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7 de diciembre de 2020

[One Shot] Momentos

 

Sinopsis:

Cuando la vida parece abandonarla y sus cabellos lucen bellas canas. Amaya recuerda los momentos vividos junto a la persona más importante de su existencia. Para mantenerlos por siempre en su memoria, por todo el tiempo que se mantenga respirando.

 





Momentos

Un frío viento llegaba desde la costa, meciendo sus delicados cabellos que una vez fueron de color negro, los cuales negaba teñirse. Prefería lucir sus canas que, prácticamente, cubrían en su totalidad la melena que decoraba su cabeza, una que nunca en su vida sobrepasó los hombros. Sintió la brisa marina chocar con su pálido rostro, a pesar que se encontraba un tanto distante de donde las olas rompían en las rocas.

Miró al frente y leyó por última vez la inscripción dorada sobre aquella piedra, no sabía cuántas veces lo había hecho desde que llegó, pero de las lágrimas que abundaban mientras caminaba no quedaba más rastro que las marcas propias del trazado que aparecían al desaparecer.

Se dispuso a marcharse, dejando el dolor que se aferraba a su corazón en aquel lugar, pero en cambio cayó de rodillas sobre el suave césped, con la cabeza baja, sus manos en la hierba y evitando que el agua salada saliera de sus ojos negros.

Y entonces recordó cuando lo conoció, hace tantos años ya, en su infancia, en la víspera de sus trece años, en la época que sus amigas comenzaban a cambiar pero ella continuaba siendo una niña a la que no le importaba lo mismo que a las demás.

Él entró por la puerta de su salón a mediados de año, su familia se acababa de mudar de la capital a la  región y habían decidido ponerlo en aquel colegio porque quedaba cerca de su hogar y, por los rumores, era uno de los mejores de la localidad. Ella se encontraba sentada en la mesa que le correspondía, con la espalda apoyada en la pared, con un pie colgando y el otro sobre su silla. Sus compañeras a su alrededor hablaban de fiestas, chicos y maquillaje, nada que llamara su atención, así que dirigió su vista a la ventana, donde sus compañeros jugaban fútbol. Cuando la puerta se abrió de par en par, interrumpiéndola y provocando que la mirada de todas se clavara en el chico de cabello castaño oscuro y corto, ojos del mismo color y bastante alto para la supuesta edad que debía tener.

—Hola —les dijo a las únicas que se encontraban en el lugar—. ¿Éste es el séptimo B?

—Sí —contestó una de ellas, mirándolo con curiosidad—. Me llamo Carola, ¿y tú? —preguntó haciendo un seña para que él se acercara.

—Carlos —respondió con una sonrisa dejando ver un poco de sus dientes—. Es un placer —añadió observando a todas, quienes lo veían como un nuevo objeto con el cual divertirse, todas menos una, que apenas le movió la mano en señal de saludo y continuó viendo el partido que se llevaba a cabo en la cancha del establecimiento.

El timbre sonó, indicando que todos los alumnos debían dirigirse a sus salones, ella se bajó del lugar en el que se encontraba y se sentó en la silla, con los codos sobre la mesa y apoyando su mentón en sus manos, en señal de aburrimiento. Mientras sus compañeras continuaban charlando con el chico nuevo, hasta que llegó la profesora, quien los mandó a sus lugares y, sin chistar, cada uno se dirigió a donde le fue señalado. Carlos caminó hasta  la maestra.

—Niños, hoy tenemos un nuevo compañero —dijo parándose frente al pizarrón y captando la atención de todos—. Él es Carlos Vicencio, espero que lo traten bien y le den la misma bienvenida que al resto. ¿Quieres presentarte? —preguntó mirando al chico quien parecía algo desconcertado.

—Como la profesora dijo, mi nombre es Carlos Vicencio —habló con voz fuerte y clara—. Vengo de la capital, por el trabajo de mi padre solemos cambiarnos de ciudad en ciudad frecuentemente, pero espero poder quedarme aquí para siempre, porque me encanta la playa…

—Bien, con el tiempo podrás continuar hablando de eso con tus nuevos compañeros —interrumpió la maestra al ver que la timidez que mostraba el chico no era verdadera y la capacidad de hablar, al parecer, le quedaba muy bien—. Puedes sentarte en… —Observó con atención el salón y se percató que sólo quedaba un puesto libre—, junto con Amaya —señaló a la niña de cabello negro y melena, que levantaba la mano, para que él supiera quién era.

