Desperté, al otro
día, antes que el sonido de mi reloj retumbara en mi habitación. Aún faltaban
como treinta minutos para que llegara la hora en que comúnmente me levanto,
pero ya no tenía ganas de seguir en el mundo de los sueños. Me puse de pie y
fui a darme mi ducha matutina.
Ánimos no habían
para nada, lo que pasó en la noche ocupaba toda mi atención, no entendía y todo
me lo ocultaban.
—Derek —susurré
limpiando el vapor impregnado en el espejo del baño—. Otro más muriendo. —Vi
mis ojos medio hinchados por todo lo llorado. Apreté mis puños y mis dientes,
salí rumbo a mi habitación para alistarme.
De una manera muy
rápida, a excepción de los otros días, coloqué mi uniforme y fui a la cocina.
Julián aún no se levantaba, no me preocupé eso no era extraño, aún no era la
hora que debía hacerlo, pero es raro que no escuchara cuando me bañaba. No le
di importancia y me preparé desayuno: leche y tostadas.
Por mi cabeza no
pasaba otra cosa que las conversaciones que tenían mis amigos, no podía
quitarme las palabras pronunciadas por cada uno y, a la vez, no lograba
entender el por qué no me decían qué pasaba, habían dicho que yo también tenía
algo que ver con eso.
—¡Maldición!
—exclamé y no me di cuenta que la taza se me soltaba de las manos para caer al
lavaplatos, por suerte no se quebró.
—Ten cuidado. —La
voz de Math me sacó de mis pensamientos.
—Claro —contesté sin
mirarlo y lavando lo usado.
—Julián te irá a
dejar hoy —dijo al llegar a mi lado y besarme la cabeza—. Tiene que hablar con
la orientadora.
—Sí —respondí de
mala gana, no me apetecía hablar con ninguno, no hasta que me dijeran qué
pasaba.
—¿Estás molesta?
—preguntó apoyándose en el mueble, junto a mí.
—No, claro que no.
—Clavé mis ojos con furia en él—. Me encanta que me oculten cosas.
—Es para protegerte
—se defendió cruzando sus brazos—. Sabes que no haríamos nada que te pueda
hacer daño.
—A veces es bueno un
poco de daño —reproché sin bajar mi mirada.
—Tal vez. —Frunció
su ceño, se había molestado—, si no te hubieras intentado matar, no te
ocultaríamos las cosas.
—¿Piensas que haré
eso cada vez que tenga un problema grande? —consulté con algo de ira en mi voz,
aquello no me gustó y menos de la boca de mi hermano, me había hecho enfurecer.
—Eso fue lo que
hiciste —contestó mirándome fijo—. Tuviste un problema, tomaste una botella,
unas pastillas y al hospital fuiste a dar. Casi te perdemos —susurró.
—Dije que no lo
volvería a hacer. —Bajé la mirada, no había hablado con Math, ni ninguno de mis
hermanos sobre ese tema, a pesar que pasó bastante tiempo.
—Aun así. —Tomó mi
mentón y me obligó a mirarlo—. No les pidas que te cuenten todo, porque no lo
harán, y no es por falta de confianza… es por miedo… —Sus ojos reflejaron tristeza, y creo que los
míos igual—. Miedo a que te pase algo, ¿por qué crees que no te dejan salir
sola?
—Pero… —susurré,
aunque fui callada por un abrazo de mi hermano.
—No es su intención
ocultarte las cosas —musitó apretándome con fuerza—. Sólo hasta estar seguros
de quien anda golpeando a los chicos. No querían que te preocuparas de más y
exageraras algo.
—¿Me dirán qué está
pasando? —pregunté con calma, respondiendo el abrazo de mi hermano.
—Todavía no. —La voz
de Julián resonó en el recinto—. Es muy complicado y como te dijo Math, no
queremos alarmarte.
—No es justo que no
me digan nada cuando las cosas tienen que ver conmigo. —Salí de los brazos de
mi hermano para fijar mi vista en quien había llegado.
—Como tampoco es
justo que tuviéramos que pasar por el dolor de perderte. —Su mirada, clavada en
mí, mostraba algo de enojo, más bien, ira.
—Bien saben que no
volveré a hacer cosa semejante —remarqué la palabra no, para que quedara bien
claro.
—¡No, no lo sabemos!
—El mayor elevó un poco su voz mientras se acercaba a mí—. Porque aún no
tenemos idea qué te llevó a hacer eso, por si no lo recuerdas, has evitado
hablar del tema durante todos estos años, y que yo sepa ninguno es capaz de
leer la mente. —Bajé la mirada, para que Julián me gritara el asunto debía ser
grave, además que lo sucedido aún estaba latente en todo su ser.
—Vaya, nos
despertamos de buena manera. —La voz burlona de Kevin interrumpió en el lugar.
—¿Vas a querer que
te lleve? —Julián fijó su vista en Math, éste asintió moviendo con suavidad la
cabeza—. Entonces ve a bañarte —le ordenó girándose para dirigirse a preparar
el desayuno que comería el resto.
—Por lo menos
podrían decirme qué pasó con Derek. —Miré la espalda de mi hermano mientras se
movía de un lado a otro sacando alimentos.
—Estuvieron en una
pelea, junto con Alex y otro grupo de chicos —musitó sin dejar de lado lo que
hacía—. Él fue quien quedó más grave.
El silencio reinó en
la cocina por varios minutos, Julián continuaba moviéndose, con su típico paño
colgando de su hombro derecho, mientras Kevin —quien se había mantenido callado
y apoyado en la puerta—, miraba un punto perdido en el suelo. Yo, por otro
lado, observaba todo alrededor, sin saber con exactitud qué hacer y aún quedaba
bastante tiempo para irme al Instituto.
—¿En qué hospital
está? —Me atreví a preguntar luego de un rato, sentí sobre mí la mirada de
Kevin, aunque yo la tenía en mi hermano.
—Ni se te ocurra
pensar en que puedes ir —sentenció con brusquedad al momento de voltearse.
—¿Por qué? —Fruncí
mi ceño, no entendía lo malo del asunto.
—Hay cosas que no se
saben bien y no quiero exponerte a algo… —Se detuvo al hablar, miró al chico
junto a la puerta, suspiró y volvió a mirarme—. Ya suficiente tuvimos con lo
pasado hace unos años. —Giró y continuó con lo que hacía.
