más? —preguntó coqueteando la mesera mientras le entregaba la botella.
—No por ahora —le respondió—. Puedes volver a tu trabajo —le sonrió.
—¿Comerán? —consultó clavando sus ojos verdes en el chico sentado a su izquierda, esperaba que no, y luego en el fondo se regañó por eso, ella era una cazadora.
—No lo sé —respondió al tomar un sorbo—. Yo ya les dije que no lo hicieran.
—¿Se atreverán a desobedecerte? —La voz de la medio ángel era burlesca.
—Si son inteligentes —clavó su mirada en la chica—, no lo harán.
La joven se giró y miró a los tres vampiros, el chico a su lado tomaba su cerveza. Vio que los tres seres sentados frente a ellos lo miraban con odio. Bufó, no era nada raro que los sirvientes sintieran odio por los más poderosos. Luego observó a Bastian de reojo, preguntándose qué tenía para generar aquellos sentimientos, y no sólo en ella.
—Creo que te odian —añadió con una sonrisa.
—No te imaginas cuanto —sonrió esta vez el chico.
Las chicas volvieron a sentarse sobre las piernas de los vampiros, mientras estos terminaban de tomar lo que habían pedido. las risas volvieron a reinar en el lugar.
—¿Te sirves otra cosa? —preguntó la cantinera al joven mientras apoyaba sus codos en la mesa y dejaba su mentón sobre sus manos—. ¿No te ibas? —consultó mirándolo a él, pero era claro que las palabras eran para Hayley.
—No aún —le respondió girándose, mientras la miraba a los ojos—. Primero debo asegurarme de algo —dijo antes de volver a la posición anterior.
—Sólo quiero esta cerveza —le respondió Bastian guiñándole un ojo.
Hayley meneó su cabeza, los pensamientos de la cantinera otra vez estaban en su mente. a veces se preguntaba qué tantos genes de humanos tenía y qué tantos de ángel, estaba segura que sus hermanos alados no eran tan curiosos como los humanos.
—Hará lo que sea por llevarte a su cama —dijo Hayley con algo de molestia en su tono de voz, el chico a su lado se atoró luego de escuchar esa confesión.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó con una sonrisa.
—No comerán. —Evadió la pregunta diplomáticamente, sin dejar de mirar a los tres vampiros se marchaban dejando a las meseras en el lugar—. Me largo.
Se levantó del asiento, metió sus manos en los bolsillos de la chaqueta y comenzó a caminar hacia la salida. Ya había sido demasiado el fisgoneo.
El chico tomó el último sorbo apresuradamente de la cerveza, dejó un billete sobre la mesa y salió tras ella, se estaba acostumbrando a perseguirla, sonrió por eso.
—Tengo dudas —dijo cuando llegó junto a Hayley.
—Busca un oráculo —le respondió con sarcasmo a la vez que abría la puerta y salía.
—¿Puedes leer la mente? —preguntó caminando junto a la chica, ésta detuvo su paso y sus ojos se clavaron en los de él, mostrándole su enojo a través de estos.
—Para la otra lo publicas —contestó dejando de mirarlo y continuando su camino hasta su ángel.
—¿Dormiremos en tu auto? —Se le dibujó una sonrisa en el rostro al mirar a la medio ángel quitarle el seguro a su monstruo.
—Duermo sola.
—¿Me dejaras solo con la cantinera? —La continuó mirando mientras abría la puerta.
—Ni que te molestara.
—A mí no —le sonrió cuando ella volteó para mirarlo—, pero a ti sí.
—¿A mí? ¿Por qué? —Se hizo la desentendida, ella sabía la respuesta pero no quería aceptarla, era ilógico.
—Porque estás celosa —susurró cerca de los labios de la chica, haciendo que se sonrojara.
—Los ángeles no tenemos sentimientos —dijo ella frunciendo su ceño.
—Tal vez —respondió él—. Pero tú sólo eres medio ángel —le guiñó un ojo a la vez que metía su brazo por la puerta abierta y quitaba el seguro de la puerta trasera, tenía que aprovechar el distraimiento de la chica.
Se disponía a abrirla, y la chica a reclamarle, pero una fuerte presencia desconocida los distrajo a ambos. Sus miradas se clavaron en la profundidad del bosque frente a la posada, junto a la bodega. Él con su visión nocturna intentó ver más allá de la oscuridad, ella con sus poderes mentales trataba de descubrir qué era aquello.
La esencia desapareció tan rápido como llegó. Ninguno logró saber qué era.
—¿Qué fue eso? —preguntó él algo desconcertado.
—No lo sé —respondió la chica sin dejar de mirar el bosque—. Pero era bastante fuerte.
—No logré ver nada —dijo dando un golpe en el techo del auto.
—¡Hey! Él no tiene la culpa —reclamó pasando con suavidad su mano por el lugar donde el chico había golpeado su ángel.
—¿No te preocupa? —consultó algo asombrado por la reacción de ella. No era normal, por lo menos para él, no darle importancia a algo como aquello.
—Mientras me deje matar a Belial —dijo subiendo a su automóvil—, no me interesa lo que sea.
—Eres rara —suspiró al montarse en la parte trasera, no entendía cómo una venganza pudiera tener tanta fuerza en ella, siendo que era un ángel, un ser celestial.
La chica encendió el motor y salió sin rumbo a la carretera. Él se pasó al lugar del copiloto, aunque la felicidad no le duró mucho porque se golpeó la cabeza con el parabrisas al momento que el auto se detuvo de pronto.
—¿Y ahora? —preguntó tocando el lugar golpeado y haciendo un puchero.
—Que te bajas —ordenó la chica al darse cuenta de la presencia de él. Había estado tan pendiente en sus pensamientos con Belial, que ni notó cuando el vampiro se instaló en el auto.
—Conozco un buen lugar para que pases la noche —rió el chico—. No me bajaré de aquí aunque me empujes con tus ojitos —se burló de ella al sentarse de manera correcta.
—Después de matar a Belial —dijo reanudando la marcha—, haré lo mismo contigo.
Él no le respondió, se limitó a sonreírle e indicarle el camino hacia el hotel. La chica no se imaginaba cuanta verdad había en aquellas palabras.

