Más allá del bosque,
cruzando el campo abierto, había una cueva. Estaba allí desde el principio y
muy pocos se atrevían a entrar sólo a dar un vistazo. Algunos dicen que es por
el olor a muerte que se siente a metros de distancia, otros comentan que hay
algo allí dentro que una vez que te ve no te dejará en paz hasta que te devore,
y otros simplemente señalan no acercarse porque la cueva les da miedo.
Pero, esa noche, tres
figuras se veían caminar por el bosque: dos mujeres y un hombre que no
aparentaban más de diecinueve años. Avanzaban por la oscuridad como si fuera de
día. Ágiles y dóciles como una gacela, muy seguros de sí mismos y esperando
encontrar diversión a donde se dirigían.
—¿Crees que sea verdad
lo que dijeron en el pueblo? —preguntó el chico sin mirar a sus compañeras y
sin detener el paso.
—No —respondió la de
cabellos cortos y negros—. ¿Acaso el gran Ian tiene miedo? —Su voz sonaba
burlesca, desde la primera letra pronunciada hasta la última.
—No te burles de mí,
Kim. —La miró fijamente, pero la otra no se dejó ganar—. A ti te conviene tanto
como a mí que las cosas nos resulten bien a los dos.
Kim resopló y giró su
cabeza para mirar el camino que debían seguir. Ian, sabiendo que había dado en
el clavo, sonrió de medio lado y miró hacia el mismo lugar.
—Sea lo que sea que
esté en la cueva —sonrió la otra chica, aunque fue una sonrisa desconcertada
porque no entendió nada de lo que hablaban los otros—. Si descubrimos lo que
es, él nos lo agradecerá.
—Así es, Annie,
podremos ganar su confianza —añadió Ian aún con su sonrisa dibujada en el
rostro—. Será como un pase de protección.
—Primero debemos
encontrar a la criatura —habló con serenidad Kim, ya se había recuperado del
encuentro con Ian—. Será mejor que sigamos avanzando.
Y, obedeciendo aquello
con un asentimiento suave, continuaron caminando manteniendo el paso, rápido y
seguro, ellos no le temían a los rumores del pueblo, estaban decididos a acabar
con la bestia que vivía en la cueva, si es que había algo.
Ian era más alto que
sus dos acompañantes como por una cabeza y media, sus ojos eran azul cielo y su
cabello rubio oscuro, tez blanca y su cuerpo parecía el de un chico que le
gusta el deporte. Jeans negros, bototos, camisa y una chaqueta de cuero negro
componían su vestimenta, caminaba un paso delante de las chicas, con las manos en
los bolsillos de la chaqueta.
A su lado derecho
caminaba una chica delgada, cabellos lisos hasta la cintura y castaños claros,
ojos negros, tez bronceada, nariz puntiaguda y labios finos. Vestía, al igual
que el chico, unos jeans negros y zapatillas azules, una camisa cuello en V
color azul cielo, dejando ver una cadena con un colgante de plata en forma de
cruz, que hacía juego con los aretes, y para el frío una chaqueta de jeans
azul. Caminaba con sus brazos colgando a sus costados, siempre con una sonrisa
en sus labios.
La chica de cabellos
negros y cortos, al igual que su compañera, era delgada y tez bronceada, sus
ojos eran turquesa, nariz respingona y labios un poco más gruesos que los de su
amiga. Llevaba unos pantalones de tela color gris y rayas verticales blancas,
bototos negros, camisa como la de su amiga pero color verde agua y una chaqueta
de cuero. Ésta, a diferencia de su amiga, tenía puesto un colgante con una cruz
de madera, al igual que sus aretes. Caminaba seria, sólo tenía un propósito al
estar allí, y esperaba que todo resultara como ella quería.
Avanzaron hasta llegar
al final del bosque, una vez en campo abierto detuvieron su paso y miraron a su
alrededor, vieron la cueva.
—¿Competimos a ver
quien llega primero? —preguntó el chico mirando a sus acompañantes.
—Yo entro —respondió
la de cabellos negros.
—Que más, yo también
—contestó la otra.
—A la cuenta de tres
—dijo el chico parándose junto a ellas para quedar en la misma posición y que
ninguno tuviera ventaja sobre el otro—. ¡Uno! ¡Dos! ¡Tres!
Fue cosa que
pronunciará el último número y ya los tres habían salido corriendo a una
velocidad sobrehumana, si alguien normal estuviera allí, lo único que
percibiría sería la brisa que dejaban a su paso. En pocos segundos llegaron a
la entrada de la cueva y resultó ganadora la chica de cabellos negros, aquella
que deseaba resaltar por sobre todo.
—Aún no me superan en
velocidad —les dijo con burla asomando su cabeza en la cueva.
—Sí huele horrible
—añadió la otra chica—, en eso sí tenía razón el aldeano —agregó lamiéndose el
labio inferior.
—No me digas que…
—habló el chico mirando a la castaña.
—Había hecho muchas
preguntas —se defendió—. Y yo tenía hambre.
—Ya no te mandaremos a
hacer las investigaciones —sonrió imaginando el festín que tuvo su acompañante.
—Ustedes dos —dijo la
pelinegra—. ¿Van a entrar o se quedarán todo el rato hablando de comida?
