Las calles se veían tranquilas al lento caminar del señor
que avanzaba hacia el lugar en donde había dejado a su pequeña. Debía estar
durmiendo aún, ya que llevaban viajando alrededor de unas veinticinco horas y a
su hija no le agradaba mucho dormir en el auto, a pesar de tener más de veinte
años. Sonrió al recordar que seguía pensando en ella como su pequeña, ya que a
simple vista se notaba que había crecido bastante.
Entró por la puerta
marrón de aquel hotel, dejó las bolsas sobre una pequeña mesa y se acercó a la
cama donde debía estar su hija. Se sorprendió cuando no la vio y, por unos
momentos, se asustó.
—Te has tardado —dijo la chica saliendo del baño,
secándose el cabello con una toalla, acababa de darse una ducha.
—Disfrutaba del paisaje —respondió su padre regalándole
una sonrisa, como siempre solía hacerlo, al fin y el cabo ella era lo único que
tenía y era su sol—. ¿Acaso no puede, un hombre viejo como yo, observar lo que
le rodea?
—Otra vez con lo de la vejez —reprochó, dejando la toalla
sobre la cama al sentarse en la orilla para abrocharse los bototos. Lo miró y
rodó lo ojos, luego continuó con lo que hacía.
—Traje comida china —añadió, sin prestar atención al
reproche, a la vez que se acercaba a la mesa a recoger las bolsas que traía.
—Hace tiempo que no comprabas. —Una vez que terminó, y
olvidando todo porque su tripa le rugía, se acercó a su padre por atrás y lo
abrazó fuerte.
—Así es —contestó al momento de voltear y besarle la
frente. Luego caminó hasta donde habían unos cubiertos y acomodó todo para
comer, invitando a su pequeña a compartir mesa.
Ella se sentó junto
a él y tomó uno de los platos, observaba a su padre mientras comía, estaba
extraño, y por más que intentaba no lograba sacarle información. Sabía que algo
preocupaba a aquel señor y no debía ser bueno. Las preocupaciones de él nunca
eran buenas…
Comieron en
silencio, su padre acabó unos minutos antes que ella, recogió los platos y los
tiró al basurero, acostumbrado a hacerlo desde que decidió aquella vida, cuando
se le cruzó la madre de su pequeña. Pero había algo que nunca dejaría de
lamentar: que su hija corriera con la misma suerte que él… o peor…
—Ahora —dijo con decisión al aparecer junto a su padre—,
¿me dirás qué tienes?
—No me pasa nada —le respondió con una sonrisa al
terminar de botar el último de los platos.
—No me engañas —reclamó su hija frunciendo el ceño y
cruzándose de brazos, mirándolo fijamente—. Te conozco demasiado bien.
—¿Me estás leyendo la mente? —Volteó y la miró
acusadoramente. Luego caminó a sentarse al borde de la cama.
—¡Papá! —gritó enojada, tanto que comenzó a ponérsele la
cara roja. Bajó sus brazos y apretó sus puños—. Sabes muy bien que jamás lo
haría contigo.
—No te enfades —sonrió con dulzura, pero ella ignoró
aquello.
—Bien —dijo aún con molestia mientras se acostaba en la
cama junto a la que estaba su padre, dejando ver su enojo por cada poro de su
ser.
Su padre la miró y sonrió aún más, ella le daba la
espalda acostada en la cama. Sabía muy bien que si le decía algo sobre sus
poderes, ella se enojaría y olvidaría el tema por un rato, por algo la conocía
tan bien como la palma de su mano, o por lo menos creía conocerla así. Además
le gustaba hacerla enojar, así le ayudaba con la personalidad, aunque ya estaba
bastante crecida como para tenerla bien formada. Pero para él siempre sería su
pequeña niña.
Encendió la
televisión, con volumen bajo, no quería molestar a la joven. Puso una película
de terror y sonrió más, esas cosas para él no eran más que ver una comedia.
Graciosas, sí, era la única palabra que
se le venía a la cabeza cuando las veía, ni se parecían a la realidad, él lo
sabía muy bien, quizás demasiado. Suspiró y continuó con su vista fija en la
pantalla que mostraba a un cazador luchando por su vida contra un vampiro.
Unos minutos más
tarde, su pequeña se había dormido, o eso creía él. Observó su reloj de
pulsera, marcaban las 15:22 horas. Se levantó con mucho cuidado de su cama y
salió casi en puntillas de la habitación. Dejó la televisión encendida para que
su hija, si es que llegaba a abrir un ojo, pensara que seguía mirando la
pantalla.
Sacó las llaves de
su bolsillo y entró en su grande y costoso auto. Su hija le había puesto un
nombre «ángel», a él no le agradaba mucho, le traía malos recuerdos, pero ¿cómo
negarse a los caprichos de su pequeña? No le quedaba más que acostumbrarse.
Suspiró y echó a andar el motor.
Salió del hotel y
emprendió su viaje a un lugar retirado de la ciudad. Aceleró, ya iba un poco
tarde, y es mejor no hacer esperar a la víctima, mientras más rápido, más
pronto volvería con su hija. Además no podía negar que desde hacía tiempo que
tenía ganas de ensartarle una bala entre ceja y ceja a aquel ser.
Llegó a una vieja
fábrica de metales abandonada, estacionó su auto en cualquier lado y se bajó.