—Hola —saludó al llegar junto al lugar asignado—. Me llamo Carlos —le sonrió al dejar sus cosas sobre la mesa.

—Así escuché —contestó sin prestarle atención, fijando su vista al frente, donde la profesora comenzaba a hablar—. Tres veces.

—Yo soy Cristina. —Una chica de adelante volteó para presentarse con una gran sonrisa—. Ella es Amalia —dijo haciendo referencia a su compañera de mesa.

—¡Vaya! Hasta que al fin alguien se ha sentado contigo —exclamó la segunda en ser presentada, mirando a la compañera del chico nuevo.

—Amalia —la voz de Cristina sonaba a reproche, clavando su fiera mirada en la mencionada, segundos antes que volviera a abrir la boca para decir alguna cosa, quizás, sin sentido—. Vas a asustar a Carlos. —Observó al chico que tenía una expresión de confusión y miedo.

—Es mejor que sepa de una buena vez —refunfuñó para darse vuelta y prestar atención a las clases.

—¿Aún no puedes olvidar que me eligieran a mí como candidata a reina de la Primavera? —preguntó con notoria burla Amaya, la chica a quien se dirigía clavó con rapidez su mirada en ella—. No me culpes a mí, yo dije que no quería nada de eso, fueron tus compañeros quienes decidieron. Y yo que pensaba que ustedes eran maduras —recalcó la última palabra, ya que ellas se jactaban siempre lo bien que estaban llevando esa etapa de sus vidas y que todas las niñerías habían quedado atrás, muy atrás.

—Soy lo suficientemente madura —refutó Amalia— como para dejar de jugar con muñecas…

—En ese caso yo lo soy de nacimiento —interrumpió con carcajadas Amaya—, nunca jugué con tales cosas.

Su nuevo compañero de mesa la siguió con las risas, provocando que ambas chicas lo miraran con asombro y que Cristina, quien se mantenía en silencio y ocultando la risa que imploraba por salir luego de lo dicho por Amaya, se apagara por completo.

—¿Qué pasa allá atrás? —La voz de la profesora los obligó a ponerle atención al instante—. ¿Quieren contar el chiste a toda la clase?

—En el receso —contestó Amaya con seriedad, logrando así que el resto de sus compañeros soltara pequeñas risas y la maestra la mirara con el ceño fruncido.

El chico junto a ella la miró con curiosidad, mientras el resto volvía a retomar la atención a quien intentaba impartir los conocimientos otorgados después de años de estudio. Al principio pensó que era una de esas niñas tímidas que apenas hablaban, ¡qué equivocado estaba!

Entre los versos de Gabriela Mistral, que tan afanosamente enseñaba la profesora, la hora de Lengua pasó con rapidez hasta que el timbre indicó que era tiempo de un descanso y entonces todos, sin excepción, se pusieron de pie y arreglaron sus cosas para salir por unos minutos del aula.

—¡Yaya! —gritó uno de los chicos al caminar hacia la mencionada—. ¿Vas a ir al partido el sábado?

—Yo creo —contestó Amaya mientras terminaba de dejar sus lápices en el estuche—. Si es que no me obligan a hacer otra cosa.

—¡Oye!, el sábado es mi fiesta de trece años, será la primera que haga. —Cristina tomó la palabra con molestia—. ¿Acaso mi mejor amiga me pretende abandonar el día más importante de mi vida?

—El partido es a las 16:00 horas, terminará a lo mucho como a las 17:30 horas. —La miró con reproche—. Tu fiesta es desde las 20:00 horas, en todo ese tiempo que hay entremedio alcanzo a estar lista. Además, vivo a dos cuadras de tu casa.

—Que no se te olvide que yo también iré, ¿eh? —interrumpió el chico que había llegado a hablar con Amaya.

—Esteban, no has saludado a Carlos —dijo Cristina con una sonrisa, ella era la presentadora oficial.

—¡Oh! Disculpa —exclamó pasando su mano izquierda por su cabello negro, como el de Amaya, y extendía su mano derecha al chico nuevo—. ¿Qué tal? Me llamo Esteban.

—Carlos —contestó, chocando sus manos para terminar con un fuerte apretón.

—¿Te gusta el fútbol? —preguntó, era hora de ir al patio a jugar o lo dejarían fuera.

—¡Claro! ¿A quién no? —respondió con una sonrisa y efusivamente.

