El olor a muerte,
odio, miedo y rencor, se hacían presentes en cada rincón del lugar. La
oscuridad reinaba en cada espacio, pero el camino hacia la gran puerta era
guiado por varias antorchas. Su fuego anunciaba para todas aquellas almas que
su fin había llegado, y que sus peores pesadillas se harían realidad una vez
que la cruzaran.
Con cada segundo que
pasaba, uno nuevo llegaba. Para ellos ya no existía ni el día ni la noche, lo
único que les quedaba era pasar la eternidad ardiendo. No habría consuelo, no
serían capaces de pensar entre tanto dolor, el odio y el rencor llenarían el
espacio vacío de lo que una vez fue su corazón, sus almas perderían para
siempre el perdón y sólo les quedaría un camino: ser uno más de aquellos a los
que tanto temían, esos que a cada instante los asediaban entre engaños,
manipulaciones y dolores, corrompiéndolos en todo momento.
Algunos aguantaban más
que otros, los que tenían algún asunto pendiente con sus captores, debían
soportar el doble y, a veces, el triple que un alma común. Al final todos
terminaban por empezar su viaje de humano a demonio.
Sentado sobre una roca, frente a la gran puerta
color marrón oscuro, se encontraba un ser observando a cada uno de aquellos que
debían entrar. Su mirada era indescifrable y como que todo le daba igual, pero
continuaba observando atentamente y sin perder detalle.
Muchos entraban, pero
muy pocos salían. Y él era uno de esos, no necesitaba el permiso de nadie para
hacerlo, por algo era uno de los más poderosos de los que allí habitaban,
simplemente le bastaba con querer salir a dar una vuelta.
Una figura conocida se
le acercó y rompió la atención que tenía mirando a aquellas almas en pena y
desgracia, esperaba que algunas formaran parte de sus huestes, aunque en
realidad poco y nada las necesitaba.
—Señor… —dijo el
recién llegado.
—Veo que te ha
encontrado —respondió riendo.
—Sí, señor —añadió
cabizbajo.
—No has servido de
mucho —se carcajeó—, no le costó nada derrotarte. Y eso que dijiste podrías con
ella como si fuera nada.
—Han sido sus alas,
señor —habló a regañadientes recordando lo pasado.
—Ha sido tu
incompetencia —se burló, como era típico en él—. Decirle que su padre no pudo
contigo, ¡si hasta ese humano te mandó de vuelta sin dificultades! Y eso que
era un simple humano, con algo de cazador, sí, debo reconocerlo, pero un humano
nada más.
—Tenía aquella
pistola, señor. —Apretó sus dientes, comenzaba a fastidiarse, aunque no podía
hacer nada contra el otro.
—Excusas, sólo excusas
—suspiró sin darle importancia al asunto.
—Señor. —Se atrevió a
decir con timidez—, ¿me mandará de vuelta?
—No, ya no tiene caso
—contestó mirando al otro fijo a los ojos—. Te derrotó con facilidad, eso
quiere decir que se volvió más fuerte con sus poderes, porque no te disparó
¿verdad?
—No, señor —respondió
al mirarlo y bajar la vista casi al instante.
—Vuelve a tu lugar.
—Señaló con su mano la enorme puerta, haciendo un gesto de no tener
importancia—. Ve a contarle a los demás demonios tus hazañas con la pequeña
ángel de la Tierra —rió por aquello—. Es hora que el gran Belial le haga una
pequeña visita. —Sus rojos ojos relampaguearon a la vez que desaparecía frente
a todos los seres que entraban por aquella puerta, la que marcaba la entrada al
Infierno.
Un joven de azules ojos caminaba a paso veloz
por el oscuro callejón, quería salir rápido de allí, si no fuera porque
acortaba bastante camino para llegar a su casa, y ya era tarde para la cita con
su madre que venía cada dos semanas a verlo, jamás hubiera tomado aquel atajo
exponiéndose a un asalto.
Ya le quedaban sólo unos pasos para salir
cuando un fuerte dolor de cabeza lo dejó de rodillas en el suelo, con sus manos
se apretaba el lugar que le molestaba con fuerza, como queriendo arrancarla de
una buena vez. Pasaron unos minutos y todo lo que sentía desapareció, se
levantó, movió sus hombros y sonrió.
Abrió sus ojos, estos
brillaron completamente rojos, observó el lugar y desapareció en la oscuridad
de la noche. El cuerpo ahora pertenecía a un demonio, quién sabe si algún día
volvería a ser el chico que una vez fue.
No le sería difícil encontrar a quien buscaba,
bastaba con pensar en ella para sentir su presencia y así lo hizo, al cabo de
unos minutos se encontraba en una de las pocas posadas abiertas y de buen gusto
que había en los alrededores, conocía bien a los cazadores y sabía que ella se
dirigiría allí.
Silbaba y sonreía mientras caminaba por aquella
calle, a paso normal según él, pero a simple vista de humano, iba a velocidad
de una bicicleta a toda marcha. No pensó que seguiría a la chica, no después de
toda la rabia e ira que le hacía sentir. Pero esos sentimientos ya habían
quedado atrás y ahora era la duda lo que llenaba su corazón, ansiaba saber por
qué le pasaba aquello cuando la tocaba.
