Caminaba por aquella oscura
calle, su ropa estaba completamente mojada y por su cara rodaban gotas de agua
que se confundían con lágrimas. Acababa de lanzarse al río, aun así su cuerpo
seguía intacto, no había logrado su propósito: acabar con su vida.
Llegó a un callejón, se
adentró en él y encontró una ventana con sus vidrios medios rotos. Le dio un
golpe con su puño, sin importarle si se cortaba o no, y entró. Se acurrucó en
un rincón, apoyó su cabeza en la pared y pegó sus rodillas a su pecho, la luz
de la luna que se escabullía por un orificio en el techo, se reflejaba en los
ojos miel del chico. Escondió su cabeza en las rodillas, ya nada le importaba,
varias lágrimas cayeron al suelo y otras se perdieron en el camino. Maldecía
una y otra vez por lo que le habían hecho, pero más que nada porque no podía
acabar con aquello.
Apretó sus ojos con fuerza,
su cabello colgaba liso y mojado cubriendo gran parte del perfil de su rostro,
aguantó toda la rabia e ira que sentía en ese momento, se calmó y así recordó
lo pasado.
Aquel día, lo tenía muy
presente a cada instante, era su decimosegundo cumpleaños, y acababa de conocer
a una niña muy agradable —aunque algo rara— en el parque, la pasó bastante bien
con ella, tanto que no quería que se acabara el día, pero lo hizo de todas
maneras.
Al llegar a casa su
tormento comenzaría. Estaba acostumbrado a los extraños juegos de sus primos
mayores, todos ellos no eran divertidos si no tenían sangre, y aquella vez no
fue la excepción. Al abrir la puerta de su habitación sus primos descuartizaban
al pequeño conejo, no aguantó, dio un grito y salió corriendo a esconderse en
el baño de visitas. Lloró amargamente por aquello, hace sólo unos días sus tíos
le habían regalado ese animal, era su única compañía. Hasta que ellos, esos
seres que llamaba su familia, realizaron otro de sus descabellados actos con
alguna pertenencia de él, no entendía por qué lo hacían, pero nada más podía
hacer.
—Bastian —escuchó a su tío decir al otro lado de la puerta—.
Pequeño, abre.
No dudo un segundo en hacerlo y dejó entrar al señor de
mirada piadosa que se había hecho cargo de él, junto a su esposa, igual de
amable que el caballero. No lograba entender cómo dos personas tan buenas habían
traído al mundo seres tan malos.
—Mataron mi conejo —dijo el pequeño lanzándose a los brazos
de su tío—. ¿Por qué lo hacen?
El señor tomó al chico en sus brazos, entró al baño y cerró
la puerta tras de sí. Le acarició el cabello con suavidad, tratando de
calmarlo, así como había hecho muchas otras veces desde que comenzó a cuidarlo.
—Es hora que hablemos, pequeño —murmuró sutilmente a la vez
que lo depositaba sobre el water y se sentaba en el suelo frente al chico—.
Quiero que me escuches con atención y en silencio, sé que te asustarás, pero
por favor, ten calma —suplicó, lo que tenía que decirle era demasiado difícil,
y más para un niño de apenas doce años—. La próxima vez no será tu conejo —le
dijo mirándolo a los ojos, el chico estalló en llanto. El mayor le acarició el
cabello—. No, pequeño, calma. No serás tú —le sonrió, necesitaba que el niño se
concentrara y entendiera lo más que su pequeño cerebro pudiera aguantar—. Lo
más probable… —añadió abrazándolo fuerte—. Lo más probable es que no vuelvas a
ver a tu tía… —Continuó a la vez que le rodaban lágrimas y los ojos del niño se
abrieron a más no poder—, y a mí tampoco.
—No, tío, no —suplicó el pequeño—. No dejes que te hagan
daño. —Lloraba agarrando del cuello al mayor.
—Tranquilo. —Intentó calmarlo, pero resultaba casi
imposible—. Ellos no te harán daño alguno, no pueden y no deben —dijo
seriamente—, eres fundamental para sus propósitos, pero aún eres muy pequeño.
—No me dejes solo con ellos —suplicó entre lágrimas, su tío
lo miró cariñosamente.
—Tienes que ser fuerte y valiente —dijo su tío—. Y, por
sobre todo, no debes dejar que ellos te obliguen a cumplir con lo que según es
tu destino. —Agarró la cara del pequeño, secó un poco de sus lágrimas y clavó
sus ojos en los de él—. Prométeme, Bastian. Prométeme que tú, y sólo tú,
forjarás tu destino.
—Te lo prometo, tío —lloriqueó el pequeño.
—Ellos son vampiros —añadió el mayor, el chico no podía
creer lo que escuchaba, esas criaturas sólo existían en su imaginación.
—Pero son tus hijos —articuló asombrado sin entender.
—Lo son, sí —habló el señor con culpa en sus palabras—. Pero
hace mucho tiempo que sus almas fueron corrompidas por otros. Tú también te
convertirás en uno de ellos.
—No, yo no —dijo soltando a su tío—. Yo no seré otro
monstruo. ¡No, no y no!
—Está en tu sangre —susurró el mayor—, es algo que no puedes
evitar.
—Sí puedo, yo no quiero ser eso. —Miró a su tío y vio en
aquellos ojos que no tenía escapatoria—. ¿Por qué? —preguntó con curiosidad y
sus ojos llorosos.
—Es una profecía…
Fue lo que alcanzó a decir antes que un grito aterrador
rompiera el silencio de afuera. El niño lo miró confundido, no entendía las
palabras de su tío y mucho menos sabía de profecías y tonteras por el estilo,
eso sólo pasaba en películas y libros…
—Están dañando a mi tía —susurró el niño con miedo en su
voz.
—Ya casi no hay tiempo. Debes irte de aquí, sal por la
ventana y corre.
—Pero… —titubeó al no querer obedecerlo. No podía dejar a
ninguno de los dos frente a sus primos, y menos sabiendo que eran vampiros, por
muy raro que sonara eso.
—No quiero que estés aquí cuando ellos acaben conmigo y con
tu tía —le ordenó con la mirada—. Debes salir.
—¿Debo arrancarme de ellos? —preguntó, dejando que el mayor
lo tomara en sus brazos a la vez que subía al wáter y abría la ventana.
—Ojalá pudieras —le contestó—. Pero es imposible. Aléjate de
aquí, pequeño, y no voltees —le dijo a la vez que lo sacaba por la ventana
dejándolo en el jardín.
Vio en la mirada del niño tristeza, pero era mejor para él
que se alejara de todo aquello. Sabía muy bien que no podría arrancar para
siempre, pero al menos le quitaría el dolor de ver morir a los únicos que le
habían dado algo de amor en el mundo. Lo miró seriamente y Bastian entendió que
era la despedida. Corrió sin mirar atrás y no se detuvo hasta que desapareció de
la vista de su tío, con el rostro empapado y la pesadez de haberlos dejado sin
hacer nada para poder ayudarlos.
—¿Por qué lo dejaste ir? —preguntó una voz masculina a la
vez que la puerta se abría.
—No quiero que vea lo que ustedes harán —respondió el tío de
Bastian mientras se volteaba a mirar al mayor de sus hijos.
—Esto le servirá en su futuro —dijo el otro mostrando sus
colmillos con sus ojos completamente negros—. Lo sabes bien, todo lo que hemos
hecho ha sido por él, porque lo amamos.
—Ese futuro es el sueño de ustedes —respondió a la vez que
se ponía en posición de defensa, también mostrando sus colmillos y ojos
negros—. Él tiene todo el derecho de seguir lo que le gusta y no lo que ustedes
le impongan.
—No era eso lo que decías cuando mataste a sus padres. —Rió
el vampiro mientras tomaba a su padre del cuello y lo levantaba—. ¿O no lo
recuerdas?
—Sí lo recuerdo —le respondió sin oponer resistencia al
agarre—. Como si fuera ayer, y no me arrepiento, yo por lo menos les di una muerte
rápida y sin dolor. Si hubieran sido ustedes aún estarían aguantando sus
torturas.
—Pero si nosotros sólo hacemos lo que tú y mamá nos
enseñaron —añadió burlonamente—. Y ahora nos arruinaste la diversión —dijo a la
vez que salía del baño con su padre colgando—. No nos queda más alternativa que
divertirnos con ustedes. —Lo arrojó contra unas repisas en la sala.
—¿Dónde está el chico? —consultó la única mujer del grupo,
también con sus ojos negros y mostrando sus colmillos al hablar.
—¿Dónde está tu olfato? —Se burló el tercero de los primos
de Bastian, que aún seguía con sus ojos normales y sin mostrar nada de su
dentadura sobrenatural.
—Sin peleas —ordenó el mayor de los tres, sin siquiera
mirarlos, mientras volvía a tomar a su padre del cuello—. Lamentarás el haber
desobedecido.
—Nunca lo haré —lo desafió su padre.
—El chico hará lo que le ordenemos.
—No, claro que no —dijo su padre con burla., sin dejar de
mirarlo a los ojos.
—Él nos respetará, así como lo hacen los demás vampiros —añadió
el más joven con una pequeña sonrisa, igual a la del mayor.
—Se equivocan en algo muy importante. —Rió a carcajadas su
padre, sabía que así los haría enojar y le daría más tiempo a Bastian de
arrancar—. Él no es un vampiro. —Las sonrisas de sus hijos se borraron por completo
y unas miradas de odio e ira se reflejaban en sus ojos.
—Lo será —aseguró el mayor cortando con un cuchillo el
cuello del más viejo—. No aún, pero lo será —susurró a la vez que lanzaba el
cuerpo junto al de su madre, también muerta.
—¿Vamos por el niño? —dijo la mujer llegando junto a la
puerta.
—No —le respondió cortante—. Primero limpiaremos aquí —dijo
olfateando el aire—. Él niño no irá muy lejos.
Obedeció a su tío y corrió todo lo que sus pequeñas piernas
toleraron, sin mirar hacia atrás y sin dejar de llorar. Avanzó hasta que su
respiración no le permitió continuar. Se detuvo dejando sus manos sobre sus
rodillas, se agachó y respiró hasta volver a la normal, o casi la normal.
Levantó su cabeza y observó a su alrededor, estaba en el parque donde hacia
unas horas había estado jugado con la niña. Corrió hasta llegar al árbol que le
daba sombra al asiento que se encontraba ella, y allí, apoyado en el tronco se
acurrucó para continuar llorando y tratando de entender todo lo que pasaba.
