Se
encontraba sentada a la orilla de la cama mirando la televisión, no había nada más entretenido que dibujos animados
al despertar en la mañana, mientras jugueteaba con su pulsera de oro, el único recuerdo
de su madre. Su padre salía de su rutinaria ducha matutina.
—Buenos días —la saludó con
una radiante sonrisa.
—Buenos —contestó sin despegar la vista de la pantalla—. Tengo hambre.
—Ahora te doy tus cereales —le dijo mientras caminaba a la mini cocina en la
habitación
del hotel.
Agarró un tazón y sirvió un poco más de la mitad con cereales de chocolate, tomó la caja de la leche y le vertió hasta
llenarlo; buscó
una cuchara y la introdujo en el
pocillo.
—Aquí tienes. —Llegó a su lado y se lo dejó en las piernas.
—Gracias, papá —respondió la niña tomando la cuchara y comenzando a comer.
Él se preparó un café, con algunas tostadas. Comió tranquilo observando a su pequeña desde donde se encontraba en
la mesa, no dejaba de mirarla, aquel día sería
el decisivo, debía contarle la verdad y aún no sabía cómo empezar.
—Ya acabé. —La suave voz de la niña lo distrajo, dejó el tazón en el lavamanos y volvió a sentarse en la cama.
—Será mejor que te prepares.
—Se dio ánimos y caminó a la cocina con la taza en la mano—. ¿Qué tan malo puede ser? —suspiró pensando lo peor.
Lavó y guardó cada uno de los platos sucios, incluidos los que quedaron de la noche anterior, si bien vivían de hotel en hotel, tenía algunos utensilios propios, no era bueno que su pequeña estuviera tan expuesta a contraer algún tipo de enfermedad. Al
terminar se dio la vuelta y fijó
su mirada en su hija que sonreía al ver a como un gato perseguía a un ratón.
—Ya es hora —susurró dando unos pasos adelante
y encuclillándose
frente
a la niña—. Hija, debemos hablar —dijo haciendo que su pequeña fijara toda su atención en él.
—¿Qué pasa, papá? —preguntó clavando sus ojos verdes en su progenitor.
—Es hora que sepas a lo que me dedico —respondió pasando con suavidad su mano derecha por la mejilla de la niña—. Soy un cazador —suspiró a la
vez que un gran peso se le quitaba de encima.
—¿Matas animalitos? —indagó poniendo una cara de horror.
—No, hija —contestó con algo de risa—. ¿Recuerdas todas las historias que
te he contado de ángeles,
demonios,
vampiros,
sirenas
y todo eso?
—Sí —lo miró con curiosidad—. Los cuentos para dormir.
—¿Qué clase de padre cuenta esas historias para dormir? —se preguntó frunciendo su ceño y bajando la vista al suelo.
—El mejor —respondió su hija abrazándolo con fuerza agarrada al cuello, mientras le sonreía.
—No son sólo cuentos —susurró, soltando un poco a la niña para poder mirarla a los ojos.
—¿Cómo no? —preguntó con algo de miedo.
—Existen de verdad —contestó temiendo lo peor—. Y yo me encargó de matarlos.
La niña lo miró con horror, él sentía su corazón romperse en mil pedazos. Su hija, su mayor tesoro le temía. La abrazó con fuerza, pero ella no le respondió, seguía con su vista perdida y sus ojos abiertos a más no poder.
—Perdóname —susurró con culpa—, no debí decírtelo todo de una vez, pero ese secreto ya no puede ocultarse más. —Se alejó unos centímetros de ella y la tomó de los hombros—. Escúchame bien, tú no eres una niña normal, desciendes de una de las más fuertes razas que existen, tu madre era un ángel.
—¿Papá? —articuló con dificultad, sin salir del asombro, puso sus pequeñas manos en los hombros del señor que tenía en frente.
—Tú eres un ángel —musitó mientras una lágrima caía por su mejilla, su hija fijó sus ojos en él.
Lo apartó de su lado y se puso de pie, no sabía qué hacer, siempre supo que su padre ocultaba algo, y a veces lo veía limpiando armas cuando la creía dormida, pero nunca se imaginó que aquellas criaturas existieran de verdad.
—¡Es mentira! —gritó fuera de sí—. ¡Soy normal!
—Hija, cálmate —intentó acercarse, pero un campo invisible la cubrió y se lo impidió.
—Si esas cosas existen. —Miró a su padre seriamente, sin darse cuenta de lo que pasaba con ella—. ¿Dónde están mis alas?
—Ocultas —respondió mirándola con asombro—. Apenas tu cuerpo esté preparado, saldrán.
—¡No es verdad! —Volvió a gritar cayendo de rodillas al suelo.
—Mira lo que te está pasando. —Se acercó lo más que pudo y se arrodilló frente a ella—. Has creado algo que me impide acercar.
La niña observó a su alrededor y se dio cuenta que lo dicho por su padre era verdad.
—Desde ahora en adelante debes entrenar tus poderes. —Su padre le habló con seriedad—. Serás presa de diferentes seres que querrán tus habilidades.
—No me interesa —contestó llorando y cubriendo sus orejas con ambas manos.
—Hija, por favor… —alcanzó a decir, pero su hija se puso de pie frente a él.
—No quiero nada de ella —dijo sacando con fuerza la pulsera de su muñeca y se la entregó a su padre—. Me voy.
Se dio la media vuelta y corrió a la salida de la habitación, el
cazador la siguió
hasta
la puerta, pero más allá no lo hizo, la miró hasta que desapareció entre las sombras de unos árboles, la conocía muy bien, nada le pasaría.
Avanzó dejando atrás a su preocupado padre, lo
miró escondida desde un árbol, pero ya había decido alejarse de todo aquello. Mientras corría, en lo único que pensaba era en la confesión hecha por su progenitor, entendía muy poco, sólo tenía diez años, y a pesar de eso, algo en su interior sabía que no era normal, mantenía un secreto y ése era que podía mover cosas con la mente y lo hacía desde que tenía memoria, sin que su progenitor se diera cuenta.
Lloraba, a la vez que maldecía por la vida que le había tocado, bien sabía que su padre no le dejaba decir
palabrotas, pero él
no se encontraba cerca así que soltó con rabia todo lo que su corazón guardaba.
Se sentó en un asiento al llegar a una plaza, tapó su cara con sus pequeñas manos y continuó llorando, pensando en cómo defenderse si
llegaba algún
ser de los que su papá le había contado en tantas historias para dormir, tal vez el mundo estaba lleno de ellos y todos buscándola por ser un ángel. Lentamente, un odio hacia aquella raza comenzó a llenar su corazón.
Un chico llegó junto a ella, asustada no
quiso levantar la cabeza, él
podría
ser alguno de esos que le robaría sus poderes, no tenía como defenderse y no volvería con su padre, pasara lo que
pasara. Levantó
la vista y lo vio, el niño le sonreía de manera dulce, ella se sonrojó por unos momentos, no
había conocido a uno tan lindo, según sus ojos. Hablaron, jugaron, casi se conocieron, pero la noche llegó y él debía volver a su casa. La niña, olvidando todo, dio media vuelta y se fue con su padre.
Lentamente caminó, había pasado un gran día junto a un niño encantador, unas lágrimas rodaron por sus mejillas al pensar en que nunca más lo volvería a ver, desde que tenía uso de razón jamás se quedaban por más de tres noches en un lugar, y esa ya era la última que pasaría en la localidad. Suspiró al recordar todo lo
dicho por su padre, no sabía
cómo
enfrentar
la situación, tan sólo quería ser normal, era lo único que pedía desde que comenzó a mover objetos con
su mente.
Golpeó con calma la puerta que tenía frente a ella, el cazador abrió, tenía los ojos hinchados, había estado llorando. Abrazó con fuerza a su pequeña, ella respondió de la misma manera, no podía dejarlo, era lo único que tenía y quien la protegería de todo, pero había algo que tenía muy claro, no quería ser un ángel. La tomó en sus brazos y la paseó por la habitación, al igual que lo hacía cuando era un bebé, hasta que la niña se durmió.
*
* * * *
Cerró la puerta luego de darle la última mirada a su hija mientras se alejaba, las lágrimas caían en gran cantidad desde sus ojos, pasando por sus
mejillas, perdiéndose
en su cuello; no había llorando tanto desde que ella, se marchara para no volver.
—Diez años —susurró apretando la pulsera de oro de su pequeña—. Diez años y le conté, tal y como me lo pediste. —Apretó sus dientes y lanzó la cadena lejos, el objeto chocó contra la puerta del baño.
Se sentó a la orilla de la cama y tapó su cara con ambas manos, lloraba sin consuelo pensando en su hija, y en el daño que le había hecho al confesarle todo.
Veinticinco años tenía cuando la
conoció;
acostumbraba
ir a comer a una pequeña cafetería los días viernes por la tarde junto a sus cercanos, no tenía amigos, su trabajo no se lo permitía, siempre había soñado con seguir los pasos de su padre, y se entrenó duro durante todo lo que llevaba de vida
para ser el mejor de los cazadores.