No llevaba prisa, quería darle tiempo antes de
su nuevo encuentro, y también debía pensar cuál sería su excusa, no era
correcto llegar y preguntarle de que estaba hecha su piel, necesitaba una buena
razón y en ese momento no se le ocurría ninguna. Frunció su ceño mientras
seguía avanzado, esperando que sus neuronas idearan algo rápido o se vería en
problemas, quizás ella no estaría dispuesta a perdonarlo nuevamente y
terminaría muriendo en sus manos… Sonrió, aquello no sonaba tan mal, prefería
exhalar su último aliento gracias a ella que a otro.
El aroma de la chica, junto al del auto, aún
embriagaban el camino, así no le perdería el rastro. Sólo esperaba que ella no
se diera cuenta que lo seguía, sino estaría en dobles apuros.
Frunció el ceño, una esencia conocida y
detestada percibió en el aire. Su entrecejo se juntó más al sentir que la
presencia de la chica se mezclaba con la otra, apuró el paso. No podía dejar
que le pasara algo a ella, eso ni se dudaba.
En unos pocos minutos llegó frente a una posada
de buen ver y de las pocas, si es que no era la única, abierta a esa hora. Vio
el auto de la chica a quien buscaba estacionado afuera. Sonrió por haberla
encontrado, aunque no mucho porque no le agradaba el otro olor que cubría el
ambiente.
La puerta de entrada al local se abrió, sacó
sus colmillos y sus ojos se volvieron completamente negros. Sólo en dos
circunstancias se ponían así, una era cuando comía y la otra se presentaba al
sentir que una batalla se avecinaba. Y en ese momento no tenía hambre.
Dio tres saltos hacia atrás, mostrando en todo
momento su filosa dentadura al ser que salía de la posada. Su idea era alejarlo
lo más que pudiera del lugar, por dos razones: la primera y principal era que
tenía miedo que a ella le pasara algo, conocía a aquel y sabía de lo que podía
llegar a hacer. Y la segunda y no tan importante, no sería bueno que gente
normal los viera.
Un chico de negras cabelleras dejaba a la vista
sus rojos ojos, mientras avanzaba con calma hacia el vampiro que lo esperaba un
poco alejado de la posada. Su típica sonrisa no estaba dibujada en su cara, su
rostro se veía serio, por primera vez en mucho tiempo.
Llegó frente a quien
lo esperaba, dejando un espacio de al menos un metro, y le hizo una reverencia,
no tan pronunciada, que fue respondida por el otro con un simple movimiento de
cabeza, pero mostrando orgullo y respeto.
—Bastian —susurró el
de ojos rojos, clavando su mirada en el otro.
—Belial —respondió su
impecable dentadura.
La puerta de la posada volvió a abrirse, ambos
seres dejaron de mirarse y vieron de reojo a la chica que apareció. El vampiro
suspiró, lo que le faltaba para alegrar la noche.
Con asombro los observaba estática desde la
puerta, no entendía qué pasaba y al parecer Bastian conocía a aquel demonio tan
odiado. Frunció su ceño, no era momento de estar pensando en esas cosas, tenía
a Belial en frente, no desaprovecharía aquella oportunidad y vengaría a su
padre.
—Es ella —dijo el
demonio al vampiro con una sonrisa al ver que la chica comenzaba a caminar
hacia ellos.
Los negros ojos del chico se posaron sobre la
que caminaba a paso lento e inseguro en dirección a ellos, no guardó sus
colmillos. El de rojos ojos observaba el ambiente, su sonrisa se hizo más
grande cuando el vampiro se giró en dirección de la medio ángel. Dio unos pasos
hacia atrás, le había dicho que aún no estaba lista para otra batalla, no con
él.
La chica detuvo su paso, su amigo de infancia
le mostraba sus colmillos mientras el demonio la observaba con una sonrisa a la
vez que se alejaba del lugar. No lo permitiría, no después de buscarlo por más
de un año. Suspiró, no era momento de jugar con Bastian, con el único que
jugaría sería con Belial, sólo con él tenía un asunto pendiente.
Se dispuso a correr en dirección al demonio,
que se encontraba a la izquierda del vampiro junto a unos autos, pero una brisa
pasó por su lado cuando estaba a unos pasos del ser que tanto odiaba.
Una mano apretó fuertemente su brazo izquierdo
haciendo que se detuviera, giró su cabeza para comprobar que había sido él.
—Suéltame —le ordenó
clavando su mirada en aquellos negros ojos que tenía al frente.
El chico no respondió, apretó más su mano y
jaló a la chica hacia atrás, alejándola del demonio, siempre teniendo cuidado
de no tocar la piel de ésta, no quería sufrir una quemadura.
—Debí haberte matado
en la cueva —le dijo la chica a la vez que tomaba el otro brazo del vampiro.
—Te di la oportunidad
de hacerlo —se defendió deteniendo el paso y dejándola frente a él.