Pensó en ir a buscar a la niña, pero se arrepintió. Su tío
le había dicho que lo encontrarían y no la quería meter en problemas, jamás se
perdonaría si llegara a sucederle algo. Cubrió su cara con sus manos mientras
pensaba en el destino de sus tíos, y rogaba para que nadie lo encontrara…
Jamás…
Una hermosa luna llena reinaba en el cielo, bañando con su
luz al niño que lloraba sin consuelo a los pies del frondoso árbol. Habían
pasado unas cuantas horas desde que salió corriendo de su hogar, y, debido a su
cansancio, decidió no seguir arrancando por aquella noche, dormiría allí y ya
vería qué haría al día siguiente. Además ¿no se supone que los vampiros odian
la luz del sol? Lo mejor era alejarse de todo el en día, así no podría seguirlo.
De a poco comenzó a pensar en todo lo sucedido y a asimilar
las palabras de su tío. Sin darse cuenta comenzó a resignarse, y la pesadez de
sus párpados lo hicieron entrar en un ligero sueño.
Tres figuras llegaron frente a él, cubriéndole el rayo de
luna, logrando que volviera a poner sus sentidos en alerta. Se acurrucó aún
más, no levantaría su cabeza, el miedo se apoderó de su cuerpo y mente,
esperando lo peor, ya no tenía escapatoria.
—Bastian, Bastian, Bastian —dijo el mayor de los vampiros—.
Nos mudaremos a otra ciudad.
—No voy —murmuró el chico titubeante sin levantar la mirada.
—No fue una pregunta —volvió a hablar el mayor—, te lo estoy
diciendo, tú te callas y obedeces.
—No lo haré. —Esta vez levantó su mirada y la clavó en su
primo—. Aquí me quedó.
—Pequeño —susurró agachándose para quedar a la altura del chico—, no hagas las cosas
más difíciles para ti. —Sonrió—. Recuerda que ya no tienes a mi padre para que
te defienda, ahora estás solo en el mundo. —Los otros vampiros se carcajearon.
—No iré —habló el chico con una mirada de odio a los tres.
—Como quieras. —El vampiro se levantó dando un suspiro de
cansancio—. Será a la fuerza. —Sonrió a la vez que daba un paso hacia atrás,
dejando el camino libre y haciéndole una señal con la cabeza a su hermano para
que agarrara al chico.
—Creo que seré yo quien te cargue —dijo sonriendo mientras
caminaba hacia Bastian—. ¿Pelearás? —Se burló al ver que el niño se levantaba,
limpiaba el rastro de lágrimas de su rostro y empuñaba los puños en posición de
defensa.
—Cualquier cosa antes de irme con ustedes, monstruos —le
respondió con su mirada color miel clavada en el ser que tenía al frente.
—Pequeño idiota —dijo el mayor apoyándose en la parte
trasera del asiento—. Ya tómalo y vámonos —le dijo a su hermano.
El mencionado se acercó a Bastian para agarrarlo, pero el
chico le propinó una fuerte patada en la pierna derecha.
—¡Maldito crío! —exclamó el vampiro tomando al chico del
cuello y levantándolo.
—Ten más cuidado con el niño, idiota —ordenó la chica con
burla.
—Tú, cállate —le respondió lanzando a Bastian contra la
mujer., ésta lo agarró de mala gana y le enseñó los colmillos a su hermano
menor.
—¡Ustedes dos, basta! —gritó el mayor, miró al chico en los
brazos de su hermana, había quedado inconsciente después de que el vampiro lo tomara
del cuello—. Es muy débil para tomarlo así, ten más cuidado para la próxima
—regañó a su hermano—. Tú lo llevaras —le ordenó a la chica.
Sus acompañantes le obedecieron al acto, no podían
desobedecerlo, era más fuerte y mejor no meterse con él. Y, tal como llegaron,
desaparecieron junto a la brisa nocturna y helada. Y el aire se llenó de un
olor a sangre fresca mezclada con limpiador de piso y pintura.
Llegaron hasta un galpón, el cual tenían previamente
arreglado para pasar una larga temporada allí, y depositaron al chico sobre una
cama. Lo dejaron en la soledad de la noche, esperando a que despertara para
comenzar con el supuesto entrenamiento o, más bien, con todo lo que habían
planeado durante los doce años que el niño llevaba con ellos, al fin y al cabo,
en sus manos estaba el poder que necesitaban para sus propósitos.
Así comenzaron a pasar los años; entre golpes y maltratos
Bastian creció, odiando a aquellos tres seres pero, más que cualquier otra
cosa, odiando a aquella raza que se alimentaba de la sangre de humanos. En su
corazón fue guardando la ira provocada por cada golpe propinado por ellos. Al
principio lloraba, no había consuelo para él, pero al pasar los meses cambió
aquellas lágrimas por rencor y odio, y en su mente sólo había una palabra:
venganza.
No podía arrancar, eso ya lo tenía muy claro, lo había
intentado muchas veces y todas fueron un desastre. Lograba salir e irse lejos,
pero bastaban unos minutos para que los tuviera frente a él nuevamente y, al
llegar al galpón, una gran golpiza lo esperaba. A veces llegaba a pensar que
terminaría muriendo desangrado. Fue por eso que decidió cambiar su táctica, si
le mandaban a hacer algo, lo hacía. Si lo golpeaban, ponía la otra mejilla. Pero,
lo que más le costaba hacer, era engañar a la gente que les serviría de comida
a aquellos tres. Era obligado a presenciar cada una de las torturas que hacían
sus primos antes de comer, y las imágenes de las personas muriendo lo visitaban
todas las noches.
Hasta que un 3 de octubre todo cambió. Era su decimoséptimo
cumpleaños, no era la gran cosa, desde que sus tíos murieron él dejó de
celebrar aquella fecha. Se levantó como todas las mañanas, se aseó y se
aventuró para ir a mirar al humano que seguía amarrado a un palo. Dormía, lo
movió un poco y le quitó la venda de la boca. A veces necesitaba de contacto
humano.
—¿Quieres comer algo? —le preguntó de buena manera.
—¡Suéltame, suéltame! —gritó el tipo de alrededor de unos
treinta años.
—Lo siento, no puedo —dijo poniendo de nuevo la venda, si no
hubiera gritado, quizás lo hubiera ayudado un poco, al fin y al cabo ya
resistía mucho mejor los golpes de sus primos.
Varios murmullos se escucharon del tipo amarrado, él se dio
la media vuelta y caminó rumbo a la ventana. Salió de allí, pronto sus primos
se levantarían a desayunar, y él necesitaba de un momento solo, respirando aire
puro. Inhaló, y el olor a metal y contaminación entró por su nariz, hizo una
mueca de fastidio. Miró al cielo recordando todo lo vivido, no derramó ninguna
lágrima cuando escuchó los gritos del humano, ya se había acostumbrado a eso,
se le había endurecido el alma.
—¡Bastian! —Escuchó la voz del mayor de sus primos.
—¡Voy! —gritó mientras entraba al galpón, no tenía más
opciones.
Caminó con paso lento y las manos en los bolsillos de sus blue jeans, el ruido de sus bototos al
pisar era lo único que se escuchaba en el lugar. Llegó hasta el fondo del
galpón, pasando por entre unas cajas, y allí estaban sus primos, igual a
siempre. A veces, cuando imaginaba a ser normal, se preguntaba qué edad podrían
tener ellos, y qué edad tendrían sus tíos. Pero todo eso pasaba rápido, su
realidad era muy distinta.
Junto a ellos había una mesa y sobre esta un cuchillo,
bastante afilado por lo que pudo ver, la hoja brillaba a la luz que reflejaba
el sol. Detuvo su paso de pronto, sus ojos color miel se abrieron a más no
poder, apretó las manos en sus bolsillos, ya era muy tarde para arrancar.
—Acércate, primo —dijo el mayor, de pie cerca de la mesa.
—¿Qué quieren ahora? —preguntó tratando de no mostrar su miedo,
aunque sentía que lo dejaba salir por cada poro de su ser.
—Ha llegado la hora, Bastian. —Volvió a hablar el mayor..
con un tono suave y pausado, gozando del momento.
—¿Para qué? —consultó el chico frunciendo su ceño, muy en el
fondo sabía lo que ocurriría.
A pesar de que les temía y mucho, trató de tranquilizarle
porque no dejaría que le hicieran daño, ya estaba bastante crecido, tanto en
edad como en tamaño. Superaba al mayor de sus primos en altura, quizás no por
tanto pero aquello podía hacer la diferencia. Y, lo más importante, ya no era
aquel niño llorón que todo le causaba daño. Respiró profundo para calmarse,
sabía que en fuerzas no había punto de comparación. Un simple golpe lo mandaría
varios metros lejos, quizás lo único que podría detenerlo sería una de las
tantas cajas apiladas en el galpón.
—Basta de preguntas y ven —ordenó la mujer, se notaba que
algo le molestaba.
—No quiero. —Caminó hacia atrás sin perderlos de vista.
—No otra vez —dijo el menor a la vez que daba un salto para llegar
junto a Bastian—. Ahora no seré tan suave. —Sonrió.
—Yo tampoco. —Lo miró amenazante, preguntándose de dónde
había salido esa valentía de última hora.
El vampiro tomó al chico por el cuello y lo levantó, Bastian
tenía su cabeza hacia el suelo y su cabello colgaba cubriendo sus ojos, unas
carcajadas comenzaron a salir de su boca. El vampiro lo miró sin comprender.
—Es hora que aprendas nuevos trucos —le dijo a la vez que le
daba una patada en el estómago de éste.
El chico cayó al suelo mientras su primo se apretaba el
lugar golpeado con sus manos, no esperaba aquello, nunca se imaginó que sin ser
convertido se volviera tan fuerte. Eso era casi imposible, era sólo un simple
humano.
—¡Maldito! —Gritó, odiaba al chico con todo su ser desde que
nació, nunca aceptaría que él fuera el elegido.
La mujer se hizo presente en la pelea y tomó los brazos de
Bastian por atrás, atrapándolo para que no tuviera defensa. El menor de los
vampiros se acercó y le dio un fuerte golpe con el puño en el estómago. El
cuerpo del chico se fue hacia adelante, el dolor era tal que por unos momentos
pensó que se desmayaría. Pero no podía, su prima lo tenía fuertemente agarrado,
a pesar que ella apenas le llegaba a los hombros.
—La única manera que me puedas golpear es cuando me agarran.
—Se burló mientras tosía y aguantaba el dolor.