El lugar quedaba cerca de la
casa de sus padres, donde vivían
sus hermanas, ya que después de la muerte de estos, él se dedicó a vivir de hotel en hotel, trabajando duro para proteger de cualquier cosa sobrenatural a sus
hermanas y sus sobrinos, al igual que lo hacía su padre.
Fue aquel día viernes, uno de los tantos fin de semana que decidía ir a ver a sus hermanas, que la conoció.
Hablaba y comía
de lo mejor junto a sus conocidos en el local, cuando entró sola, su cabello negro liso le llegaba a la cintura, sus ojos azules brillaban de manera extraña y atrayente, su tez pálida era casi transparente. Caminó directo a la caja y ordenó, se sentó apartada de todos y esperó que llegara su pedido. Él no le quitaba la vista de
encima, ya no tomaba en cuenta lo que hablaban las personas con las que había ido a pasar el rato, lo único que le importaba era mirar a la chica que observaba la mesa. Fascinando por todas las actitudes de ella, se dio ánimo y se dirigió donde se encontraba.
—Hola —dijo sentándose en la misma mesa, la chica levantó la vista y clavo sus ojos en él.
—Pensé que me mirarías toda la noche. —Le sonrió, a él le dio un escalofrió no se imaginó que era tan notorio cuando la observaba.
—Bueno, yo… —Alcanzó a pronunciar con timidez, con una pequeña sonrisa y tratando de bajar la mirada, aunque no pudo, algo lo obligaba a mirar esos azules.
—Sé lo que eres —susurró interrumpiendo el habla del chico—, y es por eso que vengo a buscarte.
Se quedó helado, sin saber qué decir.
Siempre intentó
mantener
oculta
su personalidad de cazador, únicamente su familia lo sabía, ni siquiera tenía contacto con otros de su clase para mantener a sus seres queridos protegidos.
—No tienes de qué preocuparte —le sonrió de medio lado—. Conmigo tu secreto está a salvo.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó con seriedad, sus ojos seguían clavados en los de ella.
—Protección —respondió—. Un demonio me persigue y no quiero que me lleve junto a él.
—¿Lo conoces? —indagó, si la iba a cuidar necesitaba el máximo de información.
—No —contestó con firmeza—. Sé que es un demonio porque él me lo dijo, no tengo idea por qué me busca.
—Algo debes de tener que él
desea —suspiró pensando que un demonio es bastante difícil de matar.
—No sé qué será. —Bajó la
mirada y se abrazó, una lágrima rodó por su mejilla.
—Te ayudaré —dijo secando la
única gota que corría para perderse en el cuello de ella—. No sé como, pero lo
haré.
—Gracias —contestó sonriendo—.
Debo ir a terminar unos asuntos y luego nos juntamos. —Se puso de pie, dejando
lo pedido a medio comer—. No te preocupes, yo te busco. —Se dio la media vuelta
y, tal como llegó, desapareció.
Se quedó sentado mirando la
puerta por unos momentos, sin saber qué hacer, aquella chica lo había dejado
fuera de sí.
—¡Evans! —Una voz masculina lo
distrajo—. ¿Asustaste a la chica? —Se burló cuando clavó su mirada en uno de
los conocidos que lo llamaba.
Él sólo sonrió, se puso de pie
y salió del local. Montó su Plymouth Fury que hace poco había comprado y
emprendió rumbo a la casa de sus hermanas, debía pensar mucho en lo que pasaría
y a la vez investigar sobre demonios y posibles contactos con humanos.
*
* * * *
La chica avanzó a paso lento y
decidido por las frías calles, hasta que llegó a un callejón y entró. Segundos
después, el lugar se iluminó por completo y una ráfaga de viento salió
disparada a los cielos, ella había desaparecido.
A los pocos minutos, descendió
frente a la puerta de una pequeña casa color celeste, abrió y entró.
—¿Lo encontraste? —preguntó
sentado en un sillón de cuero.
—Sí —respondió la chica
llegando juntó a él—. ¿Ya nació?
—Su nombre es Bastian O’Ryan —contestó
con una sonrisa—. Ya mandé que se lo quitaran a sus padres, unos vampiros
aliados lo cuidaran. ¿Qué tal el cazador?
—Digamos que está… perfecto.
—Se sentó junto al chico—. Será el mejor padre que mi hijo pueda tener.
—¿Qué crees hará tu Padre? —indagó
sonriendo mientras la abrazaba.
—Nada —contestó seriamente
mirándolo a los ojos—. Sus soldados son los que llegarán a detener todo.
—Intentarán matar a tu hijo
—acarició la mejilla de ella.
—Lo harán, eso es seguro. —Sonrió
de medio lado—. Pero, al ser mitad humano deberán tener compasión, porque así
lo ordena mi Padre. —Soltó una carcajada.
—¿Qué pasará contigo? —preguntó
con la mirada seria en la chica.
—Me atraparán luego que nazca
—respondió con dureza—. Seré encerrada y torturada por siglos, para pagar por
todo el daño que hice en la Tierra.
—¡Qué buenos días aquellos! —exclamó
sonriendo al recordar cada detalle de lo vivido.
—Y deberé pagar aún más por
traer al mundo al único ser que puede llevar a los demonios de vuelta al cielo.
—Rodeó con sus brazos el cuello del chico.
—¿Torturada por siglos? —susurró
cerca del oído de ella.
—O hasta que un valiente me
rescate —contestó medio recostándose en el sillón, atrayendo al chico.
—Sólo serán unos años. —Besó
con suavidad el cuello de la chica—. Juntos veremos el ascenso de mi raza a los
Cielos. —Clavó su roja vista en la mirada azul que tenía en frente—. Yo seré el
Padre; tú, la Madre y nuestro Hijo. —Se burló metiendo la mano por debajo de la
ropa para acariciar el desnudo vientre de ella.
La oscuridad y la noche fueron
los únicos testigos de lo que ocurrió entre aquellos dos seres, que llevaban
siglos juntos recorriendo la Tierra; un demonio de los más poderosos,
gobernante del Fuego Eterno, el encargado de guiar la lucha para volver a los Cielos,
ocho de las mejores legiones de los Infiernos lo adoran y lo seguirán hasta el
fin de los tiempos; él, segundo después del ángel más hermoso creado por Dios,
el caído que domina la lujuria, confusión y deseo, que con sólo regalar una
mirada conducirá a los peores pecados jamás imaginados, el que por mucho tiempo
fue considerado padre de Lucifer. Belial, demostrando que su nombre no fue bien
puesto.
Ella, un ángel de luz y
oscuridad, se dice que fue creada de la misma forma que Charrsk, pero a diferencia de él y los diecinueve ángeles que tiene
a su cargo; bajó a la Tierra sin dejar de ser lo que era. No se convirtió en un
caído más, adoptó una forma femenina y vivió con los humanos por siglos, su
deseo era aprender de los sentimientos, y el Todopoderoso se lo permitió, jamás
un ángel fue por ella, la dejaron explorar todo lo que quiso, incluso cuando se
topó con el demonio, a quien no eliminó, sino que se volvió su compañero. Juntos
descubrieron la profecía y esperaron durante años a que naciera el vampiro para
llevarla a cabo. No se sabe en qué momento perdió el rumbo de las enseñanzas de
su Padre, y cambió su manera de pensar por una maligna, ella deseaba
fervientemente que Belial y los demás demonios volvieran a los Cielos y estaba
dispuesta a cualquier cosa por lograrlo, incluso si eso significaba que debía
entregar su cuerpo de humano para concebir un bebé. Shariska, le decían en los Cielos,
y en la Tierra los nombres habían sido muchos.
*
* * * *
Se encontraba apoyado en el
capo de su auto, frente a la casa de sus hermanas, le daba las últimas caladas
al cigarro que tenía en su mano, cuando una suave brisa meció sus cortos
cabellos. Se levantó y volteó, sintió una presencia atrás y, en efecto, la
chica que había conocido hace tres días lo miraba con miedo.
—Pensé que no te volvería a
ver —dijo apagando el cigarro con el pie, para luego recoger la colilla y
botarla a la basura mientras caminaba hacia ella.
—Necesito tu ayuda —musitó
dando unos pasos al frente, en dirección al cazador—. Está cerca.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó con
curiosidad, había algo que lo mantenía alerta.
—Me visita en sueños. —Su voz
entrecortada sonó cerca del oído de él, haciendo que un escalofrio recorriera
su espalda.
—Nos alejaremos de aquí. —Dio
unos pasos atrás—, buscaremos información de cómo matarlo y lo enfrentaremos,
pero espérame un momento. —Sonrió y corrió hacia la puerta de la casa, la chica
se quedó mirándolo mientras se alejaba, con una sonrisa torcida en su rostro.
Una vez adentro, se despidió
de sus hermanas dando a entender que no las volvería a ver en mucho tiempo, o
quién sabe si nunca más. Ellas derramaron algunas lágrimas al momento que el
chico les daba la espalda y salía por la puerta, rumbo a un destino que dos
seres habían planificado.