—Hayley —habló el
demonio—, muéstrame otro espectáculo, tengo unos minutos más, mi madre me
espera —dijo con una sonrisa—. Más bien la madre de mi envase —se carcajeó—. Tú
me entiendes. Quiero ver algo parecido a lo que sucedió hace un año, pero estoy
seguro que esta vez será mucho mejor, no me decepciones. —Le guiñó un ojo para
enfurecerla aún más.
—Maldito Belial —gruñó
mirando al demonio—. Acabaré contigo, te lo prometo.
—Tienes tres minutos
—le sonrió Belial al sentarse sobre el capo de un auto.
—Suéltame —bufó,
apretando los dientes y mirando al vampiro—, o lo haré a la fuerza.
El chico mantuvo su silencio al mirarla sin
mostrar sentimientos, con un rostro inexpresivo que ella no comprendió. Hayley,
por otro lado, lo miraba con una mezcla de odio y asombro, porque no podía
creer que él ayudara a un demonio y que se pusiera en su contra, aunque fueran
enemigos.
—Está bien —dijo
Bastian con una media sonrisa en su rostro, dejando a la vista sus colmillos—,
tú ganas. Te soltaré, pero si tú lo haces primero. —Señaló con sus ojos la mano
de la chica agarrada a su brazo derecho.
Hayley accedió y lo soltó, esperando a que él
hiciera lo mismo, sus ojos brillaron, la venganza se aproximaba. Bastian notó
aquello y no le quedó de otra opción más que hacer lo que debía.
—Mi turno —susurró a
la vez que apretaba más el brazo de la chica y la arrojaba contra la pared de
la bodega que estaba frente a la posada, cruzando la calle.
Del otro lado un demonio se carcajeaba de la
situación, era tanta su risa que algunas lágrimas escapaban de sus ojos que ya
no estaban rojos, sino que azules el color natural del chico dueño de aquel
cuerpo. Con eso ya había decidido que sólo sería un mero espectador de la pelea
y no haría ningún tipo de intromisión. No era su tiempo aún.
La medio ángel se golpeó la espalda contra la
pared de madera, provocándole un dolor suave pero molesto al tener sus alas en
ese lugar. Cayó hasta dejar sus pies sobre el suelo, su mirada, en todo
momento, se mantuvo posada en el vampiro. Sus ojos fijos en los de él,
reflejaban un odio que se perdía en la negrura de los del oponente.
Lo dejó de lado y miró
al demonio, aún le quedaba un poco de tiempo, según lo que había dicho Belial,
además mientras menos se tardara, más posibilidades habían que el alma que se
encontraba dentro del envase no saliera tan dañada. Pero primero debía quitarse
a Bastian de encima, tonta hora en que se le ocurrió ponerse en medio de su
pleito con el demonio. Frunció su ceño con enojo, al parecer sí serían
enemigos, y más si defendía a Belial.
Dirigió su mirada al
vampiro, sonrió y agitó su mano derecha una vez, en dirección a la izquierda.
El chico, al otro lado de la calle, salió volando a donde ella le había
indicado, chocando contra un poste de alumbrado. Era su oportunidad, el camino
hacia el demonio estaba libre, se dispuso a correr.
El chico sonrió, se
había golpeado contra el cemento, pero no fue mucho para todo lo que había
vivido. Se levantó observando a la chica que empezaba a correr en dirección al
demonio, era fuerte, lo reconocía, no necesito tocarlo para mandarlo unos
metros lejos de ella. Corrió, no dejaría que se acercara al ser de ojos rojos,
no si podía evitarlo a toda costa.
Había avanzado hasta
la mitad de la calle cuando sintió las manos del vampiro sobre su cintura,
luego de eso, su cuerpo retrocedía a gran velocidad, impidiéndole frenar.
Agarró con sus manos y ejerció fuerza con sus dedos en los brazos del ser que
la tenía cautiva, aun así, no logró liberarse. Su espalda volvió a golpearse
contra la pared de la bodega.
—No te moverás de aquí
—le susurró el chico cerca del oído.
—No impedirás mi
venganza —dijo mirándolo con odio a la vez que intentaba quitar las manos de
Bastian de su cintura.
—¿Venganza? —continuó
susurrando el vampiro bastante confundido—. ¿Qué venganza?
—Él mató a mi padre
—gruñó tratando de dar un golpe con sus piernas, moviéndolas casi frenéticamente
para poder darle a algo.
—Y te matará a ti si
no te detienes —musitó mientras agarraba con sus manos los brazos de la chica y
con sus piernas dejaba las de ella quietas.
—Suéltame, si no
quieres que te mate a ti también —amenazó mirándolo con ira y enojo y, quizás,
hasta un poco de odio.
—Se acabó el tiempo
—interrumpió el demonio que caminaba hacia ellos—. Será para otra vez, pequeña
Hayley —le guiñó un ojo a la chica que forcejaba con el vampiro para que la
soltara—. No seas tan mala con él —sonrió mientras miraba a Bastian—, y tú,
trátala con cariño —dijo mirando al chico, el cual le respondió con una mirada
de odio, mostrándole su afilados colmillos, como si fuera un gato a punto de
pelear—. Nos vemos. —Hizo un gesto con su mano en señal de despedida y
desapareció por la calle internándose en la oscuridad.
