¡Bienvenidos a Luchsaugen! Espero que pases un rato agradable.

26 de febrero de 2022

[Hasta el día de ayer] Anexo 7: «Todo a pulmón - Chris»

¿Cuánto me falta?

¿1? ¿2? ¿3?

¿Cuánto tengo en el bolsillo?

¿1? ¿2? ¿3?

¿Cómo hacerlo para salir de todo esto?

Papá me enseñó, muchas veces. Se lo prometí, muchas veces. Pero aquí sigo, contando… 1, 2, 3…

¿Por qué están cada vez más caros?

¿Por qué cada vez me cuesta más comprar?

«El precio es el mismo, Chris. Tú estás comprando más y no lo notas».

Agradable sonaba, pero cuando no tuve para pagar mi deuda, no le costó nada romperme la nariz.

Julián la compuso con otro golpe.

Se lo prometí también a él, igual que a papá, pero aquí sigo, contando… 1, 2, 3…

¿Cómo llegué aquí?

No lo sé.

¿Cómo llegué a este punto?

Tampoco lo sé… Quisiera despertar de esta pesadilla… Mamá lo entendía, ella siempre lo entendió.

Como aquella vez que hablaba con papá, cuando decidieron decirme que yo no era sangre de su sangre ni carne de su carne. Cuando supe que Julián no era mi real hermano.

No los entendí bien, es decir, ¿cómo hacerlo si apenas contaba con cinco años cumplidos? Pero sí recuerdo lo que sucedió y, claramente, entendí todo años después.

Mamá lloraba, lo recuerdo muy bien. Recuerdo todas las lágrimas de ella que vi caer, quizás lo recuerdo mucho mejor que Julián o que Franco. Claro que sí, lo recuerdo mucho mejor que Franco… Papá… bueno él… Él siempre se mantuvo fuerte, como Julián, pero todos sabemos que mamá siempre fue la más fuerte de todos.

Yo sé que no fue a los cinco años que me enteré de la existencia de aquella mujer. Aquella mujer con la que sí compartía lazos sanguíneos. Claro que no, fue mucho antes, pero a los cinco fue cuando me explicaron más detalladamente.

Mamá lloraba cuando me dijo: «esa persona que está en la sala es tu verdadera madre, amor. Ve a saludarla». Y yo lo recuerdo bien, yo no quería ir, como las otras veces que me visitó. Yo la había olvidado, es decir, ¿cómo recordar a alguien que se aparece una vez por año solo unas horas y alcoholizada? Ella no era mi madre, yo ya tenía a mamá.

Ese día, no salí de la cocina.

Mamá se sentó en el suelo conmigo y me abrazó, yo me escondí en su cuerpo. Ella me explicó todo lo que había pasado, cuando me encontraron, cuando me dejaron con ellos, cuando me dieron el biberón que era para Julián… Mamá me lo dijo todo, pero yo solo entendí que no era un Leighton.

Tenían que explicármelo más temprano que tarde, cuando empezamos a estudiar no me llamaban como Christopher Leighton, sino que como Christopher O’Brien ¿y cómo le explicas a un niño pequeño que no tienes el mismo apellido de tu hermano?

Aquella mujer volvió al año siguiente, cuando yo ya tenía seis. Esa vez sí la saludé.

Pero fue cuando cumplí siete que las cosas fueron diferentes. Era otoño, pero ya casi invierno, el frío comenzaba a sentirse, no mucho pero los días ya estaban más fríos y cortos. Y ella llegó aquel sábado, con un policía, lo recuerdo bien, y exigieron que me dejaran ir a dar una vuelta solo con aquella mujer.

Yo no sabía, en aquel entonces, más bien no entendía, que los Leighton habían pedido mi custodia total, que fue negada. Pero sí tenían la custodia compartida, ellos me daban hogar y familia, pero aquella mujer estaba en todo su derecho de visitarme y llevarme a donde ella quisiera y cuando quisiera. Yo sé que ni mamá ni papá querían que yo saliera con ella solo. Yo tampoco quería. Pero para evitar problemas al ver al policía, les dije que todo estaría bien, que no se preocuparan.