—Bien. —La molestia
se reflejó en mi voz, me dispuse a salir, pero al momento de llegar junto a Kevin,
me agarró mi brazo.
Lo observé fijo a
los ojos por unos momentos, intentando mostrarle mi enojo, aunque no obtuve los
resultados deseados: que me soltara el brazo. No tuve otra opción más que usar
la fuerza y con un tirón me solté y continué con mi camino hacia mi habitación
sin mirar atrás. Unos susurros escuché provenientes de la cocina, los ignoré,
de todas maneras no me dirían nada. Cerré la puerta y me lancé sobre mi cama
deshecha y me obligué a aguantar cualquier manifestación de las lágrimas
queriendo salir.
Sin entender
absolutamente nada del porqué tanta protección, me puse de pie y comencé con el
ordenamiento de todo, empezando por las sábanas. Sentí que Math salió del baño
para dar paso a otro, tal vez Kevin, no por nada andaba despierto tan temprano,
quizás tenía turno de mañana, sino aún estaría acostado. Una vez que acabé,
tomé mi bolso y me dirigí a la sala, lanzando lo que en su interior guardaba
mis cuadernos con fuerza sobre el sillón.
—¡Auch! —escuché al
momento que dejé caer mis pesados libros—. Eso dolió. ¿Qué llevas aquí?
¿Piedras? —preguntó mientras se asomaba.
—No tenía idea que
dormías otra vez en mi sala. —Fruncí mi ceño al momento de quitar de sus manos
mi bolso, ya que empezaba a ser explorado por aquellos dedos.
—¿No te duele la
espalda con eso? —Perezosamente me observó, mientras refregaba sus ojos con los
puños.
—Ya tengo costumbre
—contesté mientras avanzaba hacia el sillón de un cuerpo y me dejaba caer con
el bolso sobre mis piernas—. Además en el camino lo lleva Math, o quien me vaya
a dejar, cuando llego al Instituto cuelga de la silla, y cuando regreso lo trae
el que tenga turno de guardaespaldas.
—Así cualquiera. —Se
dejó caer y se acurrucó para seguir durmiendo.
—Alex —lo llamé,
esperando que me mirara.
—¿Qué pasa?
—preguntó luego de unos momentos, abriendo con dificultad los ojos.
—¿Estarás aquí en la
tarde? —musité, no quería que me escucharan mis hermanos.
—No lo sé, tengo que
ir a hacer unas cosas para ver si consigo trabajo en el centro comercial
—respondió entre bostezos—. ¿Por qué?
—Para saber si
tendré con qué divertirme cuando vuelva de mis adorados estudios. —Me puse de
pie al darme cuenta que Kevin salió del baño, me dirigí hacia allá
—¿Qué diversión me
propones? —intentó poner una mirada pícara al momento que se asomó por el
sillón.
—De la buena y sana
—respondió Kevin al pasar por su lado—. Como le corresponde a una niña de su
edad. —Fue lo último que escuché, quizás otro día con eso me hubiera reído
hasta el cansancio, pero no, ganas no habían.
Coloqué el seguro a
la puerta y me cepillé los dientes mientras en mi cabeza comenzaba a idear lo
que llevaría a cabo esa misma tarde, si mis hermanos no estaban dispuestos a
contarme lo sucedido, lo tendría que hacer personalmente. Una sonrisa maliciosa
se reflejó en mi rostro cuando me miré al espejo para ver que los rastros de
pasta dental desaparecieran por completo, una vez lista, salí de aquella
habitación para volver a donde me encontraba antes.
—Apenas esté listo
Math nos vamos —dijo Julián mientras caminaba al baño, levanté mis hombros con
indiferencia y me dejé caer en el sillón.
—No te enfades,
pequeña. —Kevin fue quien habló desde el comedor—. Como recompensa te llevaré a
comer helado.
—Estás de tarde
—respondí de mala gana—. No puedes.
—Ayer, mientras
dormías. —Sonrió con burla—, Sam me dijo que hoy fuera en la mañana, porque en
la tarde tiene que ir con una de sus hermanas —al decir eso noté como una
pequeña sonrisa maliciosa aparecía en su rostro, fruncí mi ceño—, a no sé
dónde.
—No tengo ganas de
helados —musité, miré el reloj de pared que colgaba cerca de la televisión, aún
quedaban quince minutos para la hora en que debía salir.
—Sí le ha dado
fuerte esta vez —se burló Alex moviéndose en el sillón para mirarme—, para que
no quiera helado.
—¿Cómo estarías tú,
si todo te lo ocultan? —pregunté con algo de enojo, fijando mis ojos en él.
—Tal vez aceptaría
el helado. —Sonrió, acomodándose de tal manera que su visual era el cielo de la
habitación—. Helado es helado y algo que te oculten, pasa con el tiempo.
Iba a responderle
eso, cuando sentí a Kevin frente a mí, de rodillas, sus ojos estaban a la misma
altura de los míos, por un momento me incomodé.
—No podrás negarte
—susurró sin despegar su mirada de la mía, a pocos centímetros—, a un rico y
sabroso barquillo de tres leches.
—Muévete. —La voz de
Math se hizo presente, desvié mi vista de aquellos ojos y me concentré en mi
hermano, que me miraba con algo de burla—. La asustas. —Tomó del hombro a
Kevin, éste se puso de pie.
—¿Cómo que la
asusto? —preguntó mirando a mi hermano, yo los seguía con la vista mientras
sentía mis mejillas arder por una razón desconocida—. Ni que fuera un monstruo.
—Pero casi. —Las
risas de Alex se hicieron presente, provocando que Math se le uniera.
Ambos chicos reían,
mientras que el insultado los miraba con seriedad y los brazos cruzados,
alzando una ceja. Volteó y me observó, me puse de pie dispuesta a salir de
allí, algo me incomodaba demasiado.
—¿Crees que soy un
monstruo? —Tomó de mi brazo al momento en que daba un paso para alejarme del
lugar.
—Eh… —tartamudeé al
voltearme, evitando su mirada—. No, claro que no —dije una vez que volví en sí.
—Entonces, ¿por qué
te asusto? —Soltó mi brazo y se acercó a mí, sin dejar de mirarme.
—No me asustas
—respondí con un nerviosismo notorio, pero para mi fortuna o desgracia, unas
estrepitosas risotadas de Math invadieron el ambiente.