—Aún está cerca —alegó
moviéndose para zafarse—. Si me sueltas, prometo que te perdonaré la vida.
—No me dejaré matar
con facilidad —respondió sin tomarla mucho en cuenta, era más importante
olfatear el aire—. No te soltaré hasta que su presencia desaparezca.
—¿Por qué lo
defiendes? —preguntó confusa mirándolo, sin darse cuenta comenzó a cesar sus
intentos por liberarse.
—No lo defiendo a él
—contestó al mirarla—. Lo hago por ti.
—Si fuera por mí, me
hubieras soltado —le reclamó con rabia, y otra vez regresaron sus inútiles
intentos por soltarse.
—Si lo hubiera hecho
—habló con suavidad acercándose cada vez más a al rostro de ella—, ahora
estaría recogiendo tu malherido cuerpo.
—A lo mejor estarías
recogiendo el de tu amigo —respondió con furia por menospreciarla—. No soy tan
débil como crees —dijo aún forcejeando, pero con menos interés que antes.
—Primero. —El vampiro
comenzó a acercarse al rostro de ella, hasta tenerla a pocos centímetros—, no
es mi amigo; y segundo, su cuerpo no lo recogería, lo dejaría morir —le sonrió
ocultando sus colmillos y volviendo sus ojos a la normalidad, la pelea ya había
acabado.
—Su presencia ya
desapareció por completo —agregó con suavidad sin dejar de mirar los ojos color
miel que tenía enfrente, no se había percatado de la proximidad que tenía con
él hasta que se topó con esa mirada—. ¿Me sueltas? —preguntó nerviosa al sentir
la respiración de él sobre sus labios.
—No quiero —respondió
con una sonrisa torcida al sentir el nerviosismo de Hayley, acercándose más,
olvidando lo que le pasaba cuando tocaba la piel de ésta.
—Quién diría que la
mayoría de aquellas historias sobre ustedes son mentiras —susurró al quedarse
sin palabras, sus nervios le estaban jugando una mala pasada.
—¿Qué historias?
—preguntó el vampiro mirando fijo aquellos ojos verdes, soltó sus brazos y
rodeó con suavidad la cintura de la chica, atrayéndola hacia él.
—Los ajos, las
estacas, que no salen de día, su respiración… —musitó tan suave que él la
escuchó sólo porque su audición superdotada de vampiro se lo permitió.
—¿Preferirías que no
tuviera respiración? —consultó con picardía al no sentir el rechazo de ella al
tenerla así.
—Sí…, no…, yo… —tartamudeó,
confundida, antes de silenciarse.
Si hubiera sido cualquier otro, de hace rato
que estaría inconsciente, o casi, en el suelo. Pero él era distinto,
simplemente no podía alejarlo y mucho menos en ese momento en que lo tenía tan
cerca… Sus respiraciones se unieron al igual que sus labios.
Sabía que no podía, lo que hacía estaba mal
para él. Al simple contacto su piel comenzaría a quemarse, pero no logró
aguantar. Con ninguna otra chica, humana o vampiro, había sentido tal
atracción, ni con Janice, que se esmeraba en ser su hembra alpha. Aquellos
labios tan cerca se habían transformado en un imán y no dudó un segundo en
juntarlos al sentir que ella también lo deseaba, o por lo menos eso quería
creer él.
La soltó de golpe para darle la espalda. Tocó
sus labios, ya no podía seguir aguantando el escozor que le provocaba el
contacto con ella. Maldijo por lo bajo apretando sus puños, quería seguir
probando aquellos labios y más, pero su piel era veneno para él, no había otra
manera de llamarlo, o quizás ácido, aunque eso sonara demasiado feo para
alguien como Hayley. No, mejor era veneno, ella era veneno puro para él.
Abrió sus ojos de pronto al sentir que el
vampiro la dejaba, con sus dedos se acarició con suavidad los labios, podía
sentir aquel calor provocado por el beso pero no uno superficial, éste era de
verdad: el chico se estaba quemando. No entendió por qué y al parecer Bastian
no estaba dispuesto a decirle, ya que se marchaba. Golpeó con el puño la madera
de la bodega, aquello le había gustado y tenía ganas de más.
—¡Bastian! —gritó al
ver que el chico comenzaba a caminar hacia la posada con mayor rapidez.
Titubeó antes de voltearse, no sabía qué
decirle ni cómo preguntarle qué pasó. La vio, caminando lento hacia él, y
sonrió. Desde que se volvieron a ver no había observado el cambio que sufrió
después de tantos años, ya no era aquella niña que jugó una vez con él, ahora
era toda una mujer y bastante bella.
—Me debes una —le dijo
cuando la miró, agitó su mano una vez hacia atrás y el chico pasó por su lado
hasta chocar con la pared de la bodega, haciendo que los cabellos de la chica
se mecieran junto a la brisa provocada por él—. Ahora estamos a mano. —Se giró
a mirarlo tras ella sonriéndole con malicia—. Para que sepas con quien te
metes.