—Si fuera por mí, ya estarías muerto —le dijo el vampiro.
—¿Qué esperas para hacerlo? —amenazó, de hace bastante
tiempo que deseaba su muerte a una vida como la que llevaba.
—No puedo —respondió con rabia—. Pero sí puedo callarte
—sonrió a la vez que golpeaba el mismo lugar del chico, esta vez con su
rodilla.
La chica soltó a Bastian y éste cayó de rodillas al suelo,
apretándose el estómago con fuerza y tosiendo. Antes hubiera dejado caer unas
gotas de sangre, pero ya había pasado tantas veces por lo mismo que ya estaba
acostumbrado.
—Ya basta de estupideces —ordenó el mayor llegando junto a
ellos—. Cuando te llamo me gusta que obedezcas —le dijo a Bastian tomándolo de
la chaqueta y jalándolo hacía de la mesa.
El chico forcejeó, pero le fue imposible soltarse del
agarre, una cosa era golpear al menor o a la mujer, y una muy distinta era
pelear con el mayor. A parte de ser más alto y fuerte, algo tenía que lo hacía
sentir temor con sólo verlo a los ojos, aunque no se lo demostraba, o por lo
menos lo intentaba. Lo arrojó contra unas cajas al lado de la pared, apenas se levantó,
adolorido y algo aturdido por el nuevo golpe, los otros dos vampiros llegaron
para afirmarlo.
—No temas —le dijo el mayor frente a él—. Te dolerá un poco,
y tal vez te arda mucho, pero pasará.
—Pequeño Bastian —habló la mujer tratando de mostrar ternura
y acariciándole el cabello—. Pronto serás uno de nosotros.
—¡No, no lo haré! —gritó tratando de soltarse de sus
captores, a la vez que con un gesto brusco quitaba la mano de aquella mujer de
su cabeza.
—Quítenle la chaqueta —ordenó el mayor mientras caminaba
hacia la mesa por el cuchillo.
—¡No, no!
Bastian gritaba y forcejeaba, pero todo parecía inútil,
incluso cuando con un rápido movimiento su prima le quitó la chaqueta, no pudo
hacer nada. Una mirada de horror se reflejó en su rostro cuando el mayor de sus
primos llegó junto a él, y el filoso cuchillo resplandecía con los débiles
rayos de sol que se filtraban por entre los vidrios rotos y algunos orificios
de las paredes. Forcejeó con más fuerza, pero todo seguía siendo.
El vampiro tomó el brazo izquierdo del chico y le hizo un
corte horizontal en su muñeca, agarró el brazo derecho y llevó a cabo el mismo
proceso anterior. Bastian gritó de dolor al sentir la hoja cortar su piel, la
sangre corría rápidamente hasta chocar contra el suelo. Los ojos de sus otros
dos primos cambiaron, volviéndose completamente negros. El olor metálico de la
sangre los distrajo, pero aun así no soltaron a Bastian.
El mayor le pasó el cuchillo a la mujer, ésta cortó de forma
vertical como cinco centímetros de su antebrazo y le entregó el arma a su
hermano menor para que hiciera lo mismo. Dejó caer el cuchillo a la vez que
juntaban las heridas con las del chico.
Sus sangres comenzaron a mezclarse mientras el mayor de
todos reía a carcajadas, el trabajo al fin estaba hecho. El chico gritaba por
el dolor provocado en sus muñecas, aquella sangre le quemaba su piel y lo único
que pasaba por su mente era morir para acabar con todo. Comenzó a sentir
extraño su cuerpo, sus ojos se volvieron blancos, las piernas le tiritaban y de
su boca salía espuma. De pronto ya no sintió más dolor. Sus captores lo
soltaron y cayó al suelo inconsciente.
—Ya está hecho —dijo la mujer.
—Ahora a esperar —añadió el mayor—. Vámonos de aquí, desde
este momento él aprenderá a lidiar con sus problemas solo —se carcajeó—. Cuando
llegue el día nos volveremos a ver.
Las tres figuras desaparecieron, dejando al chico sangrando
en el piso.
No supo cuánto tiempo había pasado, pero cuando abrió sus
ojos con dificultad, sentía su cuerpo pesado, apenas recordaba lo que ocurrió y
no logró moverse. Sintió sus muñecas arder y se las miró haciendo un gran
esfuerzo físico al moverse, le dolía todo. Observó el lugar del corte y no
tenía nada, ni una cicatriz de lo sucedido. Se quedó en silencio, llenando aún
más su corazón de rabia y jurando que vengaría todo aquello que le habían hecho
durante tanto tiempo.
Lentamente logró ponerse de pie, tomó su chaqueta y se la
puso. Se miró, todo seguía igual pero una molestia en sus encías lo perturbó.
Se las tocó con la punta de sus dedos, con suavidad acarició toda la parte
rosada, le dolió y las sintió hinchadas, sin embargo un olor lo distrajo. Caminó
en dirección a lo que le indicaba su olfato hasta que se encontró con el cuerpo
del tipo amarrado a otro poste, su cuello estaba cortado y la sangre le corría
por su malherido cuerpo.
Aquel rojo color entró por sus ojos, el olor del espeso líquido
lo embriagó. Y, sin darse cuenta, aparecieron unos filosos colmillos de sus
adoloridas encías, su mirada se tornó negra como la noche.
Sólo unos segundos le bastaron para alimentarse de aquel que
no pudo ayudar, su cuerpo y su mente fueron derrotados por el hambre, el
líquido rojo era exquisito para él. El ansía y la necesidad de satisfacerse le
hicieron olvidar al chico que prometió no convertirse en un monstruo como sus
primos.
Una vez que se sintió satisfecho, horrorizado se alejó del
cuerpo, sus ojos volvieron a ser color miel y deseó con todo su ser que los
colmillos desaparecieran, no sucedió, pero si se guardaron dentro de sus
encías.
Asustado, limpió los restos de sangre de su cara, de sus
ropas y sus manos. Corrió, no quería volver a aquel lugar, no le importó que
sus primos lo buscaran, ya nada era lo mismo, se había convertido en una de
esas criaturas que odiaba. Avanzó sin detenerse, bajo el sol; siempre pensó que aquello quemaría su piel y se volvería polvo, era lo
que deseaba, pero no fue así, si bien el astro le molestaba, no era suficiente
como para causarle una pequeña herida.
Maldijo a sus primos, a su vida y a él por ser tan débil y
aguantar todo aquello, si hubiera sido un poco más valiente todo sería
diferente. Pero era un llorón, un llorón de mente débil que no era capaz de
defenderse y luchar por su vida, una que no valía nada pero era suya. Aunque no
sería un monstruo, no volvería a probar sangre humana en su vida.
Llegó hasta un puente de trenes, abajo corría un río de
rápidas aguas, no lo pensó dos veces y se lanzó, era la mejor manera que se le
ocurría para acabar con todo. Sintió el fuerte golpe contra el agua y algunas
piedras, su cara se llevó la peor parte: varios cortes profundos. Pero el daño
no fue más que ése. Podía sentir la sangre salir de su cuerpo, pero no había
dolor, ya no era humano sino que una criatura sobrenatural y, al parecer,
inmortal. Se quedó quieto, esperando que el agua llenara sus pulmones y eso lo
matara.
La corriente lo arrastró hasta la orilla, frustrado se sentó
en una gran roca y tocó su cara, sintiendo la sangre correr. Observó su rostro
cortado en las cristalinas aguas de la poza formada cerca de la roca e hizo lo
que tantas veces cuando sufría alguna herida, paso sus manos con suavidad sobre
su cara y de a poco, lentamente, las heridas dejaron de sangrar. Volvió a mirar
su cara y no había rastro alguno de cortes.
No sabía cómo ni por qué, lo único que entendía era que
podía curar sus heridas con sólo pasar sus dedos sobre ellas, lo hacía desde que
tenía memoria, nunca se lo dijo a sus tíos, y mucho menos a sus primos, estos
no se dieron cuenta de aquel poder ya que no lo usaba en heridas que se vieran.
Metió sus manos en los bolsillos del pantalón y caminó sin
rumbo por la oscuridad de la noche. Así llegó hasta el galpón donde se
encontraba en el suelo, llorando amargamente por todo lo sucedido.
—¡Los mataré, les juro que los mataré! —gritó, sus ojos se
volvieron negros por todo el odio hacia sus primos., debía encontrar la manera
de controlar eso.
Levantó la cabeza de las rodillas y la apoyó contra la
pared, cerró sus ojos para calmarse, las últimas lágrimas rodaron perdiéndose
en su cuello, su mirada color miel se hizo presente atravesando la luz de la
luna.
Estuvo tranquilo y callado, pensando en cómo buscar a
aquellos. Luego de llevar a cabo su venganza, buscaría la manera de acabar con
su vida, tenía que existir algún modo. Unos pasos interrumpieron el silencio,
observó con detenimiento en la oscuridad y fue cuando descubrió que sus
sentidos se habían agudizado, podía percibir el olor de la persona que entró al
galpón, sabía que era un hombre. Aún no lo veía, pero escuchaba sus pasos y su
respiración calmada, hasta que lo vio pasar por entre las cajas de madera.
Caminaba lento y seguro, con las manos en los bolsillos de su chaqueta, al
parecer sabía que el chico estaba allí, y este lo esperó tranquilo, sin moverse
de su lugar.
—Me mandaron a verte —le dijo cuando llegó junto a él—. No
me preguntes quién porque no puedo decírtelo.
—¿Te mandaron ellos? —preguntó con el ceño fruncido mirando
al hombre de cabellos castaños que tenía enfrente.
—Depende de quienes son los ellos que te refieres —le
sonrió.
—Mis primos —contestó poniéndose de pie, era casi de la
altura del recién llegado, pero algo le decía que debía estar atento a
cualquier cosa.
—No los conozco —articuló—. O creo que no, quién sabe, si
son lo mismo que tú no los conozco, o ya estarían muertos. —Sus ojos color
verde resplandecieron en el lugar.
—¿Matas vampiros? —preguntó con curiosidad, la respuesta
podría ser su salvación.
—Soy un cazador —respondió con orgullo—. Mató cualquier cosa
sobrenatural.
—¿Cómo se mata un vampiro? —No le dio importancia a lo que
dijo era el recién llegado, necesitaba conocer aquella respuesta.
—Cortándole la cabeza —aseguró cortante, sabía el por qué de
la pregunta—. Pero tú no acabarás con tu vida.