—A ellas —señaló al grupo de chicas que conversaba animosamente sentadas en las sillas.

—Cristina, vamos a comprar —dijo Amaya al pasar por atrás de Carlos y salir al pasillo.

—Vamos. —Su amiga avanzó hasta ella y salieron del salón hablando de la vida.

—Pero hay una excepción. —Esteban caminó hasta el chico nuevo y le pasó su brazo por la espalda, hasta dejar su mano en el hombro de éste—. Y ésa es mi Amaya —suspiró—. Vamos a jugar, amigo.

Ambos fueron con sus demás compañeros a la cancha, mientras las chicas continuaban hablando de lo mismo de siempre en aquella reunión, pero esta vez el plato principal era el nuevo, a quien Carola y Amalia ya miraban de manera diferente.

La semana pasó en un abrir y cerrar de ojos, y cómo no, si tenían clases prácticamente todo el día, desde la mañana a la tarde. Carlos fue invitado al partido que se realizaba todos los segundos y cuartos sábados del mes, en los que participaban los colegios de la zona, para llegar a dos clasificados que irían a la competencia por región y luego por país. Y también esperaban su presencia en la fiesta de Cristina, la primera que celebraría una gran parte del curso.

El día tan esperado llegó y, tal como dijo Amaya, después del partido —que resultó ser un triunfo para el equipo de sus compañeros— se arregló y dirigió a la casa donde se llevaría a cabo la fiesta, con un enorme oso de peluche que portaba una corbata roja colgando de su cuello. Conocía muy bien a su mejor amiga y sabía a la perfección que ese regalo la haría saltar de felicidad.

Tenía bien claro que se aburriría, pero tal y como dijo Cristina, no la dejaría sola en su día más importante de lo que llevaban de vida, así que con un suspiro cruzó la puerta de entrada a la casa de su amiga y caminó hasta encontrarla. Con un gran abrazo y un beso le entregó su regalo, el cual abrieron en la habitación de la dueña de casa, sin que nadie las interrumpiera. Y fue como lo imaginó, la niña saltó de felicidad a su lado y sus ojos brillaban contentos.

Cuando llegaron a la sala, Amalia y Carola se encontraban charlado y tomando gaseosas junto a Esteban y Carlos, que al parecer se habían relacionado de lo más bien luego de ser presentados el primer día. Cuando vieron a Cristina y Amaya corrieron a saludarlas, fueron los últimos en llegar, ya que Esteban decidió ir a buscar a Carlos porque éste no conocía los alrededores. Saludaron a ambas con un beso en la mejilla, pero Esteban tomó a Amaya y la abrazó con fuerza, llevándosela a un lado donde no hubiera tanto ruido, dejando con una mirada extraña a Carlos.

—Me voy a quedar  a dormir en tu casa —le dijo una vez que estuvieron en un lugar más tranquilo—. Ya les avisé a mis papás.

—No —contestó frunciendo el ceño—. La última vez me rompiste varias cosas y mi cama, y tu olor no se fue por semanas. —Puso cara de asco al recordarlo—. No y no.

—Ahora también estás avisada. —Se dio la media vuelta y se marchó a donde se encontraba la improvisada pista de baile, dejando a Amaya con los puños apretados.

Decidió salir al jardín, ella no era para los bailes, quizás en un futuro, pero en esos momentos quería disfrutar de su niñez y crecer tan rápido no estaba en sus planes. Se acostó en el césped mirando al cielo, le encantaba ver las estrellas.

Carlos la vio dirigirse a la entrada de la casa y, por el ventanal, observó cuando se dejó caer sobre la hierba, justo en el momento en que Esteban llegaba y le hizo recordar que Cristina se encontraba a su lado, hablándole de algo que no escuchó nada.

—Un segundo aquí y ya la espantaste —gruñó la chica mirando al que recién llegaba.

—Calma, calma, que sólo le daba un aviso —se defendió, moviendo sus manos en señal de negación frente a la cara de Cristina.

—Ahora ya no disfrutará de mi fiesta —reclamó haciendo un puchero.

—No lo haría de todas formas —se burló con carcajadas—. La conoces tan bien como yo y sabes muy bien que si está aquí, hoy, es sólo por ser un día especial para ti. Agradece que por lo menos se presentó.

—Eres insoportable —fue lo último que dijo y se marchó junto al resto de las chicas de su salón.