Se atrevió a adentrarse un poco, la puerta chirrió al momento en que la abrió,
todo estaba oscuro y los pocos rayos del sol que se filtraban no ayudaban
mucho. Aun así no tenía miedo, hacía mucho tiempo que ese sentimiento había
desaparecido casi por completo de su vida, si no fuera por su pequeña, no
existiría esa palabra en su vocabulario. Pero ella era su razón de vivir y, a
la vez, el más grande miedo que pudiera haber en su corazón, el simple hecho de
pensar que pudiera pasarle algo lo lastimaba enormemente. Por eso prefería
mantenerla alejada y protegida, además del hecho que ella ni siquiera tuvo la
oportunidad de elegir, sino que él simplemente la arrastró a su destino, cruel
destino.
Dio unos pasos más
adelante, siempre atento, hasta que escuchó una risa tras él. Detuvo su lento
avanzar y volteó. Preparado y listo para atacar si fuese necesario.
—No eres tan puntual como pensé —dijo un individuo,
sentado sobre unas máquinas podridas por la falta de uso, un rayo de sol le
llegaba justo al rostro, mostrando cada una de las facciones de la cara.
—¿Para qué me llamaste? —preguntó mirándolo a los ojos,
lo hacía porque creía que de esa manera lograba intimidar más.
—Para hablar de tu hija —respondió el extraño con una
media sonrisa en la cara—. ¿Para qué más? —Se levantó
del asiento y avanzó con lentitud hacia el recién llegado, sin borrar ni un
segundo la sonrisa del rostro.
—No te atrevas a acercarte a ella, Belial —amenazó
sacando un arma, Belial miró aquello y su sonrisa se ensanchó aún más.
—Vaya, vaya. —Volvió a reír, pero esta vez soltando una
carcajada—. Veo que te habló de mí.
—Más de lo que imaginas —contestó apuntándolo con el
revólver, la mira estaba entre ceja y ceja de Belial.
—Si me matas —dijo levantando los brazos en forma de tregua—,
no podrás salvar a tu hija. Y estoy seguro que es lo que más quieres en el
mundo.
—¡Maldito demonio! —gritó el cazador, enfureciendo.
—Demonio, sí —rió el otro a la vez que bajaba las manos—.
Maldito… tal vez.
—Habla, te escucho —rezongó de mala gana al dejar el arma
donde antes, eso sí, con la mano bastante cerca porque un demonio nunca es
confiable, y menos uno como Belial.
—Así está mejor —sonrió, de nuevo, al acercarse más—.
¿Supongo que su madre te habló de la profecía, ya que te contó sobre mí, también
te dijo el resto de la historia?
—¿Profecía? —preguntó extrañado al alzar la ceja, si bien
la madre de su pequeña le había dicho varias cosas, nunca le habló de alguna
profecía.
—Repasaremos un poco de historia —respondió sentándose
sobre otra máquina al lado del cazador, cosa de poder mirarlo desde la altura—.
Está escrito que un ángel desobedecería las reglas de Dios y bajaría a la
Tierra en forma de humano, para experimentar ciertos sentimientos…
—La historia de los ángeles caídos —interrumpió con
sarcasmo, mostrando una mueca torcida en sus labios—. Ya la conozco, y no sé de
qué me sirve.
—¡De mucho! —exclamó, más con risa que otra cosa, cómo le
gustaba burlarse—. Aquel ángel no sería uno más de los caídos, simplemente
desobedecería, y al volver a su lugar, los castigos más grandes del cielo
caerían sobre él.
—¿Estás diciendo que ella
era aquel ángel? —La voz confusa del cazador fue como un manjar delicioso para
los oídos del demonio.
—No eres tan idiota como pensaba —rió, meneando las
piernas, que le quedaban colgado, como si fuera un niño pequeño de lo más
entretenido molestando a uno más grande.
—Con un tiro te vas directo al infierno. —Sacó el arma
rápidamente y apuntó directo a la cabeza.
—Y con ese tiro se van las posibilidades de salvar a tu
hija —contraatacó sin la mínima preocupación por el arma, es más, hasta se dio
el lujo de encogerse de hombros y bostezar.
—Continúa hablando —refunfuñó al volver a dejar su arma
donde antes, el demonio rió con fuerza, aunque sólo en su interior, no quería
asustar al cazador.
—Así como dices —habló el ser—, ese ángel era ella, la conocía muy bien, bajó mucho
antes de lo que imaginas, ni siquiera habías nacido. Recorrimos este mundo
juntos…
—Al grano —interrumpió, le molestaba aquello, él había
amado a aquella mujer, aún después de que se enteró de la verdad y a pesar que
sentía que debía odiarla más que a cualquier otro, pero no podía, simplemente
el amor era más fuerte.
—Por un momento olvidé lo tuyo con ella —añadió con sarcasmo, provocando molestia en el cazador—. Como
desees —continuó hablando—, ya te imaginarás las muchas cosas que hicimos
juntos —rió al decir eso—, pero, todo lo que empieza, debe tener un fin, y el
de nosotros fue cuando te conoció a ti y, con eso, comenzó la profecía. El
ángel enamoró al humano y su envase, podría decirse ya que el cuerpo que usaba
no le pertenecía, lo sabes ¿verdad? ¿Lo entiendes? —consultó al
mirarlo fijamente, como si el cazador fuera un estúpido. Éste sólo rodó los
ojos y lo ignoró—. Bien… en su envase quedaría el fruto de lo prohibido.
—El amor entre ángeles y humanos —suspiró con
resignación.
—¿Amor? —preguntó con un claro tono de burla en su voz.
Dio un salto y se paró frente al cazador, aburrido de mirarlo desde las
alturas—. Te puedo asegurar que de todos los sentimientos que ella probó en la Tierra, ninguno fue
amor.