Ángel y cazador subieron al
auto, él conducía hacia algún lugar desconocido, no sabía bien qué hacer, lo
único que tenía en mente era proteger a quien se encontraba en el asiento del
copiloto mirando al suelo. Algo en ella le provocaba cuidarla con todo su ser,
y estar dispuesto a dar lo que fuera con tal de ayudarla, a pesar de que sólo
habían hablado unas horas, y eso, precisamente, lo mantenía alerta frente a
cualquier movimiento que pudiera realizar.
El silencio reinaba desde que
partieron, el cazador no sabía cómo empezar un tema, y la ángel debía mostrar
su lado más tierno y desprotegido si deseaba ganarse la confianza del humano
que la acompañaba. Hacía siglos atrás, eso le hubiera costado mucho, al ser lo
que era no tenía sentimientos, no sabía de ellos y no tenía idea como usarlos,
cuando llegó a la Tierra aprendió observando a las personas, tal vez eso fue lo
que hizo cambiar su manera de pensar, respetaba a su Creador por sobre todas
las cosas, al igual que al resto de sus hermanos, pero eso no impidió que su
corazón se volviera humano luego de vivir entre estos durante tanto tiempo.
Aunque, con el paso de los años se llenó de maldad, odio y resentimiento hacia
los que habitaban en los cielos, ni siquiera ella entendía qué fue lo que pasó,
lo único que tenía claro era que ayudaría a quien le tendió una mano amiga
cuando más lo necesitó, a la raza prohibida en los Cielos, a Belial, él que le
había enseñado el sentimiento llamado amor, a pesar que nunca se lo dijera.
—¿Crees en Dios? —rompió el
silencio con su vista perdida en el ocaso.
—No mucho —respondió algo
sorprendido por aquellas palabras.
—Es sí o no —reprochó clavando
sus azules ojos en el cazador.
—No —contestó con seriedad sin
dejar de mirar el camino.
—Así está mejor —sonrió
mirando hacia el frente—. ¿Por qué no?
—Sólo creo en lo que veo
—frunció su ceño, no le gustaban esos temas.
—¿Crees en el viento? —indagó
con una sonrisa sarcástica.
—Sí —contestó molesto—, y sé a
lo que vas, no lo veo pero creo en el viento; y no es lo mismo frente a Dios,
tal vez sí creo en Él, por eso contesté no mucho. —Su tono de voz se elevó—,
digamos que para mí no es como lo hacen ver los demás.
—¿Cómo lo ves tú? —preguntó a
pesar que sabía cada una de las respuestas del cazador, leer la mente de aquel
ser le resultaba bastante fácil.
—Simplemente como un ser que
está allí —contestó de mala gana—. No se puede ver ni tocar, es algo
inalcanzable, para que personas como tú y yo sepamos que en nuestro camino
siempre habrá alguien superior, que nos detenga en los momentos que el ego nos
supere.
—Vaya —suspiró volviendo su
mirada al suelo, a pesar de saber las palabras del cazador, escuchar aquello
del ser superior le provocó un escalofrio que recorrió toda su columna.
—¿Alguna otra pregunta? —consultó
con voz cortante y fría.
—No —respondió mientras se
acomodaba en el asiento para dormir.
Continuó conduciendo con el
ceño fruncido, había aceptado ayudarla, pero no se imaginó que pasaría tan mal
rato en pocas horas que llevaban de viaje, esperaba que el resto del tiempo no
fuera como aquella conversación. La observó dormida en el asiento de al lado,
sólo por unos segundos y su vista se fijó al frente, irían a una ciudad donde se
encontraba la más grande biblioteca del estado, necesitaba saber todo lo
posible de los demonios.
Lentamente los días comenzaron
a pasar, él se encerraba durante todo el día en la biblioteca y ella se
entretenía jugando con Belial, y así de ciudad en ciudad. Cuando la chica se
aburría, le informaba que debían arrancar, ya que el demonio se encontraba
cerca. Se iban hacia otro lugar y todo comenzaba de nuevo, alquilaban un cuarto
de hotel, pasaban algunos días y volvían a irse. Todos los datos que lograba
recopilar los anotaba en un cuaderno, y los comparaba con los nuevos que iba
recogiendo de biblioteca en biblioteca, sin encontrar lo que realmente
necesitaba. La chica sólo le informaba cuando el demonio se aparecía en sus
sueños, pero algo que realmente le sirviera, no salía de su boca.
A medida que el tiempo pasaba,
él se acostumbró a ella, sus conversaciones se habían hecho más amenas y
algunas veces tenía la ligera idea que leía su mente, ya que coincidían en
muchos gustos; no se dio cuenta en qué momento se enamoró por completo de la
ángel, y a pesar que no encontraba solución a su problema, no estaba dispuesto
a dejarla.
—Debo confesarte algo —dijo
mirando hacia el frente, otra vez volvían a emprender un rumbo desconocido—. Ha
pasado más de un año que nos conocemos, y necesito decírtelo.
—¿Quieres que detenga el auto?
—preguntó sin darle la mayor importancia, la chica tenía una pequeña manía a
exagerar las cosas.
—Sí, por favor —contestó sin
mirar a su acompañante.
Era de noche, en una carretera
poco transitada, muy rara vez se veía un auto. Se detuvo a la orilla del camino
y se bajó para abrir la puerta de su compañera.
—Bien —susurró apoyado en la
ventana trasera—. Soy todo oído.
—Lo que te diré no te gustará.
—Clavó sus ojos en él—, pero debo ser sincera contigo.
—Te escucho. —Cruzó sus brazos
y frunció su ceño, algo no le gustaba.
—Soy un ángel. —Soltó sin el
menor titubeo, se quedó parada frente al cazador esperando una respuesta.
—¡Vaya! —exclamó riendo a
carcajadas—. De todas las cosas que has dicho, ésta es la major. —Dejó de
apoyarse en el auto y le dio la espalda a la chica—. ¿Nos vamos? —preguntó
abriendo la puerta del copiloto.
Un gran resplandor iluminó
todo en rededor, el cazador cerró sus ojos con fuerza, aquel brillo le
molestaba demasiado como para tenerlos abiertos, de espalda a la chica se
mantuvo hasta que la luz disminuyó.
—Ahora me crees —pronunció
meciendo dos grandes alas blancas con un brillo propio y acogedor.
El chico no tuvo palabras para
afirmarlo, sólo meneó la cabeza de arriba abajo con lentitud. La impresión fue
tanta que cayó sentado en el asiento del copiloto, con la boca abierta. La
ángel guardó sus alas y se acercó a él.
—Ya sabes por qué me persigue
el demonio —dijo arrodillándose frente al chico.
—Eso creo —habló con algo de
miedo, sus labios titilaban con la presencia de la chica.
—No debes temerme —su voz
sonaba dulce y armoniosa—. No te haré daño alguno. —Acercó su mano y acarició
el cabello del cazador.
—¿Qué quieres? —preguntó un
poco más calmado.
—Bajé a la Tierra para
aprender de los humanos sobre los sentimientos —continuó acariciándole el
cabello—. Pero un demonio comenzó a perseguirme, su nombre es Belial, y lo que
más desea es el poder que tengo dentro —mintió mirando los ojos del chico—. La
única manera que me dejara tranquila era que un cazador me cuidara.
—¿Por qué? —interrumpió con
curiosidad.
—Porque si alguno está cerca,
mi poder aumenta. —La ángel ni se inmutaba frente a tanta mentira—. Pero lo que
no pensé fue el sentimiento que comencé a sentir por ti. —Se puso de pie y se
sentó en las piernas del chico.
—¿Qué estás diciendo? —susurró
aún más incrédulo mirándola a los ojos.
—Que me enamoré del cazador. —Tomó
con ambas manos el rostro de él y junto sus labios con suavidad.
Al principio dudo en
responderle, pero había deseado eso por tanto tiempo que terminó abrazándola y
pegándola a su cuerpo, sin dejar por un segundo aquellos labios que sabían tan
bien.
Ella conocía a la perfección
los sentimientos del chico, no lo quería, no lo deseaba, pero debía llevar a
cabo su cometido. Aunque antes tenía que informarle sobre lo que era, así el
chico se sentiría aún más atado a ella, no se atrevería a dejar a una ángel
sola con su hijo en el vientre. Todo estaba saliendo como lo había planeado.
Se sentó sobre él de frente,
el chico respondió abrazándola por la cintura con fuerza y entraron por
completo al auto, donde en el asiento del copiloto juntaron sus cuerpos hasta
formar uno, para dejar en la chica el futuro ser aliado del demonio.
Un poco lejos, mirando la
escena, se encontraba un ser de rojos ojos, sonriendo porque pronto llegaría su
sucesor; en un abrir y cerrar de ojos desapareció, la ángel no volvió a saber
de él.
*
* * * *
Decidido a brindarle la mejor
de las vidas, arrendó una casa alejada de la ciudad, entre el campo y el
bosque, allí formarían un hogar y una familia. A los pocos mese, la chica le
informó que el demonio ya no la seguía y eso fue suficiente para que él tomara
la decisión de dejar su trabajo y, a la vez, le dio el mejor regalo de su vida
al informarle que se convertiría en padre. La felicidad que le produjo esa
noticia se notó al instante, abrazó a la chica con tal fuerza que por un
momento pensó la dejaría sin aire. Inmediatamente comenzó con los planes para
aumentar el número de habitaciones de la vivienda, el color que tendría que
pintarlas y los juguetes que le compraría, a su hijo nunca le faltaría nada.