—¿De qué te ríes?
—Fue lo que salió de la boca de quien me interrogaba, al momento de darse
vuelta para mirar a mi hermano.
—Nada, cosas mías.
—Me regaló una mirada cómplice, que no entendí.
—¿Qué se traen
ustedes? —Kevin nos miró con desapruebo.
—Ustedes tienen sus
secretos. —Levanté una ceja y tomé mi bolso del suelo, a donde había llegado
cuando me puse de pie de pronto—, y yo los míos.
—Vamos. —La orden
vino de Julián, que salía de su habitación, jugaba con el llavero con forma del
ojo de Horus que le regalaron mis padres, poco antes del accidente.
—Déjame sacar el
auto, ¿sí? —suplicó Math intentando tomar el llavero.
—Olvídalo, ya es muy
tarde. —Sonrió, escondiendo su tesoro entre sus manos—. Vamos, pequeña.
—Como digas —musité,
colgando de mi hombro derecho el bolso—. ¿Quién irá por mí? —pregunté esperando
que me dieran el permiso para salir sola.
—Quien te comprará
helado. —Kevin me tomó de la cintura por detrás y besó mi mejilla—. Nos vemos
en un rato.
—Sí, sí. —Fue lo
único que salió de mi boca al momento de caminar a la salida, Alex susurró algo
a Kevin y éste respondió, pero no alcancé a escuchar más que pequeños
murmullos.
Caminé sin ganas
hasta llegar al carro de mi hermano mayor, el menor se encontraba en el
copiloto, mostrándome su lengua, pero en ese momento no tenía ánimos de una
pelea con él. Abrí la puerta de atrás y lancé mi bolso, para luego dejarme
caer. Me crucé de brazos y miré por la ventana durante todo el trayecto, sin
decir palabra alguna.
Una vez que llegamos
al Instituto me despedí de Math, quien se quedaría en el auto, y bajé junto a
Julián. Como es de costumbre, Ale me esperaba sentada en la entrada, se puso de
pie al vernos y saludó efusivamente con su mano.
—En la casa hablamos
—dijo mi hermano antes de besar mi frente y caminar al interior, en dirección a
la oficina de la orientadora.
—Te arrancas y todo
mundo se da cuenta —se burló Ale mientras entrabamos—. Mientras que otros casi
no pasan en los salones y ni nadie se percata.
—Creo que el motivo
principal es por lo que pasó ayer —suspiré recordando la amenaza de aquel
señor—. Si no fuera por eso, jamás se hubieran dado cuenta que no me
encontraba. Lo que me hace recordar. —Detuve el paso y fijé mi vista seria en
mi amiga—, ¿dónde están ese par de vagos?
—Había una muestra
de van Gogh —contestó con una sonrisa—. Pero debes prometer que no dirás nada a
nadie, ni siquiera Tony sabe.
—Tienes mi palabra.
—Otra vez a tomar el ritmo en la dirección que nos corresponde—. Seré
chantajista, pero necesito tu ayuda. —Sonreí al ver la cara de asombro de mi
amiga—. En el salón termino de contarte.
Avanzamos a paso
normal evitando a los demás estudiantes que se agrupan en los pasillos y
alrededores, hasta que llegamos al lugar donde nos imparten nuestras preciadas
clases. Dejamos los bolsos en las correspondientes sillas y nos sentamos a
conversar.
—Como bien sabes
—dije mirándola fijamente— todas las mañanas y tardes me vienen a dejar y
buscar, respectivamente.
—Sí —contestó
dubitativamente, sin entender nada.
—Hoy necesito ir a
otro lugar, por eso quiero tu ayuda. —La miré para ver su reacción, abrió un
poco su boca para volver sus ojos blancos—. Tengo que irme sola.
—¿Quién viene por
ti? —Fue la pregunta que formuló y lo que me hacía temer.
—Kevin —respondí con
un suspiro, eso me latía mal.
—Bien, creo que no
podrás hacerlo —musitó observándome con compasión—. Bien sabes que a Kev no se
le escapa ni una sola mosca.
—Pero yo no soy una
mosca. —Fruncí mi ceño—. Sólo necesito que lo distraigas, que pierda de su
visual la salida por unos instantes, del resto me encargo yo.
—¿Qué quieres que
haga? ¿Qué me lance sobre él y lo agarre a besos? —Una mirada extraña se
reflejó en su rostro.
—No —me apresuré en
responder, elevando un poco mi voz. Sin darme cuenta algunos ojos curiosos se
clavaron en mí—. Simplemente que lo des vuelta y lo distraigas, alejando su
mirada de la salida.
—Está bien —contestó
con cansancio—. Haré lo mejor que pueda.
—Gracias. —Esbocé
una gran sonrisa, justo al momento en que el timbre sonó, indicando que las
clases comenzarían.
Seguido de esto, el
profesor entró para comenzar con una entretenida clase de historia que aquel
señor impartía con tantas ganas, que la mayoría de los que se sentaban atrás,
terminaban dormidos. Lo único que me mantenía despierta, era pensar que a Nick
le encantaba todo lo que tenía que ver con esa materia. Suspiré, no lo pude
evitar.
Las horas pasaron
con lentitud, tal vez se debía al simple hecho de arrancarme de Kevin, cosa que
me ponía nerviosa por un posible fracaso, Ale tenía razón, a él no se le
escapaba ni una mosca. Y entre suspiros y tareas, llegó el tan esperado timbre
de salida, de un salto me puse de pie y guardé mis cosas, apresurando a mi
amiga que hacía todo con la velocidad de una tortuga.
—Pongo mi suerte en
tus manos —le dije al momento de llegar a la salida.
—¡Qué exagerada
eres! —exclamó antes de besar mi mejilla—. Nos vemos mañana.
—Si es que salgo
viva. —Le guiñé un ojo. Ella rodó los ojos y caminó a su objetivo.
Kevin se encontraba
apoyado en la puerta del piloto de su auto, aparcado en la playa de
estacionamientos del Instituto, lograba verlo por entre un pequeño orificio de
la puerta y la pared de la salida. El guardia y los demás estudiantes me
miraban con caras extrañas, no les di importancia y continué observando,
esperando el momento preciso en que debía salir.