—¡No tengo por qué aguantar esto! —Se enfureció y tomó al
demonio por el cuello de la ropa, alzándolo unos centímetros del suelo. No
podía hacer mucho más, al fin y al cabo el envase que Belial estaba usando era
más alto que el del cazador, más robusto y más pesado.
—Vamos, no te alteres, así no conseguirás nada —contestó
sin darle importancia a los hechos, es más, hasta seguía sonriendo.
—¡Tú qué sabes del amor, demonio! —gritó mientras lo bajaba
y soltaba con fuerza, el demonio perdió el equilibrio por unos instantes y
luego volvió a la misma postura recta de antes—, si no eres más que un
despreciable ser de las tinieblas.
—Esos son los vampiros —rió al acomodarse la ropa y
sacudirse un poco de polvo del pantalón—. Deberían limpiar un poco estas
máquinas, odio la suciedad. ¿Tú qué opinas? —El cazador
lo miraba fijamente, con el ceño fruncido—. Y yo pertenezco al fuego eterno
—añadió al mirarlo, y el hombre notó la seriedad de las palabras cuando se fijó
en los ojos del demonio, unos que dejaban ver que con él no se jugaba.
—Aún no entiendo qué tiene que ver mi hija en todo esto
—habló con molestia apretando los puños, algo en su interior le decía que aquel
ser sólo jugaba y se divertía a su costa.
—Ya llegaré a esa parte, un poco de paciencia, ¿acaso no
te gusta el misterio? —El cazador arrugó más la frente, el demonio sonrió—.
Según las escrituras, él ángel que engendrara; ya sabes, sólo uno podrá ya que
los ángeles no tienen sexo. Traería consigo a la criatura capaz de dominar el
infierno y los cielos, y ésa, querido amigo, es tu pequeña.
—¿Ella lo
sabía? —preguntó el cazador con voz casi imperceptible, no podía creer lo que
escuchaba.
—Siempre lo supo —respondió el demonio—. Por eso evitaba
el contacto con humanos. Otra cosa —añadió con una gran sonrisa—, gracias a mí
tu hija nació.
—¿Qué? —cuestionó aún más incrédulo de todo lo que
escuchaba, no podía confiar en ese demonio, aunque en el fondo él sabía que
parte de lo que decía era cierto.
—Verás —respondió—, cuando me enteré que ella estaba llevando a cabo la profecía,
la busqué hasta encontrarla, pero, a la vez, el cielo caía sobre sus hombros y
un humano cualquiera, como tú, no era capaz de protegerla.
—¿Tú estabas enamorado de ella, demonio? —rió pensando que él había ganado, en esa ocasión,
al demonio.
—Soy uno de los demonios más fuertes del infierno
—contestó a la vez que su grandeza aumentaba—. Sólo amé a uno antes de caer y
ése fue Dios, y no tengo la intensión de volver a amar en la vida, y eso que la
mía será muy larga.
—Oh, sí, claro… hasta que te meta una bala en la cabeza —bufó con
algo de ironía y enojo—. Pero bueno, ¿por qué la ayudaste?
—continuó con las preguntas más importantes.
—Por la criatura que llevaba en su vientre —respondió con
seriedad—. Tu hija será nuestra líder, en ella confiaremos y volveremos al
cielo.
—Ella nunca estará del lado de los demonios, de eso
puedes estar seguro —rió a carcajadas, conocía a su hija y prefería enviar
demonios de vuelta al infierno que unírseles a ellos.
—Tal vez pienses eso —sonrió de medio lado, ignorando al
cazador—. Pero no creo que se vaya al lado de quien pretende cazarla.
—¿Qué dices? —El hombre enmudeció luego de eso, abrió sus
ojos a más no poder y pensó en su pequeña que estaba sola en aquel cuarto de hotel,
no podía permitir que algo le sucediera.
—Lo que escuchaste —añadió con burla—, el cielo caerá
sobre tu hija.
Un ruido alertó a
ambos, se giraron rápidamente en dirección a donde provenía. El demonio sonrió
aún más y se sacudió bien la ropa, se arregló el cabello con las manos y se
preparó para conocer a alguien muy importante. El cazador, en cambio, sólo miró
afligido hacia el lugar de donde provino el ruido.
Se hizo la dormida
esperando que su padre hiciera algún movimiento delator, estaba más que segura
que su padre le ocultaba algo y haría cualquier cosa con tal de descubrirlo. Al
cabo de unos minutos obtuvo el resultado. El hombre, de cortos cabellos castaños
claros, pequeña barba algo blanquecina, alto y cuerpo de deportista, había
salido de la habitación dejando el televisor encendido, de seguro para que ella
pensara que seguía allí.
Rodó los ojos y se puso de pie casi al instante en que la
puerta se cerró. Agarró una chaqueta y esperó que el auto de su padre se
dirigiera a la salida, una vez que sintió su lejanía, asomó su cabeza por la
puerta para ver en qué dirección iba.
—A la derecha —se dijo a la vez que cerraba la puerta
tras de sí.
Avanzó a paso veloz
por la acera, intentando no perder de vista el auto, o más bien no perder las
direcciones que tomaba. Pero a varios metros de seguirlo, lo hizo de todas
maneras, su padre era un as al volante y, a pesar que el auto era enorme, no
pudo continuar con el rastro.
Dio una patada al
suelo y maldijo por ser tan lenta, por ser de día y por ser lo que era. Entró
por un callejón, cerró sus ojos y se concentró hasta que encontró la presencia
de su padre. Salió del lugar en el que se encontraba, apresuró su paso y caminó
en busca del misterio que escondía el ser que le dio vida.