Volvió su mirada al frente y caminó a paso
lento hacia la posada, no se había olvidado que debía cancelar lo comido,
además de los vampiros que estaban en el interior. «¡Vampiros!», se dijo
pensando que a lo mejor él había ido por ellos, tratando de no pensar que
Bastian estaba del lado de Belial, algo en su interior esperaba que no fueran
amigos, así no sería enemiga del vampiro… Meneó la cabeza y desechó aquella
idea, ¡cómo podía pensar así! ¿Qué diría su padre? Ella era una cazadora, era
enemiga de todos esos seres sobrenaturales… todos… Incluida ella misma…
Otro pensamiento
creció en su cabeza y tocó sus labios mientras de a poco comenzaba a aparecerle
una pequeña sonrisa gracias al recuerdo de aquel beso, pero la curiosidad de
saber qué le pasó a Bastian crecía en su interior, además del montón de cosas
que comenzaba a sentir a causa de ser ella una cazadora…
El chico estaba sentado en el suelo apoyando su
espalda donde antes estaba Hayley, sonreía por lo pasado, él pensando que ella
era toda una mujer pero, en realidad, no había cambiado tanto, seguía siendo
aquella niña con quien jugó sólo una vez y eso fue suficiente para no olvidarla
en todos los años que pasaron.
Se puso de pie y empezó a caminar en dirección
a la posada, aún había muchas cosas que aclarar. Tocó sus labios, aún sentía el
sabor de ella y, por suerte, no le quedaban marcas en su piel, al parecer sólo
era la sensación de quemarse y el dolor. Sonrió más, estaba dispuesto a ver si
el contacto con la piel de la chica lograba dejar alguna cicatriz en su cuerpo.
Sería un experimento raro, pero provechoso, por lo menos para él.
Buscó en su bolsillo las llaves para entrar a
su casa mientras sonreía, tanto tiempo viviendo entre los humanos que ya
conocía muy bien sus hábitos. Al parecer su madre se había aburrido de
esperarlo y ya no estaba en casa.
—Lástima —dijo
sonriendo como siempre—, y yo que quería alguien con quien charlar —agregó
observando la enorme vivienda que ahora le pertenecía.
Caminó hasta la cocina, abrió el refrigerador y
sacó una cerveza. Se fue a la sala, donde se sentó en un gran sofá de cuero
color blanco invierno, tomó el mando a distancia y encendió la gran pantalla
LCD que colgaba de la pared.
—Pero qué vida
llevabas —habló luego de dar un sorbo de la botella—. Un gran abogado por lo
que veo —continuó hablando solo—. Belial no olvidará este gran favor —dijo
antes de volver a beber.
Continuó mirando la pantalla, pero no estaba
prestando atención a las imágenes que en ella aparecían, sus pensamientos
moraban lejos de allí, en una posada donde dejó peleando a dos seres
fundamentales para sus propósitos.
Sonrió al pensar en lo
lastimado que quedarían, aunque aquello no sería más que un bien para ambos
chicos, es decir, el odio por el otro crecería y crecería en el interior y eso
no podía ser mejor. Así, cuando llegara el día decisivo que él esperaba con
ansias, estarían listos para enfrentar todo lo que les tocaba, y no era poco. Su
sonrisa se ensanchó más.
Sabía a la perfección que ninguno podría matar
al otro, no en esta ocasión, aunque no estaba seguro de quien terminaría en
peores condiciones, si la chica mitad ángel destinada a liderar a los demonios
y a los ángeles, o el príncipe de las tinieblas que debía proteger la salida de
los demonios y que no se fueran a los Cielos.
Se carcajeó, él apostaba todo a la chica.
Cuando llegara el día, ella mataría al vampiro y sus seguidores, si es que
tuviera alguno, se rendirían ante la medio ángel y, al fin, los demonios
volverían a su lugar de origen, de donde nunca debieron salir.
Frunció su ceño al recordar que los planes para
aquel chico eran otros. Terminó de beber su cerveza y observó la televisión, aquel
pato negro y el conejo gris que no dejaba de comer zanahorias, jugaban a
golpearse entre ellos.
Abrió la puerta de la posada y al poner un pie
dentro de ella observó de reojo a los tres vampiros que reían a carcajadas,
cada uno con una chica en las piernas, ya tenían sus cenas, o desayunos,
servidos.
No les dio importancia, no parecían muy
fuertes. Además Bastian había venido por ellos, si él lograba contenerlos no
tenía la necesidad de matarlos, no en esta ocasión. Continuó su camino hasta la
cantinera, obligándose a pensar en otra cosa que no fueran esos extraños
sentimientos de no cazarlos en ese momento.
—Lo siento por no
pagarte antes de salir —le dijo guardando su orgullo.
—Ya salía a buscarte
—le respondió con una mirada de odio—. ¿Conoces a Dylan?
—¿A quién? —preguntó
confusa ya que no le sonaba aquel nombre.
—Al que saliste
persiguiendo —contestó molesta la cantinera.
—Sí y no —habló sin
ánimos de entablar una conversación con ella.
La puerta de la posada se abrió y un chico con
mirada color miel se dejó ver. No necesitó voltear su mirada para saber que era
él, ya sabía que de un momento a otro aparecería en el lugar y su presencia le
había quedado grabada. Lo podría reconocer en cualquier lugar del mundo, ya no
se le volvería a perder.