Ale llegó junto a él
y lo saludó, luego volteó y apuntó hacía la salida, por unos momentos pensé que
me estaba delatando y que todo mi plan se venía abajo, pero no fue así, puso
una cara de no saber qué pasaba y empezó a hablar con Kevin, hacía varios
gestos con los manos, el chico, en cambio, tenía su vista fija en la puerta.
Maldije por lo bajo, las cosas no estaban funcionando, hasta que de un momento
a otro Ale agarró del brazo a su objetivo y lo obligó a voltearse con brusquedad,
era el momento, salí lo más rápido que pude y entré en un callejón para llegar
al otro lado de la calle, donde Kevin no me vería, una vez que todo estuvo
lejos a mi espalda, respiré tranquila.
Caminé, con mi
pesado bolso colgando de ambos hombros, por la vereda de la calle que cubría la
sombra, arrancándome del poco y casi nada de sol que había. Suspiré mirando al
suelo, hasta ese momento todo iba bien y esperaba que continuara igual, por lo
menos, que me dejara terminar con lo empezado. Varios metros más adelante pude
ver el edificio que buscaba, se erguía con sus cinco pisos por sobre los demás,
con aquellas publicidades decorando su fachada, toda de las tiendas que
guardaba en su interior. Sonreí, el único centro comercial que había en la
ciudad era ése. Apresuré mi paso, esperando encontrar a Alex lo más rápido
posible, al principio esa no era mi idea, pero si se presentaba algo mejor,
debía tomarlo.
La suerte me
acompañaba, ya que sólo hacían entrevistas a una hora del día y era
precisamente treinta minutos después de mi salida del Instituto, y los que iban
por un cupo debían esperar su turno, y conociendo a Alex llegaría tarde y le
tocaría de los últimos lugares. Cuando llegué frente a la puerta, mi sospecha
se hizo realidad, apoyado en la pared casi al final de la fila, se encontraba
aquel chico de negros cabellos mirando al suelo. Aceleré mi paso hasta llegar
junto a él.
—Sólo tengo unos
segundos —le dije sin previo aviso, provocando que diera un respingo.
—¿Qué haces aquí?
¿Dónde está Kevin? ¡Van a matarte! ¡Y a mí por verte! —habló aceleradamente, y
después dicen que yo exagero todo.
—Cálmate —le ordené
mirándolo a los ojos—. Digamos que Kev se retrasó unos momentos. —Sonreí con
malicia—. Sé que estás ocupado, pero lo que necesito no tomará mucho tiempo, sólo
unos segundos… si cooperas.
—¿Qué quieres?
—preguntó con preocupación reflejada en su tono de voz.
—Una pequeña ayuda
de tu parte —susurré, intentando causar compasión—. ¿Dónde está Derek? ¿En qué
hospital? —Nunca había visto tal expresión en su rostro, se puso pálido y se
alejó un poco de mí moviéndose hacia atrás.
—No puedo decirte.
—Fue lo que contestó una vez que volvió en sí.
—Eres la única
esperanza que tengo —sollocé, esperando causar algún efecto en él.
—¿Para qué quieres
ir? —Su voz sonó fría—. ¿Quieres recordar lo vivido con Nick?
—¡Eres un idiota!
—contesté ignorando el tono de mi voz, aquello no me había gustado y las ganas
de estamparle mi puño en su rostro se hicieron presentes. Me dispuse a salir de
allí, pero Alex tomó de mi brazo y me obligó a mirarlo.
—Me matarán por esto
—suspiró con cansancio al momento de soltarme—. Está en el mismo que…
—Ya sé cual —lo
interrumpí con melancolía, no necesitaba terminar, el sonido de su voz indicaba
todo—. De mi boca no saldrá nada que te delate. —Le sonreí antes de besar su
mejilla y desaparecer por la puerta.
Avancé con rapidez,
ese hospital quedaba dos cuadras hacia el centro y luego debía ir en dirección
al sur por unos metros, de seguro Kevin ya me estaba buscando, si me llegaba a
pasar algo, sería su responsabilidad. Comencé a correr, a pesar del peso en mi
espalda, hasta que llegué al lugar, agitada y tomando aire a bocanadas. Entré y
me dirigí al mostrador.
—Hace unos días hubo
una pelea callejera —dije a la enfermera que se encontraba tecleando, sin
siquiera saludarla—. No sé cuántos con exactitud, pero trajeron a un chico
grave.
—Eso es cosa de
todos los días —se burló volviendo la mirada a la pantalla—. Necesito más
datos. —Apreté mis puños que se encontraban sobre la madera, maldiciendo por no
acordarme del apellido del chico.
—Su nombre es Derek
—me apresuré en decir, sus ojos se clavaron en mí.
—¿El delincuente que
atacó a un par de chicos? —preguntó algo sorprendida mirándome de arriba a
abajo—. Creo que fueron más, ¿los conoces?
—No son delincuentes
—contesté con un enfado notorio en mi voz y mis ojos—. Los que lo atacaron sí
lo son.
—Tercer piso,
habitación 307. —Volvió a fijar su vista en la pantalla.
—Gracias —susurré justo
antes de salir corriendo al ascensor, no tenía ganas de escaleras.
Alcancé a subir
antes que las puertas se cerraran y, en cosa de segundos, ya me encontraba en
el tercer piso, el mismo donde estaba Nick. Sentí que las lágrimas se
acumulaban en mis ojos, pero las detuve y avancé buscando la habitación, aunque
en vez de eso, lo que vi fue un recipiente con agua, y con todo lo cansada que
me sentía, no aguanté las ganas de un rico vaso de agua bien helada. Cuando lo
tuve en mi mano, bebí todo su contenido y saqué más.
Avancé con el vaso
en la mano por los casi desiertos pasillos, buscando el número indicado por la
enfermera, pero el lugar había cambiado tanto desde aquel día, que me
encontraba desorientada, caminando por una especie de laberinto, que después de
dos vueltas me llevaron a donde mismo: la recepción de los ascensores. Suspiré,
aún con el vaso en la mano con agua en su interior y me volteé para ir hacia el
lado que aún no exploraba.
Unos fuertes pasos
hicieron que me detuviera, giré para mirar y poder preguntar dónde se
encontraba la habitación, pero no había nadie. Algo en mi interior impidió que
continuara mi camino de antes y mi vista se fijó en los ascensores que se
encontraban con las puertas abiertas, una respiración tras de mí.
—Nos volvemos a
encontrar —susurró, cerca de mi oído derecho.