Luego de caminar
por varios metros, llegó a una vieja fábrica. El cerco estaba más en el suelo
que de pie, las paredes estaban mohosas y oxidadas, las puertas y ventanas
estaban que se caían. Entró sigilosa y más adelante vio el auto de su padre,
pero él no estaba allí. Continuó avanzando y escuchó voces a lo lejano, se
agazapó, casi arrastrándose, hasta que llegó bastante cerca de donde se
encontraba su padre con otro sujeto, un demonio, lo percibió al instante por el
aura de aquel ser.
Se quedó lo más
tranquila que pudo, tratando de escuchar algo de lo que conversaban, su padre
tendría mucho que explicarle, ya que era bastante raro ver a uno de los mejores
cazadores conversar con un demonio y, por lo visto en su alma, no era uno de
baja estirpe, debía ser uno de los mejores en su clase, si es que no era el
mejor.
Aunque, por más que trataba, lo único que llegaba a sus
oídos era el suave susurro del viento que se llevaba las palabras de ambos.
Miró su reloj de pulsera, ya pasaban de las 18:00 horas. El cielo se había nublado hace varios minutos y
anunciaba precipitaciones, metió su mano en el bolsillo comprobando que su
daga, regalada por el esposo de aquella cantinera, estaba en el lugar de
siempre. Volvió a concentrarse en la conversación.
Un gato negro cruzó
por el lugar, tocando con su cola la espalda de la chica, quien dio un respingo
moviendo una pieza de una maquinaría. El ruido que provocó puso en guardia a
los dos seres que se encontraban más adelante.
—¿Qué haces aquí? —Su padre se adelantó unos pasos al
verla.
—Buscaba al gato —le respondió tomando en sus brazos al
animal y haciéndose la desentendida.
El demonio estalló
en carcajadas a la vez que el cazador avanzaba hacia su hija con un gesto de
preocupación y enojo, quizás hasta algo de temor. Ella tragó saliva, tenía el
presentimiento que su padre se enojaría tanto que hasta la castigaría, como
cuando era una niña pequeña y desobedecía.
—Te hacía dormida —gruñó por lo bajo al fruncir el ceño.
—No lo estaba —contestó bajando al animal y guardando los
pensamientos del castigo en otro lado, había cosas más importantes—. ¿Qué haces
con ese demonio?
—Vaya, vaya, vaya —rió el demonio llegando junto a
ellos—. La has entrenado bien, por lo que veo —dijo dando una vuelta alrededor
de la chica—. ¿O escuchaste nuestra conversación? —La miró como si quisiera
traspasarle la piel, por unos segundos ella sintió que ese demonio era más de
lo que aparentaba.
—No —respondió con firmeza.
—Pero lo intentaste, no lo puedes negar —continuó riendo.
—Sí —habló sin titubear y clavando la mirada en el ser.
—Me agradas —añadió alejándose un poco de ambos—. Eres
sincera.
—Vete al hotel —ordenó su padre y su ceño fruncido se
hizo más notorio.
—Pero no quiero, quiero saber… —reclamó, y al demonio le
pareció que ella hacía una rabieta de niña consentida y mimada, sonrió por eso.
—Vete al hotel —repitió su padre con calma sin dejar que
la chica terminara.
—Deja que se quede —añadió el demonio en defensa de la
chica—. Veamos que tan rendidor ha sido su entrenamiento.
—Con ella no te metas —amenazó al pararse frente a su
hija a modo de defensa.
—Déjala que decida —rió el demonio, el hombre lo miró
seriamente—. Ya está grandecita para eso, ¿no crees?
—Papá —dijo la chica con voz apenas perceptible—, quiero
que me aclares mis dudas, no me voy sin ti.
—¿Tienes algo más que añadir a nuestra conversación?
—preguntó el cazador sin dejar de mirar al demonio.
—No, ya te conté la historia —contestó mostrando su
sonrisa y sin quitarle el ojo a la chica.
—Bien.
Con un rápido movimiento sacó su arma de su estuche y
apuntó. El disparó iba en dirección al demonio, que aún sonreía, sin nada que
se le interpusiera en el camino, completamente limpio y certero. Pero Belial
levantó su brazo, abrió su mano y la bala se fue al suelo sin llegar siquiera
cerca de él.
—Esa pistola te la regaló ella —rió con fuerza—. Yo le enseñé a hacerlas.
El cazador maldijo
por lo bajo a la vez que un poder sobrenatural lo arrastraba cerca del demonio y
lejos de su hija. La chica miraba todo un tanto alejada, nunca había visto que
un demonio pudiera manipular las balas de aquella pistola, asombrada por lo que
pasaba, no sabía qué hacer. Se quedó pasmada.
El demonio dejó al
cazador frente a él y lo soltó de su agarré telequinésico, pestañeó y dejó al
descubierto sus profundos ojos completamente rojos. La chica ahogó un grito de
sorpresa frente a eso, ella sabía que ese demonio no era cualquier cosa.
—¿Qué te parece una pelea, uno contra uno? —preguntó cerca
del cazador.
—Acepto —le respondió el humano con una confianza que no
supo de dónde salía, quizás por las ganas de proteger a su hija.
—Entonces, que empiece la diversión —dijo el ser dando un
salto atrás y riendo, como era usual en él.
Avanzó con gran
velocidad el demonio al encuentro del cazador, éste se puso en guardia
esperando el ataque, no por nada estaba catalogado entre sus semejantes como
uno de los mejores a la hora de la pelea. El ser de rojos ojos arrojó un golpe
directo a la cara, el cual esquivó con dificultad el cazador, pero haciendo un
rápido movimiento con las piernas, lanzó una patada en las rodillas de su
contrincante que lo mandó al suelo.