—Entraremos —respondió
la castaña dando un paso adentro de la cueva.
Sus pasos eran
silenciosos y sigilosos, la completa oscuridad que reinaba en el sector no era
problema para ellos, su visión les permitía ver tan bien como si fuera de día.
El hedor del lugar, sin embargo, se hacía cada vez más intenso y eso sí les
molestaba a su delicado olfato, con cada paso que daban el olor se
intensificaba, probablemente se acercaban al lugar donde descansaba la bestia
que ellos creían habitaba allí.
La castaña metió sus
manos en los bolsillos del pantalón, no dejaba de pensar en lo que pudieran
encontrar más adelante, sabía perfectamente que fuera lo que fuese que hubiera
allí, no podría hacerles frente. Ella, al igual que sus acompañantes, se
caracterizaban por ser unos buenos «soldados»,
o por lo menos eso se lo tenía bien creído. Suspiró pensando en cómo serían las
cosas una vez que llevaran la cabeza de aquel ser a él; se los agradecería, eso
estaba más que claro, pero la pregunta que la atormentaba era ¿cómo? Esperaba
que por fin él le diera la autorización de poder salir a buscar su propia «comida
no vegetariana». Sonrió con sólo pensar en el festín que se daría sin tener que
temer por su cabeza.
El chico, por otro
lado, caminaba dos pasos más adelante que sus acompañantes, era el único hombre
y, por lo tanto, pensaba que su deber era protegerlas, si algo les pasaba a
ellas, jamás se lo perdonaría y tampoco se lo perdonarían.
Al igual que la
castaña, la intriga de saber qué había unos pasos más adelante lo mantenía
intranquilo, estaba ansioso por cazar aquel ser y tener su cabeza en las manos,
eso significaba que se ganaría la confianza de él y dejaría de sentirse una
molestia más en la «madriguera». Deseaba con todo su ser que lo tomaran en
cuenta como el soldado dispuesto a todo con tal de ayudar a los suyos, y más
que cualquier otra cosa, que Janice fuera de él.
La de cabellos negros
sonreía con cada paso que daba, su completa confianza en sí misma la hacían tener
una seguridad insuperable. No le importaba si al siguiente paso se encontraban
con la bestia, lo único importante en ese momento era la cabeza de aquel ser
que les estaba dando mala fama a sus semejantes y, por ende, tenían a varios
cazadores pisándoles los zapatos, además de unos cuantos cuadrúpedos que
andaban buscando pelea con la excusa que los querían culpar por las muertes de
los humanos. Esto no le gustaba nada a él y eso la hacía enfurecer, no había
nada en el mundo que odiara más que él estuviera intranquilo, y ella haría lo
que fuera por él.
Desde que lo conoció
no pudo dejar de ver aquellos ojos color miel que robaban sus sueños, suspiros
y más ocultos deseos. Él se había convertido en un todo para ella, y aunque
fuera «propiedad» de Janice, ella no estaba dispuesta a dejar sus sueños
fácilmente. Tal vez Janice era mucho mejor que ella en varios aspectos, y por
eso había sido elegida por él como su acompañante, pero bien saben todos que a
Janice poco le importa que sus semejantes estén en problemas, y si él ve que
ella junto a sus acompañantes lograron derribar a la bestia que lo mantiene
intranquilo, podrá ver que es a ella quien realmente quiere.
Las tres creaturas
continuaban caminando prestando atención sólo a sus pensamientos, de pronto el
hedor desapareció y el paso de ellos se detuvo. Miraron a su alrededor,
inquietos, pero no lograron ver nada más que rocas. Continuaron caminando, algo
lento y atentos, hasta que la castaña sintió que alguien pasó por detrás de
ella, volteó a mirar, pero no había nada ni nadie. Apresuró el paso para poder
llegar junto a los suyos, que le habían tomado un poco de ventaja luego que se
detuviera.
Un grito se escuchó en
la oscuridad de la cueva, los dos que iban en la delantera voltearon a mirar a
su amiga que se había retrasado, pero no estaba. Otro grito se escuchó a lo
lejos.
Cambiaron de dirección
al instante, hacia donde provenía el grito, internándose más en el corazón de
la cueva. No les era difícil seguirlo, ya que todos sus sentidos se habían agudizado
cuando dejaron de ser humanos. Fuera de eso, los gritos eran insistentes,
dejando en el ambiente una sensación de dolor y miedo.
De un momento a otro
el silencio reinó en la profundidad de la cueva, los gritos se habían
extinguido. Ambos chicos detuvieron su paso y se miraron preocupados, sólo
podría haber un motivo para que eso pasara: su compañera había muerto.
El chico hizo un gesto
de dolor y miedo a la vez, no por la criatura, sino por él, todas las
esperanzas que tenía de ser algo más importante se habían ido con el último
grito de su compañera. La de cabellos negros lo golpeó suave en la espalda y lo
invitó a seguir adelante, debían encontrar a la criatura y verificar la muerte
de su compañera.
Avanzaron en silencio
y con cautela, atentos al más mínimo movimiento y ruido que pudiera haber. El
hedor volvió a hacerse presente mientras caminaban y un pequeño ruido detuvo su
paso.
—¿Agua? —dijo
confundido el chico.