—¿Cómo sabes? —consultó asombrado, ¿acaso leía la mente?
Había visto tantas cosas últimamente que ya nada parecía imposible.
—Por eso me han mandado —dijo el cazador sentándose sobre
una caja, frente al chico—. Me dijeron que debo aconsejarte.
—¿Y eso a ti en qué te influye? —Intentó averiguar
sentándose en el suelo nuevamente. ¿Por qué simplemente no lo dejaban en paz?
Si no eran sus primos, eran otros los que intervenían en su vida.
—Es lo que pretendo saber cuando termine contigo —le
sonrió—. Digamos que no me dieron mucha información.
—Puedes decirle a quienes te mandaron que no me mataré… Aún
—dijo clavando sus ojos en el cazador.
—Eso ya lo saben —aseguró mirándolo con seriedad—. Me han
mandado para que no lo hagas después que realices tu venganza.
—¿Quiénes te mandaron? —preguntó asustado, no había
comentado con alguien sobre su venganza, apenas lo tenía en mente.
—No puedo decírtelo —se excuso mirando al suelo, Bastian lo
observó con atención—. Sé lo que eres. —Se levantó de la caja y se agachó para
quedar a la misma altura.
—Soy un humano normal —afirmó sin dudar y con ímpetu.
—Nunca lo has sido y nunca lo serás —aseguró duramente—. Lo
siento por lo golpeado de mis palabras, pero debo ser así. —Sus ojos se veían
sinceros clavados en los de Bastian.
—¿Cuál es su nombre? —preguntó con respeto y algo
arrepentido por no haber consultado eso primero.
—Evans Marshall —le respondió con orgullo.
El silencio se unió a la conversación, el chico se dio
cuenta que aquel caballero que tenía al frente era el padre de la niña que
conoció el día que comenzó su tormento. Lo reconoció porque aquellos ojos eran
idénticos a los de su amiga, aunque no lo hubiera notado sin saber el apellido
del cazador. Sintió una presión en el pecho, ya era tarde, él no quería que
Hayley lo viera convertido en lo que era.
—No quiero alimentarme de humanos —susurró, de pronto lo
abrumaron los recuerdos de la sangre que bebió, Hayley pensaría que él era un
monstruo.
—Eso está en ti. —El cazador habló con ternura, luego
suspiró—. Sólo tú decides lo que bebes, sangre es sangre, aquí y en todas
partes. La de humano te hace más fuerte y te da más satisfacción, pero también
puedes beber la de animales.
—¿Usted me ayudará? —preguntó esperando un sí de respuesta,
aunque al mismo tiempo algo temeroso, si decía que sí vería a Hayley sin dudas.
—No —contestó cortante, Bastian se sintió un poco aliviado
frente a eso—. Yo cazo seres como tú, es mi trabajo, así como el tuyo será
aprender a usar tus poderes y volverte fuerte para que un día puedas cumplir
con tu venganza, y tu destino no sea manchado.
—¿Qué destino? —indagó el chico recordando las últimas
palabras de su tío. De pronto la frustración lo invadió, todos decidían su
futuro sin preguntarle—. ¿Habla de la profecía?
—No soy quien para hablarte de eso, me mandaron aquí con un
único fin, y ése es convencerte de seguir adelante.
—¿Y si no quiero? —Su voz sonó a amenaza—. ¿Y si prefiero
cortarme la cabeza y acabar con todo esto?
—¿Tienes a algún ser querido? —El cazador clavó sus ojos en
los que tenía al frente. Al chico se le vino a la mente Hayley, y en sus ojos
mostró preocupación—. Por tu cara puedo adivinar que sí —continuó hablando—. ¿Te
gustaría que le pasara algo a ese alguien?
—No —respondió rápidamente—. La protegería con mi vida.
—Entonces no debes morir —dijo el cazador—. En tus manos
está el poder de detener a los demonios, no sólo a tus primos, sino a cientos y
cientos que intentarán destruir los Cielos. Eres el príncipe de las Tinieblas.
—El chico miraba asombrado cada vez que aquel señor decía algo, sin poder creer
lo que oía, él sólo era un niño huérfano que había sido obligado a convertirse
en lo que sea que fuera—. Debes ser fuerte y vivir, eres el único vampiro que
tiene pase libre, por decirlo de alguna manera, para alimentarse de humanos
—dijo eso con algo de repugnancia y sin creer en sus palabras, el chico hizo un
gesto de asco—. Escúchame bien, ningún cazador podrá detenerte y tu nombre será
pronunciado con temor entre todos. En tus manos está la esperanza de muchos, y
por ningún motivo debes de fallarles. —Bajó el tono de su voz y habló cerca del
oído del chico—, o ellos mismos se
encargaran de llevarte por el camino que te corresponde, y no será agradable. —Se
puso de pie frente al chico—. ¿Tienes alguna otra pregunta?
—No —respondió con miedo, cuando el cazador nombre a esos ellos, la piel se le erizó.
—Alguien llegará pronto. No me debe ver o será perjudicial
para ti.
—¿Es alguno de mis primos? —La ira se notó en sus palabras y
sus ojos brillaron.
—No —contestó y algo en su interior le dijo que el niño seguiría
adelante con su vida—. A ellos no los verás aún, no hasta unos cuantos años
más, tendrás el tiempo suficiente para hacerte fuerte. Cuídate muchacho, y
recuerda que no debes temer de las criaturas sobrenaturales.
—Gracias —susurró el chico con la vista pegada en la espalda
del cazador que se marchaba por donde llegó. Preguntándose si aquel señor era
un adivino, estaba bastante crecido para pensar en esas cosas, pero no podía
culparse por imaginar cosas tan descabelladas, no después de todo lo vivido.
No entendía casi nada de lo que pasaba, en su mente las
palabras del cazador daban vueltas y vueltas, pero ya tenía claro que no debía
morir luego de realizar su venganza, y más que cualquier otra cosa, tendría que
cuidarse de ellos, a pesar de no
tener idea de quienes fueran. Suspiró, algo le decía que no sólo de sus primos
debería vengarse en un futuro, sólo esperaba que no fuera de aquel cazador,
Hayley no se lo perdonaría.
Unos pasos volvieron a interrumpir sus pensamientos, miró en
dirección al sonido y percibió en el aire un olor muy distinto al anterior,
éste mezclaba el tabaco con cervezas y la sangre de vampiro. Aquel no era
humano, era uno como sus primos y como él. Esperó en silencio su llegada, no
temía, no después de las palabras del cazador.
Dos ojos grises se posaron sobre el chico y él esperó a que
el recién llegado hiciera el primer movimiento, lo observó desafiante en todo
momento, a pesar de estar sentado en el suelo y el otro de pie, ejerció el
poder de su mirada en aquel vampiro.
—Esperaba encontrarme un cazador —dijo encuclillándose
frente a Bastian.
—Pronto lo seré —pronunció el chico—, y el primero en morir
serás tú —le amenazó.
—Eres sólo un niño. —Rió a carcajadas—. Además eres un
vampiro.
—Un vampiro cazador —recalcó el chico, con la mirada sería.
—Me llamó Ethan —dijo extendiéndole la mano—. ¿Viste al
cazador?
—No lo vi —le respondió con sus ojos clavados en el otro,
sabía muy bien mentir cuando quería, y no lo demostraba con sus ojos, había
aprendido a diferenciar una mentira de una verdad con sólo mirar fijo a la otra
persona. Dejó al recién llegado con la mano estirada.
—¿Estás solo? —preguntó Ethan, con una sonrisa torcida al
retirar su saludo.
—Sí —contestó con indiferencia.
—Por algo he llegado aquí —dijo sonriendo a la vez que se
ponía de pie—. Te llevaré conmigo, si quieres.
—¿Qué gano con eso? —preguntó el pequeño vampiro, algo
confuso porque el tipo quería ayudarlo.
—Por lo que veo —dijo mirándolo fijo—, te han convertido
hace unos pocos días, así que supongo no sabes nada de tu nueva vida.
—Sé que son malos y matan personas. —La furia lo invadió al
recordar a sus primos.
—La ley de la supervivencia —respondió riendo—. ¿Cómo te
llamas?
—Bastian O’Ryan —contestó dudoso, aún no sabía si confiar en
él.
—¿Quiénes te convirtieron? —indagó esperando tener
respuestas claras, no le gustaba ser el último en enterarse de las cosas y, por
lo visto, ese chico no era cualquier cosa, se notaba con sólo mirarlo.
—Mis primos —respondió el chico sin temor alguno, Ethan
resopló, como si supiera quiénes eran los primos del enano aquel.
—¿Por qué tus instintos por la sangre no se perciben? —preguntó
seriamente, esperando no tener una respuesta absurda como la anterior.
—Porque soy un cazador —contestó sin titubear y con una
sonrisa en sus labios, una que hace mucho tiempo no se le veía.
—Cuando te convierten, tus hábitos de humano desaparecen
—añadió Ethan mirándolo de arriba a abajo, esperando encontrar algo que le
diera respuestas.
—No sé nada —dijo el chico frunciendo su ceño, ya estaba
cansado que todos le dijeran lo raro que era.
—¿Vas conmigo o no? —preguntó riendo frente a la actitud del
niño, aún le faltaba mucho para dar miedo.
—¿Me volveré fuerte? —Sus ojos brillaron, en lo único que
podía pensar era en su venganza.
—No te imaginas cuanto-.
—Vamos —dijo poniéndose de pie y empezando a caminar a la
delantera, aunque Ethan no tardó en pasarlo.
Caminaron en silencio bajo la luz lunar, el mayor avanzaba a
paso normal para humano adelante, y el chico lo seguía sin perderlo de vista,
con su ceño fruncido y desconfiado. De a poco, y sin que el vampiro pequeño se
diera cuenta, Ethan empezó a subir la velocidad, cada vez más rápido, hasta que
el chico se detuvo.
—¿Cómo fue que dejamos tan atrás la ciudad? —preguntó
asombrado al mirar el bosque a su alrededor.
—Ahora eres un vampiro —respondió—. Tu velocidad aumento,
¿no te diste cuenta cuán rápido ibas? Ya no caminas, prácticamente vuelas.
—Vaya. —Fue lo único que respondió, mientras esperaba a que
el mayor volviera a la marcha.
—Un poco más y llegamos —dijo al verle la cara de
indiferencia, mostrando que ser vampiro no tenía nada de interesante. Sonrió y
avanzó a toda velocidad.