—Eres ágil —dijo el demonio al ponerse de pie.
La batalla se
libraba frente a los ojos de la chica quien temía por su padre. Aquel demonio
era muy poderoso, lo sabía por el color de sus ojos y por el aura que
irradiaba. Tenía que ayudar a su padre, pero continuó sin moverse, no entendió
qué le pasaba.
Vio cuando el cazador tumbó al ser, sonrió por eso, pero
a los segundos después el malvado demonio lo había tomado por el cuello y lo
levantaba con facilidad. Quiso gritar de la preocupación, pero el sonido jamás
escapó de sus labios porque se quedó mirando cómo su padre luchaba con todas
sus fuerzas frente al agarre. En unos segundos el demonio lo lanzó lejos, donde
el cazador se golpeó la cabeza contra varias máquinas y su cuerpo cayó dándose
otros golpes hasta que llegó al suelo firme.
—Bien, creo que sólo quedamos tú y yo, pequeño medio
ángel —dijo el ser acercándose a la chica.
—Entonces la pelea será entre los dos. —De un momento a
otro, y luego de ver a su padre en esas condiciones, había recuperado todas las
agallas y sentía que podría volver a moverse, por eso le respondió al demonio
de forma amenazante.
—Es lo que esperaba desde que te sentí cerca —rió el ser
de ojos rojos—. Qué tal si me muestras tus poderes.
La chica se puso en
guardia, si bien no era una experta con sus poderes porque nunca había tenido,
ni querido, una oportunidad para usarlos, estaba dispuesta a todo con tal de
proteger a su padre, era lo único en que pensaba en ese momento y por quien
temía.
—Veamos qué te enseño ese humano —dijo el demonio
extendiendo su mano.
La chica lo miró
fijo, el demonio sonreía a la vez que con su mano le lanzaba un poder con la
mente a la joven que tenía enfrente. Ella con su mirada lo detenía, le costaba,
su cabeza empezaba a dolerle, el demonio era demasiado fuerte.
Se concentró y
lanzó más de su poder mental sobre aquel ser, sintió algo de ventaja sobre el
demonio y, a éste, se le borraba la sonrisa de sus labios. Se concentró aún más
y logró lanzar al demonio lejos de allí. Con una sonrisa de triunfo avanzó
hacia su padre, pero una fuerza la arrojó lejos.
—¿Creías que con eso me dejarías inconsciente? —Rió el
demonio—. Sólo te estaba probando.
La chica estaba en
el suelo con los ojos cerrados, no se encontraba inconsciente y en ningún
momento pensó que aquel demonio lo estaría con el golpe que le dio, tenía
pensado ir a ver a su padre, por eso le bastaba con enviar a aquel ser de ojos
rojos un poco lejos. Aunque lo había subestimado, era más rápido, mucho más, de
lo que imaginó.
El demonio caminó
hacia el cazador que estaba en el suelo, lo levantó de la ropa con su mano,
dejándolo por encima de su cabeza. Y se burló de aquel que había traído al
mundo al ser capaz de dominar los cielos y el infierno.
—¿Qué tanto te ríes? —le preguntó el cazador abriendo sus
ojos.
—A tu hija —respondió con calma—, le falta algo de
motivación.
Volvió a lanzar al
cazador contra otras máquinas, un gran estruendo se escuchó cuando éste chocó.
El demonio corrió a gran velocidad para tomarlo, esta vez por el cuello, y lo
elevó como si no fuera nada, una pluma.
Un gran resplandor
apareció tras el ser, sonrió y soltó al cazador, la motivación había llegado.
Se giró para mirar a la chica y, al momento de hacerlo, recibió un fuerte golpe
en la cara que lo mandó unos metros lejos del cazador. Ella voló hasta donde se
encontraba el cuerpo del demonio y lo tomó con sus manos, lo levantó y vio la
sonrisa de éste.
—Aún eres muy débil para mí —dijo riendo.
La joven volvió a
lanzarlo, esta vez no muy lejos, quería acabar con aquel demonio aunque fuera
tan fuerte. Su padre estaba malherido por culpa de aquel ser. No entendía cómo
el cazador había caído tan fácilmente ante los golpes del demonio., sabía que
era fuerte, pero su padre lo era aún más.
Dejó de lado sus
pensamientos, agitó sus alas y dio un salto en dirección al ser, pero, esta
vez, el demonio se puso de pie y con su mano extendida la detuvo con una
barrera invisible, el tipo reía y la chica batallaba para romper aquello que la
separaba de su cometido.
Calmó su batalla
contra la pared invisible y abrió sus alas lo que más podía, su cuerpo entero
despedía una gran luz. El lugar resplandeció por completo, en vez de noche
parecía día. Aun así el demonio no bajó sus fuerzas, la barrera seguía siendo
impenetrable, tal y como estaba desde que fue creada.
Miró al ser a los
ojos, intentando hacer lo de hacía un rato con sus poderes mentales, bien sabía
que con sus alas en el exterior sus poderes aumentaban más del doble. Pero al
parecer nada surtía efecto.
El demonio
continuaba con su sonrisa de par en par, observaba a la chica seria que tenía
enfrente, pensando en el futuro que les esperaría cuando ella estuviera lista.
Sentía como aquel medio ángel intentaba golpearlo con sus poderes mentales, sin
tener resultado, no era imposible, él lo sabía a la perfección, pero a ella aún
le faltaba mucho por aprender. Soltó la barrera invisible y esperó tranquilo el
ataque de la chica.