La cantinera giró su cuerpo para observar al
chico que entraba, mordió su labio inferior, aquel muchacho no estaba nada mal.
Hayley presenció cada gesto de la mujer y algo que no le gustaba hacer, lo
utilizó en ella. Frunció su ceño, no le agradó nada que observara a Bastian de
esa manera, y mucho menos le gustaron los pensamientos que estaba teniendo con
el chico. Desligó su mente de la cantinera, así no continuaría viendo las
imágenes de lo que pensaba.
—¿Cuánto te debo?
—preguntó con malicia a la vez que los ojos de la cantinera volvían a posarse
sobre ella, dejando al chico de lado.
Una sonrisa se veía en su rostro mientras
miraba cada rincón del lugar, desde que llegó había olfateado a tres vampiros,
no le dio importancia, aquel demonio y Hayley eran mucho más importantes.
Observó y la vio hablando con la cantinera y en
la otra esquina tres jóvenes, a vista de humanos, estaban sentados con chicas
en sus piernas. Frunció su ceño y se dirigió donde ellos.
Las carcajadas se habían apagado desde que él
abrió aquella puerta, los vampiros sabían quién era aquel y si algún cazador
estaba en los alrededores no podrían saborear aquel espeso líquido tan
exquisito como el mejor de los manjares para ellos.
—¿La están pasando
bien? —les preguntó mirándolos a los ojos.
—Bastante —le
respondió uno de cabellos castaños y ojos grises, al parecer el líder.
—Me parece estupendo
—habló con sarcasmo—. ¿Qué beben? —consultó mirando a las chicas.
—Cervezas —dijo uno
rubio sentado en el rincón, era el que tenía a la chica que atendió a Hayley.
—¿No me invitan? —Miró
a las chicas, la experiencia le decía que debía empezar por ellas.
—¡Claro! —exclamó una
castaña a la vez que se ponía de pie, dejando al tercero de los chicos—. ¿Qué
te sirves? —Se acercó coqueta a Bastian.
—Una cerveza, por
ahora —pidió acariciando el mentón de la chica, ésta mordió su labio.
—Si quieres te
conseguimos una —interrumpió el de cabellos oscuros, el tercero del grupo—,
ella ya tiene dueño.
—Me la puedo conseguir
solo —rió Bastian—. Necesito hablar con los tres, en privado —añadió mirando a
las dos chicas que seguían en sus lugares.
—Iremos a ver si nos
necesitan —habló la rubia que atendió a Hayley, mientras se ponían de pie y se
alejaban del lugar.
—Estos lugares no te
pertenecen, Bastian —dijo el castaño con mirada de odio hacia el recién
llegado.
—¿Qué es lo que
quieres? —inquirió esta vez el de cabellos oscuros—. ¿Arruinar nuestra
diversión?
—Les salvo la vida
—contestó el chico golpeando con sus puños la mesa y encuclillándose para
quedar a la altura de los tres seres—. Hay más de tres cazadores en el local y
uno de ellos con sólo mirarlos es capaz de matarlos —dijo haciendo referencia a
Hayley, aunque no hizo ningún gesto para señalarla.
—Tú, comparado con
nosotros, eres sólo un niño —rió el rubio sin darle importancia a las palabras
del vampiro.
—Tal vez lo sea —se
defendió el de ojos miel—. Pero, por lo visto, ustedes con todos sus años nunca
llegaran donde yo.
Las miradas de odio de los seres se clavaron en
el chico. Bien sabían que a él debían respetarlo, era bastante fuerte, a pesar
que la mayoría lo consideraba un niño. Los rumores que corrían decían que fue
convertido por poseer un poder especial, uno que sólo tres seres, aparte de él,
conocían, y que muchos querían saber, ya fuera para aprender más de ello o para
matarlo… Se había ganado el respeto, pero también el odio de muchos. Eso
siempre pasa cuando el poder está entremedio.
—Yo ya les advertí
—añadió Bastian poniéndose de pie—. Ahora es problema de ustedes lo que hagan.
Les dio la espalda y
se alejó de ellos.
Hayley, sentada en el bar, terminaba de pagar
lo comido, intentando con todas sus fuerzas no meterse en la cabeza de la
cantinera, que a pesar de estar ocupada en otras cosas, seguía con la vista
perdida en el vampiro.
—No es para ti —le
dijo con una sonrisa torcida.
La mujer le lanzó, literalmente, el dinero de
vuelto a la chica. Ésta lo guardó y se quedó tranquila, en el mismo lugar y
observando.
—Mi cerveza aquí —dijo
un chico que se sentaba junto a Hayley.
—¿Deseas algo más? —preguntó
coqueteando la mesera mientras le entregaba la botella.
—No por ahora —le
respondió—. Puedes volver a tu trabajo —le sonrió.
—¿Comerán? —consultó
clavando sus ojos verdes en el chico sentado a su izquierda, esperaba que no, y
luego en el fondo se regañó por eso, ella era una cazadora.
—No lo sé —respondió
al tomar un sorbo—. Yo ya les dije que no lo hicieran.
—¿Se atreverán a
desobedecerte? —La voz de la medio ángel era burlesca.