Al principio le costó bastante seguir el paso del mayor,
pero de a poco se acostumbró, aunque lo perdía de vista, no significaba que su
aroma desapareciera. Y así fue como empezó a usar cada uno de sus sentidos,
cosa que le pareció bastante útil para convertirse en cazador. Hasta que Ethan
se detuvo frente a una casa de madera algo destartalada y con un olor
desagradable, entre sangre seca y madera podrida.
—Llegamos —dijo parándose frente a una puerta—. Desde hoy,
éste será tu hogar.
El chico mostró indiferencia a la vez que lo seguía dentro
del lugar, debería adaptarse a los olores, aunque no eran tan desagradables
como los del galpón donde vivía con sus primos. La música sonaba a volumen
moderado, las voces se apagaron cuando entraron. Bastian observó con atención
hacia todos lados, había varias personas, o por lo menos una vez lo fueron.
—¡Cuánto tiempo sin verlo! —exclamó uno sentado cerca de la
puerta—. ¿Quién es el mocoso?
—No soy un mocoso —respondió mirándolo con furia, no se
dejaría amedrentar—. Me llamo Bastian.
—Acaban de convertirlo —añadió Ethan con una sonrisa—. Me
haré cargo de su entrenamiento.
—Que suerte tienes, mocoso. —Volvió a hablar el otro, con
burla al referirse a él.
Bastian observó el lugar con más atención. Todos los que
allí vivían eran vampiros. Dormían en cualquier lado, siempre con una botella
de cerveza en la mano, pero cuando se concentró más en eso notó que eran
botellas con sangre. Vio al sujeto que lo invitó caminar hasta donde estaban
las botellas, no lo siguió y se quedó cerca de la puerta, no estaba
acostumbrado a tanta gente y mucho menos a las cosas que veía. Una chica se le
acercó.
—Eres sólo un niño —le dijo la castaña que tenía enfrente.
—Y orgulloso de serlo —contestó con grandeza.
—No lo molestes —la regañó Ethan al llegar junto a ellos—.
¿Quieres? —preguntó extendiéndole una botella al chico.
—No —le respondió cortante—. No bebo.
—Es sangre —sonrió el mayor, sin dejar de enseñarle la
botella.
—Menos quiero —dijo mirando el suelo, el olor se le estaba
metiendo por la nariz y cada vez le costaba más apaciguar las ansias por
beberla.
El vampiro le pasó la botella cerca de la nariz, el olor se
hizo más fuerte a la cercanía, y a pesar de luchar con todas sus fuerzas para
no caer a la tentación, no lo logró y tomó la botella, la llevó a sus labios y
no dejó ni la más mínima gota en su interior.
—Así está mejor —felicitó el mayor revolviéndole el
cabello—. Mucho mejor.
Los meses comenzaron a pasar lentamente, la edad de su
cuerpo se detuvo, pero no su crecimiento, su anatomía de adolescente flacucho
quedó atrás, para dar paso a una buena forma de atleta, creció unos
centímetros, sobrepasando a Ethan por una cabeza, siendo que cuando lo conoció
apenas le llegaba al hombro. Aun así, los demás vampiros seguían tratándolo
como a un niño, pero poco le importaba.
En muy poco tiempo aprendió a usar cada una de las características
que acompañaban la transformación, así como también entendió que la mayoría de
los dichos sobre los vampiros eran falsos. El sol apenas los lastimaba, las
cruces no le hacían nada por eso varias de las chicas solían usarlas como
aretes o colgantes, su respiración era normal y tibia, al igual que su tacto,
no estaban fríos como los muertos y eso le agradó bastante. Pero lo que más le
sorprendió, era que no convertían al morder, como siempre se veía en las
películas, sino que al juntar las sangres. Cuando se enteró de eso comprendió
el porqué sus primos habían hecho tal cosa con él.
Con el paso de los años se convirtió en lo que el cazador le
dijo, era temido y respetado por los vampiros a su alrededor, su nombre era
conocido por todos los de su raza, además de entre los demonios y otras
criaturas sobrenaturales. Su cabeza tenía precio en algunos sectores, y a él
poco y nada le importaba, nadie le hacía frente.
—¿Qué haces aquí? —preguntó un castaño apoyado en un árbol
fuera de la casa.
—Escuché rumores de que el gran Bastian vive aquí —dijo la
recién llegada caminando al lado del otro—. Vine a conocerlo.
—Tus ansías de poder se huelen desde lejos. —Rió el de ojos
grises.
—No soy como tú —respondió pasando su mano por el cuello del
tipo—. Yo no me quedaría en esta pocilga.
—Eso ya lo sé —contestó clavando sus ojos en los negros de
la chica—. Pero, lamento informarte que llegas tarde, Bastian se fue a
enfrentar su destino.
—¡Janice! —Se escuchó un grito de chica luego que la puerta
se abriera.
La mencionada no la tomó en cuenta, una sonrisa se le dibujó
en el rostro a la vez que fijaba su vista al frente, dio un salto y se perdió
en la oscuridad de la noche.
—Es hora que vaya por Bastian —dijo Ethan separándose del árbol
en el cual estaba apoyado, y en un pestañeó desapareció.
Bajo las estrellas, a campo abierto y apoyado en uno de los
tantos árboles que adornaban el paisaje. Se lograba ver la figura de un chico,
celebraba su cumpleaños número veintidós, mirando los astros que aquella noche
lucían toda su belleza. Llevaba poco más de veinte minutos cuando los sintió,
llegarían en poco tiempo, pero otra presencia perturbó sus pensamientos, venían
acompañados por un demonio poderoso. Sonrió para sí, ¿qué mejor regalo podía
pedir aquel día?
Tres figuras se hicieron presentes ante él, dos hombres y
una mujer, la presencia demoníaca se mantuvo alejada.
—Tanto tiempo, pequeño —habló la mujer de largos cabellos
castaños oscuros y rizados.
—El suficiente —dijo el chico.
—Veo que dejarte solo fue una buena idea. —Sonrió el mayor
clavando sus azules ojos en él.
—No te imaginas cuanto. —Rió—. Ahora se rodean de demonios
—dijo posando su mirada en el ser sentado sobre la rama de un árbol.
—No es por nosotros —respondió el menor, a la vez que la
suave brisa movía sus cabellos rubios y ondulados que no pasaban de la oreja—.
Es por ti.
—Siempre tan amables. —Se burló el chico—. Siempre haciendo
cosas por mí. —Examinó al demonio con detenimiento—. No eres uno cualquiera —le
dijo frunciendo el ceño.
—No, claro que no —respondió sonriendo y mirándolo fijamente—.
Soy el gran Belial, gobernante, amo y señor del Fuego Eterno.
—Desde hoy —habló el menor con su mirada dorada posada en el
chico—, le obedecerás.
—¿Quién lo dice? —preguntó fijando sus ojos en los de su primo,
a quien no se había dignado a mirar en todo el rato, mostrando superioridad.
—Nosotros —contestó la mujer de mirada violeta.
—Yo no le debo obediencia ni a ustedes ni a ése —dijo con
burla y una sonrisa torcida.
De un momento a otro todos los que allí se encontraban se
alertaron, una presencia se acercaba rápidamente, el demonio se bajó del árbol
de un salto. Los demás miraron en
dirección a lo que se acercaba.
—Yo me encargo de eso —aseguró el demonio mientras
desaparecía en busca de lo que venía.
—Pequeño Bastian —musitó el mayor mientras caminaba hacia él—.
Es hora que hablemos.
—Te escucho —le respondió, era mejor matarlos después de su
explicación, tenía ganas de burlarse un rato, era su turno después de todo lo
vivido.
—No sé bien qué fue lo que te contó mi padre antes de morir
—sonrió—, pero sé que te mencionó la profecía, ¿verdad? —Pasó su mano por los
cabellos dorados que le colgaban lisos por la cara, dejándolos tras su oreja.
—Sí, la mencionó —respondió cortante, ya estaba aburrido de
aquel tema—. Pero, no dijo más, ustedes no le dieron tiempo. —Sus ojos
reflejaron ira, aunque ya todo acabaría.
—Te contaré en qué consiste —dijo sentándose sobre una
roca—, lo esencial que necesitas saber. Eres el Príncipe de las Tinieblas,
obligado a proteger la salida de los demonios del infierno.
—Vaya, ahora pertenezco a la realeza. —Sonrió con burla.
—No te burles —gruñó el menor, el odio por su primo no había
cambiado.
—Una gran pelea se desatará dentro de unos años —continuó
hablando el mayor, ignorando al otro—. Tú deberás proteger la salida de los
demonios, y para eso te enfrentarás a un ángel, pero no uno cualquiera, por sus
venas correrá mitad de sangre humana. Lo reconocerás porque sus alas estarán
manchadas con negro.
—Demonios, ángeles, vampiros —siguió burlándose—. ¿Ahora qué
más?
—Sé qué te parece gracioso y que no nos crees —dijo
seriamente el otro—. Pero es tu destino, está escrito y no podrás cambiarlo.
—Claro que puedo —respondió molesto—. Si yo quiero, puedo
hacer lo que quiera.
—¡Así es! —gritó la mujer—. Eso es lo que queremos.
—El demonio que nos acompaña —habló pausadamente el mayor—,
quiere proponerte un camino fácil a tu problema.
—Creo que ya los escuché suficiente —suspiró y luego habló—.
Cuando recibí su invitación para volvernos a ver, sólo se me pasó una idea por
la cabeza: venganza. Y es lo único que me importa, no me interesan las
profecías ni mi destino, o por lo menos, no el que tienen ustedes planeado para
mí.
—Como si pudieras con nosotros —se burló el menor.
—Antes no podía —dijo volviendo sus ojos negros y sacando
sus colmillos—, pero ahora pedirán que por favor me detenga.
—No me hagas reír —contestó el menor con carcajadas.
Sus risas fueron apagadas, en menos de un segundo Bastian
había llegado a su lado, lo tomó del cuello y lo levantó todo lo que su brazo
izquierdo le permitió.
Se dejó caer frente de la vampiro deteniendo su apresurada
marcha, algo fastidiado, él tenía mucha paciencia, quizás demasiada, y los
estúpidos movimientos de la vampiro arruinarían sus planes. Ésta clavó sus
negros ojos en la figura que la detuvo.
—¡Belial! —exclamó la chica, sabía que no podría hacer nada
con él.
—Janice —le respondió el otro—. Aún no es tiempo, todavía no
debes llegar junto a él, están recién comenzado —sonrió.
—¿Crees que sean capaces de convencerlo? —preguntó con un
brillo singular en sus ojos, se notaba que buscaba algo.