Se apresuró en ir a
golpear al demonio una vez que la barrera desapareció, esperaba que la sonrisa
del ser se fuera mientras ella se acercara, pero fue todo lo contrario y eso la
hizo dudar, aún así continuó su ataque, sin tomar siquiera una precaución. Al
llegar frente al demonio y tratar de golpearlo, éste la detuvo y la tomó del
cuello.
La dejó suspendida en el aire, unos pocos centímetros
sobre la cabeza de él, con sus poderes mentales, dio una vuelta alrededor de
ella, fijándose en sus resplandecientes alas y en todo lo que llamara la
atención y fuera importante.
—¿Qué quieres de mi padre? —preguntó ahogadamente ya que
el ser apretaba su cuello.
—Absolutamente nada —respondió mientras seguía a su espalda.
—Entonces, ¿qué quieres? —La curiosidad pudo más, sobre
todo en ella cuando se trataba de su padre y de lo que era, cosa que no le
gustaba para nada, si la hubieran hecho elegir, nunca hubiera escogido ser
mitad ángel.
—A ti —contestó sin titubeos—, pero con más poder, si no
logras derribarme, no nos servirás.
El demonio jaló las
alas de la chica, desde donde nacían en su espalda hacia abajo, provocando un
fuerte e indescriptible dolor en ella, su brillo se extinguió y un fuerte grito
de dolor resonó en el lugar.
El ser la soltó del
cuello y ella cayó de rodillas con sus alas caídas, flácidas, sin vida. De su
espalda brotaba aquel espeso líquido color rojo, manchando su ropa y sus alas.
Respiraba agitada, apretando fuerte sus párpados que mantenía cerrados,
ahogando todo el dolor que sentía al apretar sus puños y retorcerse de dolor
aguantando las lágrimas. Comenzó a hacerse un ovillo.
—Necesito que te vuelvas invencible —le susurró el
demonio a la vez que tomaba su cabello y se lo jalaba hacia atrás, para poder
mirarla a los ojos. La chica los abrió y varias lágrimas brotaron sin permiso.
—Mátame de una vez —dijo con un hilo de voz y casi en
súplica.
—No estás entendiendo nada —habló con enfado mientras
levantaba a la chica y le propinaba un fuerte golpe en el estómago—. No te
quiero muerta.
Levantó a la chica con sus poderes mentales, no quería
ensuciarse con sangre, y con un parpadeo la lanzó contra unas máquinas, al lado
contrario de donde estaba el cazador, aún tumbado en el suelo.
Se golpeó la espalda contra la dura maquinaria, su dolor
se volvió más intenso al pegarse donde tenía sus alas lastimadas. Se levantó
lentamente mientras concentraba todo lo que sentía en algún lado que no fuera
su espalda, decidió centrarse en quien era el culpable de semejante dolor. Y en
que ella era fuerte, ella podía.
De a poco comenzó a guardar aquellas cosas con las que
podía volar, su cuerpo pedía a gritos que las dejará donde estaban, pero si lo
hacía, aquel lacerante dolor en su espalda no acabaría. Cayó de rodillas,
soportando todo el peso en su espalda, y aún no guardaba la mitad de ellas.
—El dolor es sólo mental —le dijo seriamente—, primera
lección que debes aprender —añadió a la vez que volvía a lanzarla lejos.
Esta vez no logró
evitar el golpe de frente, golpeándose el rostro con la máquina. No se dio por
vencida y continuó guardando sus alas, no podía pelear, no con ellas colgando
en ese estado. Con las rodillas apoyadas en el suelo y las manos sobre la
tierra, su cabello se dejaba caer tocando con sus puntas las manos, unas gotas
de sangre salían de su boca y el sudor resbalaba por su frente. Apretó sus
parpados, dio un gritó y sus alas se metieron por completo en su cuerpo, apenas
logró levantarse y ya el demonio estaba frente a ella.
—Veo que aprendes rápido —rió el demonio.
Las piernas de la
chica flaqueaban, su boca y su espalda sangraban, tenía un punzante dolor en el
estómago y un fuerte escozor le molestaba en la frente, aun así no dejaría
aquel demonio sin el más leve rasguño.
Apretó sus puños y se
lanzó al ataque, dando un acertado golpe en el rostro del ser de ojos rojos. El
tipo agarró el puño de la chica, apretándoselo y dejándola inmóvil, le dio tres
fuertes golpes en el estómago, la chica cayó rendida de rodillas aprensando con
sus brazos las golpeadas costillas. Otro hilo de sangre, más grueso que el
anterior, brotó de sus labios.
—Sabes —susurró al momento que se acuclilló frente a
ella—, tengo un remedio especial para que te vuelvas fuerte: venganza —dijo
poniéndose de pie—. Algún día me lo agradecerás. —Caminó lentamente hacia donde
el padre de la chica se encontraba poniéndose de pie lentamente, harto de ver
cómo golpeaban a su pequeña y él sin poder hacer absolutamente nada.
—No —musitó tratando de gritar, pero todo el dolor era
demasiado como para que le saliera más voz—. Detente...
Su voz se perdía en
la penumbra de la noche, el demonio caminaba a paso seguro al encuentro del
cazador, ella intentó levantarse para ir en ayuda de su padre, pero le fue
imposible hacerlo.
Su padre se elevó
unos metros, ella lo miró sin poder hacer nada, varias lágrimas salían de su
lastimado rostro mientras seguían intentando gritar, pero lo único que salía de
sus labios era sangre, sangre y más sangre.