—Si son inteligentes
—clavó su mirada en la chica—, no lo harán.
La joven se giró y miró a los tres vampiros, el
chico a su lado tomaba su cerveza. Vio que los tres seres sentados frente a
ellos lo miraban con odio. Bufó, no era nada raro que los sirvientes sintieran
odio por los más poderosos. Luego observó a Bastian de reojo, preguntándose qué
tenía para generar aquellos sentimientos, y no sólo en ella.
—Creo que te odian
—añadió con una sonrisa.
—No te imaginas cuanto
—sonrió esta vez el chico.
Las chicas volvieron a sentarse sobre las
piernas de los vampiros, mientras estos terminaban de tomar lo que habían
pedido. las risas volvieron a reinar en el lugar.
—¿Te sirves otra cosa?
—preguntó la cantinera al joven mientras apoyaba sus codos en la mesa y dejaba
su mentón sobre sus manos—. ¿No te ibas? —consultó mirándolo a él, pero era
claro que las palabras eran para Hayley.
—No aún —le respondió
girándose, mientras la miraba a los ojos—. Primero debo asegurarme de algo
—dijo antes de volver a la posición anterior.
—Sólo quiero esta
cerveza —le respondió Bastian guiñándole un ojo.
Hayley meneó su cabeza, los pensamientos de la
cantinera otra vez estaban en su mente. a veces se preguntaba qué tantos genes
de humanos tenía y qué tantos de ángel, estaba segura que sus hermanos alados
no eran tan curiosos como los humanos.
—Hará lo que sea por
llevarte a su cama —dijo Hayley con algo de molestia en su tono de voz, el
chico a su lado se atoró luego de escuchar esa confesión.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó
con una sonrisa.
—No comerán. —Evadió
la pregunta diplomáticamente, sin dejar de mirar a los tres vampiros se
marchaban dejando a las meseras en el lugar—. Me largo.
Se levantó del asiento, metió sus manos en los
bolsillos de la chaqueta y comenzó a caminar hacia la salida. Ya había sido
demasiado el fisgoneo.
El chico tomó el último sorbo apresuradamente
de la cerveza, dejó un billete sobre la mesa y salió tras ella, se estaba
acostumbrando a perseguirla, sonrió por eso.
—Tengo dudas —dijo
cuando llegó junto a Hayley.
—Busca un oráculo —le
respondió con sarcasmo a la vez que abría la puerta y salía.
—¿Puedes leer la
mente? —preguntó caminando junto a la chica, ésta detuvo su paso y sus ojos se
clavaron en los de él, mostrándole su enojo a través de estos.
—Para la otra lo
publicas —contestó dejando de mirarlo y continuando su camino hasta su ángel.
—¿Dormiremos en tu
auto? —Se le dibujó una sonrisa en el rostro al mirar a la medio ángel quitarle
el seguro a su monstruo.
—Duermo sola.
—¿Me dejaras solo con
la cantinera? —La continuó mirando mientras abría la puerta.
—Ni que te molestara.
—A mí no —le sonrió
cuando ella volteó para mirarlo—, pero a ti sí.
—¿A mí? ¿Por qué? —Se
hizo la desentendida, ella sabía la respuesta pero no quería aceptarla, era
ilógico.
—Porque estás celosa
—susurró cerca de los labios de la chica, haciendo que se sonrojara.
—Los ángeles no
tenemos sentimientos —dijo ella frunciendo su ceño.
—Tal vez —respondió
él—. Pero tú sólo eres medio ángel —le guiñó un ojo a la vez que metía su brazo
por la puerta abierta y quitaba el seguro de la puerta trasera, tenía que
aprovechar el distraimiento de la chica.
Se disponía a abrirla,
y la chica a reclamarle, pero una fuerte presencia desconocida los distrajo a
ambos. Sus miradas se clavaron en la profundidad del bosque frente a la posada,
junto a la bodega. Él con su visión nocturna intentó ver más allá de la
oscuridad, ella con sus poderes mentales trataba de descubrir qué era aquello.
La esencia desapareció
tan rápido como llegó. Ninguno logró saber qué era.
—¿Qué fue eso? —preguntó
él algo desconcertado.
—No lo sé —respondió
la chica sin dejar de mirar el bosque—. Pero era bastante fuerte.
—No logré ver nada
—dijo dando un golpe en el techo del auto.
—¡Hey! Él no tiene la
culpa —reclamó pasando con suavidad su mano por el lugar donde el chico había
golpeado su ángel.
—¿No te preocupa? —consultó
algo asombrado por la reacción de ella. No era normal, por lo menos para él, no
darle importancia a algo como aquello.
—Mientras me deje
matar a Belial —dijo subiendo a su automóvil—, no me interesa lo que sea.
—Eres rara —suspiró al
montarse en la parte trasera, no entendía cómo una venganza pudiera tener tanta
fuerza en ella, siendo que era un ángel, un ser celestial.
La chica encendió el
motor y salió sin rumbo a la carretera. Él se pasó al lugar del copiloto,
aunque la felicidad no le duró mucho porque se golpeó la cabeza con el
parabrisas al momento que el auto se detuvo de pronto.