—No lo harán —aseguró, sin dejar de mostrar su típica
sonrisa—. El chico sólo quiere venganza, escuchará lo que quiera y luego se
aburrirá, y es cuando yo, el gran Belial hará su entrada triunfal.
—Todo bien pensado —dijo la chica con media sonrisa.
—Y por si algo llegase a fallar. —La miró de arriba a
abajo—, estás tú.
—Ya sabes que puedes contar conmigo para lo que quieras. —Pasó
sus dedos por los labios del demonio.
—Lo sé —le dijo agarrándola por la cintura y pegando sus
labios a los de la chica—. Por algo te elegí como mi acompañante en el Cielo.
—Sonrió para continuar besándola.
Se quedaron un rato explorando la boca del otro, hasta que
el demonio la dejó y emprendió su marcha de vuelta con los vampiros. La chica
se quedó mirándolo hasta que su presencia desapareció. Sonreía, ella gobernaría
los Cielos y el Infierno, por eso no le importaba tener que mezclarse con aquel
demonio.
—¿Qué interés tienes en el chico? —Se escuchó una voz detrás
de los árboles.
—¿Desde cuándo estás allí? —preguntó la chica algo preocupada,
no había detectado la presencia, a pesar que justamente aquella la podía sentir
a kilómetros de distancia.
—Acabo de llegar. —Le sonrió al salir de las sombras—. Me
pareció raro verte quieta mirando el horizonte, tú no eres de esas.
—Trataba de buscar bien el rastro —mintió, algo que sabía
hacer muy bien.
—¿Cómo conoces el olor de un vampiro cuando nunca lo has
visto? —Clavó sus ojos grises en ella, a veces era bueno hacerse un poco el
inocente.
—Digamos que es un sexto sentido. —Sonrió, ella sabía muy
bien como engañarlo, años de práctica.
—Séptimo, querrás decir —dijo con burla.
—¿Qué quieres, Ethan? —consultó algo molesta, se sintió
ofendida por la aclaración.
—Ya te lo dije —contestó—. Saber qué quieres con el chico.
—Conocerlo —aseguró—, él es respetado por todos y los
cazadores no se atreven a tocarlo.
—Es verdad —dijo el de ojos grises—, eso quiere decir que
pretendes ser su hembra alpha. —Rió, y las carcajadas dejaron ver que eran de
burla—. Quieres su protección… ¿En qué líos andas metida esta vez, Janice?
—No pretendo ser su hembra alpha, simplemente lo seré. —Sonrió
con suficiencia para luego dar una vuelta alrededor del vampiro, observándolo
con atención e ignorando la pregunta—. Supongo que el chico es mucho mejor
vampiro que tú —añadió lamiéndose el labio y lo miró desafiante.
—Eso lo comprobarás cuando seas su hembra.
Ethan sonrió burlesco y giró para volver a adentrarse en el
bosque, unos minutos más tare desapareció en la espesura del bosque, o por lo
menos un humano normal no lo hubiera visto. Al poco rato sintió que lo seguían,
era lo que esperaba, alejaría a aquella chica lo más que pudiera de Bastian, él
sabía cuanto tiempo el chico había aguardado ese momento, y no dejaría que ella
lo arruinara.
Seguía con su primo colgando de su mano, cómo le gustaba
aquella sensación, al fin podía vengarse de todo lo que le había hecho alguna
vez y era realmente gratificante. Apretó un poco más sus dedos a la vez que
sonreía, ya no pararía hasta acabar con todo, y si eso significaba que subida
se apagaría, no le importaba, sólo quería venganza.
—¡Eres un maldito! —exclamó con dificultad y casi sin voz.
—No lo soy —le respondió con una sonrisa—. Prepárate para mi
venganza —susurró para que sólo ese vampiro lograra escuchar.
—¡Bastian! —gritó el mayor—. ¡Suéltalo!
—A ti te dejare del último —dijo mostrándole su dentadura.
—¡No lo harás! —chilló con furia la mujer mientras se
abalanzaba a la espalda de su primo.
Pero el chico fue más rápido, y antes que la de mirada
violeta se diera cuenta, el cuerpo de su hermano chocó contra ella, alejándose
sin querer de su agresor. De un salto se pusieron de pie, mostrando sus
colmillos y ojos negros. Se les notaba el enojo.
—No tendremos compasión de ti esta vez —gruñó el menor con
odio—. Ya no hay nada que nos impida hacerte daño.
—Yo tampoco de ustedes —le respondió clavando su mirada en
el ser que tenía al frente.
Bastian estaba serio, como nunca antes, sus primos seguían mostrándole
los colmillos con odio. De un momento a otro, y frente a la mirada asombrada de
la mujer, su hermano comenzó a elevarse del suelo sin que nada lo levantara.
Miró con atención a su primo.
—¡Seth! —gritó, sin dejar de mirar a Bastian, asombrada por
lo que pasaba—. ¡Si no haces algo, matará a Reid!
—A ti también. —Rió Bastian sin dejar de mirar a su primo—.
Sólo espera un momento, estoy disfrutando esto.
—¡No te dejaré! —Corrió, al ver que el mayor de sus hermanos
no hacía nada por ayudar al más pequeño, decidió que era hora de tomar cartas
en el asunto.
—¡Detente, Kate! —gritó Seth, pero ya era tarde.
Al momento en que la mujer comenzó a correr a su encuentro,
el chico levantó su mano y el cuerpo de ella se levantó más arriba que el de su
hermano, ambos sostenidos por una fuerza invisible que les apretaba el cuello.
Los dos tomaban de sus cuellos intentando zafarse mientras sus piernas y pies
se movían de un lado a otro en el aire.
—No se imaginan todas las veces que soñé con esto —dijo
mirando a los que colgaban—. No esperaban que mis poderes crecieran tanto,
¿verdad? —Miró al mayor que aún estaba estático.
—Suéltalos —le ordenó sin moverse del lugar, sus ojos
reflejaban miedo, rabia, curiosidad y asombro, todo eso lo notó Bastian.
—Está bien —respondió obedeciendo, los cuerpos de sus primos
cayeron golpeándose contra el suelo—. Siempre arruinas la diversión.
—¡Seth! —Kate habló con esfuerzo la mujer, intentando
ponerse de pie y tosiendo—. Haz algo.
—Él no puede moverse —intervino Bastian—. Estoy seguro que
si pudiera hacer algo, ya lo habría hecho. —Sonrió al ver la cara de espanto de
su prima—. ¿Verdad, primo? —Miró al mayor con burla.
—¿Qué has hecho? —preguntó Seth mirándolo fijo, a pesar de
seguir calmado, sus ojos continuaban demostrando miedo e ira.
—¿Yo? Nada —respondió frunciendo su ceño—. Fueron ustedes
los que me convirtieron en esto.
—¡Ya fue suficiente! —gritó el mayor dando un paso al
frente, se notaba que con esfuerzo. En el rostro de su hermana, ya de pie, se
reflejó una sonrisa. Mientras que su hermano menor, medio sentado y apoyado con
sus codos en el suelo, una mueca de desagrado apareció en su boca.
—Te soltaste. —Rió Bastian—. No esperaba menos de ti, el
gran Seth. Pero bueno, ¿quién será el primero?
—¡Te bajaré de esa nube tan alta en la que estás! —chilló
Kate lanzándose contra su primo.
—Inténtalo —le respondió mostrando sus colmillos—. Para que
veas que soy buen primo —se burló—, pelearemos en igualdad de poderes, o sea
que sólo usaré los de vampiros, por si tu pequeño cerebro no lo entendió.
—Lo que digas —murmuró su prima deteniendo su paso, apretó
los puños y lo miró con odio—. De todas formas, acabaré contigo.
—Te espero —dijo metiendo sus manos en los bolsillos del
pantalón, mostrando gran confianza en sí mismo.
La vampiro se lanzó contra del chico, con la seguridad de
ganarle, ya que él no usaría aquellos extraños poderes que no pertenecían a las
criaturas como ellos. Apretó sus puños con toda la rabia e ira acumulada por lo
que había pasado antes, y se lo estampó en la mejilla izquierda al chico,
provocándole que doblara la cara. Sonrió satisfecha a la vez que quitaba su
mano.
Pero eso no fue nada, el vampiro continuaba sonriendo
mientras volvía su rostro al lugar original, mirándola de frente, en pocos
segundos le dio un golpe a su prima en la cara, de la misma manera que ella lo
había hecho, para luego golpearla con la rodilla en el estómago. Kate se
retorcía del dolor apretándose las costillas de rodillas en el suelo, Bastian
tomó de su cabello, jalando su cabeza hacia atrás.
—Tu decidiste ser la primera —le dijo con una sonrisa—. Bien
sabías que la fuerza aumenta al convertirse en vampiro, yo ya no soy aquel niño
que ustedes golpeaban a su antojo. —Sus ojos negros se llenaron de rencor a la
vez que de una patada en la cabeza lanzaba a su prima inconsciente lejos del
lugar.
—¡Detente! —gritó Reid, corrió en dirección a su primo, para
defender el orgullo de su hermana.
—Ya voy por ti —respondió al mirarlo, levantó su mano y
detuvo el paso de éste—. Ten un poco de paciencia , aún no acabo con Kate.
Lo soltó y de un salto llegó frente a la mujer, ya sabía muy
bien como matar a un vampiro, y a pesar de todos los dichos de estacas, sólo
había dos formas de matarlos: cortándoles la cabeza o quebrándole el cuello,
básicamente la idea era romper las vertebras. Y para ese instante le interesaba
más la última.
—Nos vemos en el infierno —dijo tomando la cabeza de su
prima con ambas manos, la giró y la mujer dejó de respirar.
—¡Kate!
El grito Reid remeció las hojas de los árboles y una suave
brisa meneó el cabello de Bastian que miraba a su prima en el suelo. Corrió al
lugar donde su hermana había caído, sólo le bastaron unos segundos para tener
el cuerpo sin vida de ella en sus brazos, algunas lágrimas rodaron por sus
oscuros ojos. La furia lo invadió, miró a Bastian sonriente frente a él y lo
atacó, sin siquiera pensarlo, vengaría a su hermana, así diera su vida en ello.
El chico esquivaba cada uno de los golpes provenientes de su
primo, a pesar de estar furioso, él sabía que eso no le llevaría más que a su
propia tumba. Luego de unos minutos de estar jugando, decidió que era tiempo de
acabar con aquello.