El cazador observó
a su hija en el suelo en aquel estado, su mayor miedo se hacía realidad, pero
sabía muy bien que ese demonio no la mataría, al igual que tenía claro que él
moriría, sería el último momento en que vería a su pequeña. Lamentó el no tener
más tiempo a su lado, lamentó el no poder protegerla, lamentó el no poder darle
una vida normal, que tuviera lo que cualquier chica desea. Pero más que nada
lamentó todas las cosas que lo ocultó y que ya no tendría oportunidad de
revelarle.
—¡Hayley! —Fue el último gritó que lanzó el gran cazador
antes que su cabeza girara en 180º, causándole una muerte instantánea.
—¡¡¡No!!!
Y aquel grito salió con una fuerza que no supo de donde.
Se puso de pie y sacó su daga, estaba dispuesta a ir al ataque del demonio con
una energía que no entendía de dónde venían. Lo único que sabía era que ese
demonio no se las llevaría limpias, no señor, no después de haber matado a su
padre.
Mientras el cuerpo
inerte caía, ella le enterraba aquella fina y plateada hoja al ser que le había
quitado lo más preciado que tenía. Un profundo corte en un costado fue el
resultado de su ataque. Eso era suficiente para enviar al demonio de vuelta al
Infierno, siempre pasaba eso cuando le enterraba la daga a algún demonio,
sonrió satisfecha, por lo menos su padre no murió en vano, ella lo había
vengado.
—Sólo dañaste el envase —dijo el demonio tomando a la
chica de sus cabellos—. Se necesita mucho más que un cuchillito para acabar con
el gran Belial —susurró y nuevamente la envió contra las máquinas, pero esta
vez azotó su cuerpo con las mismas que había golpeado a su padre—. ¿Te das
cuenta cómo tenía razón? El matar a tu padre te dio la fortaleza que
necesitabas para atacarme —habló mientras se acercaba a ella—. Han sido
suficientes lecciones por el día de hoy, me retiro, que pases buena noche
—añadió con sarcasmo lo último, momentos antes de desaparecer.
La chica se quedó
en el suelo, su cuerpo no le respondía, por más que intentara moverse, no lo
lograba. Su padre se encontraba muerto unos pasos más adelante y ella no era
capaz de llegar hasta él.
—Prometo, papá —dijo juntando sus últimas fuerzas—. Que
vengaré tu muerte, aunque tenga que morir en el intento o ir hasta el mismo infierno
en busca de Belial. Te vengaré…
Sus
ojos se cerraron, sus fuerzas habían acabado.
Fijó rumbo hacia el
suroeste, luego de bajar de aquella torre y subir a su ángel. Minutos más tarde
llegó a un poblado, tenía hambre y sed, buscó una posada, la primera que
encontró y que no tuviera tan mal olor. Que no estuviera muy llena, se aburría
de la bulla, y que no apestara a ser sobrenatural, ya había tenido mucho por el
día. Y, obviamente, que estuviera abierta a esas horas de la noche. Luego de
dar algunas vueltas por varias calles, encontró lo que necesitaba, parecía un
lugar pasable, con respecto a otras tantas que había visitado en su vida.
Estacionó su ángel y entró en el lugar
Una fuerte
presencia demoníaca se hizo presente apenas abrió la enorme puerta del local,
suspiró, justo lo que no buscaba. Sintió algunas miradas sobre ella y buscó con
la vista aquella presencia, fingiendo que buscaba una mesa vacía.
Encontró ambas
cosas, una mesa estaba libre en lo más alejado del lugar, se dirigió allá y
observó al tipo sospechoso que estaba sentado en el bar.
—¿Qué vas a querer? —preguntó una chica rubia con poca
ropa.
—Una hamburguesa y una bebida —le respondió sin mirarla.
—Tengo de queso con carne, de pollo… —habló la rubia
antes de ser interrumpida.
—Una normal, por favor —pidió sin ganas de tener que
elegir entre cosas que encontraba todas iguales.
—Como digas —se giró enfadada rodando los ojos y metiendo
la libreta, junto con el lápiz, en el bolsillo del delantal.
Continuó mirando al
ser, su aura le era conocida pero a la vez no. Algo raro sentía. El hombre se
paró, dejando a la vista a un chico alto, de cabellos negros, piel tostada, sus
azules ojos se posaron en la chica que no dejaba de mirarlo, le sonrió y caminó
rumbo al baño.
Se puso de pie, inmediatamente, para intentar seguirlo,
un demonio no se le podía escapar, y menos aquel, que al parecer la estaba
llamando. Eso era un reto, un desafío, y ella no podía verse opacada por algo
así, no por nada se había ganado una fama, una que sólo quería para que aquel
demonio volviera y poder realizar su venganza, sabía que así lo atraería. Él la
quería más fuerte, y mientras esos rumores circularan por su mundo, se sentiría
llamado a saber si aquello era cierto. Ella esperaba fervientemente aquel
momento.
—Aquí está tu pedido —dijo la mesera deteniendo el paso
de la chica, con enojo—. ¿Ya te vas?
—No —respondió aún más enfadaba que la recién llegada porque el tipo no había
entrado al baño y había desaparecido cuando la mesera llegó—. Gracias.
—De nada —contestó la rubia dándole la espalda.
