La
helada brisa comienza a congelar mi rostro, no le resulta nada difícil cuando
me encuentro sentada sobre el tejado de mi casa. Antes solía hacerlo junto a ti
o a Math, y de paso nos abrigábamos mientras veíamos las estrellas; ahora en
cambio, debo conformarme con usar tu chaqueta de jeans forrada con esa lana que
parece de oveja, la misma que tenía aquel día cuando se me apareció el
innombrable. Todavía huele a ti. Me acurruco en mis brazos y apoyo mi mentón en
mis rodillas.
Ya
casi un año desde que te fuiste.
Tantas
cosas vividas, tantos sueños entre los dos, tanto por saber. Todo quedó hecho añicos
en la plaza, junto al suelo manchado de sangre.
—¿Te
arrepientes de lo que hicimos? —pregunto levantando mi mirada al cielo—. Por mi
parte no. —Sonrío porque a pesar de que no tendré respuesta, de todas maneras
te hablo, como siempre.
Las
lágrimas empiezan a salir sin poder evitarlo, el dolor es tanto. A veces no
puedo soportarlo, por eso hice aquello, me hubieras regañado, lo sé. No me
siento preparada para hablar de lo sucedido con mis hermanos, quizás algún día
pueda, o no. El tiempo lo dirá. Siento que Julián me odia por lo que hice, y no
lo culpo, yo también me odio.
Aun
así no me arrepiento. Todo es necesario, aprendemos cosas nuevas y cuando son
malas intentamos evitarlas en el futuro. Te prometo que no lo volveré a hacer,
¿tú me crees? Kevin no lo hace, aunque ambos estamos intentando retornar a la
cruda realidad de no tenerte.
—Te
quiero de vuelta, yo te amo —susurro antes de estallar en llanto.
—¡Pequeña,
es hora de comer! —escucho que grita el mayor de mis hermanos, tal vez asomándose
desde la ventana de la cocina.
—¡Voy!
—contesto para empezar a arrimarme al árbol que me permite subir y bajar al
tejado.
Lentamente
desciendo hasta tocar con la punta de mis pies el suelo, limpio mi cara y entro
por la puerta de atrás, directo al comedor donde me esperan. Al abrir veo a mis
hermanos sentados a la mesa, sus cabezas bajas indican que sienten el mismo
dolor que yo. Un lugar vacío que no volverá a ser ocupado. Una lágrima corre
por mi mejilla, al momento en que la manilla gira.
Me
topo con unos ojos trigueños que me miran por unos segundos con un poco de
enojo. Bajo la mirada, no lo soporto. Camino hasta mi lugar y me siento a comer.
El recién llegado se instala junto a mí, como siempre lo ha hecho.
Las
comidas en casa desde aquel día se volvieron sin vida, las risas que solían abundar
se perdieron, una que otra vez Chris o Franco soltaban algo curioso y gracioso,
pero en los demás sólo generaba una pequeña sonrisa. Kevin, en cambio, ya no
reía para nada. Y yo, por otro lado, no sé cómo seguir adelante sin tenerte a
mi lado.
Soy
la primera en levantarme de la mesa, luego de terminar de comer. Dejo mi plato
en la cocina y me voy a mi habitación. Me lanzo sobre la cama, agarro mi
almohada, la abrazo y hundo mi rostro en ella, así todo rastro de lágrimas
quedará en su interior y no correrán por mi cuello.
Se
abre la puerta y alguien entra, no le doy importancia y no salgo de mi
escondite. A los pocos segundos siento que se acuestan a mi lado, me quitan la
almohada y unos brazos me rodean por la cintura. El menor de mis hermanos besa
mi frente y deja mi cabeza en su pecho, lloro, nuevamente, por la misma causa.
—Tienes
que seguir adelante, pequeña —dice suavemente en mi oído, luego de unos
minutos—. Todos debemos hacerlo.
—¿Cómo?
—pregunto entre el llanto provocado por el dolor—. No puedo, era todo para mí.
—Aún
estamos nosotros —contesta intentando calmarme—. Somos una familia, ya hemos
perdido a nuestros padres, tenemos que seguir viviendo por todos ellos.
No
respondo, lo abrazo con fuerza y el sueño gana esta batalla.
Cuando
logro abrir los ojos con pesadez y sin ganas, el sonido de la lluvia al caer
entra directo a mis oídos. Miro la hora y marca las 10:23 a.m., en otro día
debería estar estudiando, pero no ahora. Suspiro y me levanto, las cosas no se
hacen solas.