—Así parece —contestó
su compañera olfateando el aire—. ¿La puedes oler?
—¡Maldición! —exclamó
levantando su cabeza y apuntando en diferentes direcciones con su nariz—. Ni el
olor a su sangre dejó.
—Debe saber que lo
estamos buscando —añadió la chica mirando a su alrededor—. El agua viene de
acá. —Caminó un poco a la derecha.
Efectivamente unas
gotas de agua se escuchaban caer dentro de una poza. Caminaron en dirección a
donde su olfato y audición le indicaban, el sonido de las gotas se hacía cada
vez más intenso, hasta que llegaron a donde se estaba acumulando. Un pequeño
charco dentro de la gran cueva. Miraron en rededor para ver si encontraban
algún rastro de su compañera, pero no tuvieron éxito.
Una sombra paso por
detrás del chico, se giró a mirar pero no vio nada. Volvió su vista a su
compañera pero ésta ya no estaba. Miró en todas direcciones, olfateando el
aire, abriendo más sus ojos, agudizando su fino oído, pero nada tuvo éxito, no
había rastro de ella.
«Si se la lleva, va a gritar, o en el
caso de que ya se la llevara, igual gritará», pensó con esperanza mientras
continuaba buscando algún rastro de su amiga.
Su preocupación
aumento; lo que pasaba no era nada bueno, primero una y ahora la otra. Tal vez,
si volvieran dos de tres, él no se enfadaría pero uno de tres… lo más probable
es que una vez que regresara a la madriguera, ésta sería su tumba… Aunque
también estaba la posibilidad que aquella cueva lo fuera, pero él sabía que era
buen soldado y no se dejaría vencer por nada ni nadie, regresaría, pasara lo
que pasase.
Luego decidió que no
se daría por vencido, encontraría a sus compañeras aunque fuera lo último que
hiciera.
—¿Por qué tan solito?
—escuchó una voz familiar tras él.
—¿Janice? —preguntó el
chico sorprendido girándose para mirar donde venía la voz—. ¿Qué haces aquí?
—Lo mismo que tú
—respondió la chica acercándose a él—. Cazando.
—¿Viste a Annie y Kim?
—consultó sin dejar de mirar a la chica que se acercaba lenta y seductoramente.
—No las he visto
—contestó la nueva en llegar, pasando su mano suave por el hombro del chico y
dando una vuelta alrededor de él.
—Debo seguir
buscándolas —dijo el chico tratando de evitarla, sabía que estaba prohibida por
ser la «mujer» de él.
—¿Me abandonarás?
—inquirió la chica poniéndose frente al chico—. Vine especialmente a buscarte
—susurró cerca de sus labios.
—¿En serio? —Esbozó una
sonrisa al mismo tiempo que tomaba por la cintura a la recién llegada y
olvidando a sus compañeras.
—Sí —musitó pasando
sus manos por atrás del cuello del chico y acercándolo a ella para perderse en
un profundo y apasionado beso.
Kim avanzó un poco a
la izquierda de donde se encontraba el charco, miró para atrás y su compañero
no estaba, lo llamó unas cuantas veces, aunque eso significará poner en peligro
su existencia, pero no obtuvo respuesta.
Olfateó el aire y
trató de buscar algún rastro, pero fue en vano, todo había desaparecido.
Decidió volver por donde venía y así tratar de encontrar a sus dos amigos, pero
no encontró el pequeño charco. Su cuerpo se tensó y sintió sudor frío en su
nuca, ya había olvidado aquella sensación, desde que había dejado de ser humana
que el miedo ya no era parte de ella, pero en aquel momento todo había vuelto y
se sentía como una chica de la edad que aparentaba que era descubierta haciendo
algún tipo de «travesura».
Se sintió perdida,
frustrada y luego se dio cuenta que no era el miedo que pensaba. No, no era
miedo por morir, o por sus amigos, era miedo porque nunca más volvería a verlo
a él. Se dejó caer al suelo húmedo de la cueva y cerró sus ojos, continuó con
su trabajo de rastreadora husmeando en el aire, en el suelo, sintiendo cada
sonido, pero nada.
—No te pongas así
—escuchó la voz que más amaba en el mundo, abrió sus ojos y miró al frente—.
Vamos por los demás —dijo el chico que estaba acuclillado frente a ella.
—¿Están vivos?
—preguntó poniéndose de pie.
—Claro —le respondió—.
Te desviaste y no viste cuando matamos a la criatura.
—¿Está muerta?
—preguntó algo desilusionada al no poder estar presente.
—Sí —susurró tomándole
la mano—. Acabamos fácilmente con aquel ser.
—¿Los demás están
bien? —articuló con algo de esfuerzo, era la primera vez que él le tomaba la
mano de esa manera, como protegiéndola, como preocupándose más por ella.
—Claro que sí
—contestó, tomando el rostro de ella entre sus manos—. Muy preocupados por ti.
—Yo no quería
desviarme —confesó sonrojándose al encontrarse en aquella situación.
—Lo sé —musitó
suavemente, acercándose aún más—. Lo sé.