Comenzó a comer,
aún sentía la presencia cerca, sabía que debía acabar con el ser, pero el
hambre le ganó y la hamburguesa estaba demasiado buena como para dejarla de
lado. Así que siguió concentrada en no perder su presencia mientras continuaba
comiendo. Si el ser se mantenía cerca, no había problema, pero si se alejaba…
A los pocos minutos
el demonio volvió al lugar donde estaba anteriormente, la chica lo vio, pero
continuó comiendo y observándolo de reojo. Al parecer aquel ser era amigo de la
cantinera, hablaban de lo mejor y reían sin parar, observó a la mujer de
cabellos castaños y rizados que servía tragos, pero no encontró presencia
maligna en ella, lo más probable es que estuviera coqueteándole al demonio, ya
que el cuerpo que había tomado era el de un chico bastante guapo.
La puerta de la
posada se abrió, dejando a la vista de todos a tres chicos de no más de
veinticinco años, la chica los observó hasta que se sentaron un poco más lejos
que ella.
—Genial —refunfuñó con notoria molestia—, ahora llegan
vampiros, ¿después qué, licántropos, metalliums? —suspiró y tomó de su bebida que
le refrescó la garganta.
Cuando terminó de comer, decidió quedarse un poco más, al
fin y al cabo el demonio seguía allí y no parecía tener la intención de irse.
Ella se percató que el tipo miraba de reojo, y de vez en cuando, a los vampiros
que llegaron, cosa que le llamó la atención. Así que se quedó observando a los
cuatro sin perder detalle.
Vio a los vampiros hablar con la mesara que la atendió y
como ella le respondía riendo. Continuó atenta a cualquier movimiento, ellos
venían a alimentarse y, al aparecer, uno ya había elegido a su presa. Eso le
apuraba más que el demonio que seguía tranquilo hablando con la cantinera. Aun
así no dejaba de lamentarse por su suerte, quería una noche calmada.
—¿Sabes quién esa chica? —preguntó el tipo de azules ojos
a la cantinera, mientras le señalaba con la cabeza a la que estaba sentada en
la esquina.
—No, nunca la había visto por acá —respondió la mujer
apoyando sus codos en la mesa—. Pero al parecer le llamaron la atención los
recién llegados —dijo con una sonrisa pícara al notar que la chica miraba
atentamente a los vampiros.
—No creo que sea lo que imaginas —sonrió por las cosas
que pensaban las humanas.
—¿Por qué lo dices? —consultó con curiosidad, ella tenía
fama por ser buena observadora en asuntos de pareja.
—Por cómo los mira —habló el de azules ojos—. Esa mirada
es de odio.
—No quiero peleas en el local —dijo quitando el apoyo de
sus brazos y tratando de salir de donde se encontraba, pero el demonio la
detuvo tomando su brazo.
—No habrá peleas —aseguró clavando su mirada en ella, una
penetrante y llena de tranquilidad.
—¿Cómo sabes? —indagó incrédula, era imposible que él lo
supiera.
—Digamos que soy adivino —rió el demonio—. Ella no parece
de las que arman alboroto.
—Es verdad —suspiró y volvió a su trabajo, había muchas
cosas que hacer, y en el caso que se armara una pelea, ya vería cómo
arreglárselas.
—Creo que le invitaré un trago y me marcharé —anunció
mientras llamaba a un mesero que pasaba cerca—. ¿Tienes lápiz y papel?
—preguntó mirando a la cantinera.
—Aquí tienes. —Le entregó lo pedido y continuó con lo
suyo.
—Quiero que le entregues un trago y una nota a la chica
de la esquina.
—Como diga, señor —contestó el mesero pensando que así
obtendría una propina extra.
El demonio escribió
la nota mientras la cantinera terminaba de preparar una margarita para
llevársela a la chica. Una vez listo, lo pusieron en una bandeja y el mesero
fue a dejárselo, lo más rápido posible y tratando de no cometer ningún error,
sentía que eso era realmente importante.
La presencia
demoníaca se puso de pie y caminó a la salida del local, la chica se dispuso a
salir tras él, pero los vampiros ya tenían a otra chica junto a ellos. Apretó
sus puños, o era una cosa o la otra, pero el demonio se iba sin hacer nada,
mientras que los vampiros tenían su cena servida.
—Esto es para usted —dijo un mesero entregándole una
bandeja con un trago y una nota, interrumpiéndola en sus pensamientos.
—Yo no pedí eso —contestó al volver a estar atenta a los
movimientos de los vampiros—. Yo no bebo.
—Se lo manda el señor que se retira —añadió dejando la
bandeja en la mesa.
La joven observó la
puerta y el demonio le hizo una seña de despedida a la vez que le sonreía, miró
la bandeja y tomó el papel.
«No pensé volver a verte tan pronto,
veo que te has vuelto mucho más fuerte que la última vez que nos vimos, me
alegro que mis enseñanzas te sirvieran de algo. No me sigas, aún no estás lista
para enfrentarte a mí.
Por cierto, tu padre te manda saludos
desde el infierno, si supieras cómo se han divertido los demonios que una vez
mató, la están pasando de lo mejor.
No me busques, yo lo haré contigo
cuando sea el momento.
Belial».
Podía sentir la
rabia y la ira recorrer todo su cuerpo, arrugó la hoja y la dejó sobre la mesa,
corrió al encuentro de aquel demonio, no le haría caso, esta vez lo mataría, no
dejaría que se burlara de ella una vez más.
Se detuvo al escuchar unos gritos tras ella exigiéndole
que debía pagar lo consumido.
—Ya vuelvo —dijo a la vez que abría la puerta.
Se
inmovilizó al ver lo que pasaba afuera, Belial frente a Bastian.
El demonio
mostrando sus ojos rojos, el vampiro mostrando sus afilados colmillos y sus
ojos completamente negros. Ambos se miraban con odio y dejando una distancia entre
sus cuerpos. Estaban listos para una gran pelea.
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