Y no fue así.

Recuerdo que me llevó a la plaza, quería que pidiera dinero para ella. Recuerdo que su aliento olía a alcohol. Recuerdo que la mayor parte del tiempo estaba con un cigarro en la mano. Recuerdo que no me gustaba su olor. Recuerdo verla con la nariz blanquecina…

Recuerdo que me golpeó sin detenerse con sus puños porque no quise pedir dinero en la plaza. Recuerdo que me pegó con más fuerza cuando lloré mientras gritaba que dejara de hacerlo. Recuerdo a papá quitándome del agarre. Recuerdo a mamá conmigo en el hospital, después de haber dormido por unos días.

Recuerdo que mamá lloraba.

Aquel es el primer recuerdo que tengo de aquella mujer. Quizás me golpeaba de antes, pero eso no lo recuerdo.

Mamá lloraba cuando le dijeron que no podía evitar que esa mujer me visitara y me llevara.

Por suerte para mí, papá con sus súper poderes fenomenales de padre, siempre sabía cuando estaba mal y debía ir a salvarme. Nunca lo entendí cómo lo hacía.

Papá era un súper héroe.

A los diez años, aquella mujer, me llevó a su casa. No vivía sola. Me dejó allí con su acompañante, solos los dos. No sabía qué hacer conmigo, me ofreció cerveza, cigarro, drogas… En esa época no tenía idea de lo que era. Comencé a llorar, me dio un golpe que me hizo rebotar contra la mesa. Lloré más. Me tomó de los brazos, abrió la puerta y me lanzó fuera. Era pequeño, no tenía la destreza de hoy, reboté contra el suelo y comenzaba a nevar.

Papá no alcanzó a agarrarme, pero me llevó a casa.

A los dos meses volvió por mí, porque papá puso una denuncia en contra de su acompañante por golpearme y lo metieron a la cárcel por un tiempo. Aquella mujer fue a desquitarse conmigo por eso. Me golpeó en la calle, frente a mamá y papá y recuerdo que me dijo: «lo único que haces es llorar». Y le sonreí, ella dejó de golpear. Y entendí que la vida era mejor con una sonrisa.

Mamá quiso pegarle, se detuvo al ver que estaba embarazada. Aquella mujer tendría un hijo, quién sabe si el padre era aquel tipo.

Los años que siguieron, la vi un par de veces más. Le sonreía y ella no golpeaba.

Papá me llevaba a ver a mis hermanos, quizás quería lo mismo que yo, que no pasaran por lo mismo que yo.

Cuando mamá y papá se fueron, la sonrisa no bastó para evitar los golpes.

Esa vez fui solo, ya estaba grande, ya no me buscaba de hace años, tenía a mis pequeños hermanos para utilizarlos a su antojo. Aunque servicio social estaba más al pendiente de lo que estuvieron conmigo.

Cuando mamá y papá se fueron, yo fui solo a buscar unos golpes.

Aquella mujer estaba en tal grado que ya no sabía ni quien era ella misma. El alcohol y las drogas habían calado tanto en su interior, que respiraba por inercia.

Yo solo quería sentir dolor, para apaciguar el dolor interior que dejaba la partida de mamá y papá.

Pero las cosas se salieron de control. Yo tenía diecisiete años. No era la primera vez que me golpeaban. No era la primera vez que estaba en una pelea. No era la primera vez que veía una botella rota dirigirse a mí. Pero sí era la primera vez que esa botella era empuñada por aquella mujer, que me amenazaba con matarme si no le daba dinero.

Fue en defensa propia. O me defendía o me enterraba la botella en el pecho. No la golpeé tan duro. Lo juro. Pero cayó mal y quedó inconsciente. Eso sumado a todo el veneno que llevaba en su sangre.

Me detuvieron por dos noches. Quedé fichado. Julián me miró con compasión. Ninguno lloro, solo nos abrazamos cuando me dejaron salir.

Dolor. Yo solo quería sentir dolor. Porque era demasiado grande lo que sentía en mi pecho. Demasiado vacío. Julián nos echó a todos a sus hombros, pero todos éramos muchos, y yo sabía sonreír para evitar llorar. Pero no sabía olvidar el dolor.