Pasó por diferentes
profesiones, con el único fin de llevar sustento a su hogar; así hasta que el
esperado día llegó, un frío 11 de junio.
—¿Qué pasará contigo cuando
nazca? —preguntó mirando a la chica acostada en la cama de hospital—. Hace
tiempo que tengo esa duda.
—Desapareceré —respondió
intentando mostrar una sonrisa de dulzura.
—¿Por qué? —indagó fijando su
mirada en la ventana que tenía al frente.
—Soy un ángel, no podemos
tener hijos y bajar a la Tierra —contestó mirando al chico—. Si no me han hecho
nada aún es por lo que llevo en el vientre.
—¿Qué pasará…? —alcanzó a
decir cuando llegó al lado de la ángel y tomó su mano.
—Vivirá, y tú te encargarás de
protegerlo —susurró, sabía a la perfección que él se refería a su hijo—. Dejé
un pequeño obsequio en la casa, bajo la cama, en una caja de hierro —lo miró
seriamente—, es una arma capaz de matar cualquier demonio.
—¿De dónde la sacaste? —preguntó
asombrado, nunca la había visto.
—La hice hace poco —respondió
sin dejar de mirarlo—. Tomé una de tus antiguas armas y la transformé, tiene
algunas runas de ángel que solo nosotros conocemos.
—¿Me estás pidiendo que vuelva
a ser cazador, incluso con el bebé? —indagó con algo de enfado en su voz, había
dejado ese camino porque no quería que su hijo creciera sin un padre, como le
pasó a él.
—No te lo estoy pidiendo,
debes hacerlo —contestó elevando un poco su voz—. Lo perseguirán, tanto ángeles
como demonios.
—¿Por qué? —consultó
soltándole la mano—. ¿Por qué me dices todo esto ahora?
—Porque tienes que prepararte
para lo que viene, y también a nuestro hijo. —Sus ojos brillaron dorados, él
volvió a tomar su mano—. Prométeme que será tan fuerte como tú.
—Lo será —respondió con
seguridad.
—Cuando cumpla diez años debes
decirle lo que es —ordenó frunciendo el ceño—. No preguntes por qué, no lo sé,
pero como a esa edad comenzará a notarse que no es un humano normal —hablaba
antes que el chico dijera cualquier cosa, sentía que el momento en que saldría
lo de su vientre se aproximaba—. Sé que aprendiste mucho de ángeles y demonios
que no me has contado —suspiró con una pequeña sonrisa—, con esos conocimientos
serás capaz de ayudarlo a controlar cada uno de sus poderes. Un consejo, cuida
de su espalda, le resultará bastante delicada, pero no es una debilidad, los
ángeles tenemos dos maneras de morir. —clavó sus ojos en los que la miraban con
temor—. Una es a manos del propio Todopoderoso, que es improbable porque Él ama
a cada creatura y criatura existente —sonrió de mala gana—, y la otra es a
manos de otro ángel. Recuerda bien esto, sólo un ser como yo puede acabar con
los de nuestra raza.
—Pero… —susurró acariciando el
abultado vientre de la chica—. Será medio ángel, ¿no tendrá alguna debilidad?
—No —respondió cortante—,
tendrá sangre de humano corriendo por sus venas, pero la de ángel siempre será
más fuerte.
Un grito de dolor anunció la
llegada del nuevo ser. Él se puso de pie y salió en busca de una enfermera, a
los pocos minutos llegaron tres a preparar todo para recibir a la criatura.
Se quedó afuera, en el
pabellón esperando, tenía la sensación que algo ocurría cerca, pero sólo podía
pensar en lo que pasaba dentro de la sala. Algunas horas después la enfermera
salió y le permitió la entrada, allí pudo ver a una pequeña niña en una cuna,
la bebé dormía tranquila. Derramó algunas lágrimas al acercarse y acariciarle
la mejilla.
—Hayley será tu nombre —le
susurró antes que la enfermera se la llevara.
Caminó hasta donde se
encontraba la ángel, con la vista perdida en el cielo.
—¡Es una niña muy linda! —exclamó
sin poder ocultar su felicidad.
—Lo sé —respondió de mala
gana.
Él la miró con dureza, a pesar
de amarla con todo su corazón había ciertos rasgos que no le gustaban, y uno de
esos era el poco cariño que demostraba hacia él y ahora a la pequeña recién
nacida.
—En cualquier momento llegarán
—musitó con una sonrisa de medio lado—. Será mejor que te lleves a la niña.
—Eso quiere decir… —alcanzó a
decir con melancolía.
—No me volverás a ver en tu
vida —terminó la frase sin mostrar sentimiento; él, a pesar de todo, se acercó
a ella.
—Nunca supe que es lo que
tanto te molesta de mí —susurró clavando su mirada en ella.
Junto sus labios con los de la
chica y, con un suave beso, le demostró todo el amor que sentía, se dio la
media vuelta y salió con lágrimas en los ojos, dejando atrás a la única mujer
que amó en su vida.
Al sentir los labios del chico
sobre los de ella, ningún sentimiento inundó su corazón, los únicos que quería
eran los del demonio. Maldijo por lo bajo cuando el cazador se marchó, odiando
a la criatura que había nacido mujer en vez de varón, sólo esperaba que el chico
la criara como debía y se volviera tan fuerte como Belial lo necesitaba.
—Sabes a lo que venimos —una
voz masculina resonó en el lugar—. No pongas resistencia.
—No lo haré —sonrió con
sarcasmo.
La habitación se iluminó por
completo durante varios minutos, la enfermera afuera luchaba con la manilla de
la puerta que se había cerrado, hasta que logró entrar. El cuerpo sin vida de
la chica que acababa de dar a luz fue lo que encontró, corrió a poner sus dedos
en la muñeca para sentir los signos vitales, pero el cuerpo se hizo polvo al
simple tacto. Dio un grito y salió corriendo del lugar.
—Desde ahora en adelante sólo
seremos tú y yo —dijo acurrucando a su hija en sus brazos—. Y éste será nuestra
casa —señaló el enorme auto—. Sé que no es un hogar, pero no podremos quedarnos
siempre en el mismo lugar, pronto lo entenderás.
Se subió al auto, dejando a la
pequeña en una silla que tenía preparada de antes, mientras pensaba que debía
pasar a comprar algún tipo de comida de recién nacido. La sacó del hospital sin
que nadie se diera cuenta, y se sentió enormemente feliz por tener a esa niña a
su lado, aunque no tuviera idea de cómo cuidarla.
Una última parada hizo antes
de desaparecer para siempre de aquella ciudad, en la que fue su casa. Recogió
algo de su ropa y algunas cosas que le había comprado a la bebé, que por estar
seguros que sería varón todo era en tonos azules claros. No le dio importancia,
se dirigió a la habitación y tal como le informó la ángel, bajo de la cama
estaba la caja de hierro, la tomó y abrió, pudo ver el pequeño revolver con una
extraña inscripción, junto a una pulsera de oro. Maldijo pensando en la vida
que le daría a su pequeña, cerró la caja y salió de la casa.
Lloraba todos los días por la
partida de ella, pero tenía un consuelo, el regalo que le había dejado llenaba
por completo su corazón.
Los primeros meses fueron
bastante agotadores, pero de a poco se acostumbró, a tal punto que no tenía más
cabeza que para pensar en la niña. No retomó su trabajo como cazador hasta que
la pequeña estuvo lo suficientemente grande para dejarla sola en el hotel de
turno, y lo hizo con lentitud, por miedo a que le pasara algo mientras él no
estaba.
*
* * * *
Dos años recorriendo el país,
le bastaron para mostrarle a su pequeña cada una de las criaturas sobrenaturales
que conocía hasta entonces. Veinticuatro meses para enseñarle como se mataban.
Setecientos treinta días en que su corazón se llenaba de tristeza porque su
hija presenciaba cada uno de aquellos actos macabros.
Pero algunas veces las
criaturas eran bastante fuertes como para andar con su pequeña y exponerla a
tal peligro, así que decidió dejarla con un amigo cazador que había conocido
hace unos años, y a su esposa; quienes eran dueños de una cantina. Aunque su
hija no estuviera de acuerdo, la llevó con ellos.
—Sólo serán unos días —dijo
con cansancio bajándose del auto.
—No quiero quedarme aquí
—frunció su ceño observando el lugar—. De seguro está lleno de bichos —murmuró
con una mueca al mirar la madera envejecida.
—No hables así —la regañó su
padre al momento de sacar el bolso de la parte trasera—. Agradece que tienes un
lugar estable donde quedarte.
—El auto es estable —contestó
mirando al cazador que se acercaba.