Una mujer de castaños y rizados cabellos se bajaba de un auto, en una calle desierta por la hora. Agitó su mano en señal de despedida a los que aún quedaban en el interior del automóvil, hasta que desapareció al virar en la siguiente calle. Avanzó unos pasos hacia la derecha, para entrar en su hogar, cuando el sonido de un motor se hizo presente, miró por sobre su hombro y detuvo su paso al ver una figura conocida asomarse por la ventana.
—¿Dylan? —preguntó bastante sorprendida, de todos era el único que nunca imaginó que llegaría a su casa—. ¿Qué haces por aquí?
—Supuse que como a esta hora llegarías a tu casa —contestó deteniendo el auto y bajándose—. Como no pudimos hablar tranquilos en el bar, vine a buscarte.
—Que amable de tu parte —dijo la chica sonriéndole.
—¿Quieres dar un paseo hasta mi casa? —Sonrió mostrándole su perfecta sonrisa, que ya parecía de comercial de pasta dental.
—Claro —respondió coquetamente, imaginando todo lo que aquella noche le deparaba.
El chico la guió hasta la puerta del copiloto, donde amablemente y como todo un caballero haría, le abrió la puerta invitándola a pasar, la chica lo hizo y él cerró. Caminó hasta el piloto, se montó en el auto y partieron rumbo a la casa del joven abogado.
Avanzaron por las vacías calles hablando de cosas que no tenían importancia a la vista del chico, pero al parecer sí lo eran para ella. La escuchó sin reclamos, o por lo menos eso demostró, hasta que llegaron a su destino.
Al igual que cuando la invitó a subirse, le abrió la puerta para que descendiera. La chica, fascinada con tanto gesto galán, tomó su mano y caminaron juntos hasta la puerta de la enorme casa donde vivía aquel joven.
—¡Vaya! —exclamó la chica observando los lujos del lugar.
—No es para tanto —añadió el de ojos azules, quitándose la chaqueta y colgándola en el armario.
—¡Vaya que sí lo es! —La efusividad de su voz demostraba que estaba realmente asombrada, como si nunca la hubieran invitado a ningún lugar lujoso, observaba todo con mucho detalle.
—¿Deseas beber algo? —preguntó enseñándole unas botellas de cerveza.
—Claro —respondió agarrando una, que no tardó en llevarse a los labios, de una manera sensual.
—Siéntete como en tu casa —le sonrió—. Voy por unos vasos y hielos —dijo dándose la vuelta y desapareciendo por un pasillo.
La chica obedeció inmediatamente, sentándose en uno de los enormes sillones de la sala, mientras se sentía algo estúpida por llevarse la botella a la boca, de seguro Dylan pensaría que no tenía modales y la mandaría de vuelta a casa sin que pasara nada de nada. Quizás nunca más la quería volver a ver… Dejó la botella de cerveza encima de la mesa de centro y se acomodó. Encendió el LCD para dejar de pensar en la tontera que había hecho.
—¿Dylan? —preguntó al cabo de varios minutos, ya habían terminado dos capítulos de una serie que transmitían por el cable—. Todo por mi falta de modales. —Se recriminó mientras se mordía el labio y la vergüenza le empezaba a recorrer de las piernas a la cabeza.
La luz se apagó de pronto, se sobresaltó y se puso de pie. Miró por la ventana, sólo era en aquella casa que todo estaba oscuro. Caminó hacia la puerta de entrada, pero no llegó muy lejos, una fría y delgada hoja de cuchillo cortó su cuello. Su roja sangre corría por sus ropas, a la vez que su cuerpo caía a los brazos de su atacante.
—Lo siento —le susurró en el oído—, necesitaba un sacrificio humano —sonrió.
La chica le dirigió su última mirada, no pudo pronunciar palabra alguna, simplemente cerró los ojos y dejó de respirar. Quizás su último pensamiento había sido lo estúpida que se sentía por haberse llevado aquella botella a la boca.
El demonio cogió una pequeña vasija dorada y comenzó a llenarla con el espeso líquido que salía del cuello de la cantinera., tenía de sobra.

—Ahora sólo me faltan los vampiros —dijo a la vez que se ponía de pie y llevaba la vasija a la cocina; dejando el cuerpo sin vida de la chica en el suelo. No era nada importante.

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