Abro
las cortinas de par en par, observo como las gotas inundan mi ventana. Mi vista
se fija en una fotografía que se encuentra en mi escritorio. La tomo y las
lágrimas se atiborran en mi rostro como la lluvia en los vidrios.
—Intenté
irme contigo y fallé. Pero no puedo seguir aquí —susurro entre sollozos al
momento de caer de rodillas al suelo—. Ya no queda nada si no estás.
Aferro
con fuerza la imagen en mi estómago, evitando que así se vaya de mi lado, como
lo hizo quien figura en ella. Me acuesto en el suelo en posición fetal, aprieto
mis ojos que no paran de derramar aquellas lágrimas que ya ni sé de donde
provienen. No puedo continuar si no estás.
La
puerta de mi habitación se abre, no le doy importancia y me quedo en el mismo
lugar, no me muevo ni un centímetro. Siento una mano en mi hombro, sé
perfectamente bien a quien le pertenece: sus dedos un poco ásperos debido a su
trabajo de mecánico lo delatan.
—Nunca
le gustó verte llorar, ¿sabes? —habla con suavidad, abro mis ojos—. Hasta ese
día, en el hospital. —Su voz tiembla—. Me pidió que te cuidara, que hiciera lo
posible por mantener tus lágrimas en tus ojos… —Lo siento sonreír—. Sé cómo te
sientes, era mi hermano.
—Es
tu hermano —le corrijo, secando un poco mi cara—. Y lo será siempre. —Me siento
junto a mi amigo, sin soltar la fotografía.
—Debemos
seguir adelante —clava sus ojos en mí—. Por él, tenemos que levantarnos. —Acaricia
con suavidad mi mejilla.
—¿Cómo?
—pregunto mirándolo fijamente.
—Tiempo
al tiempo, pequeña. —Me jala para abrazarme con fuerza—. Tiempo al tiempo
—susurra cuando le respondo su muestra de cariño, dejando la imagen aplastada
entre ambos.
—Kevin
—musito con algo de miedo—, ¿me odias?
—No
—contesta sin dudas, me acurruco en su pecho—. Eres la única cuñadita que
aguantaría.
Esas
palabras hacen que en mis labios nazca una pequeña sonrisa, no puedo evitarlo,
su hermano sólo había tenido una novia: yo.
Con
suavidad seca mis lágrimas y me invita a ponerme de pie, lo hago y me dirijo al
baño, a mis quehaceres rutinarios. Salgo y voy a la cocina a buscar algo que
comer, pero mi vista se fija en la ventana empapada. No puedo evitarlo y abro
la puerta que da al patio.
Era
un día de lluvia cuando la tierra cubrió aquel espacio de madera, como hoy.
Grandes nubarrones grises llenos de agua. Me encantan, pero al mismo tiempo me
traen malos recuerdos.
Salgo
al patio y me quedo en el centro, mojándome por completo, tal vez luego agarre
una enfermedad, pero qué más da.
—Tú
también estás triste —susurro mirando el cielo—. ¿Es por eso por lo que llueve?
¿Te duele como a mí? Después de tu partida ya no queda nada.
Las
lágrimas se mezclan con la lluvia, no logro saber cuál de todas es mi dolor o
del cielo. Me observo, mi pijama —que ni siquiera recuerdo en qué momento de la
noche me lo puse— mojado por completo y mis pies descalzos llenándose de barro.
—¡Thais!
¡¿Qué haces?! —El grito de Kevin me obliga a voltearme, al momento en que sus brazos
me toman con fuerza, aunque no me alcanza a levantar.
—El
cielo también lloraba ese día —musito al abrazarlo.
—Debemos
aceptarlo, pequeña —dice con voz baja y temblorosa—. Nick murió, y ya no se
puede hacer nada.
Lo
abrazo con fuerza ocultando mi rostro en su pecho, él deja su mano en mi cabeza
y la otra en mi espalda aferrándome a su cuerpo.
—Daría
cualquier cosa, lo que sea que me pidieran —añade con un suave susurro en mi
oído—, porque ese cuchillo me atravesara a mí, en vez de a mi hermano. —Se detiene,
eso ya me lo esperaba—. De esa manera tu sonrisa no se hubiera borrado. —Abro
mis ojos con asombro y lo miro.
—No
podría vivir sin ti. —Me apoyo de nuevo en su ahora empapado pecho, a la vez
que la lluvia comienza a declinar, y un suave y débil rayo de sol que se deja
ver sobre nosotros. Iluminándonos.
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