—Con razón mi hermano dice que las chicas son un problema —suspiró mirando a Carlos, quien se había mantenido callado todo el momento, más que nada porque no sabía qué decir—. Por eso yo no cambio, ni cambiaré mi amado fútbol.

—¡Qué dices! —exclamó con voz algo fuerte, por el ruido reinante—. Si estás enamorado de Amaya.

Su amigo, frente a él, se echó a reír a carcajadas, de tal manera que se apretaba el estómago por el dolor que le causaba. Carlos, por otro lado, lo miraba con el ceño fruncido sin entender el motivo por el cual Esteban se encontraba así.

—De verdad no te das cuenta de nada —dijo una vez que estuvo más calmado.

—No estoy entendiendo —contestó algo irritado, no le gustaba que se burlaran de él, y menos en su cara.

—¿Nunca has escuchado cuando nos nombran en la lista? —preguntó todavía divertido—. ¿No te has fijado que tenemos los mismos apellidos?

—No —respondió con mirada perpleja—. Es decir que, ¿son hermanos? No se parecen en nada.

—¡Hermanos! —exclamó y volvió a estallar en risas—. No, no, no —se le entendió, entre jadeos—, somos primos, por las dos familias —habló bastante calmado—. No sé muy bien la historia, tampoco me interesa, pero mi mamá es hermana de su papá y el mío es hermano de su mamá.

—¡Ah! Ya entiendo —sonrió al tener todo claro en su cabeza.

—Carlos. —La voz de Carola, tras él, hizo que diera un salto—. Vamos a bailar. —Tomó su mano y lo arrastró a la pista de baile improvisada en medio de la sala.

—Ésta no pierde tiempo —musitó Esteban mirando a su nuevo amigo, moviéndose al compás de la música que el DJ, contratado por su amiga, había elegido, un poco de Pop—. Y yo tampoco —sonrió—. ¡Cristina!

 

 

Su vista estaba fija en el firmamento, que de a ratos cubría una que otra nube pasajera indicando que la primavera se acercaba, si la fecha del cumpleaños de su amiga hubiera sido un poco antes, quizás no podría estar acostada de esa manera en el césped, la lluvia invernal alejaría a todos.

—¡Yaya! —escuchó que le gritaban, se sentó y buscó la voz—. ¡Yaya!

—¿Qué? —preguntó al ponerse de pie y caminar a la puerta de entrada.

—Ven a jugar con nosotros. —Quien hablaba era uno de los niños pequeños que vivía en los alrededores.

Amaya solía jugar con ellos casi todas las tardes y se divertía bastante, mucho más que con las aburridas conversaciones de sus compañeras de clase. No lo pensó dos veces y salió a la calle, donde un grupo de siete niños y dos niñas la esperaban.

Los saludó, como siempre, con un choque de manos y empezaron a ponerse de acuerdo a qué jugarían. Cuando los minutos comenzaron a pasar, y no habían llegado a un concilio, Amaya tomó la palabra y organizó un mini partido de fútbol, de cinco por lado. En eso apareció el pequeño hermano de su amiga, a quien no dejaban salir por ser el día especial de Cristina, pero se arrancó como pudo y se unió al grupo, y al quedar disparejos, optaron que Yaya, al ser mayor, contaba por dos.

Dividieron los grupos y la pelota rodó por el suelo y voló por el cielo, hasta que cayeron exhaustos pidiendo algo de beber, así que cada uno partió para su casa en busca de algún líquido que apaciguara su sed. Amaya y el pequeño dueño de casa entraron a donde estaba la fiesta y caminaron intentando pasar inadvertidos hasta la mesa de las gaseosas, donde ella llenó dos vasos.

—¿Quieres bailar? —Una voz en su espalda provocó que diera un respingo al momento de tragar, se volteó y observó con el ceño fruncido a quien le hablaba.

—Organicé un mini partido de fútbol —contestó sin darle importancia a la pregunta de Carlos—. ¿Quieres jugar?

—Claro —dijo con una sonrisa que fue respondida por ella. Desde que llegó le apetecía bailar con Amaya, y ya estaba cansado de ser jalado por Carola y Amalia de un lado a otro.