Por otro lado, Ian cumplía
uno de sus sueños con la mujer más bella que existía en el mundo, frente a sus
ojos. No se lo podía creer, la tenía fuertemente abrazada por la cintura, cosa
que no se le arrancará. La chica le respondió metiéndole las manos por entre la
chaqueta, acariciándole el estómago, dejó de besarlo, le sonrió torcidamente y
sus ojos negros brillaron. Si Ian no hubiera estado tan cegado, hubiera notado
que las iris de la chica eran diferentes.
Un gesto de dolor y
asombró se le dibujó en la cara, Janice, su amada Janice, le había enterrado
sus garras en el pecho. Pero ella no tenía garras… Aparentaba ser humana como
él…
—¿Por qué? —susurró en
un hilo de voz, sabía que con eso no podía morir, pero si lo dejaba a merced
que ella lo matará.
—¿Por qué has venido
tú a cazarme? —preguntó al momento que sus ojos se tornaron rojos, su cuerpo
cambió al de un perro lanudo y su voz se volvió ronca.
—¡Tú no eres Janice!
—gritó Ian sorprendido mientras caía de rodillas al suelo, pensando en que
había besado a aquella cosa, a pesar que otras cosas eran más importantes.
—Y tú eres un genio —aseguró
la criatura riendo, con tal demencia que las paredes de la caverna retumbaron—.
Lástima que él cazador haya sido cazado.
—No dejaré que me
mates —contestó inflando el pecho, llenándose de orgullo y levantándose, sin
mostrar algo de dolor o fatiga luego del ataque recibido.
Una fuerte y
prolongada carcajada volvió a retumbar en el lugar, la criatura reía sin parar.
Ian se quedó mirándolo asombrado, aún no podía creer que había sido engañado de
aquella manera, él era un buen soldado, uno de los mejores, no entendía… Qué
diría él si lo viera… Quizás…
De un salto aquel ser
llegó a su cuello, no le dio tiempo ni de reaccionar. Menos de un minuto le
bastó a la criatura para tener el cuerpo sin vida y sin cabeza del que pensó
que podría acabar con ella.
—¿Qué fue eso? —preguntó
Kim saliendo de las adoradas manos de él y dándole la espalda.
—El sonido de la
muerte —escuchó una voz de mujer venir desde un costado, esa voz la conocía a
la perfección.
—Janice —dijo la
chica, con algo de desprecio, volteándose a mirarla—. ¿Qué haces aquí?
—¡Qué fácil es engañarlos!
—gritó la recién llegada, poniendo una de sus manos en la cintura y con la otra
jugueteó con su cabello suelto—. ¿De verdad creías que esto es real?
—¿A qué te refieres?
—consultó confundida, comenzó a sospechar que algo andaba mal, Janice no podría
saber que estaban allí… Se supone que ella estaba en una misión lejos.
—A que la única manera
que él se fije en ti —contestó riendo sarcásticamente—, es que sea una ilusión.
—¿Qué? —Frunció su
ceño al no entender, dio un paso hacia atrás.
—Da igual —resopló
Janice con cansancio—. Sólo quería que supieras que eso con quien estabas, no
es quien pensabas. —Y volvió a transformarse, frente a Kim, en aquel perro
lanudo—. Y yo tampoco soy quien pensabas.
—¡Eres la criatura!
—exclamó, mirándolo a él incrédula, le había mentido, le dijo que acabaron con
aquella cosa—. ¡Dijiste… dijiste…!
—Dile adiós —rió el
extraño ser mientras la figura de él se hacía humo y desaparecía frente a los
ojos de la chica—. Sólo era una ilusión, por si no lo entendiste, creo que
ustedes son un poco, cómo llamarlos, ah, sí, retrasados. —Mostró sus afilados
colmillos, imitando una sonrisa.
—¿Mataste a mis
amigos? —Kim se puso en posición de ataque, así como le habían enseñado a ella,
apretando los puños y alzándolos frente a su cara a la vez que separaba un poco
sus piernas y flexionaba sus rodillas.
—En defensa propia
—rugió la bestia y luego volvió a mostrar aquella sonrisa de filosos
colmillos—. Insisto, ustedes son retrasados, por eso no figuran en nuestra
lista de seres oscuros.
—¡Te mataré! —gritó y
corrió abalanzándose sobre la criatura. Tenía la mente llena de venganza y
vergüenza, una buena mezcla para pelear y ganar.
Aquel ser la esquivó
con total facilidad, no dejaba de reír, haciendo que Kim se desesperara y sus
fuerzas comenzaran a faltarle, ninguno de sus ataques llegaba a golpear a la
criatura. La chica se sintió cansada luego de un rato de estar corriendo tras
la bestia, el ser continuó con esta rutina hasta que vio que Kim comenzaba a
jadear, era su oportunidad de ataque. Corrió, abrió su hocico y atacó…
La chica lo esquivó,
nuevamente, y esto sorprendió al ser ya que creía caería fácilmente al tenerla
cansada. Se miraron un rato, Kim respiraba agitada mientras volvía a ponerse en
posición de ataque. La bestia sonrió y la chica notó la maldad brillando en los
colmillos, apretó sus puños. La criatura saltó y cayó sobre Kim. Forcejearon
durante un rato, la chica de negros cabellos lanzaba manotazos para esquivar
aquellos colmillos, pero el agotamiento se notó y con un rápido movimiento de
patas por parte de la criatura, ésta le arrancó la cabeza a Kim, que rodó por
el húmedo suelo de la cueva, regando de sangre todo a su paso.