«Hey, Chris. ¿Quieres probar esto?».

Aquella fue la pregunta que cambió mi vida. Si yo hubiera dicho que no, muchas cosas hubieran sido diferentes. Pero en lugar de eso me acerqué y pregunté qué era y qué hacía.

«Te hará olvidar todo, Chris. De verdad. Estarás como en el cielo».

Y yo quería olvidar. Y estar en el cielo…

Y cuando me mostró el papelito en su mano, no solo fue porque quisiera olvidar, sino que algo dentro de mí me decía que lo tomara, que estaba bien, que lo necesitaba en mi vida. Que me hacía falta para completarme, porque éramos uno solo.

Lo tomé.

Después me enseñaron a usarlo.

Y entendí por qué aquella mujer solía tener la nariz blanquecina.

Recuerdo cuando mamá lloraba en el hospital, junto a papá, porque yo estaba en esa cama. Tenía como cuatro años, más o menos, y ella estaba junto a mí cada vez que abría los ojos. Recuerdo que no entendí nada de lo que dijeron cuando pensaron que dormía. Pero sí lo entendí después ya más grande y como lo entiendo ahora.

Yo sufría de aquellos ataques, en que mi cuerpo convulsionaba y me salía hasta espuma de la boca. Yo había nacido con la adicción de aquella mujer en las venas. Eso era lo que me había heredado, su adicción a las drogas y al alcohol, y mi cuerpo lo pedía, lo necesitaba, y al no tenerlo convulsionaba.

No lo entendí en ese momento y tarde me vine a dar cuenta, cuando por decisión propia le comencé a dar lo que por tanto tiempo mamá y papá evitaron darle.

Me hice un adicto, mucho más rápido que uno normal. Yo ya tenía todo eso en mi sangre. Solo faltaba despertarlo, y qué bien lo hice.

Julián me compuso el rostro a golpes por cada vez que me pegaron por no tener cómo pagar. Yo le compuse el rostro a él cuando quemó, frente a mis ojos, todos mis «dulces».

Kevin metió mi cabeza en un balde con agua fría, en pleno invierno, cuando estaba a punto de nevar. Fue cuando entendí y me di cuenta de lo mal que estaba.

Y volví a llorar. En el suelo frío. En posición fetal. Así entendí todo.

Julián y Kevin me abrazaron, ellos no me dejarían, no me abandonarían y me ayudarían a salir de todo. Solo debía confiar… ellos son mis hermanos.

Fumo, porque la sangre me llama a otras cosas. Pero cada vez lo hago menos.

De lo otro ya no hay rastro. A mis veintiséis años puedo decir que ya no hay rastro.

Costó, pero salió.

Mamá ya no volverá a llorar por esto.

—Hey, necesito un teléfono para hacer una llamada internacional.

—¿Internacional? Muchacho, este es un hospital. ¿Qué crees que es un hotel?

—Es una emergencia, por favor.

—¿A qué parte del mundo sería?

—Londres, Inglaterra.

—¡¿Qué?!

—Por favor, se lo suplico.

Y yo sé que las lágrimas rodaron y gracias a eso conseguí lo que quería. Yo no sabía a quién debía llamar ni mucho menos a dónde. Me costó dar con ella, pero lo logré. Cuando contestó, allá en el Viejo Mundo, me reconoció sin siquiera haber hablado, según me dijo después, me escuchó sonreír.

—Julián te necesita.

—Tomaré el primer vuelo, estaré allá antes de lo que puedas llegar a imaginar.

Le dije dos o tres palabras, se me acababa el tiempo. No hizo falta más, ella voló a nosotros.

Los cambios son buenos, dicen. Aquí en Londres, yo ya dejé de contar…

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Me vas a dejar tu opinión?

Los comentarios no son moderados, aparecerán apenas lo envíes, pero si faltan el respeto o son dañinos hacia alguien en especial o la que escribe, será borrado o contestado, todo depende de los ánimos de quien responde.

Intentaré responder los comentarios apenas pueda.

¡Muchas gracias por opinar!