La niña tomó de la mano al hermano de su amiga y salieron tal y cual habían entrado, pasando inadvertidos. En cambio Carlos tuvo unos cuantos problemas, porque apenas Carola lo vio solo, corrió a agarrarse de su brazo y jalarlo para la pista de baile. El chico, astutamente, le dijo que debía ir al baño, pero en vez de eso, apenas la chica lo dejó de mirar, se agachó y pasó por debajo de la mesa de las gaseosas y salió por la puerta de entrada, avanzando rápidamente hasta llegar donde se encontraba Amaya con los otros niños.

A los pocos minutos de estar pateando el balón, cayó en la copa de un árbol, todos miraron con estupor el lugar que adornaba, Amaya se pasó las manos por el cabello, algunos niños golpearon con sus pies el suelo y otros se dejaron caer sentados en la berma.

—¿Ahora qué hacemos, Yaya? —preguntó el hermano de su amiga que se mantenía junto a ella.

—Ir por la pelota —musitó mirando la altura en que se encontraba.

—¡Estás loca! —exclamó algo asombrado, observando a la niña que parecía decidida.

—¿Qué propones? —Se dirigió a él y arqueó una ceja.

—Cuando nos pasaba esto, allá en Santiago —comenzó a relatar sin quitar su vista de los ojos negros de ella—, lanzábamos pequeñas piedras hasta que se cayera.

—¿Qué dice el resto? —suspiró mirando a los niños—. ¿Le hacemos caso al niñito de la ciudad?

—¡Sí! —respondieron todos al unísono, lanzar piedras era algo que no acostumbraban a hacer, y que se lo permitieran no les venía nada mal

—Entonces vamos por piedras —sonrió con triunfo Carlos—. Que no sean ni muy grandes ni muy pequeñas.

Varios minutos les tomó recolectar aquellas pequeñas rocas, hasta que el de la idea dijo que eran suficientes. Les mostró cómo debían arrojarlas, porque si lo hacían a lo tonto y a lo loco quizás terminarían rompiendo todo y la pelota seguiría donde mismo. Luego de la instrucción, se dispusieron a bajar su instrumento de juego.

Mas, sin darse cuenta, todo se transformó en una competencia entre los dos mayores, que en vez de querer bajar el balón, veían quien lanzaba la piedra más alta. Los pequeños, al percatarse de aquello, retrocedieron unos pasos y observaron entre risas, diciendo que a Yaya nadie le ganaría.

Nadie supo cómo, ni de quién fue la pequeña roca que se estrelló contra un vidrio de la casa vecina a donde se desarrollaba la fiesta, justo en el momento en que Amalia salía a mirar donde se encontraba Carlos. Ambos niños se miraron, él le dirigió una mirada cómplice que ella contestó con una sonrisa y, desde ese momento, supieron que sus vidas estaban entrelazadas.

—¡Amalia! —gritó Carlos, mientras Yaya salía corriendo con los otros niños.

—Dime —respondió con alegría caminando rápidamente hacia él.

—Necesitaba hablar un momento contigo, solos —dijo apresuradamente—. Pero primero debo ir por unas cosas adentro —le guiñó un ojo, cuando la chica asintió—. Espérame, ya vengo.

La dejó afuera de la casa con el vidrio roto y para apaciguar la espera, Amalia decidió tomar una piedra y ponerse a jugar con ella, lanzándola al aire. Tan concentrada estaba, que no se dio cuenta que el dueño de la vivienda afectada salió y la tomó del brazo, culpándola del hecho acaecido.

Un poco más lejos, observando entre risas, se hallaban en resto de los chicos sin perder de vista en ningún momento el regaño que recibió su compañera, que entre sollozos y lágrimas musitó su inocencia.

Aquello no fue más que el inicio de una bella y larga amistad, varios acontecimientos le siguieron, entre ellos uno de los más importantes era el vals que solía danzar la pareja elegida como reyes de la Primavera. Lamentablemente, Amaya, no resultó ganadora, y quien compartía su lado era su primo Esteban. Aun así, bailó, pero con Carlos, mostrando la delicadeza, elegancia y gracia de aquel baile, regalándole una gran sonrisa a quien la sostenía con firmeza en sus brazos, aprendiendo a disfrutar de un baile junto a su compañero de clases.

 

 

 

Sus labios reflejaron su felicidad al recordar aquello, pero no se levantó y continuó mirando la inscripción, deseaba seguir allí a pesar que ya todos se habían marchado, pocas cosas le importaban y quería recordar, como aquella vez, cuando la corona de reina sí se posó sobre su cabeza y la banda de rey en diagonal cruzando desde el hombro hasta la cintura de Carlos, resultaron ganadores del año en que ambos cumplían dieciséis, una época que trajo grandes cambios en sus vidas.