Música, bebidas,
chicas, chicos y ruidos, era lo que llenaba el ambiente en aquel bar, a orillas
de una carretera un tanto alejada del pueblo. Tenía mala pinta, sí, todos lo
sabían, por eso llegaban, por lo general, personas con mal aspecto, como si
estuvieran arrancando, como si estuvieran en peligro de muerte y necesitaran un
reposo… Pero también estaban aquellos que eso les gustaba y pasaban un rato
agradable junto a los que tenían aspecto de cualquier cosa.
Y allí esta una rubia
bailando al compás de la música junto a un tipo más alto que ella, le sonreía
coqueta y movía el cuerpo bastante pegado a él. Algo le susurró en el oído y él
la agarró por la cintura y la besó. Ella sonrió, nuevamente de forma coqueta y
mordiéndose el labio, lo tomó de la mano y lo guió a la salida del bar. No
alcanzaron a llegar muy lejos cuando las puertas se abrieron dando paso a una
temida figura.
Era sólo un chico,
bastante joven, quizás de no más de veinticinco años, pero no era cualquiera y
la rubia que bailaba lo sabía muy bien. Se quedó quieta, esperando y mirándolo.
—¡Bastian! —dijo un
tipo sentado cerca del cantinero con una chica en sus piernas, se puso de pie
rápidamente.
El recién llegado miró
a la rubia, le hizo una seña con la cabeza, como para que se retirara. Ella,
obediente como cual perro faldero, soltó al tipo sin siquiera mirarlo y
dejándolo sorprendido y estático (nunca entendió por qué no se pudo mover), y
salió del bar. El chico le hizo el mismo gesto a tres tipos más, aparte del que
se atrevió a decir su nombre, y salieron del lugar.
Caminaron en silencio,
siguiendo al que los había llamado ,internándose cada vez más en el bosque,
alejándose del bar y de todo tipo de civilización humana. Cada cual se
preguntaba para qué los llamaba, por qué iba él, precisamente él y no otro
ayudante, a buscarlos. Quizás no podían comunicarse mentalmente, pero
coincidían en que debía ser algo importante, sino él no hubiera ido por ellos,
no en persona. Tal vez había pasado algo realmente malo y era hora de reunir el
clan.
Se detuvo y volteó a
mirar a los que venían tras él, los demás hicieron lo mismo, pero dejando una
distancia de más de dos pasos en señal de respeto.
—Quiero que me digan
en este preciso momento —les dijo mirando a cada uno a los ojos—, la ubicación
exacta de Kim, Annie e Ian.
—Hace tiempo que no sé
de ellos —contestó la rubia con decepción en su voz, olvidando la reunión del
clan y frustrándose porque el motivo eran aquellos tres niñatos.
Él la observó mientras
habló, de un salto llegó frente a ella y la tomó del cuello, levantándola del
piso. La chica agarró las manos de él tratando se soltarse y haciendo algo para
salir de la sorpresa, pero no lo consiguió.
La levantó aún más,
frente a las miradas de asombro de los cuatro restantes, que nada podían hacer
en esa situación, ninguno se atrevería a ponerse en su contra.
—¿Qué pensabas hacer
con aquel humano? —preguntó mirándola directo a los ojos.
—Bailar… —respondió
con esfuerzo, el aire le faltaba para hablar.
—¿Sólo eso? —consultó
con un poco de curiosidad burlona en su tono de voz.
—Sí —dijo forcejeando,
a pesar que sabía era una batalla perdida, aun así quería intentar.
—¡No me mientas!
—gritó apretando más la mano alrededor del cuello de su cautiva—. ¡Sabes
perfectamente que puedo ver la verdad y la mentira en los ojos!
—Era sólo una
probadita —se defendió, viendo que aquello era la última oportunidad que tenía
para salir ilesa.
—La semana pasada fue
lo mismo. —Apretó sus dientes y la lanzó contra el árbol a su espalda, la chica
chocó y cayó sentada—. ¡Les he dicho que no se alimenten de humanos cuando hay
cazadores cerca! —bramó, enojado, mirándolos a todos—. Sólo uno de nosotros
basta para que ellos encuentren nuestra madriguera.
—No lo volveré a
hacer… —musitó la rubia en el suelo y tocándose el cuello, haciendo una mueca
de dolor con sus labios, mientras miraba la espalda de quien la había arrojado.
—Eso espero —suspiró
calmándose y pasándose la mano por la frente, en un gesto cansado—. O tu caso
será entregado a Janice.
La rubia abrió los
ojos a más no poder y, sentada en el suelo como estaba, se redujo tanto que por
un momento pensó en desaparecer. Los que estaban a su alrededor la miraron
hacerse una con el árbol, tanto se había hundido que se perdía en el tronco. Ellos
sabían, todos sabían, que Janice no era como él, que cuando le mandaban a
realizar un castigo no escuchaba súplicas ni nada, simplemente mataba.
—Ahora a lo que vine
—continuó hablando como si nada, mirando a los otros cuatro que se habían
mantenido quietos esperando a que él acabara con la chica—. ¿Qué saben de
Annie, Kim e Ian?