El vaso se me cayó
de la impresión, al momento que salí corriendo en dirección a los elevadores,
no volteé en ningún momento, el miedo se apoderó de mí por completo. Aquella
voz, nunca la pude sacar de mi cabeza. Las palabras que pronunció aquel día,
cuando se encontraba en el suelo, herido por su cuchillo a manos de Nick, daban
vueltas en mi cabeza a diario. Podía sentir su risa a mi espalda al momento en
que corrí, a la vez que sentía sus pasos avanzar. Las puertas se cerraron y el
botón casi desaparece después de todas las veces que lo pulsé con
desesperación.
Cuando llegué a mi
destino y me mostraron el camino a seguir, lo único que hice fue correr, sin
importarme nada de lo que estuviera al frente, choqué con algún carro, botando
varias cosas, y sentí los insultos de las personas, pero nada me importó,
solamente volteé para asegurarme que no me seguía, ni por las escaleras, ni por
el ascensor, todo sin detener mi paso, por suerte las puertas de la salida
estaban abiertas, sino hubiera chocado con los vidrios.
Aunque a diferencia
de los cristales, quien se me atravesó me tomó con fuerza de los brazos,
levanté mi mirada, mis días estaban contados.
Mi corazón latió a
mil por hora al ver aquellos ojos, me asustaban y mucho, siempre lo hacían
cuando esa mirada llameante se presentaba, tragué saliva y esperé a que
hablara, no sabía que decir.
—Dame un motivo, y
de los buenos, para no contarle esto a Julián. —Su voz seca traspasó mis oídos,
estaba enojado.
—Yo… —musité
temerosa—. Vámonos —dije al recordar de qué arrancaba, intentando soltarme.
—No te mueves de
aquí hasta que expliques todo —ordenó frunciendo su ceño y tomando mis brazos
más fuerte.
—Me haces daño.
—Mentí, él jamás ejercía tanta presión, a pesar que podía hacerlo de sobra.
—¿De qué huyes?
—Clavó su mirada en la mía, había olvidado que a veces lee mi mente—. Conozco
esos ojos.
—Si salimos de aquí,
te cuento —añadí con preocupación, ya veía salir a Brian del hospital.
—Está bien
—respondió con duda, mientras señalaba su auto estacionado a la orilla del
camino con las luces de emergencia encendidas.
Una vez que me
soltó, corrí a la puerta del copiloto y subí lo más rápido que pude. Dejé mi
mochila en el suelo, me puse el cinturón de seguridad y esperé mientras miraba
a través del retrovisor a cada una de las personas que entraban o salían de
aquel hospital. Lentamente el carro comenzó a andar, sin siquiera darme cuenta
cuando mi acompañante subió y lo puso en marcha. Hasta que lo vi, Brian Cox
saliendo de aquel edificio, a la vez que el vehículo viraba a la izquierda.
Abrí un poco mi boca debido al asombro.
—¡Thais! —El grito
de parte de Kevin me volvió a la realidad, fijé mi vista en él—. ¿Qué te pasa?
¿Acaso viste un fantasma? Hace rato que estoy intentado llamar tu atención.
—Yo… —dudé en
decirle la verdad, conociéndolo sabía que iría por el que acabó con la vida de
su hermano—. Sí, estoy viendo fantasmas —susurré al bajar la mirada.
—Bien, sólo tendrás
una oportunidad para decirme toda la verdad —dijo sin despegar su mirada del
camino—. Y espero que lo hagas mientras nos tomamos un helado.
Ninguna palabra
salió de mi boca, lo único que hice fue mirar por la ventana y ver pasar a las
personas por las veredas, algunas con lento caminar, otras apresuradas, con
varios paquetes, con elegantes trajes. Todo lo opuesto que se vería en la otra
esquina, cuando entráramos a donde pertenecemos, el lugar de los marginados,
como suelen decir aquellos.
Suspiré, de a ratos
sentía la mirada de Kevin sobre mí, pero la mía continuaba en la ventana,
evitando toparme con el piloto. Bien sabía que me esperaba una larga charla a
su lado y, tal vez, intentar comprar su silencio o, en otro caso, convencerlo
para que no dijera nada a Julián, por lo menos por ahora, hasta después de
saber qué pasó con la orientadora. Volví a suspirar, los problemas llegaban
todos juntos, y de pronto.
—Si no te conociera
diría que estás enamorada —se burló al momento de entrar en el estacionamiento
de la heladería.
—¿Eres idiota? ¿O te
haces? —Todos los sentimientos anteriores desaparecieron al escuchar esas
palabras, dejando a la vista enojo. El chico a mi lado me miró y sonrió.
—Este idiota ya
quiere escuchar tu excusa —suspiró con malicia—. Ha de estar bien buena, ¿cómo
se dice? ¡Ah, sí!, te tengo en mis manos. —No me dio tiempo de responder, ya
que se bajó del auto con rapidez, lo seguí y me dirigí a la entrada mientras él
cerraba las puertas y ventanas.
—¡Hola, Thais! —Me saludó uno de los
vendedores, a veces me molestaba que por mis hermanos me conocieran tanto—.
¿Cómo estás?
—Hola —respondí al
llegar al mostrador—. ¿Qué se puede decir? Vengo del Instituto —suspiré
mostrando cansancio por los estudios.
—¿Qué vas a querer?
—preguntó riendo.
—Ella nada —contestó
Kevin antes que pudiera decir algo—. En la mañana dijo que no quería helado,
así que a mí dame uno de chocolate suizo con vainilla y crema.
—¿Quieres una copa?
—Me miró con burla para luego dirigirse a mi amigo, me crucé de brazos.
—Como siempre
—respondió pasando su brazo por mi cuello hasta dejar su mano apoyada en mi
hombro—. Dale uno de tres leches a esta pequeña.
—A la orden. —Sonrió
de buena gana—. ¿Van a servirse aquí?
—Claro —dijo Kevin
como si eso fuera de lo más normal.
—Ya les llevo su
pedido —añadió para voltearse a buscar lo que necesitaba.
—¿Ya ves como soy de
bueno? —susurró en mi oído para luego besar mi mejilla.
Giré y caminé hacia
alguna mesa vacía. Busqué con la mirada hasta encontrar una cerca de la
ventana. A pesar de ser un lugar pequeño, siempre había demasiada gente pasando
la hora. Me senté y volví a fijar mi vista afuera, alejándome de lo que me
esperaba.