—Debiste variar tus técnicas —le dijo dándole un golpe con
ambos puños en la nuca, provocando que su cuerpo chocara de cabeza contra el
suelo—. Esos golpes ya me los enseñaste durante años, me los sé de memoria y ya
no hacen daño, hace mucho que dejaron de hacerlo.
—Te crees mucho para ser un don nadie. —Rió su primo
parándose con esfuerzo.
—Este don nadie —se burló—, te mandará al infierno con tu
hermana.
Su primo le lanzó un golpe con el puño cerrado a la cara, a
lo que el chico respondió agarrándolo para detenerlo con su mano.
—Yo sí me preparé para esto —le susurró apretando la mano de
su contrincante—. Día tras día, noche tras noche soñando con este momento. —Golpeó
con su rodilla el pecho de su primo, dejándolo sin poder respirar—. Y he aquí
el resultado. —Tomó la cabeza del chico con ambas manos y la giró en 180º, al
igual que lo había hecho con la chica.
La presencia demoníaca se hizo presente al momento que el
cuerpo de Reid caía sin vida un poco más lejos que el de su hermana. Bastian ni
se inmutó, su corazón se había endurecido al igual que su cuerpo.
—Creo que el chico no te servirá —habló Seth, quien se había
mantenido callado y distante, pero ahora se notaba su molestia al ver a sus
hermanos.
—¿Por qué? —preguntó con curiosidad burlona el demonio sobre
el árbol.
—Porque acabaré con él —dijo seguro mostrando en una sonrisa
sus colmillos.
—No estés tan seguro, primo —respondió Bastian con su mirada
desafiante clavada en el vampiro.
Bien sabía que sus primos, los cuales yacían en la húmeda
tierra, no se comparaban con el mayor. Aquel vampiro arrastraba fama con su
nombre, y él conocía cada uno de los gestos que hacían los seres al escuchar
mencionarlo. Cuando se sintió preparado para enfrentarlos, buscó por varias
ciudades, pueblos y localidades a quienes habían arruinado su vida, pero
siempre que nombraba a Seth, cada criatura se silenciaba, haciendo un gesto de
temor.
Debía pensar bien antes de hacer cualquier cosa, el mayor de
sus primos no sería un enemigo fácil de derrotar, y menos ahora, que sus
hermanos estaban muertos. Probablemente aquel vampiro era el único, sin
contarlo a él, que tenía poderes aparte de los normales de su especie.
El demonio se limitó a observar lo que pasaba, no hizo
comentario alguno, sólo esperaba atento el final de la disputa, podía
imaginarse los resultados que se obtendrían, aun así, tenía que esperar para
hablar. Se acomodó bien sobre la rama del árbol, esperando ver un combate digno
de admirar.
Ambas criaturas se observaron, uno frente al otro, con más
de tres metros de distancia entre sus cuerpos, los dos mostrando sus colmillos.
La brisa los acompañó meciendo con suavidad los cabellos. Cualquier movimiento
en falso sería la oportunidad del otro, y cada uno esperaba atento lo que su
contrincante haría. El tiempo pasaba y seguían en la misma posición.
Un hoja otoñal dorada flotó con la brisa hasta caer en el
centro de ambos, fue la señal que esperaban para comenzar el ataque. Levantó su
mano y el cuerpo de su rival se elevó más de dos metros a los cielos, movió su
brazo con brusquedad, lanzando al vampiro contra un gran tronco de árbol.
—Sorprendido —dijo Seth observando al chico ponerse de pie.
—Para nada —respondió—. Ya conocía esa parte de ti. —Sonrió,
sacudiéndose un poco la tierra en su ropa—. Mi turno.
Con su mano señaló la dirección que el cuerpo de su primo
debía obedecer, lo alzó por más de tres metros y allí lo mantuvo. Lo miró y todo
lo que ocurrió en el pasado pasó frente a sus ojos.
—¡Esto es por mi tía! —gritó con furia mientras lanzaba a su
primo contra el árbol en el que se encontraba el demonio.
Belial se desvaneció para aparecer sentado en otro árbol,
sonreía, aquel espectáculo le estaba causando bastante gracia, disfrutaba el
momento. De hace bastante tiempo que no veía una pelea así, quizás desde
aquellos tiempos en los que se divertía diciéndoles a los adoradores de la fe
que debían meter a la hoguera a tal y
tal persona. Rió, qué tiempos aquellos, cuántas almas se llevó al Infierno.
El vampiro golpeó con fuerza la planta arbórea, remeciéndolo
de la raíz a la copa, unas cuantas ramas delgadas cayeron y las hojas lo
abandonaron casi por completo. El cuerpo de Seth cayó al suelo, con sus ropas
rasguñadas y algunos cortes, por los que se le veía sangre, en la cara.
—¿Quién matará a quién? —Se burló el demonio con una
carcajada, no pudo evitarlo.
El mayor se puso de pie, algo adolorido miraba a su primo
que se encontraba serio, nunca imaginó que se volvería tan fuerte, y mucho
menos que lograra controlar poderes que a su raza no le pertenecían, pero no se
dejaría vencer, no permitiría que aquel lo humillara más, ya había acabado con
sus dos hermanos, no lo haría con él.
—¿No me responderán? —preguntó nuevamente el demonio con
aire burlón.
—¡Calla! —gritó Seth, quien avanzaba en dirección a su primo
que lo esperaba con las manos en los bolsillos de su chaqueta.
—Cuidado a quien le levantas la voz —dijo Belial con una
sonrisa—. Recuerda quien soy. —Su mirada se posó en el vampiro, sus ojos
demostraban el gran poder que poseía.
—Lo siento —le respondió mirándolo, un escalofrió le
recorrió la espalda—. No se volverá a repetir.
—El gran Seth le debe respeto a un demonio. —Se carcajeó Bastian
observando lo que pasaba—. Cuan bajo has caído —continuó burlándose—. No es
necesario que lo digas —dijo moviendo su cabeza en señal de negación—, ya sé
que fue por mí —sonrió.
El rostro del vampiro reflejó odio hacia el chico, a una
gran velocidad se abalanzó contra él, agarrándolo por el cuello de la chaqueta
y empujándolo hasta golpear la espalda contra un árbol. Bastian chocó su cabeza
contra el tronco, aun así, no sufrió mayores heridas.
—Esto va por Kate —se burló el mayor golpeando al chico en
el estómago con su rodilla—. Esto por Reid —agregó con furia golpeándolo esta
vez en el pecho.
El chico cayó de rodillas al suelo, tosía y apretaba sus
costillas con ambos brazos, a pesar de ser muy fuerte, no cualquiera era capaz
de resistir tales golpes, y mucho menos si vienen de un vampiro, que poseen
fuerza indescriptible, al igual que el dolor que sentía en su cuerpo.
—Se ha borrado tu sonrisa —sonrió Seth mirando al chico
retorcido en el suelo por los golpes.
—Tal vez —respondió con esfuerzo—. Pero no creas que con eso
me ganarás. —Se levantó tratando de no mostrar dolor—. Aún faltan golpes que
vengar.
El dolor era mental, lo había aprendido hace un tiempo, si
no lograba dominarlo, jamás podría llevar a cabo su venganza, así que con mucho
esfuerzo logró controlarlo cuando quería o debía.
No le dio tiempo ni de defenderse, el chico fugazmente lo
había aprisionado contra un tronco mientras le propinaba una gran cantidad de
golpes en toda la parte delantera. El mayor no podía ni moverse, los puños avanzaban
sin descanso, no se detuvieron hasta que le sangró la boca. El chico dio unos
pasos hacia atrás.
No imaginaba que le costaría tanto trabajo derrotarlo, al
fin y al cabo era sólo el pequeño Bastian, a quien ellos habían convertido. Cayó
de rodillas al suelo, tosió y la sangre salió por la boca cubriendo la tierra.
—Eso fue por mi tío —dijo el chico parándose frente a él.
—¿Y el último golpe será por ti? —Se burló Seth.
—Claro que no —sonrió el chico—, con mi golpe morirás.
El vampiro abrió sus ojos sorprendido, el chico aún no
pensaba acabarlo. La confianza del pequeño vampiro sería su fin, con eso tenía
una posibilidad de derrotarlo. Aunque no podría matarlo, para su desgracia, si
eso llegase a pasar, Belial se encargaría de llevarlo al Infierno y no sería
agradable.
—No juegues conmigo, chico —le sonrió—. Bien sabes que
mientras más tiempo me des, las probabilidades de matarte aumentan.
—Las probabilidades son sólo eso —se burló—, sucesos que
cambian dependiendo la situación. De todas formas —susurró—, no tengo ganas de
jugar mucho más contigo. Pero faltan unos golpes fundamentales, los que tienen
como venganza a todas y cada una de las personas que me hiciste engañar para
que se las sirvieran de comida.
Elevó a su primo con el poder de su mente, lo lanzó contra
un árbol, luego contra otro, y otro. Así hasta que más de treinta troncos
fueron remecidos con aquel cuerpo, de un salto llegó junto al malherido vampiro, sus ropas ya no aguantarían más,
sus labios estaban rotos al igual que sus cejas, uno de sus ojos no lo podía
abrir y el otro apenas mostraba la negrura del ser de las tinieblas, su cabello
de a poco se teñía rojo.
—Ahora sí —dijo encuclillándose y tomando el cuello de su
primo—. El golpe final. —Apretó con sus manos y giró la cabeza de su adversario,
su venganza había terminado—. Ahora ya puedo morir en paz.
Se puso de pie, sus ojos color miel volvieron a la
normalidad y sus colmillos se guardaron en sus encías. Giró su cabeza para
mirar a quien se acercaba, frunció su ceño, odiaba a los demonios.
—Bravo, bravo —dijo el demonio aplaudiendo—. La verdad es
que siempre aposté por ti —le guiñó un ojo.
—Como digas —respondió el chico sin darle la mayor
importancia. Acomodó su chaqueta, sacudió su ropa, frotó sus manos y se dispuso
a marcharse del lugar, ya nada tenía que hacer allí.
—Espera un momento —lo detuvo el demonio—. Necesito hablar
contigo.
—Seth ya me dijo algo —musitó el chico—, y la respuesta es
no, no me interesa tener tratos con demonios.
—No has escuchado mi proposición —sonrió Belial—. Él sólo te
contó la parte que le dije a ellos, pero eso no es todo.
—Está bien, te escucharé —dijo con fastidio, soplando un
mechón de cabello que le colgaba por los ojos—. Pero que sea rápido.