—Ya hablamos de esto —suspiró
encuclillándose frente a ella—. No quiero que te hagan daño. Sí, ya sé que
estuviste dos años recorriendo el país conmigo —sonrió al ver aquellos ojos que
lo miraban con reproche—. Pero esta vez no sé lo que encontraré, por eso
prefiero que te quedes aquí, apenas termine volveré y nos iremos a una cacería
juntos.
—Está bien, está bien
—contestó de mala gana mirando a un costado.
—La dueña de todo esto se
llama Rachel —dijo sonriendo al ver la actitud de su pequeña—. Su esposo, un
gran cazador, se llama Quentin. —La niña sonrió por el nombre—. No te burles
—la regañó con una sonrisa su padre—, y su sobrino se llama Noah, es mayor dos
años que tú y espero que se lleven bien. —La pequeña hizo una mueca de
desagrado, su padre le acarició el cabello al momento que se puso de pie.
—Papá. —Tomó la mano del
mayor—. ¿Cuándo vuelvas, buscaremos a Bastian?
—Sí —respondió mirándola a los
ojos—. Volveremos a ir.
Entraron al local, la dueña
salió inmediatamente a darles la bienvenida, excusando a su esposo que había
salido por unos víveres y presentando a su sobrino.
A pesar de que no quería
quedarse, la niña se acostumbró con facilidad, en parte porque contaban con una
enorme cantidad de libros y, también, por todo el cariño le brindaban día tras
día. Junto a ellos pasó gran parte de su vida, entrenando como cazadora, ya
que, como su padre le había comentado, Quentin era uno de los grandes en la
materia, y su esposa tampoco se quedaba atrás. Ambos eran los únicos que
conocían el secreto de la chica, y habían prometido no revelarlo jamás y ayudar
en todo lo que fuera necesario.
Cuando cumplió diecisiete años
dominaba a la perfección todo tipo de armas, incluso espadas, al igual que sus
poderes de ángel, los conocidos por ella, aunque los odiaba, de la misma forma
que a los de su media raza, incluida a la que por respeto a su padre llamaba
madre. Pero había algo en que lo se había equivocado, la chica si tenía una
debilidad, que afloraba ciertos días del año.
Acostumbraba a acompañar a su
padre a varias de sus cacerías, teniendo la oportunidad de acabar con varias
criaturas, ya sea con sus poderes o con alguna arma, a veces, luego de muchas
súplicas, su progenitor accedía a que fuera sola a investigar.
—¡Hey! —exclamó un joven sentado
en una de las mesas del local.
—Dime —respondió volteándose
para mirarlo a los ojos. Cuando se quedaba con Rachel solía ser de ayuda, no
como su sobrino que por lo general se dedicaba a mirar televisión o coquetear
con las chicas.
—Qué dices si tú y yo… —sonrió
lamiéndose el labio inferior—, vamos a dar una vuelta.
—¿Qué tal si cancelas lo
pedido y te vas? —preguntó a la vez que sus ojos brillaron dorados, con una
sonrisa sarcástica.
—¡Claro! —contestó, se puso de
pie y caminó a la caja.
Una de las más conocidas
canciones de una banda de rock, nativos de Pensilvania, sonó en su móvil, que
sacó del bolsillo y la distrajo.
—¿Qué pasa? —preguntó al
descolgar, luego de ver quien la llamaba.
—Hija —contestó su padre al
otro lado—. Esto se complicó un poco, me voy a tardar por lo menos tres días
más.
—¿Quieres que te vaya a
ayudar? —indagó deseosa por un sí como respuesta.
—No es necesario —lo sintió
sonreír—. Con Quentin podemos, avísale a Rachel que nos tardaremos.
—Está bien —contestó de mala
gana y a regañadientes—. Ten cuidado.
—Tu igual —dijo su padre antes
de colgar.
—Rachel —pronunció al caminar
hacia ella, en la caja—. Tres días más, aproximadamente.
—¡Vaya! —exclamó dándole
vuelto al tipo de antes—. Esta vez si que se han tardado.
—¿Me prestas uno de los autos
abandonados? —preguntó clavando su mirada en la mayor.
—No —respondió cortante a la
vez que se giraba para servir un trago a otro cliente.
—No me obligues —dijo
sonriente y con tono amenazante.
—Nada de amenazas conmigo,
jovencita. —Tomó un juego de llaves y se lo lanzó, la chica lo recibió sin
problemas—. De vuelta antes que tu padre.
—Claro —contestó y caminó a la
salida.
—¿Por qué a ella sí se los
prestas? —preguntó un chico molesto—. Ni siquiera tiene la edad para conducir.
—Vamos Noah, no empieces con
problemas —lo regañó su tía sin mirarlo—. Ella se ha ganado la confianza para
eso.
El chico frunció el ceño y
salió tras Hayley. Ella caminaba buscando el auto al que pertenecían aquellas
llaves, aparte de ser un local para comer, beber y descansar, era un basurero
de carros, muchos solían dejarlos allí en parte de pago y otros como garantía,
nunca volvían por ellos.
—¡Qué mala eres Rachel! —exclamó
frunciendo el ceño al ver el Fiat 600 dueño de las llaves.
—¿A dónde vas? —indagó el
chico por atrás de ella.
—Donde no te importa —contestó
sin prestarle atención mientras abría con dificultad la puerta.
—Voy contigo —dijo caminando
hacia el copiloto.
—Claro que no. —Clavó su
mirada en la espalda de él.
—¿Por qué? —cuestionó
deteniendo el paso y mirándola fijo.
—Tienes que ayudar a Rachel
—respondió con una sonrisa, sus ojos centellearon cambiando de color.
—Es verdad —añadió Noah—. No
se puede quedar sola, será mejor que la ayude.
—Así es. —Se subió al auto y
lo arrancó, una espesa nube de humo negro cubrió la parte trasera—. Gracias,
Rachel —dijo de mala gana.
Con cuidado avanzó hasta la
carretera y lentamente se dirigió hasta una gasolinera, esperando que aquel
pedazo de metal funcionara para dejarle aunque sea a unos pocos metros de una.
—Contigo no llego a ningún
lado —murmuró frunciendo el ceño y dándole un pequeño golpe en el manubrio.
Se estacionó cerca de la
gasolinera, le daba un poco de miedo llegar con esa cosa y que explotara,
cuando sintió un hermoso motor rugir a su espalda. Volteó la cabeza y observó
la camioneta Ford F-550, color negro y llantas planteadas, el conductor aparcó
junto al Fiat 600, bajó y llegó junto a ella.
—¡Vaya, qué basura! —exclamó
mirando al auto que acompañaba a la chica, esta sólo frunció el ceño—. Debes
tener muchas agallas para conducir eso —se carcajeó.
—Eso creo —sonrió acercándose
al tipo—, linda camioneta —agregó observando con mayor detenimiento el
automóvil.
—Verdad que sí —contestó
sobradamente—. Y eso que la compré en oferta.
—¿Puedo darle un vistazo? —preguntó
poniendo cara de inocente.
—Claro —respondió, la chica
era de buen ver y quizás podría pasar otra cosa. Abrió la puerta del copiloto.
—Gracias —le sonrió antes de
entrar a la camioneta.
Le interesaba saber tres
cosas: que el estanque de gasolina estuviera lleno, y lo estaba; que fuera
mecánica, y lo era; y que tuviera una potente radio. Bajó del automóvil y se
dirigió al dueño.
—¿Qué tal? —preguntó con tono
burlón apoyado en el Fiat.
—Bastante bien, tanto por
dentro como por fuera —sonrió—. ¿Te la cambio por el Fiat 600? —Sus ojos
brillaron dorados.
—Claro —respondió entregándole
las llaves—. Es justo el auto que buscaba.
—Un gusto hacer negocios
contigo —sonrió recibiendo lo que le entregaba—. Las del Fiat están adentro.
Se dio la media vuelta y subió
a su nueva camioneta, la arrancó y el hermoso sonido del motor la llenó de
satisfacción, menos de un minuto tardó en salir del lugar.
Avanzó a toda velocidad, debía
recorrer varios kilómetros antes de llegar a su destino, y todo en menos de
tres días. Esperaba, esta vez, encontrar algún rastro que la ayudara.
Varias horas después llegó a
la cuidad. Se estacionó cerca de la plaza principal y fue a los juegos
infantiles, recordando cada uno de los momentos vividos junto al chico, hace
tanto tiempo atrás. Los niños corrían de un lado a otro, avivando aún más aquel
día.
—Creo que nunca me daré por
vencida —suspiró luego de algunos momentos de estar observando todo a su
alrededor.
Volvió a la camioneta,
lentamente. Se subió y partió rumbo a la casa del chico. No se tardó más de
diez minutos en llegar, observó todo desde el vehículo, suspiró y bajó.
—Todo sigue igual que el año
pasado —dijo pasando por la pequeña puerta de metal.
A pesar de estar en un lugar
bastante poblado, la casa estaba muy deteriorada, extrañamente no la habían
puesto a la venta. Entró al recinto y el olor a viejo y encierro se coló por su
nariz, miró cada rincón, igual que lo hacía cada vez que iba, pero como
siempre, no encontró nada. Todo seguía intacto, los muebles llenos de polvo, algunas
telas de araña, rastros de ratones y absolutamente nada de las personas que
allí vivían, ni siquiera fotos o algún documento de cómo encontrarlos. Tampoco
podía preguntarles a sus vecinos, estos ya se cansaron de responder tanta
pregunta de la chica.