—Es hora que hables. —La voz de mi amigo me
interrumpió—. Ya sabes, si la historia no es buena y convincente, le contaré
todo a Julián. —Sonrió, lo miré con el ceño fruncido—. Cambia esos ojitos,
tratos son tratos.
—De todas maneras le dirás todo a mi hermano
—suspiré dejando mi mentón apoyado en la palma de mi mano, volviendo mi vista
afuera.
—Entonces no me queda más que creer. —Se cruzó
de brazos y se echó hacia atrás en la silla—, que estás enamorada.
—Sí, lo estoy, de tu hermano —contesté
mirándolo con odio.
—¿Qué fue lo que viste en el hospital? —Volvió
su mirada seria y sus ojos de fuego clavados en mí.
—Nada —respondí intentado que no se diera
cuenta de mi mentira—. Quise ver a Derek, pero no tuve éxito, me perdí en los
pasillos y… —Me detuve, estaba hablando de más.
—¿Y qué? —preguntó intrigado.
—Aquí tienen sus helados —interrumpió el
vendedor al dejar sobre la mesa la bandeja con el pedido—. Que lo disfruten.
—¿La boleta está aquí? —consultó Kevin mirando
al chico, éste asintió y se marchó a su lugar—. Como siempre —suspiró, tomó el
trozo de papel y se lo guardó en el bolsillo para cancelar antes de irnos—. ¿Y
bien?
—Y creí ver a alguien, que al final no era
—musité tomando mi copa y empezando a probar mi delicioso helado de tres
leches.
—¿Y dónde está la mentira aquí? —Arqueó la ceja
al momento de tragar su bocado.
—En ningún lado —me defendí clavando mi mirada
en él—. Todo lo que dije es verdad, fui al hospital, pregunté por Derek, me
respondieron con lo siempre, eso que un delincuente atacó a los suyos y que se
merece estar en ese lugar…
—Malditos estúpidos —interrumpió Kevin dando un
golpe en la mesa con su puño cerrado.
—Esas palabras le quedan cortas —añadí sin
dejar de comer, e intentando olvidar el tema anterior.
—Sí, es verdad. —Sonrió saboreando el chocolate
suizo.
—¿Qué haremos después de aquí? —pregunté
aprovechando el momento de olvido.
—No estoy seguro. —Me miró con suspicacia—. Yo
creo que primero me cuentas bien y luego vemos qué hacer.
—¿Qué más quieres que te diga? —consulté
haciéndome la desentendida—. Ya te dije lo que pasó.
—Podría ser…, la verdad —agregó con una pequeña
sonrisa de medio lado.
—Bien —suspiré con cansancio, dejé la cuchara
dentro de la copa y miré fijo a mi amigo—. Cuando me dijeron la habitación en
la que se encuentra Derek, fui directo allá, pero como te dije antes, me perdí.
Ha cambiado bastante desde que…, ya sabes. —No quise mencionar aquel
acontecimiento—. Sentí que alguien se acercaba y creí ver a ése.
—¿Cómo? —preguntó dejando caer la cuchara.
—Lo que escuchaste, creí ver a ése —repetí
volviendo a comer helado y con total naturalidad—. Pero no fue más que mi
imaginación.
—¿Estás segura? —Kevin apretó sus puños, una
clara muestra de todo el odio que sentía por aquel.
—Claro que sí. —Mentí, por su bien, si se
enteraba de lo sucedido otra tragedia se dejaría ver.
—¿Qué me ocultas? —Me observó con atención,
logrando que me pusiera nerviosa.
—Nada —musité dejando mi mirada fija en él,
esperando que me creyera.
—Tarde o temprano lo sabré y eso lo sabes. —Se
acercó para hablarme—. Y cuando llegue ese día, espero que no sea nada grave.
—Tal vez sea más grave que te lo diga —agregué
sin bajar mi vista.
—Entonces sí me estás ocultando algo. —Sonrió y
volvió a echarse en la silla, dejando su espalda apoyada en el respaldo y
cruzándose de brazos.
—Quizás sí —contesté metiendo una enorme
cucharada de helado en mi boca y desviando mi mirada hacia afuera.
—Pero para otra vez que quieras hacer de las
tuyas —añadió entre risas—, no le digas a Ale que me distraiga, la pobre no
sabía cómo coquetearme.
—¡¿Qué?! —grité, olvidando que me encontraba en
un lugar público, las miradas se dirigieron a mí y sentí mis mejillas arder.
Kevin, al frente mío, no pudo evitar reír más
fuerte. Apenada volví mi vista a la ventana y continué comiendo helado, sin
importarme nada. Fruncí mi ceño al recordar las palabras de mi amigo, Ale había
dicho que no haría tal cosa, ya me las pagaría.
Inflé mis mejillas y me atoré con lo que comía,
lo que pasaba afuera no podía ser cierto. Golpeé con suavidad el brazo de Kevin
y le apunté donde debía mirar, pero al parecer la escena no le era desconocida,
ya que siguió comiendo helado como si no pasara nada.
—¿Qué tanto te sorprende? —preguntó logrando
que mi mirada se posara en él—. Si bien lo has dicho siempre, ellas no son más
que «callejeras». —Sonrió por el término.
—Pero no tenía pruebas —dije raspando lo último
que quedaba de mi postre—, y ahora tampoco. Cómo quisiera un teléfono o algo
con cámara. —Hice un puchero.
—¿Pruebas para qué? —Arqueó una ceja al dejar
su copa vacía frente a él—. Si bien sabes que Franco no te hará caso.
—Aun así —suspiré, tenía razón—, una foto
mostrándole que su novia se está dando un beso con otro cambia bastante la
situación, ¿no crees?
—Sí, pero a él ya muchos le hemos dicho lo que
pasa y sigue de novio con ella. —Frunció su ceño, a mi hermano siempre le iban
con el cuento de que la vieron con otro, pero Marla se las arreglaba para salir
intacta.
—A veces no sé cómo Julián nos aguanta. —Sonreí
y dejé la copa vacía junto a la de mi amigo.
—Eso es verdad —aguantó una carcajada—. ¿Qué
haces?
—Saludo a mi cuñadita —contesté a la vez que
agitaba mi mano de un lado a otro. La chica que caminaba por la vereda me vio y
apuró el paso.