Con el ritmo de Bajo los cielos de París, vals elegido para el momento de coronación, ella decidió dar el primer beso a su querido compañero, ya no sólo de mesa, sino que de juegos y todo lo que se le ocurriera. Él, sorprendido y eufórico, respondió, demostrándole que sus sentimientos eran iguales a los que Amaya le profesaba.

Desde ese día se volvieron novios, cosa que sus amigos más cercanos esperaban que ocurriera en cualquier momento, pero ninguno de ellos daba su brazo a torcer y decidirse por el primer paso, que al final salió a la luz mientras bailaban. No se separaron a partir del instante en que quebraron el vidrio y menos lo harían en el futuro.

Varias adversidades se les cruzaron en el camino, todas las lograron superar, unas más difíciles que otras, como aquella vez cuando debieron elegir si separarse y continuar cada uno con su camino universitario, o hacer lo posible por quedar juntos y cerca. Ella logró entrar a una de las mejores en lo que se refería a Arquitectura, en la capital del país, mientras que él debía ir al norte para seguir con lo que amaba, Biología marina. Al final optaron por ir a la universidad nortina, donde también impartía lo que ella deseaba y luego realizaría un curso en la capital para aumentar su título.

 

 

 

Las lágrimas se atiborraron en sus ojos queriendo salir y, esta vez, no lo impidió, todo lo contario, las gruesas gotas saladas corrieron por sus mejillas, perdiéndose en su cuello y allí se quedó, pensando en su último baile, que ocurrió hace unos cuantos meses atrás, cuando el mayor de sus hijos contrajo matrimonio.

Recordaba de rodillas en el césped, mientras tarareaba su último vals, el mismo bailado cuando salieron reyes de la Primavera. Ella le había pedido a su hijo que debía ser el que pusieran en el primer baile de los novios y él, buen hijo como siempre, obedeció.

Carlos ofreció su mano a Amaya y la llevó al centro de la pista una vez que su hijo la soltó y danzaron al ritmo de la música igual que la primera vez, pero con el amor que sintieron en la segunda. Y así continuaron hasta que varias canciones pasaron.

Déjame bailar contigo la alegría linda del último vals, amor, amor, amor —susurró en su oído la letra de la melodía que sonaba en ese instante.

Ella simplemente lo aferró con fuerza apoyando su cabeza en su hombro, hace poco a su amado esposo le habían detectado cáncer, lamentablemente demasiado tarde, cualquier momento podría ser el último. La pasaron bien, se divirtieron a lo grande, recordaron cuando sus pequeños eran unos niños y ahora ya todos crecidos, uno se aventuraba a la vida de casados y los otros dos seguirían con sus estudios. Se tomaron de las manos y decidieron salir a mirar las estrellas, sentados en el balcón de su casa, escuchando las olas romper con las rocas.

Pocos meses después, él dejó este mundo y también una gran pena y desconsuelo en quien lo amó por tantos años a través de toda su vida. Algo que pasaría sólo cuando ella volviera a sus brazos.

Momentos fueron los que vivieron, tal vez pocos, quizás demasiados. Bellos e irremplazables, sin duda. Se recordarían por siempre, sin importar la barrera que les pusieran, eso era obvio.

Se levantó y miró el anillo con el nombre de Carlos Vicencio grabado en su interior. Sonrió, lo sacó y colgó en una gruesa cadena de plata, en donde había otro, pero con su nombre, y los dejó juntos, luciéndolos en su cuello. Unos pasos sintió tras de sí, su hijo menor venía por ella para alejarla de donde descansaba el amor de su vida, un lugar del que no volvería a moverse.

Limpió su cara, volteó y caminó al lado de su hijo sin borrar aquella sonrisa, una que aparecía cada vez que recordaba la manera en que él le pidió matrimonio.

—¿Te casas conmigo? —preguntó con nerviosismo. A sus cortos veintitrés años era un gran paso, y el ambiente que lo rodeaba, un mirador costero bañado por la iluminación de las estrellas, lo hacía especial.

—¿Plancharás, lavarás, cocinarás y harás lo que se me venga en mente? —sonrió satisfecha, clavando sus ojos en él, quien asintió con una gran sonrisa dibujada en su rostro—. Entonces, podemos discutirlo.

 

 

Fin

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