Decepcionada, volvió a la
camioneta, decidida a dejar el pasado atrás y continuar sin buscar al chico que
por más que intentara no podía olvidar, si no pensaba en el día, lo soñaba por
las noches.
Aceleró hasta llegar a una
gasolinera, donde llenó el tanque y fijó su rumbo de vuelta a la cantina, no
había dormido nada, y no le importó, se había acostumbrado a no hacerlo en
algunos días y esperaba llegar antes que su padre.
Pisó a fondo el acelerador,
por las madrugadas muy pocos autos se ven en las carreteras, con el volumen
moderado de la radio cantaba pensando en el chico. Una sirena de policía la
distrajo, miró por el retrovisor y vio que una patrulla la perseguía, disminuyó
la velocidad y se detuvo a la orilla del camino, apagando la radio.
—Buenas noches —dijo el
oficial al momento que ella bajó el vidrio de la ventana.
—Buenas —respondió mostrando
una sonrisa.
—Sus documentos, por favor
—habló con antipatía—. Iba a más de la velocidad permitida.
—Pero si no pasaba de los
cincuenta kilómetros por hora —contestó de buena manera, volviendo a poner sus
ojos dorados.
—Discúlpeme, fue error mío
—sonrió tímidamente—. De todas maneras, necesito sus papeles.
—No son importantes —respondió
centelleando sus ojos.
—Que tenga un buen viaje —fue
lo último que dijo antes de volver a la patrulla.
La chica volvió a pisar el
acelerador, a pesar que no le gustaban sus poderes, jugar un poco con la mente
del otro le agradaba bastante, sobre todo cuando podía quitarse algunas
molestias de encima.
Llegó al anochecer de ese día
donde Rachel. Afortunadamente su padre aún no llegaba.
—Te tardaste —dijo un chico
sentado afuera del local.
—Sólo dos días —contestó de
mala gana, el sueño le ganaba y no tenía ánimo de verlo.
—¿Y esa camioneta? —interrogó
sin perder la vista del automóvil.
—Es un regalo que te traje —le
sonrió lanzándole las llaves, él las recibió sin problemas—. El motor suena
hermoso.
—¡Es hermosa! —exclamó
caminando hacia la puerta—. ¡Gracias! —gritó desapareciendo dentro de la
camioneta.
—De nada —contestó y entró al
recinto.
No volvió a esa ciudad por el
chico, nunca más lo mencionó. Su padre tampoco le preguntó acerca de aquella
decisión, él sabía que algunas cosas era mejor dejarlas en el pasado, sobretodo
porque el amigo de su hija se había convertido en vampiro, y no uno cualquiera.
*
* * * *
Un horizonte naranja podía
distinguir a través del vidrio de su ángel,
ya le quedaba poco camino para llegar donde la esperaba Rachel, ansiosa por
saber qué pasaba, la voz de la mujer no sonó muy tranquila cuando la llamó, tal
vez tenía algún interesante caso que resolver. Avisó con el intermitente que
viraría y así lo hizo, poco más adelante vio la camioneta de Noah, estacionó
junto a ella.
Varios autos adornaban la
playa de estacionamientos, y algunas personas fumando. Al entrar al local, pudo
ver que había bastante gente, más de los que se encontraban la última vez que
se apareció por allí.
—¡Hayley! —gritó Rachel desde
la caja.
La mencionada sonrió y caminó
hacia la mayor, esperando que tuviera una buena excusa por haberla llamado de
esa manera.
—¿Con quién estabas? —preguntó
Noah por atrás.
—Con mi auto —respondió
deteniendo el paso y mirándolo a los ojos.
—¿Quién contestó el teléfono?
—indagó frunciendo el ceño y cruzando los brazos.
—El papel de hermano mayor sobre
protector no te viene —interrumpió Rachel antes de abrazar a la chica.
—¿A ti no te entra la
curiosidad por saber con quién estaba? —cuestionó a su tía de manera
prepotente.
—Ya es mayor para saber lo que
hace y lo que no —suspiró con cansancio, tomando a la chica por los hombros y
caminando hacia la caja.
—Tienes mucha gente —añadió
sin darle importancia a lo sucedido, mientras entraba a la parte del bar.
—Sí —contestó cortante a la
vez que tomaba dos vasos y los servía con whisky—. Algo está pasando —fijó su
vista en la chica.
—¿Algo como qué? —preguntó
recordando las palabras del vampiro y la profecía.
—¿No lo sentiste? —indagó
caminando hacia la chica, con una mirada de asombro.
—Si me dijeras que cosa, tal
vez pueda responder —contestó seriamente, eso no le gustaba.
—Una gran energía maligna se
concentró varios kilómetros de aquí —musitó para que sus palabras sólo fueran
escuchadas por la medio ángel—. Al norte de la cueva a donde fuiste.
—Era un tibicenas, como te
dije —suspiró tomando un vaso para servirse agua—. Tal vez ésa fue la energía
que sentiste.
—No lo creo —respondió con
firmeza—. Fue parecida a aquella que sentí cuando murió tu padre.
—Belial —susurró con
preocupación, algo había hecho ese demonio.
—¿Lo viste? —preguntó con los
ojos abiertos a más no poder—. ¿Pelearon?
—Sí lo vi —contestó frunciendo
su ceño—, y no peleamos.
—Será mejor que hablemos
después —dijo volviendo a su trabajo—. Por cierto, ¿quién respondió el
teléfono? —Sonrió.
—Bastian —respondió tomando un
sorbo de agua, la mayor la miró con curiosidad.
—¡Vaya! —exclamó asombraba—.
¿Alguien más a quien vieras?
—No —contestó burlesca—,
ustedes me interrumpieron.
—¿Y? —preguntó con mirada
pícara.
—¿Y qué? —Frunció su ceño al
momento de dejar el vaso en el lugar que correspondía.
—¿Qué pasó con el chico? Lo
llevas buscando por años y al fin lo encuentras.
—Está casado, tiene tres hijos
y no se acordaba de mí —respondió con burla.
—¿Quién está casado? —preguntó
Noah al llegar junto a ella.
—Bastian —contestó su tía.
—Tanto tiempo esperándolo para
eso —se burló con una sonrisa en sus labios—. Pero, no te preocupes, siempre me
tendrás a mí.
—¡Oh, qué gran consuelo! —exclamó,
saliendo del bar—. Rachel, voy a descansar un rato, luego hablamos de esa
energía.
—Está bien —contestó la mayor—.
Descansa hasta mañana —le ordenó.
—Claro —dijo la chica para
luego desaparecer por una puerta en dirección al lugar que le correspondía.
Rachel miró a Noah con una
sonrisa burlesca por las palabras antes dichas, se cruzó de brazos y meneó la
cabeza, él simplemente le sonrió a su tía, ella entendía el su sobrino solo
trataba de hacer sentir bien a la medio ángel, aunque muy, pero muy pocas veces
lo lograba.
Al llegar a la habitación, se
acostó sobre la cama mirando al cielo, cerró sus ojos y varias imágenes
comenzaron a aparecer frente a ella.
—Papá —susurró al recordar
aquel día, una lágrima rodó por su mejilla.
*
* * * *
La chica quedó en el suelo, su
cuerpo no le respondía, por más que intentará moverse, no lo lograba, su padre,
muerto unos pasos más adelante.
—Prometo, papá —dijo juntando
sus ultimas fuerzas—. Que vengaré tu muerte.
Sus ojos se cerraron, sus
fuerzas habían acabado. Horas más tarde, una camioneta Ford F-550 llegó al
lugar, de ella bajaron dos figuras.
—¡Está viva! —gritó el chico al
tocarle la muñeca para sentir sus signos vitales.
—Eso lo sé —respondió su tía,
caminando en dirección al cuerpo del cazador—. Lo siento Evans —susurró al ver
su cuello quebrado.
Varias lágrimas derramó al ver
sin vida a su amigo, aquel que le había salvado la vida a su esposo en un par
de ocasiones, yacía frente a sus ojos. Secó su cara y se puso de pie.
—Ella estará bien —le dijo a
su sobrino que cargaba a la chica hasta la camioneta—. Debemos dejar que
descanse y se recuperará.
—Él… —susurró mirando a su
tía, quien movió la cabeza de un lado a otro, aguantando las lágrimas que de
todas maneras salieron—. Será un golpe duro para ella. —Depositó a la chica en
el asiento trasero.
—Llévala a la cantina y
acuéstala en su cama —ordenó con la mirada seria—. Yo me llevaré a Evans y su
auto.
—Está bien —contestó rodeando
su camioneta para entrar al piloto, arrancó y a los pocos segundos desapareció
por entre las maquinarías de aquella fábrica.
Rachel caminó hasta el cuerpo
del cazador, lo tanteó hasta encontrar en su chaqueta las llaves del auto, las
sacó y tomó por última vez a su amigo. A rastras lo llevó hasta el carro, lo
introdujo en la parte trasera y se dispuso a conducir aquel enorme auto, sin
detenerse, hasta llegar a su destino.