—Yo no los he visto
hace tiempo —dijo uno de los tipos.
Él lo observó de
arriba a abajo, intimidándolo. Cosa que le resulto bastante bien porque al tipo
le tembló el labio, pero no debía demostrarlo o jamás lo dejarían ir.
—Te creo —habló con
voz fuerte sosteniéndole la mirada todo el rato—. Puedes volver al bar.
El tipo dio un salto
hacia atrás y se alejó lo más rápido posible, ya había rendido cuentas, no le
interesaba nada más de lo que pudiera suceder allí. Además, mientras más luego
se iba, mejor.
—¿Alguno de ustedes me
dirá algo? —preguntó mirando a los tres restantes.
—Yo no sé nada
—respondió el que había pronunciado su nombre en el bar—. Si lo supiera, te
diría, y eso lo sabes.
—¿Te entretienes,
cariño? —se escuchó una voz de mujer, venía desde los árboles a espalda del chico,
frente a los otros que eran interrogados.
—No te imaginas cuanto
—contestó sin siquiera voltear a mirarla, sus ojos seguían escudriñando a los
otros tres.
La mujer caminó lenta
y suavemente, meneando las caderas y sonriendo, le dio una rápida mirada a
todos los que estaban allí y luego abrazó al chico por la espalda. Le ronroneó
algo en el oído y él sonrió de medio lado.
—Ya pueden retirarse
—les dijo a los tres tipos—. Lamento haberles quitado el tiempo.
La recién llegada lo
soltó y caminó, de la misma manera en que lo hizo al llegar, retrocediendo unos
pasos y mirando a su alrededor. Fijó su vista en la chica que se encontraba
sentada en el suelo, frente al árbol, y se acercó con una enorme sonrisa
pintada en los labios.
—¿Desobedeciendo nuevamente?
—preguntó burlona.
—No te metas, Janice
—respondió mientras se ponía de pie, sin dificultad aunque sobándose el cuello.
—Tendré el gusto de
acabar contigo, Mía —susurró mientras se le acercaba más, con aire despectivo y
mirada de odio.
—No te daré ese placer
—rugió Mía y, al igual que hacía siempre que Janice la molestaba, sacó sus
afilados colmillos.
—No aguantarás no
morder a un humano —espetó la otra y, también, sacó sus armas del ser sobrenatural
que era y mostró sus colmillos—. Así que no tendré más opción que acabar
contigo.
—¡Janice! ¡Mía! —gritó
Bastian sin mirar a las chicas—. ¡Somos una familia, dejen de pelear!
Ambas chicas guardaron
sus colmillos al instante, cuando él daba una orden debía cumplirse, era el
jefe y todos le debían respeto, no por nada lo habían escogido como líder.
—Que no se vuelva a
repetir lo de hoy, Mía —dijo Bastian antes de desaparecer en el bosque sin
dejar rastro alguno.
—El espectáculo acabó.
—Janice dejó las manos en la cintura y los miró a todos—. Como les dijo Bastian,
pueden volver a lo que hacían —anunció caminando hacia el tipo que se atrevió a
mencionarlo a él en el bar. Se relamió los labios—. Menos tú, Mía —ordenó
sonriente, sin mirarla, sus ojos seguían clavados en quien, ahora, tenía al
frente—, te vas a la madriguera en este instante.
—Como digas —rezongó
la rubia y desapareció en el bosque, tomando dirección contraria a Bastian. No
quería volver a tener problemas.
Los otros dos tipos
volvieron al bar, tan silenciosos como llegaron al bosque, y sólo las paredes
saben lo que comentaron los tres una vez que se sentaron alrededor de la mesa y
continuaron bebiendo.
Janice se quedó
observando al tipo de pies a cabeza, vestía unos pantalones negros, con una
chaqueta de cuero y una camisa azul oscuro. Sus ojos eran grises y su cabello
castaño claro, su tez era trigueña.
—Tanto tiempo sin
vernos, Ethan —dijo, pasando la lengua por su labio inferior.
—Bastante —respondió
mirándola indiferente.
—¿Quieres recordar
viejos tiempos? —susurró cerca de los labios del tipo, tan cerca que podían
sentir sus respiraciones.
—Los nuevos tiempos
son mejores —contestó Ethan agarrándola de la cintura y pegándola a su cuerpo—.
Mejor celebremos este reencuentro —musitó tomando los labios de la chica con
los suyos.
Se hundieron en un
apasionado beso, Ethan levantó a la chica de cabellos lisos, largos y negros
como la noche, dejándola apoyada contra un árbol.
Continuaba besando y
saboreando esos labios que por tanto tiempo no había probado, sin duda, la
extrañaba, al fin y al cabo eran varios los siglos que llevaban en este mundo
y, sin o con quererlo, sus caminos siempre los llevaban a lugares cercanos.
Janice abrazó al tipo
por el cuello, dejándose guiar por la suavidad de los labios de éste. No le
importó cuando bruscamente la apoyó contra el árbol, es más, eso le encantó.
Enterró sus uñas en el suave cabello de él y continuó besándolo como solía
hacer antes de conocer a Bastian.
—El «niño» no es capaz
de llenar tus expectativas —dijo Ethan separándose de los labios de Janice.
—Es un niño, como tú
dices —respondió lamiendo el labio del tipo—, que aún no puedo controlar.