—Quiero que te unas a mí. —Lo miró seriamente, el chico no
mostró sentimiento alguno—. No como un simple peón, o algo por el estilo,
quiero que seas mi brazo derecho.
—No me interesa —contestó cortante y sin darle importancia
al asunto—. Si sólo era eso, me voy.
—Aún no has escuchado nada. —El demonio comenzaba a fastidiarse,
la paciencia se le iba por causa de no perder el control—. La profecía dice que
el Príncipe de las Tinieblas, o sea tú, el único engendrado naturalmente por
vampiros y nacido como humano, será el que defienda la puerta del Infierno en
contra de los demonios que queremos volver al Cielo.
—Sí, eso lo dijo Seth —suspiró cansado.
—Para eso tendrás que enfrentarte a un medio ángel… —Alcanzó
a decir antes de ser interrumpido.
—Me estás diciendo lo mismo que mi primo —dijo frunciendo el
ceño—. Si no vas a decir algo nuevo, mejor me voy, tengo cosas más importantes
que hacer.
—Un momento. —Su molestia se hizo notar en el tono de voz—.
La medio ángel no tendrá compasión de ti cuando llegue el momento de la batalla.
La conozco muy bien, ella no mira a quien, sólo mata. —Sonrió pensando en
aquella pelea—. Será mejor que te unas a mí, si quieres vivir.
—No lo haré —respondió serio el chico—. No me interesan las
peleas entre ángeles y demonios, con la puerta puedes hacer lo que sea, no la
defenderé, pueden largarse a donde quieran.
—Si las cosas fueran así de fáciles —dijo volviendo sus ojos
rojos, se acercó al chico y le susurró al oído—. Ellos se encargarán de ponerte en el lugar de la batalla. Si te
unes a mí, no podrán hacer nada, pero si no lo haces, estarás a su merced.
—¿Ellos? —preguntó
curioso clavando sus ojos en el demonio, y recordando al cazador cuando se los
nombró.
—No puedo darte detalles. —Frunció el ceño—. No me lo tienen
permitido. En este caso sólo soy un simple peón.
—¿Cómo sabré cuándo sea el día de la batalla? —indagó
intentando saciar una curiosidad que apareció de pronto.
—Yo vendré por ti —respondió sonriendo, ya tenía al vampiro
de su lado.
—¿Cómo reconoceré a mi rival? —Continuó peguntando—. Aparte
de las alas negras, que mencionó Seth.
—No podrás tocarla. —Volvió a fruncir su ceño, aquel chico
no actuaba como él pensaba, y no podía escudriñar en su mente—. No sé el
porqué, muchas cosas se perdieron y recopilar todo aquello tomaría siglos.
—Lo pensaré —dijo el chico dando un salto, marchándose del
lugar.
Una fuerza lo detuvo, empujándolo hacia atrás, logrando que
se golpeara contra la roca en que antes había estado apoyado su primo. Los
huesos en su espalda tronaron, aguantó un grito de dolor.
—No seas insolente —habló el demonio con ira, fijando su
mirada en el chico que se había deslizado al suelo—. Puedo matarte con un solo
golpe, mejor no me desafíes.
—Mátame —retó volviendo sus ojos negros y sacando sus
colmillos—. Es mejor para ti que muera, así no tendrás problemas con la dichosa
puerta, ¿o no?
—Es lo que tenía pensado si rechazabas mi plan —murmuró
levantando al chico con su mente—. Me sorprendió bastante que controlaras a tus
primos como lo hace un demonio —habló mirando a Bastian colgar—. Pero luego
recordé que tú fuiste el culpable por la muerte de varios hermanos míos, ¿cuál
sangre prefieres, de humano o demonio? —Frunció su ceño lanzando al chico
contra unos árboles.
—De vaca —contestó con burla mientras se ponía de pie con
algo de dificultad, aquel golpe se comparaba con el que le había propinado a
Seth.
—Aquel poder no se compara con el que yo te puedo dar
—continuó intentando convertir al chico en su discípulo.
—Con el que tengo es suficiente —le respondió sacudiendo su
ropa.
Se abalanzó contra el demonio, no sabía si podía ganarle,
pero de pronto decidió que no se dejaría matar con tanta facilidad. El ser de
ojos rojos lo miraba con una sonrisa, cuando estuvo lo suficientemente cerca,
salió disparado hacia atrás volviendo a chocar contra la roca, golpeó su cabeza
con fuerza.
—No podrás conmigo, niño. —Continuó sonriendo el demonio
mientras caminaba acercándose al chico—. Me gustó bastante el golpe que le
diste a Seth, me harías feliz si me dejas probarlo en ti.
Lo elevó lentamente del cuello, sin tocarlo, sólo con su
mente. El chico intentaba resistirse, pero aquel ser sobrepasaba su fuerza. En
cosa de segundos su cuerpo comenzó a golpear cada uno de los árboles, que
anteriormente su primo remeció.
Sentía que caería inconsciente en cualquier momento, después
del vigésimo árbol perdió la cuenta de los que había golpeado, y al parecer el
demonio no tenía pensado soltarlo, se notaba por las carcajadas que lograba
escuchar. Cuando pensó que sería su fin, su cuerpo cayó al suelo con
brusquedad.
La sangre le corría por la frente, sus labios hinchados
estaban rotos, de su chaqueta de cuero quedaban sólo unos pedazos que mostraban
lo que era, la mayor parte de su espalda estaba al descubierto dejando a la
vista los moretones y rasguños. No podía ponerse de pie, sus párpados estaban
cerrados. Recordó los ojos verdes de la niña que hace tanto tiempo conoció y
espero que las pisadas que se oían acercarse llegaran junto a él para acabar
con todo de una vez.
—Última oportunidad —dijo el demonio agarrando el cabello
del chico—. ¿Te unes a mí o mueres?
—Muero —respondió con dificultad.
—Como gustes —habló molesto, lo levantó jalándolo del
cabello. Pero su vista se perdió en la profundidad del bosque.
El chico observó en la misma dirección del demonio, tres
grandes presencias se aproximaban con lentitud, abrió sus ojos lo más que le
permitieron por el estado en que se encontraba, nunca había sentido tales
esencias. Su cuerpo cayó dándose un duro golpe con la tierra.
—Será para otra —dijo el demonio antes de desaparecer,
segundos después lo hicieron las otras presencias.
Un vampiro de grises ojos detuvo su paso de pronto, clavando
su mirada en dirección oeste a la que se encontraba. La chica que lo seguía
hizo lo mismo, fue cuando se dio cuenta que todo el tiempo la habían estado
guiando en sentido contrario, dio un grito de furia y volvió tras sus pasos.
—¿En qué andas metido, niño? —preguntó el vampiro al aire.
La vampiro apuró el paso, la presencia de un sólo ser podía
distinguir pasos más adelante, sabía a la perfección que no se trataba de Belial,
sonrió, debía ser quien buscaba, y por el olor a sangre era hora de cumplir con
su parte. A los pocos minutos llegó frente al cuerpo del chico, lo tomó en sus
brazos y movió el cabello de su cara.
—Tranquilo —le susurró—. Yo te cuidaré.
—¿Quién eres? —preguntó con desconfianza.
—Janice —respondió sonriéndole de una manera dulce—. Te
sacaré de aquí, no es bueno estar rodeado de tantos cuerpos.
El chico cerró sus ojos y quedó inconsciente, la vampiro lo
tomó apoyándolo en su hombro y se alejó del lugar lo más rápido que pudo.
—¡Eran los mismo! —exclamó efusivo saliendo de sus
pensamientos.
—¿Eran quiénes? —preguntó extrañada una chica de ojos
verdes, sin quitar la vista del camino.
—Nada importante —respondió el chico mirándola—. Dobla en la
otra esquina y llegaremos al hotel. Ni lo intentes —dijo volviendo su mirada al
frente—, no podrás.
—¿Qué cosa? —consultó con inocencia haciéndose la
desentendida.
—No podrás leer mi mente. —Sonrió—. Y puedo sentir cuando lo
intentas.
—Vampiro súper poderoso. —Se burló mientras estacionaba su
ángel en donde señalizaba aquel hotel.
—Saca tus cosas —ordenó al bajarse del auto—. Voy a pedir
una habitación.
—Tú no me das ordenes —manifestó su enojo en su tono de voz.
—No lo hago —se burló el chico—. Sólo lo sugiero. —Terminó
de hablar mientras se perdía en dirección a la gerencia.
La chica sacó sus cosas a regañadientes mientras maldecía
por lo bajo una y otra vez el nombre de Bastian, aunque en el fondo le gustaba
aquella situación. Terminó de descargar todo lo necesario para dormir y su
limpieza cuando sintió que el chico se aproximaba.
—¿Cuál habitación? —preguntó molesta.
—206 —respondió mostrándole la llave—. Segundo piso.
Hayley miró en todas direcciones, no vio a nadie, fijó su
vista en la terraza del segundo piso y saltó, quedando frente a la habitación
nombrada por el chico. Sabía que no debía hacerlo, pero qué más daba una sola
vez, no se sentían almas alrededor.
—No deberías hacer eso —la regañó—. Alguien podría verte.
—No había nadie —respondió esperando junto a la puerta—.
Además, si alguien llegase a ver algo, es a ti a quien cazarían, tus
dientecitos te delatan, yo no tengo nada. Fuera de eso, también saltaste.
—No me entregarías. —Sonrió mientras abría la puerta.
—No estés tan seguro —dijo entrando a la habitación y
encendiendo la luz, el chico se quedó mirándola extrañado parado en la puerta,
no esperaba esa respuesta—. ¡Cama matrimonial! —gritó al ver donde dormiría.
—¿Qué esperabas? —Se burló—. ¿Qué me quedaría tranquilo
después de ese beso?
—Me voy por otra habitación —respondió sonrojada recogiendo
sus cosas y caminando a la salida.
—Calma, calma. —Rió casi a carcajadas—. Yo dormiré en tu
auto.
—Como si te lo fuera a prestar. —Sonrió de forma burlona
mirándolo a los ojos.
—No te lo estoy pidiendo. —Se acercó al rostro de ella,
hasta que sus narices casi se rozaban—. Gracias —susurró alejándose un poco y
mostrándole las llaves del auto a la chica.
—Devuélveme eso. —Frunció su ceño, el chico la desesperaba.
—Buenas noches —dijo dándole un pequeño beso en los labios,
dejando a la chica estática frente a él—. Sueña conmigo. —Le guiñó un ojo antes
de desaparecer tras la puerta.
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