Cuando despertó al otro día,
extrañada y desorientada se puso de pie con dificultad. Se dio cuenta que
estaba en casa de Rachel, suspiró y varias lágrimas salieron de sus ojos, a la
vez que su cuerpo caía de rodillas al suelo al recordar lo sucedido. Sus
heridas habían sanado en su totalidad, la sangre perdida se había recuperado,
al ser medio ángel se reponía con mayor facilidad y en menos tiempo que un
humano cualquiera. Lo único que le molestaba era su espalda, sus alas estaban
dañadas.
La puerta se abrió de
improviso, dejando a la vista de la chica una figura familiar que se acercaba a
ella.
—Rachel —sollozó al momento en
que sus ojos estallaron en lágrimas, lo había perdido todo, lo único que tenía
se había ido para siempre.
La mayor la abrazó con fuerza,
algunas gotas saladas salieron de sus ojos y se perdieron en el cuello de
Hayley, intentaba consolarla, pero al parecer eso era imposible. Nunca en su
vida la vio así: destrozada, abatida, acabada. Apretó sus brazos en la espalda
de ella, haciendo que ésta soltara un pequeño gemido de dolor y la separara de
su agarré.
—¿Qué pasa? —preguntó
desconcertada por la actitud de Hayley, sabía que al tocar su espalda ella la
esquivaba, pero nunca para mostrar dolor.
—Casi me las saca —respondió
bajando la mirada—. Fue un demonio, Belial es su nombre. ¿Dónde está mi padre?
—Afuera —contestó acariciando
las mejillas de la chica—. Noah está preparando todo.
—Eso tengo que hacerlo yo. —Se
puso de pie con dificultad, terminó de secar sus lágrimas y salió de la
habitación.
Rachel la siguió, mientras la
chica caminaba apoyándose de las paredes, vio su espalda manchada con sangre,
pero no dijo nada, entendía su dolor, hace poco lo había vivido con su esposo,
aunque por circunstancias completamente diferentes, él había muerto por un
ataque respiratorio.
La cantina estaba cerrada,
sólo estaban ellos tres. Afuera Noah cubría el cuerpo del cazador con sábanas sobre
una destartalada mesa de madera. Abajo de esta, varios pedazos de madera,
bañados en gasolina.
—Yo lo haré —interrumpió la
chica al momento en que Noah cubría la cara con el paño.
—Está bien —respondió
haciéndose a un lado.
Observó a su padre con los
ojos cerrados y el cuello quebrado, varias lágrimas cayeron en el rostro de
éste. La chica se aferró con fuerza al cuerpo sin vida del cazador, lloró
amargamente por su perdida, no supo cuanto tiempo lo hizo, pero desahogó todo
lo que sentía.
—Lo mataré —susurró cuando ya
no salían más lágrimas—. Mataré a ese demonio.
Besó la frente de su padre y
acarició sus mejillas, se despidió de él y se alejó un poco.
—Ab aeterno, agnus Dei, accésit —musitó a la vez que sus ojos
permanecían dorados por unos segundos—. Ya estás en el cielo, papá.
Cubrió la cara de su padr, y
caminó hacia donde la esperaban Rachel y Noah, el chico abrazaba a su tía que lloraba.
—¿Los cerillos? —preguntó con
una mirada fría.
—Aquí —contestó el chico
extendiéndole la caja.
Los recibió y volvió con su
padre, sacó tres de la caja y los encendió, lentamente los dejó sobre la
humedecida madera, y esta de a poco comenzó a inflamarse hasta transformarse en
grandes llamaradas. Llegó junto a Rachel y se quedó observando cómo el cuerpo
de su padre desaparecía con el fuego, sin derramar una lágrima.
*
* * * *
Se levantó de un salto de la
cama, se había dormido por unos instantes y no le agradaba dormir con ropa de
diario. Se quitó la chaqueta, los bototos y pantalón y se metió bajo las
cobijas, así cerró los ojos. «Sueña conmigo», recordó las palabras del vampiro,
sonrió y esperó para ir al mundo de Morfeo.
Abrió los ojos a causa de los
pequeños rayos de sol que se colaban hasta su rostro, bostezó y estiró los
brazos, se puso de pie y fue por su ducha matutina. Una vez que estuvo lista,
partió al encuentro con Rachel, quería saber sobre esa energía y esperaba que
la cantinera tuviera un rico café y unas tostadas para acompañar el
interrogatorio.
—¿Cómo dormiste? —preguntó la
mayor cuando la vio aparecer.
—Bastante bien —respondió
observando el lugar vacío, limpio y ordenado—. ¡Vaya, has madrugado! —Se burló.
—No, ya pasan de las doce —sonrió
mirando a la chica, que tenía cara de asombro.
—¿Por qué no me despertaste? —reclamó
frunciendo el ceño.
—No era necesario —contestó
sirviéndole un jugo y algo de comida—. De todas maneras hoy no abriré, tenemos
que hablar.
—Háblame de esa energía —dijo
tomando los cubiertos y empezando a comer.
—Fue cerca de la madrugada. —Se
sentó junto a la chica en el bar—. Estaba dormida cuando sentí una enorme
energía maligna, me senté en la cama y recordé que fue la misma de aquel día.
La localicé y me di cuenta que provenía de los sectores donde andabas, me
preocupé y empecé a marcar tu número, pero el teléfono se encontraba fuera de
servicio.
—Tal vez esa energía bloqueó
las ondas electromagnéticas —habló después de tragar—. Sólo llegaron dos
llamadas, la que respondió Bastian y la otra yo.
—¿Estuviste mucho tiempo con
ese chico? —indagó dándole un pequeño golpe de codo a codo, y con una sonrisita
en el rostro.
—Bastante —contestó sin darle
importancia—. ¿Me dejas ver el mapa?
—¿Cuál? —preguntó haciéndose
la desentendida.
—El que marcas cuando sientes
esas energías —la chica frunció el ceño—. Sé que lo tienes en algún lado.
—No lo tengo —se puso de pie y
entró al bar.
—No me engañas —arqueó una
ceja—. Siempre lo haces, sientes la energía, vas y agarras el mapa para marcar
la ubicación exacta. Déjame ver.
—Lo que no entiendo es, ¿por
qué no lo sentiste? —indagó mientras buscaba la carpeta con el mapa, bajo unas
cajas.
—Quizás no estaba tan cerca
del lugar —sonrió al ver que la mayor había encontrado lo que quería—. Es por
eso que quiero ver el mapa.
—Aquí tienes —dijo frunciendo
el ceño. Conocía a la perfección a aquella chica, no se quedaría tranquila
hasta conseguir lo que quería.
—Gracias —le sonrió al recibir
el mapa.
La mayor tomó el plato vacío y
se giró para lavarlo. Hayley observó con cuidado el lugar marcado con un
círculo rojo, si bien se encontraba cerca, no lo suficiente como para detectar
ese poder, a diferencia de Rachel, ella no poseía aquel don de detectar
energías extrañas a distancia. Miró con más detenimiento la hoja, el lugar
quedaba cerca de la cantina donde había visto a Belial.
—Tendré que ir a investigar
—sonrió, tal vez ésa sería su oportunidad para acabar con el demonio, Bastian
no se interpondría—. ¿Qué sabes de la profecía? —Clavó sus ojos en la espalda
de la mayor, a ésta se le cayó el vaso que limpiaba de las manos—. Ya veo —se
burló—, sabes algo.
—No mucho —contestó mirándola
fijo—. Lo único que sé, es de un ángel que se unirá a los demonios, con el fin
que ellos vuelvan a los Cielos.
—¿Cómo lo supiste? —indagó sin
dejar de mirarla.
—Tu padre —respondió
cortante—. Él no quería decirte nada, temía que te pasara algo al saber del
tema.
—¿Dónde puedo conseguir
información? —interrogó frunciendo el ceño, su padre siempre la había sobreprotegido
demasiado.
—En el diario de tu padre
—contestó acercándose a la chica.
—¿Dónde está? —preguntó al
recordar aquel cuaderno que desapareció días antes de la muerte del cazador.
—Con Richard —respondió
frunciendo su ceño, y dando pequeños golpes con el dedo índice su labio
inferior—. Sí, con él —aseguró.
—Como dos días hasta la
energía —señaló el mapa—. De allí hasta donde Richard, como tres días
—suspiró—. Necesito información sobre la profecía.
—¿Por qué? —indagó con
extrañeza y curiosidad.
—Creo que ese ángel soy yo
—sonrió de medio lado, la mayor la miró con asombro, la puerta se abrió.
—¡Llegué! —gritó el chico al
entrar—. ¿Me extrañaron?
—Buscaré en los libros todo lo
que sirva —musitó perpleja, no creía lo que la chica le había confesado.
—Gracias —contestó Hayley—.
Necesito lo más posible de datos. —Se puso de pie—. Iré primero a la energía,
creo que Belial tiene algo que ver con eso.
—Ten mucho cuidado —dijo
deteniéndola para besar su frente.