—Se te fue de las
manos —se burló Ethan a la vez que cargaba todo su cuerpo sobre ella.
—Es muy pronto para
decir eso —gruñó Janice mientras lo abrazaba con fuerza—. Muy pronto aún.
Ethan comenzó a
besarle el cuello, logrando que Janice cerrara los ojos y se entregara a las
caricias. Éste sonrió mientras el olor de aquella parte de la chica entraba por
su delicado olfato.
—¿No te ha mordido?
—preguntó sonando ansioso por una respuesta.
—No, no lo ha hecho
—contestó volviendo a la realidad y abriendo sus ojos marrones para mirarlo
fijamente.
—No se siente dueño de
ti —le susurró al oído—. O simplemente no está enamorado.
—En ambas cosas tienes
razón —habló Janice sin mostrar el más mínimo sentimiento de dolor—. Aunque ya
lo estará —dijo sonriente y confiada—. Eso te lo aseguro.
—Si tú lo dices…
—musitó sonriente mientras pasaba su lengua por el cuello de la chica.
Sacó sus colmillos y
suavemente los apretó contra la blanca piel de Janice, a la vez que cargaba un
poco más su cuerpo al de ella. La chica volvió a cerrar sus ojos y enterró sus
uñas en la chaqueta de Ethan, hace mucho tiempo que deseaba aquello.
El tipo comenzó a
chupar su sangre, sólo quería un poco. Para ellos, los vampiros, el morder a
otra vampiro significa ser su dueño, aunque ella estuviera con Bastian, no era
el caso, él aún no la mordía, por lo tanto Janice era libre, al igual que
Bastian.
Dejó su cuello y
volvió a sus labios, los besó con pasión, a lo que la chica respondió de la
misma manera. Y así continuaron en la profundidad del bosque, donde sus únicos
testigos eran la luz de la luna y la suave brisa que acariciaba el lugar.
Un viento, bastante
fuerte, pasaba por entre los árboles, llanos y, a veces, carreteras. Quien se
imaginaría que en realidad aquello era un vampiro que corría velozmente hacia
una dirección en la cual deberían estar quienes buscaba.
Nada ni nadie podrían
cruzarse en su paso, era lo suficientemente fuerte como para acabar hasta con
demonios, y ya lo había hecho, no por nada los otros de su raza le temían y
respetaban.
La sangre era su
alimento, no le gustaba usar a los humanos como comida, pero era la que más
fuerza le daba, junto con la de demonio. Aunque por ahora debía conformarse con
sangre de animales, muchos cazadores andaban cerca y no expondría su grupo a la
muerte, al fin y al cabo eso era lo principal, cuidar de los suyos por sobre
todas las cosas, luego vendría lo demás. Y esa, precisamente, era la razón por
la que andaba tan alejado de su madriguera.
No dejaba de pensar en
aquellos tres seres, que eran parte de la que llamaba su familia, que andaban
perdidos ni más ni menos que por los lugares donde andaba la bestia que él
estaba investigando. Recordó todas las veces que les dijo a cada uno de los
miembros de la madriguera que no se acercaran a la cueva hasta saber bien qué
era lo que habitaba en su interior, no podía entender qué pasó por la mente de
los chicos para que fueran al lugar.
Detuvo su paso al
terminar de cruzar por un campo que era bañado por la luz de luna. Frente a él
estaba la cueva que había estado investigando, el fuerte hedor entró por su
delicada nariz capaz de rastrear a alguien o algo en kilómetros.
Entró olfateando,
tratando de dejar de lado el repugnante olor. Se internaba cada vez más en la
cueva, hasta que sintió un olor extraño, conocido pero extraño. No pudo
recordar de donde lo conocía, pero continuó avanzando, esta vez sigilosamente
hasta donde provenía, o mejor dicho a donde le indicaba el olfato.
El hedor desapareció
de pronto, no le importó, ya que cada vez aquel extraño olor se hacía más
fuerte y, sin darse cuenta, el motivo por el que estaba en la cueva ya no era
la bestia, sino ese extraño olor que no podía recordar de donde lo conocía.
No sabía cuánto tiempo
llevaba dentro de la cueva, lo que sí tenía claro es que no saldría de allí
hasta encontrar a sus semejantes. Avanzó hasta llegar a un lugar donde el
camino se dividía en dos, olfateó ambas entradas: de la izquierda provenía el
olor que se le hacía conocido y de la derecha sentía unos olores a sangre. No
lo pensó dos veces y se fue por la derecha, caminó tranquilo, hasta que pudo
ver en el suelo lo que tanto temía, los tres seres que buscaba estaban allí,
todos sin cabeza, todos muertos.
Sacó de su bolsillo un
pequeño frasco con whisky, juntó los cuerpos de los tres chicos y sus cabezas y
lloró, lloró por aquellos tres que aún eran jóvenes, aunque no más que él,
lloró porque, quizás, en otras circunstancias, eso le pudo pasar a él… Y siguió
llorando mientras acomodaba los cuerpos. Los roció con un poco del licor y sacó
un encendedor del bolsillo, les prendió fuego. No dejaría que la criatura que
los mató se alimentará de ellos.