—¿Y ahora? —preguntó
tocando el lugar golpeado y haciendo un puchero.
—Que te bajas —ordenó
la chica al darse cuenta de la presencia de él. Había estado tan pendiente en
sus pensamientos con Belial, que ni notó cuando el vampiro se instaló en el
auto.
—Conozco un buen lugar
para que pases la noche —rió el chico—. No me bajaré de aquí aunque me empujes
con tus ojitos —se burló de ella al sentarse de manera correcta.
—Después de matar a
Belial —dijo reanudando la marcha—, haré lo mismo contigo.
Él no le respondió, se limitó a sonreírle e
indicarle el camino hacia el hotel. La chica no se imaginaba cuanta verdad
había en aquellas palabras.
Una mujer de castaños
y rizados cabellos se bajaba de un auto, en una calle desierta por la hora.
Agitó su mano en señal de despedida a los que aún quedaban en el interior del
automóvil, hasta que desapareció al virar en la siguiente calle. Avanzó unos
pasos hacia la derecha, para entrar en su hogar, cuando el sonido de un motor
se hizo presente, miró por sobre su hombro y detuvo su paso al ver una figura
conocida asomarse por la ventana.
—¿Dylan? —preguntó
bastante sorprendida, de todos era el único que nunca imaginó que llegaría a su
casa—. ¿Qué haces por aquí?
—Supuse que como a
esta hora llegarías a tu casa —contestó deteniendo el auto y bajándose—. Como
no pudimos hablar tranquilos en el bar, vine a buscarte.
—Que amable de tu
parte —dijo la chica sonriéndole.
—¿Quieres dar un paseo
hasta mi casa? —Sonrió mostrándole su perfecta sonrisa, que ya parecía de
comercial de pasta dental.
—Claro —respondió
coquetamente, imaginando todo lo que aquella noche le deparaba.
El chico la guió hasta
la puerta del copiloto, donde amablemente y como todo un caballero haría, le
abrió la puerta invitándola a pasar, la chica lo hizo y él cerró. Caminó hasta
el piloto, se montó en el auto y partieron rumbo a la casa del joven abogado.
Avanzaron por las
vacías calles hablando de cosas que no tenían importancia a la vista del chico,
pero al parecer sí lo eran para ella. La escuchó sin reclamos, o por lo menos
eso demostró, hasta que llegaron a su destino.
Al igual que cuando la invitó a subirse, le
abrió la puerta para que descendiera. La chica, fascinada con tanto gesto
galán, tomó su mano y caminaron juntos hasta la puerta de la enorme casa donde vivía
aquel joven.
—¡Vaya! —exclamó la
chica observando los lujos del lugar.
—No es para tanto
—añadió el de ojos azules, quitándose la chaqueta y colgándola en el armario.
—¡Vaya que sí lo es! —La
efusividad de su voz demostraba que estaba realmente asombrada, como si nunca
la hubieran invitado a ningún lugar lujoso, observaba todo con mucho detalle.
—¿Deseas beber algo?
—preguntó enseñándole unas botellas de cerveza.
—Claro —respondió agarrando
una, que no tardó en llevarse a los labios, de una manera sensual.
—Siéntete como en tu
casa —le sonrió—. Voy por unos vasos y hielos —dijo dándose la vuelta y
desapareciendo por un pasillo.
La chica obedeció
inmediatamente, sentándose en uno de los enormes sillones de la sala, mientras
se sentía algo estúpida por llevarse la botella a la boca, de seguro Dylan
pensaría que no tenía modales y la mandaría de vuelta a casa sin que pasara
nada de nada. Quizás nunca más la quería volver a ver… Dejó la botella de
cerveza encima de la mesa de centro y se acomodó. Encendió el LCD para dejar de
pensar en la tontera que había hecho.
—¿Dylan? —preguntó al
cabo de varios minutos, ya habían terminado dos capítulos de una serie que
transmitían por el cable—. Todo por mi falta de modales. —Se recriminó mientras
se mordía el labio y la vergüenza le empezaba a recorrer de las piernas a la
cabeza.
La luz se apagó de
pronto, se sobresaltó y se puso de pie. Miró por la ventana, sólo era en
aquella casa que todo estaba oscuro. Caminó hacia la puerta de entrada, pero no
llegó muy lejos, una fría y delgada hoja de cuchillo cortó su cuello. Su roja
sangre corría por sus ropas, a la vez que su cuerpo caía a los brazos de su
atacante.
—Lo siento —le susurró
en el oído—, necesitaba un sacrificio humano —sonrió.
La chica le dirigió su
última mirada, no pudo pronunciar palabra alguna, simplemente cerró los ojos y
dejó de respirar. Quizás su último pensamiento había sido lo estúpida que se
sentía por haberse llevado aquella botella a la boca.
El demonio cogió una
pequeña vasija dorada y comenzó a llenarla con el espeso líquido que salía del
cuello de la cantinera., tenía de sobra.
—Ahora sólo me faltan
los vampiros —dijo a la vez que se ponía de pie y llevaba la vasija a la
cocina; dejando el cuerpo sin vida de la chica en el suelo. No era nada importante.
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