—Lo tendré —respondió con una
sonrisa.
—¿Me explicarán algo? —preguntó
el chico al ver que Hayley desaparecía rumbo a la habitación.
—Cuando vuelva —contestó su
tía—. Es ella la que debe darte una explicación —lo miró con seriedad—. Ahora,
ayúdame a buscar información.
—Está bien —respondió de mala
gana, no le gustaba tener que sentarse a leer.
Al llegar a la habitación,
tomó el bolso y salió dejando la puerta cerrada. Se despidió de Rachel y Noah,
se dirigió a su ángel, minutos después desapareció en la carretera, retomando
el rumbo de la noche en que había llegado, a la vez que sonreía por encontrarse
con el demonio, sin que nadie la interrumpiera.
Las horas pasaban tan rápidas,
como avanzaba por la calle de pavimento. Llevaba apuro, no quería que el
demonio se fuera. Una vez que estuvo a unos pocos kilómetros de su destino, se
detuvo. Necesitaba recuperar fuerzas antes de la posible pelea, un lugar donde
comer, dormir y descansar, y así lo hizo, se alojó en el primer hotel que
encontró. Al momento en que la noche se hacía presente.
Despertó al otro día, con los
primeros rayos de sol. Se dio una ducha rápida y comió de la misma manera. Se
subió al auto y partió rumbo a lo señalado en el mapa. Alrededor del medio día
llegó a un barrio bastante fino, se notaba que quienes vivían allí tenían dinero.
Pero todo estaba inquieto, un carro de bomberos adornaba la calle principal y
la gente miraba desconcertada. Una casa estaba en llamas, aunque controladas
por los chicos vestidos de amarillo.
Se detuvo un poco alejada, no
quería que algo le pasara a su ángel, y se acercó al lugar, maldiciendo en su
mente, el lugar señalado se sepultaba en cenizas. Se quedó observando hasta que
las llamas se extinguieron y los bomberos comenzaron a retirar sus
instrumentos.
—¿Qué pasó? —preguntó al
acercarse a uno de los chicos.
—No se acerque, señorita
—respondió observándola de pies a cabeza, mientras guardaba la manguera—. No
queremos que se lastime.
—¿Qué pasó? —Volvió a
preguntar mientras fruncía su ceño y sus ojos brillaban dorados.
—Creemos que se quedó una vela
encendida —contestó dejando de doblar la manguera—. Intentamos ubicar al dueño
de casa, pero aún no tenemos pistas de su paradero.
—¿Puedo entrar a mirar? —indagó
con sus ojos clavados en el chico.
—¡Claro! —contestó, como si
fuera de lo más normal que un civil entrara a un lugar que hace poco estaba en
llamas.
Se escabulló con cuidado por
entre los escombros, tratando de pasar desapercibida por los bomberos que
terminaban su trabajo y, a la vez, para no molestarlos.
—¿A dónde vas? —Un fuerte
agarré detuvo su andar.
—A mirar —respondió clavando
sus ojos en el chico, mostrándoselos dorados, éste tenía unas pequeñas
medallas, tal vez le daría más información—. ¿Había alguien en la casa?
—Encontramos tres cuerpos
—contestó soltándola—. Pero cuando intentamos sacarlos, se hicieron polvo.
—¿Estaban muy quemados? —preguntó
sin dejar de mirar los ojos del chico.
—A decir verdad —respondió
frunciendo el ceño—, no lo estaban. Todo a su alrededor se quemó, pero donde se
encontraban ellos quedó intacto.
—¿Puedo ir a ver? —indagó
sonriéndole al chico.
—Sólo por unos minutos
—contestó—. ¡Dejen pasar a la chica! —Ordenó mirando a sus compañeros, estos
asintieron con la cabeza, mientras miraban a la medio ángel entrar en la casa.
Caminó observando todo, poco
había quedado, lo único que vio fue escombros de muebles. Avanzó hacia las
habitaciones, no era diferente a la entrada, ya casi eran cenizas. Una puerta
medio cerrada y casi intacta llamó su atención, la terminó de abrir y su cara
se llenó de asombro.
Estaba completamente vacía,
las llamas habían devorado casi todo,
exceptuando tres lugares, que al parecer era donde se encontraban los
cuerpos. Entró con cuidado, no quería que algo se rompiera y quedara atrapada
en el sitio. Se acercó y se encuclilló, distinguió con facilidad que había
sangre. Sacó su cuchilla y raspó un poco, dejando ver la madera. Caminó hasta
la cabeza y notó que una inscripción estaba cubierta por el líquido rojo, no se
veía bien, pero sabía que había algo, ya que lograba apreciar unas manchas
blancas, las tocó con la punta de los dedos.
—Tiza —musitó quitándosela de
las manos.
Se levantó y salió del
recinto, con el mismo cuidado que había entrado, ya no necesitaba mirar más
para hacerse una idea de lo que pasó. Pero un objeto pequeño y brillante la detuvo
cerca de la entrada, se agachó y lo recogió. Era un colgante de oro con una
cruz, lo guardó en el bolsillo, tal vez le podría ser de utilidad para saber
quienes fueron los elegidos.
Le hizo un gesto con la cabeza
al bombero, dándole las gracias, a lo que respondió levantando la mano y
moviéndola de un lado a otro. Metió las manos en los bolsillos del pantalón y
caminó lentamente hasta llegar a su ángel, un largo trecho le esperaba para ir
con Richard, aquel sacerdote amigo de su padre.
El motor rugió con fuerza una
vez que ella giró las llaves en la ranura. Metió embrague, pasó cambio y salió
con el rumbo fijo. Su mirada seria mostraba el enfado que sentía al no poder
ver al demonio, y también porque no sabía para qué habían hecho ese ritual.
Llegó a la carretera principal
y aceleró hasta el fondo, estaba decidida a batir el record y llegar antes de
tiempo a la iglesia donde vivía la persona que tenía el diario.
Lentamente pasaron las horas, el
ocaso trajo consigo la noche y la luna llena mostraba como avanzaban los
minutos. Su móvil sonó, disminuyó un poco la velocidad y lo sacó del bolsillo.
—¿Sí? —contestó sin mirar la
pantalla.
—Hayley. —La voz de Rachel se
escuchó al otro lado—. ¿Encontraste algo?
—El lugar estaba en llamas
—respondió frunciendo el ceño—. Creo que intentaban ocultar el ritual que
llevaron a cabo.
—¿Ritual? —preguntó
sorprendida—. ¿Qué crees que sea?
—No lo sé —contestó
suspirando—. Pero para hacerlo necesitaron tres cuerpos, no sé lo que eran, y
por lo que averigüé, se desvanecieron cuando los tocaron.
—Muy quemados —afirmó la
mayor.
—Eso pensé, pero el lugar
donde se encontraban estaba intacto —habló recalcando cada palabra.
—Lo más probable —dijo Rachel
con calma—. Es que fueran seres con muchos años.
—¿Eso crees? —indagó confusa—.
¿Vampiros tal vez?
—Pueden ser —respondió con voz
indecisa—. O demonios, todos usan cuerpos de humanos por años, quien sabe de
cuando tenían esos envases.
—Encontré un colgante con una
cadena —recordó lo que tenía en el bolsillo—. Eso puede que nos dé alguna
pista.
—Tráelo para que lo revisemos
—ordenó la mayor, se notaba que le gustaban las investigaciones.
—Lo haré —sonrió la chica—.
Pero después de visitar a Richard.
—Bien, bien, esperaré
impaciente —respondió con tono molesto.
—Hablamos más tarde. —Se le
dibujó una sonrisa más grande en el rostro, le encantaba molestar a aquella
mujer.
—Está bien —dijo a
regañadientes—. Ten cuidado.
Ambas colgaron y ella continuó
con su camino, aceleró pero un extraño sentimiento cubrió su corazón, se detuvo
de golpe y miró por la ventana del copiloto, su rostro reflejaba asombro y sus
ojos titilaban. Escondió su ángel a la orilla de la carretera, cubriéndolo por
completo con algunas ramas, sacó sus alas y se dirigió a toda velocidad hacia
donde su sentido le indicaba, lo que estaba pasando no le gustaba nada.
Avanzó por unos minutos,
dejando a su auto lejos por varios kilómetros, cuando sintió tres presencias
muy poderosas acercarse a gran velocidad, tanto como la de ella. Guardó sus
alas y se dejó caer hasta tocar con sus pies el suelo firme de un campo de
fresas. Las tres figuras hicieron lo mismo y se pararon tras ella. Un miedo la
cubrió de pies a cabeza, provocándole unos escalofríos, pero debía ser fuerte,
enfrentar a los desconocidos rápidamente y seguir su destino.
—Hayley —una voz de hombre se
escuchó a su espalda—. ¿Lo matarás? —preguntó sin mostrar sentimiento en su
hablar.
La chica se giró y miró a los
tres seres con desconfianza, poseían un gran poder, tal vez no les podría
ganar, pero si no la dejaban continuar con su camino, estaba dispuesta a hacer
lo que fuera. Frunció su ceño y los miró con resentimiento al darse cuenta lo
que eran.
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