Volvió tras sus pasos
y, al llegar a la separación, eligió el camino de la izquierda. Iba dispuesto a
matar a aquel ser que le había arrebatado la vida a sus compañeros.
Detuvo su paso de
pronto, una luz se movía más adelante, avanzó lentamente y en silencio, hasta
que pudo ver con claridad, una batalla se estaba llevando a cabo al frente de
sus ojos.
Un enorme perro lanudo
sangraba de una pierna, sus ojos rojos llenos de ira miraban temerosos al ser
que tenía enfrente, su respiración estaba agitada y el vaho le salía por las
narices, se tambaleó un momento, tenía otra herida en su estómago.
—¡Te mataré! —gruñó la
bestia.
—¿Qué esperas? —le
dijo la chica que tenía enfrente.
Se acercó dispuesto a
hacerle frente a la bestia, no podía dejar que una mujer hiciera el trabajo de
un hombre (aunque no lo era, pero lo fue antes). Mas se detuvo y se escondió
tras una roca, ¿dónde había visto a aquella chica? Ese olor lo conocía de
antes, pero por más que intentaba no lograba recordar.
Ella, una chica alta y
cabellos color trigo, lo dejó completamente con la boca abierta.
La bestia se lanzó
contra ella, la chica astuta sacó una daga de su cinturón y, cuando la criatura
estuvo en el aire, golpeó la otra pierna del animal.
—¿No ibas a matarme?
—se burló del animal.
—¡Lo haré! —gruñó
enfurecida la bestia.
—Esto se está
alargando mucho —dijo con un largo y cansado suspiro—. Será mejor que vayas de
vuelta al infierno.
—No creo que puedas
—rió la bestia que se tambaleaba por las heridas que le sangraban.
Él continuó oculto
mirando la pelea y tratando de recordar a la chica, pero por más que intentaba
no lo lograba. Y no entendía por qué, siempre había tenido buena memoria.
La criatura volvió al
ataque, se lanzó contra la chica corriendo pero se detuvo de pronto, como si
una pared invisible la separara de su objetivo.
Fue cuando Bastian
entendió lo que era ella. La chica pronunció unas palabras que no alcanzó a
distinguir, y de su espalda brotaron dos hermosas alas que brillaron con fuerza
en la oscuridad de la cueva, haciendo que el perro lanudo detuviera su paso y
no pudiera avanzar, ni siquiera podía mirar a la chica. La luz que irradiaba
quemaba los ojos de aquel ser.
—Vuelve a tu hogar
—dijo avanzando hacia la bestia—. ¡Me
lumen vos umbra, noctesurgetibusnihilo, ab umbra veritas, aspice et abi,
aspiciendosenescis, declina malo, serenussit animus, autdisciede! —gritó
fuerte y claro mientras la criatura se revolcaba de dolor y el vapor la
cubría—. ¡Autdisciede! —bramó con más
fuerza al momento en que la criatura se hizo humo y desapareció.
Bastian se giró
rápidamente para que ella no notara su presencia. La cálida luz se extinguió,
dando paso a una suave luz de linterna. Se puso de pie y se arrinconó a la
pared, no quería que ella lo viera, porque si lo hacía podría ser su último
minuto de vida.
Observó con cautela a
la chica que recogía unas cosas del suelo, «ésta es mi oportunidad de salir»,
pensó a la vez que apresuraba el paso a la salida de la cueva.
Lo logró, pero al
llegar afuera, sintió un golpe en la cabeza. Se volteó y frente a él estaba
aquella chica apuntándolo con un arma.
—¿Tu trajiste aquel
demonio? —le preguntó mirándolo fríamente—. ¿O eras amigo de los vampiros que
estaban adentro?
—¿Vampiros? ¿Demonios?
—Arqueó una ceja haciéndose el desentendido y levantando los brazos—. No sé de
qué hablas.
—¿Cuándo sacarás tus
colmillos? —consultó acercándose, sin dejar de apuntarlo—. Puedo ver en tu alma
lo que eres.
—Veo que no puedo
engañarte —contestó sonriendo y bajando sus manos—. Venía por mis compañeros.
—Se quedó mirándola a los ojos verdes, y fue cuando recordó aquel aroma,
aquellos ojos y el cabello—. ¿Quién eres? —inquirió y, olvidando que ella lo
amenazaba, dio un paso al frente.
—¿Quieres ir al
infierno con el nombre de la que te asesinó? —preguntó burlona.
—Yo no iré al infierno
—dijo Bastian acercándose cada vez más—. No aún —rió—. Sabes que esa arma no
funciona en mí, pero la piedra que me lanzaste sí me hizo daño.
—Lo sé —gruñó la chica,
haciendo caso omiso al último comentario—. Debo cortarte la cabeza. —Con un
rápido movimiento sacó su daga y guardó su arma.
—Inténtalo. —Y para
provocarla aún más, dejó sus manos en la cintura y la miró sonriente, como si
todo aquello no fuera más que un juego estúpido.
La chica se lanzó
directo a su cuello, aunque se sintiera algo agotada, pelearía igual porque ese
ser se estaba burlando de ella y jamás lo permitiría. Llegó donde él y éste no
prestó resistencia, ella le puso la daga en el cuello y miró sus ojos,
confundida porque se estaba entregando a la muerte.
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