—Creo que se espantó —se burló al fijar su
vista en ella.
—¿Y quién no? —Clavé mi mirada en él—. Después
de verte a ti, cualquiera correría.
—Veo que estás más tranquila. —Se volvió hacia
mí—. Pero ten cuidado a quien molestas, que no todos te aguantarán como Math.
—Me guiñó un ojo.
—Bien sabes que sí. —Le saqué la lengua.
—Digas lo que digas, cualquiera daría lo que
fuera por estar en mis brazos. —Sonrió y desvió la mirada, lo seguí y me di
cuenta lo que observaba: las piernas de una de las meseras.
—Y no pierdes el tiempo. —Fruncí mi ceño y fijé
mi vista en la puerta que se abrió.
Sentí sus ojos sobre mí, supuse que su sonrisa
burlona se reflejaba en su rostro, pero no quise ver, mi orgullo me ganaba en
la mayoría de los momentos. Aun así no entendía el motivo de mi molestia.
Conozco muy bien a cada uno de ellos y sé que a todos les gusta andar
mirándoles las piernas a las meseras, sobre todo a Kevin y Chris, pero eso me
molestaba y bastante.
—¿Qué hacen ustedes dos solos aquí? —La voz
burlona de Chris me sacó de mis pensamientos.
—Le doy mi regalo de cumpleaños adelantado a
esta pequeña —contestó Kevin mirando a quienes llegaban.
—Después de lo que hiciste ayer. —Math besó mi
mejilla y se sentó junto a mí—, deberías estar en casa, a la espera de tu
regaño por parte de Julián.
—Creo que esta vez le daré la razón a tu
hermanito. —Franco se me acercó e hizo una seña para que me levantara.
—Olvídalo —contesté mirando al frente, donde se
encontraban Chris y Kev.
—No seas así. —Me besó en ambas mejillas—. Ya
no quedan sillas. —Señaló en rededor con voz suplicante.
—Bien, pero sólo por ese motivo. —Me puse de
pie y mi hermano se sentó, para luego agarrarme y dejarme sobre sus piernas.
—Por eso te adoro —musitó cerca de mi oído para
luego llenarme de besos.
—Sí, como digas —suspiré con cansancio—.
Debiste llegar un poco antes.
—¿Por qué? —preguntó confundido. Kevin dejó de
hablar con Chris y fijó su mirada de desapruebo sobre mí.
—Porque Kev no quería comprarme un helado. —Mentí
frente a esos ojos, en parte tenía razón, sólo conseguiría una discusión con
Franco. Mi amigo sonrió satisfecho.
—No molestes a mi hermanita —amenazó intentando
poner una mirada fiera, que muy pocas veces le funcionaba—, o te las verás
conmigo.
—¡Pobre de mí! —exclamó Kevin aguantando la
risa—. Franco me está amenazando, será mejor que me oculte.
Mi hermano comenzó a lanzarle pedacitos de
servilletas convertidos en bolitas a quien lo molestaba. Éste, en cambio,
simplemente reía. Aproveché el momento en que todos parecían distraídos en esa
pequeña guerra y le jalé le brazo a Math.
—Necesito hablar contigo, pero solos —susurré
en su oído. Se separó de mí y me guiñó un ojo, como un sí.
—¿Qué se van a servir? —preguntó el chico que
nos atendió cuando llegamos.
—Yo sólo quiero un helado de cono. —Math fue el
primero en pedir—. Y si es de vainilla mucho mejor.
—Yo una copa como ésta —siguió Franco
enseñándole el envase vacío utilizado por mí.
—Como Kevin va a invitar —respondió Chris con
tono burlón, esquivando el golpe que le lanzaba el mencionado en el brazo—.
Quiero una de esas tortas heladas, que tienen bizcochuelo de chocolate, bañado
con salsa de manjar, decorado con cuatro bolas de helado, más baño de salsa de
manjar, un poco de crema y las galletas que van arriba.
—¿Lo agrego a tu anterior cuenta? —Fijó su
vista en Kevin, éste lo miró desconcertado—. ¿O prefieres que sea aparte? —Las
risas de todos se escucharon en el local.
—Yo sólo me hago cargo de lo primero —contestó
cruzándose de brazos—. Ni que fuera banco para pagar todo lo que comen estos.
—Creo que tendrás que olvidar nuestra orden
—susurró Chris con melancolía—. Si Kevin no paga, nosotros no tenemos cómo
alimentarnos.
—Ahora empezó el acto de los pucheros —musitó
quien se encontraba sentado a su lado—. Bien, tráeles lo que pidieron.
—Como digan —dijo el chico, se dio la media
vuelta y se marchó.
—¡Ése es mi Kevin! —exclamó Franco, para luego
lanzarle un beso al mencionado que lo miró con cara de asco, provocando que
todos rieran.
—¿Ya vieron las piernas de esa mesera?
—preguntó Chris acercando su cabeza al centro de la mesa.
Los cuatro giraron a donde les indicaba el
payaso del grupo, ojeando sin perder detalle de la estructura de la chica.
Suspiré, a veces me gustaría que me tomaran un poco más en cuenta cuando hacen
esas cosas. Apoyé mis codos en la mesa y
mi mentón sobre mis manos, comencé a tararear una canción de Sonata Arctica en
mi mente mientras movía mi cabeza de un lado a otro con suavidad. La visual que
tenían ellos no desaparecería por un rato y luego vendrían los comentarios, así
que necesitaba un poco de distracción y, por lo menos, eso me hacía olvidar lo
vivido hace unos momentos. Después hablaría con Math y me desahogaría, él no es
tan violento como los demás, cuando le contara que Brian Cox seguía vivo, de
seguro se le ocurre algo para mantenernos alejados de todo eso.
—Voy al baño —susurré, dudaba que me
escucharan. Me puse de pie y salí, lo más probable es que Franco se percatara
de mi ausencia, ya que dejó de sentir mi peso.
En realidad no tenía tantas ganas de ir, pero
me apetecía mojarme la cara y perder por unos instantes la imagen de esos
babosos. Meneé mi cabeza al momento de abrir la puerta y me dirigí con rapidez
al lavamanos. Hice lo que quería, respiré profundo y me sequé con la camisa del
Instituto para luego salir.
Observé en dirección a la mesa, el pedido ya
había llegado, las risas y murmullos de los chicos reinaban en el local.
Suspiré y avancé con lentitud, por lo menos ya no miraban a la mesera, eso era
un alivio.
—Hola. —Una voz detrás de mí detuvo mi paso, a
la vez que sentía unos dedos sobre mi brazo.
—¿Hola? —pregunté con duda al voltear. Era un
chico que no conocía.
—No me conoces, ¿verdad? —Sonrió de medio lado,
al parecer era un poco inteligente al notar aquello.
—No, para nada —contesté aguantando la risa.
—Vamos al mismo Instituto —dijo poniéndose
serio—. Yo voy en el salón junto al tuyo.
—Aun así no te recuerdo. —Sonreí tratando de
mostrar simpatía, para que no se diera cuenta de mi poco interés.
—Te he visto un par de veces. —Dejó su mano en
su cabeza, algo parecido a lo que hace Math cuando está nervioso—. Junto a una
chica bastante blanca y dos chicos.
—Mis amigos —musité aún sin entender qué se
traía.
—Soy nuevo, apenas llegué este año. —Bajó su
mano y me la extendió—. Me llamo Danko, Danko Ferris.
—Thais Leighton —respondí apretando su mano en
señal de saludo.
—También acabo de llegar al barrio. —Sonrió al
soltar mi mano.
—¡Vaya! —exclamé sin entusiasmo con una mueca
de desagrado. Si asistía al Instituto debería vivir al otro lado de la calle,
quizás cerca de Brian Cox. Suspiré, tal vez pronto sea parte de sus amigos.
—Como que no te gustó mucho eso ¿eh? —dijo con
un tono triste—. Creo que te estoy molestando.
—No es que no me gusté, es sólo que yo vivo al
lado de acá de la calle —suspiré, él no debía saber nada de eso—. No creo que
sepas, pero aquí día tras día se viven…
—Estoy enterado —interrumpió con seriedad—. ¿En
serio parezco uno de esos niños ricos? —preguntó con una sonrisa—. Primera vez
que me lo dicen.
—Lo siento, yo… —Me detuve y lo observé con
cuidado, su cabello revuelto castaño oscuro y ojos verdes lo hacían ver bien
parecido. Con su vestimenta de estudiante desordenado daba la impresión de
cualquier cosa.
—No te disculpes. —Volvió a sonreír—. Eso pasa
con frecuencia, se llama prejuzgar. —Sentí mis mejillas arder.
—No lo diría con esas palabras. —Fruncí mi
ceño—. Es simplemente el hecho de asistir a ese Instituto, por lo general, los
que vivimos por estos lados, asisten al público que está dos cuadras más abajo.
—Pero no es tu caso —dijo con algo de burla.
—Tengo beca —contesté con una sonrisa de medio
lado.
—Yo también —susurró con aires de grandeza—.
Vengo de otra ciudad, allá tenía muy buenas notas, por eso cuando informaron
del cambio, me mandaron con recomendaciones para ese Instituto.
—Ya entiendo todo, disculpa por confundirte con
esos. ¿Por qué a esta localidad? —pregunté por curiosidad, casi todos huyen de
aquí cuando pueden.
—Cuando tenía cinco años, casi seis, nos fuimos
a la otra ciudad —respondió mirándome fijamente—. Mi padre tuvo un ascenso en
su trabajo y lo trasladaron, pero ahora ocurrió un accidente y quedó
discapacitado por unos meses —suspiró con melancolía—. Por eso mi tía nos
ofreció que volviéramos, aquí mi madre tiene trabajo seguro y yo veré qué puedo
hacer para colaborar.
—¿Es por eso que estás enterado de lo que
sucede aquí? —Seguí investigando.
—No en realidad. —Sonrió divertido—. Mi tía no
tiene idea de lo que pasa en las calles con los chicos, ella piensa que son peleas,
por lo general, por chicas… ya sabes. —Me observó de arriba a abajo, algo que
me incomodó, aun así no bajé mi mirada de la suya—. Mantuve contacto con un
chico, sonará raro y todo, por la edad que tenía cuando me marché, pero
prácticamente nos criamos juntos, a pesar que él es dos años mayor que yo. Por
eso nos resultó fácil seguir hablando, él ya estaba grande.
—¿Quién? —Al parecer tenía demasiadas
preguntas.
—Derek, ¿lo conoces? —Abrí mis ojos lo más que
pude, él me miró con sorpresa—. Veo que sí.
—Lo conozco —musité bajando la mirada.
—¿Sabes lo que sucedió? —Su voz sonó con rabia,
mis suposiciones estaban todas erradas, él era de los nuestros.
—A medias —contesté soplando mi cabello de la
frente—. Mis hermanos. —Miré en dirección a ellos— me ocultan información por
mi bien.
—¡Ah!, son tus hermanos —dijo más para sí
aunque alcancé a escucharlo a la perfección—. ¿Qué sabes de lo que pasó?
—Que pelearon —respondí con otro soplido—. ¿Tú
participaste en ella?
—No, pero casi. —Sentí un brazo dejarse caer en
mi hombro, Danko dirigió su mirada a quien llegó.
—¿Quién es el nuevito? —preguntó con burla
Kevin.
—Me llamo Danko Ferris —contestó sin extender
su mano como a mí.
—Soy Kevin. —Sonrió de medio lado—. Ya nos
vamos. —Clavó su mirada en mí.
—Creo que nos veremos mañana en el Instituto.
—El chico nuevo se acercó para despedirse de un beso en la mejilla, pero el
fuerte sonido de la puerta al abrirse lo detuvo.
Todos los que nos encontrábamos en el lugar
miramos a quien entró con tanta prisa. Alex corrió a donde estaban mis
hermanos, estos lo observaron desconcertados, su rostro reflejaba temor y
llanto, se notaba que había llorado, algo raro en él. Aparte que quería decir
algo, pero las palabras no le salían. Comenzamos a caminar hacia los demás.
—¡Habla! —gritó desesperado Chris levantándose
y tomando a Alex de los hombros.
—Murió —musitó al momento en que llegamos
dejando escapar varias lágrimas—. Derek no fue capaz de aguantar y murió.
El mundo se detuvo para todos al escuchar esas
palabras, otro más caía a manos de ellos y no podíamos hacer nada. Sentí que
caería, pero al contrario, me mantuve de pie mirando a mí alrededor, las vistas
de la gente del local estaban sobre nosotros.
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